23.11.08

La salud en la parroquia

En 1998 commienzan a celebrarse las Jornadas de Pastoral de la Salud en la parroquia, después de un trabajo lento y laborioso de sensibilización y orientación. La comisión creada por el Departamento de salud de la Conferencia Episcopal Española ha logrado que sea en el campo de las parroquias donde la pastoral de la salud haya arraigado con más fuerza. El tiempo fue descubriendo la necesidad de crear unos espacios de encuentro, convivencia y reflexión en el ámbito nacional para quienes están implicados, día a día, en el campo parroquial. De este modo, pareció oportuna la celebración, cada dos años, de unas Jornadas Nacionales.

Otro campo importante en el mundo de la salud y la enfermedad es el de los cuidados paliativos. Su aparición es más reciente y va unida al progreso cientifico y la evolución social que han generado un aumento de número de pacientes con enfermedades crónicas y degenerativas y del número de pacientes geriátricos terminales. Allí donde no es posible curar, hay que cuidar. La Iglesia, maestra en el cuidar, tiene en cuenta estos aspectos y se organiza para poder hacer frente a los nuevos retos asistenciales.

Las fechas de estas Jornadas son desde el 28 al 30 de este mes. Se desarrollarán en El Escorial. Los temas a tratar serán estos: Cuidados paliativos, balance y perspectivas; historia de los cuidados paliativos; la dimensión espiritual en los cuidados paliativos; las pérdidas y el duelo; la relación de ayuda; el trabajo del equipo interdisciplinar; y habrá comunicación de experiencias.

Los equipos parroquiales de pastoral de la salud se convierten así en el centro de estas jornadas, pues cada vez son más los enfermos que entran en lo que la Organización Mundial de la Salud define como cuidados paliativos: es el cuidado activo y total de las enfermedades que no tienen respuesta al tratamiento curativo, siendo el objetivo principal conseguir la mejor respuesta al tratamiento para los pacientes y sus familias. Desde el punto de vista filosófico el alivio del sufrimiento es el objetivo dominante de los cuidados paliativos.

Estos enfermos están en sus casas, atendidos por familiares, y tanto unos como otros necesitan la presencia de los voluntarios de la pastoral de la salud parroquial con el objetivo de presentarles ilusión, alegria, entrega y acción de gracias por lo que hacen en el servicio al enfermo, que es un libro abierto para enseñarnos la brevedad de la vida y la paz con la que es conveniente vivir un proceso, siempre más largo que corto, una enfermedad irreversible.

Por esto, los equipos de pastoral de la salud parroquial, donde no existan deben crearse, y donde ya funcionen deben formarse seriamente en la misión eclesial que ejercen junto a los enfermos de cuidados paliativos.

Tomás de la Torre Lendínez

22.11.08

Catequista a los 100 años

La Iglesia acepta como catequista a personas preparadas para el ministerio de la catequesis, que reunan los requisitos necesarios, y tengan una entrega fiel al servicio de la Iglesia. La historia de la catequesis está llena de hombres, mujeres, jóvenes y familias enteras, que han estado o están al servicio de instruir en la fe a los niños y jóvenes.

Sin embargo, lo que no debe quedar en el cesto de los papeles es la siguiente noticia fechada en Málaga: doña Carmen Ruiz, una mujer de 100 años que ha recibido la medalla Pro Ecclessia, que es el reconocimiento que el Vaticano otorga a personas en gratitud por su servicio a la Iglesia, sigue impartiendo catequesis, participando en reuniones de formación de adultos y en la vida de su parroquia de la Encarnación de Málaga.

Esta vida ejemplar de doña Carmen Ruiz, que es viuda y tiene siete hijos y veintinueve nietos, debe servir de ejemplo para los muchos catequistas, que sirven en las comunidades eclesiales de cualquier lugar.

Mucha gente te comenta en la parroquia que no disponen de tiempo para dedicarlo a los demás; otros te dicen que sí, pero luego no acuden a nada; otros dicen sí pero son poco constantes en la misión que se echan sobre sus espaldas. A los cien años doña Carmen tiene tiempo y lo sabe poner al servicio de los demás enseñando la fe cristiana.

Mientras escribo este articulo veo que por España, en Valladolid concretamente, prohiben la colocación de crucifijos, porque molestan a todos, creyentes o no. Y en Barcelona se congregan personas pidiendo libertad para poder tener la opción de oir la radio que se desee.

