Música en la liturgia de la Nochebuena
Siempre me ha gustado mucho la “misa del gallo”. El sonido de las campanas en mitad de la noche me parece una gloriosa provocación a las rutinas del mundo, un signo de algo tan importante como para quebrar el silencio general. Lo mismo cuando las campanas acompañan desde la torre el Gloria in excelsis Deo de la Vigilia Pascual. Dos signos para dos noches muy importantes.
Por eso me cuento entre los que no comprenden la supresión tan generalizada de la Misa de la Noche de Navidad o “Misa del gallo”, ni su traslado a horas incongruentemente tempranas. Y menos aduciendo como “razón pastoral” el que a los fieles (no sé si a muchos o a pocos) les pueda resultar más confortable continuar en casa frente al cordero asado o los polvorones.
La Navidad es vivida desde antiguo, en España y en otros países, con un marcado sentido popular. En la primera mitad del siglo XVI Mateo Flecha el Viejo (1481-1553) compuso sus famosas Ensaladas, llamadas así por reunir cada una de ellas dentro de sí, como a modo de ingredientes dispares, melodías, ritmos, estilos e idiomas diversos. No eran piezas litúrgicas, pero sus textos -en lengua vernácula por lo general- describen la Navidad con una teología de una ortodoxia y reciedumbre impresionantes. Y desacostumbradas en nuestra época.
También en el Renacimiento comenzó a generalizarse en España la inclusión en la liturgia de Navidad y otras festividades de las llamadas villanescas o villancicos: composiciones en lengua vernácula que sustituían a ciertos elementos litúrgicos en lengua latina como los responsorios de maitines. También en esto hubo una evolución. El Renacimiento sevillano produjo de la mano del gran Francisco Guerrero (1528-1599) unos exquisitos modelos del género que no desdecían apenas de sus correspondientes latinos, ni en la música ni en el texto. Poco a poco el elemento “popular” fue ganando terreno hasta llegar en los finales del XVIII a ciertas composiciones bastante más prosaicas y atadas a géneros musicales muy elementales como la jácara.
Esta decadencia se acentuó, como en tantos otros ámbitos, durante el siglo XIX. Pero esto no impidió que la parte musical de estas misas navideñas decimonónicas hiciera cierta mella en el espíritu de la época. En el capítulo XXIII de su famosa novela La Regenta, Leopoldo Alas “Clarín” describe una misa del gallo en la catedral de Vetusta en la que el órgano hace sonar canciones y bailes profanos, insólitos en el culto del resto del año. Ante tal mundanización, la voz crítica que Clarín hace emerger es la del notorio ateo Don Pompeyo Guimarán:
(…) Oigan ustedes a ese organista, borracho como ustedes probablemente: convierte el templo del Señor, llamémoslo así, en un baile de candil… en una orgía… Señores, ¿en qué quedamos, es que ha nacido Cristo o es que ha resucitado el dios Pan?
En un registro más elevado se mueve Gustavo Adolfo Bécquer en su Leyenda Maese Pérez, el organista. También está ambientada alrededor de la misa del gallo, a la que maese Pérez acude a tocar por última vez antes de morir. La evocación musical es muy diferente de la de Clarín:
(…)En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la catedral. Pasó el Introito, y el Evangelio, y el Ofertorio; llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y comienza a elevarla. Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia. Las campanas repicaron con un sonido vibrante y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano.
Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.
A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y en un torrente de atronadora armonía. Era la voz de los ángeles que, atravesando los espacios, llegaba al mundo.
Después comenzaron a oírse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines. Mil himnos a la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, sólo era el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de acordes misteriosos, como un jirón de niebla sobre las olas del mar.
Luego fueron perdiéndose unos cuantos; después, otros. La combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz. El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana, y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la Hostia a los ojos de los fieles. En aquel instante, la nota que maese Pérez sostenía tremante se abrió y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.
De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde se desarrolló un tema, y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquéllos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban, cada cual en su idioma, un himno al nacimiento del Salvador.
