Recen por este cura

Me sucede año tras año. En cuanto empiezo a preparar las últimas cosas del jueves santo normalmente en la tarde del miércoles, se me pone un nudo en la boca del estómago que me dura hasta la mañana del viernes. Cosas mías, qué les voy a decir.

El jueves santo me remueve hasta lo más profundo de las entrañas. El cenáculo, ese encuentro vespertino en el que se masca la tragedia que está viniendo, la oportunidad de ponerme a los pies de los hermanos, lavarlos y besarlos. Tomar el pan y el vino… “esto es mi cuerpo”, “este es el cáliz de mi sangre”, saberme ese “alter Christus” enviado por el mismo Señor para seguir sus pasos hasta dar la vida por todos.


No soy especialmente llorón ni sensiblero. Quizá todo lo contrario. Pero cada jueves santo las lágrimas se me derraman solas mientras lavo, seco, beso los pies… Ya les digo que son cosas de uno. No mejores ni peores. De uno…

El nudo no es solo de emoción, que lo es. El nudo es de pequeñez y miseria. No, no se crean que uno es un sacerdote medio normal. Qué va. Hago cosas como todos, tengo mis ocurrencias, mis retos pastorales. Quizá externamente pueda parecer otra cosa o escribiendo en el blog dar la sensación de un cura medio sensato. No se lo crean. Ustedes solo ven una fachada externa cuidada, repintadita y con dos macetas. Ustedes apenas conocen el interior de ese edificio que es el corazón de este cura.

Y yo les digo que me falta mucho para ser ese sacerdote que Cristo, la Iglesia y el mundo necesitan. Me conozco un poco. Sé de mis debilidades, mi infidelidad al Señor. Me puede la comodidad en tantos casos. Me falta interioridad, entrega, donación. En mi donación aún me quedan pequeñas parcelas de ego que no acabo de entregar.

¿Comprenden lo que les digo del jueves santo? En mí descubro mejor que en nada o nadie que Dios quiso escoger la basura del mundo para confundir a los fuertes. Yo soy la prueba.

Cuando acabamos de pasar el jueves santo y la tragedia de la cruz se nos echa encima, me siento nada, un gusano, un desecho… pero llamado por Dios. No tengo otra fuerza más que Él mismo. A su gracia y misericordia me confío.

Recen por mí.

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