Doña Carmen Ruiz sigue en sus primeros cien años de vida teniendo tiempo para impartir catequesis a jóvenes y adultos. Con razón la Santa Sede le ha concedido la medalla de agradecimiento por sus servicios a la Iglesia.

Además, doña Carmen es un buen ejemplo para asegurar a todos los catequistas que hoy existen dentro de la Iglesia. Y sirve como llamada a quien desee entrar en el ministerio de la catequesis en el cual se pueden cumplir cien años.

El mejor premio lo recibirá doña Carmen cuando se encuentre cara a cara con el Señor. Mientras debemos seguir su ejemplo que es único en España.

Tomás de la Torre Lendínez

21.11.08

La web de la CEE

Me doy una vuelta por la web oficial de la Conferencia Episcopal Española y me llevo una sorpresa inmensa: la han vestido de fiesta. Me detengo y observo que es un puro ropaje informático hecho con agilidad, con belleza, con movimiento, con un menú bien servido.

Sigo deleitándome con esta preciosidad y me doy cuenta que es una pura fachada, que la han colocado así, porque el lunes comienza la plenaria, y se puede seguir en directo las partes de trabajo comunes para todos los medios de comunicación social.

Pincho en el menú y encuentro la cara arrugada y poco aprovechada de la web oficial del episcopado español. Ya me parecía a mí demasiada valentía en los obispos hispanos para apostar abiertamente por servirnos una excelente página web. La visten de fiesta para la reunión de la semana entrante y luego se vuelve a lo de siempre al cartón de piedra.

Esta reunión plenaria tiene el morbo, siempre alimentado por los mismos, de saber quien saldrá elegido como secretario general de la Conferencia. Recuerdo cuando un obispo de un lugar del que no deseo acordarme se presentó como candidato a secretario general. Aquellos días permanecía en Madrid por asuntos del cargo. Pude observar, conocer y ver cómo se buscaban los votos como Idiana Jones tras el arca perdida.

El escalofrio llegaba por todos los mentideros de Madrid, cuando aquel candidato fue solamente reina por un día, pues a la segunda votación, lo mandaron a su diócesis donde tuvo que mascar su mal acogida derrota haciéndola pagar a los inocentes que por allí viven todavía. Más tarde, tras subir por la escalera de incendios, y pasear a los sucesivos nuncios por aquellas tierras, llegó a conseguir el arzobispado que deseaba, donde ahora están de él esperando que cumpla cuanto antes la edad reglamentaria de la jubilación.

¿Quien será el próximo secretario general de la Conferencia Episcopal Española?. A mí me da igual. Solamente deseo que sea un buen pastor como Cristo.

Lo que no me da igual es que el episcopado tenga una página web fabulosa solamente para las grandes ocasiones, y no apuesten por mantener el mismo valor informático durante el resto del año. Esto debe cambiar ya. A lo mejor lo debe coordinar el nuevo secretario general.

Tomás de la Torre Lendínez

20.11.08

Las monjas que esperan la muerte

Hace unos años impartí una tanda de ejercicios espirituales a un grupo grande de religiosas, que están bajo la tutela de la fiesta de la Presentación de María en el templo de Jerusalén, que se celebra cada 21 de noviembre. He seguido manteniendo contacto con muchas de ellas.

Una me llama para informarme que ya ha llegado “al matadero", así es como llaman a una casa donde solamente están las más mayores y las enfermas sin retorno. Mi comunicante acaba de cumplir ochenta años y le falla un montón de cuestiones de la salud corporal. Siempre ha tenido un buen humor y como la cabeza le rige perfectamente, sabe sacar risas de situaciones a que otras personas las pondrían al borde de la depresión o del suicidio.

Durante un buen rato me cuenta cual es la vida de esa casa: cada religiosa se levanta cuando le pide el cuerpo; desayuna en la cocina preparándose todo la persona que pueda, la que no, disponen de una cocinera seglar que las atiende; más tarde, hace sus oraciones en una pequeña capilla; a media mañana sale al jardín, si el tiempo lo permite, a pasear y tomar el aire; a las 13 horas llega un capellán a oficiar la Eucaristía; a las 14 tienen el almuerzo; a continuación disponen de un tiempo para descansar en la habitación o ver la televisión en el salón comunitario; sobre media tarde pasan a merendar; y a las 20 horas tienen una hora de adoración al Santísimo en la capilla; a las 21 cenan y se retiran a descansar.