La multitud escuchaba atónita y suspendida. En todos los ojos había una lágrima; en todos los espíritus, un profundo recogimiento. El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquel que levantaba en ellas, Aquel a quien saludaban hombres y arcángeles, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la Hostia.(…)
Aunque este hermoso pasaje de Bécquer no busque reflejar el jolgorio de las misas del gallo, no deja de ser cierto que tal tono, si no profano sí al menos “secular”, fue muy característico de la música litúrgica navideña.
Ahora bien, nunca se llegaba al abuso de cambiar las palabras el rito, algo que sí se ha vuelto común en las últimas décadas. Por ejemplo, omitiendo nada menos que el himno del Gloria y sustituyéndolo quizá por un villancico como y los ángeles en el cielo -muy bonito, por otra parte-, sólo porque al final aparecen las palabras Gloria in excelsis Deo. No hablo ya de las antífonas del Propio de la Misa, tema que hasta la fecha ha sido batalla perdida: una enorme riqueza litúrgica y espiritual que continúa sepultada bajo los escombros del aggiornamento. Tarea pendiente pues.
Desde niño me llamaba mucho la atención la Misa de Pastorela compuesta por el guipuzcoano afincado en Madrid Ignacio Busca de Sagastizábal (1868-1950), y que en algunas iglesias se sigue cantando en la noche de Navidad. Este músico fue organista de la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid. En esa misma iglesia promovió en el primer tercio del siglo XX la celebración de uno de los primeros ciclos estables de conciertos sacros, en los que se escuchaban ejemplos de la recién redescubierta polifonía litúrgica del Renacimiento, así como música de órgano. Es autor entre otros cantos del famoso e impresionante Cantemos al amor de los amores que, erguido como firme monumento del canto devocional popular, consiguió resistir casi incólume las embestidas banalizadoras del postconcilio musical.
Ignacio Busca compuso su Misa de Pastorela con sencillas melodías en ritmo de villancico -que pide a gritos el acompañamiento de panderos y zambombas- pero eso sí, respetando escrupulosamente el texto del Ordinario de la Misa. Obviamente en lo musical esta misa no encajaba nada con el ideal gregoriano y polifónico que estableció en 1903 el Motu Proprio Tra le sollecitudini de San Pío X, y por ello fue objeto de censura eclesiástica no siempre llevada a término.
Quizá estas efusiones de música “mundana” en la liturgia navideña podían encontrar encaje en la sociedad de hace décadas, cuando la vida cristiana latía hasta en los detalles de lo cotidiano. Entonces incluso un escritor tan poco simpatizante con el catolicismo como Clarín podía interpretar así las mencionadas juerguecillas del órgano catedralicio:
(…) Y todo esto era porque hacía mil ochocientos setenta y tantos años había nacido en el portal de Belén el Niño Jesús…. ¿Qué le importaba al órgano? Y sin embargo, parecía que se volvía loco de alegría… que perdía la cabeza y echaba por aquellos tubos cónicos, por aquellas trompetas y cañones, chorros de notas que parecían lucecillas para alumbrar las almas.
Ahora bien, ¿estamos ahora en una situación similar? Parece claro que no. Ahora es más necesario que nunca preservar el carácter sagrado, sobrenatural y teocéntrico de la liturgia. Quien la próxima nochebuena cruce el umbral del templo seguramente ya no traerá dentro de sí, a diferencia de sus abuelos, una estructura mental y vital cristiana favorecida por el entorno de modo que pueda permitirse esa jocosa y puntual mundanización litúrgica.
Más bien será un cristiano asediado por el mundo en el sentido más tremendo del término, con toda la artillería de los medios de comunicación, los ambientes sociales y el riguroso sistema dogmático de lo políticamente correcto disparando a discreción contra la línea de flotación de su fe. Necesitará respirar el aire fresco venido de lo alto, el que baja del cielo abierto durante la Misa, el que proporciona la liturgia de la Iglesia.
Por esta razón quisiera compartir con los lectores las maravillas de la música litúrgica de la Nochebuena. Confieso que yo descubrí la Navidad la noche en que, después de muchas misas navideñas con panderetas y cascabeles, pude escuchar por vez primera cómo comenzaba una Misa del Gallo -celebrada en aquel caso con canto gregoriano- con la antífona de entrada propia:
El Señor me ha dicho: tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
Comprendí de golpe el sentido de los belenes, los árboles de navidad, los villancicos, los turrones y todo el hermoso lenguaje popular de la navidad cristiana, ése que alegró la infancia de quienes la pudimos vivir antes de la apisonadora laicista que hoy tan democráticamente censura la Navidad en muchos colegios.
Escuchar esa antífona en medio de la noche, cuando un silencio apacible lo envolvía todo, y asistir a la celebración del nacimiento de Cristo con toda la solemnidad sobrenatural y sagrada de la auténtica liturgia católica, celebrada con piedad y con fidelidad a las rúbricas -no sé porqué tan denostadas por algunos-, significó para mí descubrir la verdadera Navidad, al lado de la cual el habitual colorido popular, tan hermoso cuando se circunscribe a su ámbito propio, no es sino preludio, trasunto o glosa.
Muestro a continuación dos vídeos con las antífonas de entrada y comunión propias de la misa del gallo.
1. Antífona de entrada (Salmo 2, 7):
Dominus dixit ad me: Fílius meus es tu, ego hódie genui te.
El Señor me ha dicho: tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
2. Antífona de comunión. El vídeo muestra el canto de la antífona durante la misa del gallo del año pasado en Roma.
Es muy interesante el modo en que la antífona se combina con los versículos del salmo 109, conforme a lo establecido por el Ordo Cantus Missae de 1972, y que están musicalizados en el exacto estilo polifónico de la escuela de Palestrina que puso como modelo S. Pío X y recordó la Sacrosanctum Concilium.
Como podrán observar, la antífona (al unísono, una voz), es cantada de un modo más popular (no sé si por todos los asistentes a la celebración, o por algún gran coro popular fomentado para la ocasión), mientras que los versículos del salmo con los que va alternando, en polifonía, corren a cargo a la más profesional schola o capilla de música. Es el equilibrio correcto.
Advertencia para los lectores/oyentes atentos: observen que el organista en un momento determinado comienza a improvisar, y que en la voz más aguda se escuchan dos notas alternando la una con la otra: estas dos notas forman lo que en música se llama un intervalo de tercera, porque en la escala musical abarca tres notas o escalones, las dos que suenan y la que queda en medio.
El organista ha elegido este motivo musical no por azar, sino porque este intervalo es el mismo con el que comienza la antífona de comunión, el mismo con el que comienza la antífona de entrada y… atención: es el mismo con el que comienza la antífona de entrada del Domingo de Resurrección.
¿Que tienen en común todas estas antífonas?
En las de Navidad el Padre habla al Hijo: “… Tú eres mi hijo…” (introito); “entre esplendores sagrados … te engendré” (comunión).
En la del Domingo de Resurrección es el Hijo quien habla al Padre: “He resucitado, y aún estoy contigo, has puesto sobre mí tu mano; tu sabiduría ha sido maravillosa. Aleluya.”
De modo que esta pequeña oscilación entre dos notas en un intervalo de tercera adquiere en el canto gregoriano como la condición de signo del diálogo intratrinitario.
Se puede seguir aún más el hilo. Es un intervalo pequeño, recogido. ¿Signo de la intimidad entre el Padre y el Hijo? El motivo musical se compone de dos notas: ¿las dos personas divinas entre las que se da el diálogo? Pero es un intervalo de tercera ¿Símbolo de la Santísima Trinidad? Como ven, el gregoriano es una cosa mucho más seria de lo que parece.
No sé si para la musicalización polifónica del salmo 109 que alterna con la antífona se utilizó una partitura antigua procedente de los archivos vaticanos, o si es una composición del actual maestro de capilla. Da lo mismo: es buena música y ejemplo perfecto y claro de buena música litúrgica católica.
Ciertamente ni San Pío X, ni la Sacrosanctum Concilium, ni ningún documento del Magisterio dicen en ningún momento que el único lenguaje musical litúrgico tenga que ser el gregoriano combinado con la polifonía romana del XVI, y nada se opone a la introducción de nuevos lenguajes musicales que entronquen con la tradición y no desdigan de la función y el lugar. Pero parece que los actuales responsables de la Santa Sede han optado por aplicar el famoso principio ignaciano en tiempo de desolación nunca hacer mudanza. De ahí este estilo marcadamente palestriniano/ceciliano. Es apuesta segura.