La monja que puede lee algo; las que no pasan el rato mirando el reloj del tiempo que le resta para que el Señor las llame a la casa del Padre. Cuando fallece alguna todas acuden al velatorio en la capilla, asisten al entierro, y piensan en lo poco que les queda para estar un día en el mismo sitio.

Esta es la triste realidad de estas religiosas. Algunas veces acude por allí una auxiliar de clínica que les hace trabajos manuales y juegos comunes para estimular sus miembros y acordarse que siempre han vivido en comunidad.

Desde el gobierno de la congregación se hace todo lo que se puede para mejorar la calidad de vida de esas personas consagradas, pero poco más. Así se espera a la hermana muerte, que ronda por todas partes. Los familiares acuden cuando pueden a recordarles a estas religiosas que también tienen familia de sangre, pero los problemas hogareños que les cuentan las ponen peor aún.

Estas monjas, como me dice mi comunicante, son la generación que ingresó en los años cuarenta y llenó los noviciados. Son las que estuvieron en la reforma del Concilio Vaticano II. Y son las que han visto pasar de unos hábitos excesivos a vestir con ropa de calle e ir a las peluquerías de señoras.

Y son las que están viendo cómo las congregaciones se están quedando sin vocaciones, a no ser que vengan de otros países. Mi intelocutora termina: Aquí estamos, hasta que el Señor quiera, estamos en la fila de irnos a la otra orilla.

Desde este Olivo invito a rezar por estas hermanas, que son muchas en varios sitios de España. Ellas, me consta, rezan por los demás.

Tomás de la Torre Lendínez

19.11.08

Un difunto con un móvil

Una familia amiga ha perdido a un ser querido. Están en el tanatonio el tiempo estipulado por la ley. Por allí pasaron un montón de personas al ser unos vecinos muy queridos en la localidad. Durante las largas horas de velatorio los teléfonos móviles no paran de sonar para expresar las condolencias correspondientes.

Un momento antes del funeral de entierro de cuerpo presente, los funcionarios del tanatorio le sugieren a la familia que si desean despedirse directamente del difunto, lo van a colocar en la capilla, donde le abrirán la parte del arcón que da a la cara del muerto, estarán a puerta cerrada y despues se comenzará la ceremonia fúnebre.

Así lo hacen. Todo resultó tal como estaba previsto. Estuvimos varios sacerdotes concelebrando la Eucaristía. Acabada la ceremonia litúrgica, se formó la comitiva camino del cementerio. Ya en el mismo, la caja fue introducida en el nicho. Los operarios comienzan a poner los ladrillos con el yeso sobre la entrada. Están terminando y perfilando con la plana para que luego se pudiera colocar la correspondiente lápida.

Pero, en ese momento, surgió algo inesperado. El silencio sepulcral del cementerio se rompió ante el sonido de un móvil. Todos se miraron unos a otros. Nadie era el culpable. Todos con sus caras de miedo, reafirmaban no ser el dueño del móvil insistente, que llegó a pararse. Los sepultureros están recogiendo los avíos de su trabajo, y el móvil vuelve a sonar, uno de ellos acerca el oído al nicho mortuorio, y pasmado constata que el sonido sale del interior de la tumba. Las treinta personas asistentes se retiraron despavoridas.

Uno de los hijos del difunto se mete la mano en el bolsillo de la camisa y comprueba que no tiene el móvil. Rapidamente cae en la cuenta: cuando le ha dado un abrazo al difunto, el teléfono se le ha caído dentro de la caja. El jefe de los sepultureros manda abrir el nicho para encontrar el dichoso móvil. Lo hacen y todo era como había pensado el hijo. Todo se acaba con volver a lodar la entrada mortuoria.

La familia consternada se retira de allí. Nadie desea recordar las escenas de miedo que han vivido. Pero la realidad es que los móviles sacan de muchos apuros y tragedias: accidentes de tráfico…pero también dan unos sustos inmensos a unos pobres familiares doloridos por la muerte del abuelo.

Ahora han celebrado la Eucaristía del mes siguiente a la muerte. Ahora lo narran entrecortandose las risas con las lágrimas. Como es la vida misma: sonrisas y lágrimas.

Tomás de la Torre Lendínez