Hay que decir que la música de la liturgia papal es actualmente estupenda, excepto cuando se celebra en países anfitriones sin dirección litúrgica tan directa de la Santa Sede y que carecen del buen gusto musical autóctono que demuestran naciones como Alemania, Francia o Inglaterra. Además, en mi opinión el pontificado de Benedicto XVI ha significado una muy notable mejora en el campo musical respecto a las celebraciones en tiempos de Juan Pablo II.
He aquí la antífona:
In splendóribus sanctórum, ex útero ante lucíferum génui te.
Entre esplendores sagrados, yo te engendré desde el seno antes de la aurora.
Feliz Navidad
Índice del blog Con arpa de diez cuerdas
10 comentarios
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Siempre me llamó la atencion la analogia entre los Introitos de la Misal del Gallo y la del Domingo de Pascua.
Primera,ente porque efectivamente se parecen.
Segundo porque tienen una estética contraria a la que esperaríamos encontrar precisamente para ambas celebraciones.
Tercero porque el modo I era justamente llamado "tristis" por los teoricos medievales.
Cuarto, porque como muy bien dice Juan Carlos Asensio es el modo del Doimine Iesu de la misa de Requiem, el "modus humanus" y tambien hay cierta analogia entre los Introitos mencionaods y este ofertorio, aunque solo sea por el reducido ambito melodico de las tres.
La similitud con el Ofertorio de la Misa de Requiem es relevante. Lo es aunque nos extrañe. Hemos de considerar que el canto gregoriano, su sonoridad, su modalidad, nos es totalmente ajena a los oyentes modernos. Primero porque vivimos en eun mundo tonal, segundo porque el gregoriano ha sido expulsado de las iglesias a patadas y tercero porque no hemos nacido ni hemos crecido con él.
Pero claro, en las epocas en las que no era asi... no pasaba desarpercibido esta analogía.
Una frase muy destacable: "Escuchar esa antífona en medio de la noche, cuando un silencio apacible lo envolvía todo, y asistir a la celebración del nacimiento de Cristo con toda la solemnidad sobrenatural y sagrada de la auténtica liturgia católica, celebrada con piedad y con fidelidad a las rúbricas -no sé porqué tan denostadas por algunos-, significó para mí descubrir la verdadera Navidad, al lado de la cual el habitual colorido popular, tan hermoso cuando se circunscribe a su ámbito propio, no es sino preludio, trasunto o glosa. " Creo que es una frase sobre la que se debería meditar mucho. Aunque claro está que si la música es buena y falla todo lo demás, poco vamos a avanzar. Pero cada vez estoy más convencido de que la música, la buena música, puede ser un buen catalizador si hay otras cosas buenas.
Espero que este artículo tenga muchos comentarios, pues creo que no solo aporta mucha información, sino que puede ser motivo para aportar muchos más datos y encauzar preguntas.
Voy a poner lo que dice Asensio:
"Según las denominaciones de los autores medievales, el carácter del modo II es trieste (Omnibus set primus, sed alter est tristibus aptus, reza la indicación de Adam de Fulda). Es verdad que muchas de las piezas del modo II, con su ámbito recogido, son muy aptas para reflejar el dramatismo de ciertos textos. No busta de saltos expresivos en su desarrollo. Para el gran estudioso de los modos, Jean Jeanneteau, el modo II es el más humano del octoechos, pues es a la vez humano y real. Quizás por ello el ofertorio de difuntos Domini Iesu Christe esté compuesto en este modo."
No es extraño, por lo tanto, que no sólo el Introito de la Misa del Gallo, sino también las Antífonas O y el Aleluya de la tercera Misa de Navidad tengan una sonoridad parecida.
Que un intervalo de tercera menor sea símbolo de diálogo intratinitario es discutible. Pero parece menos discutible lo de Jeanneteau: el modo II es el modo más humano, el modo de Su humanidad también.
Por otra parte, aunque a primera vista parezca ser sugerente, no es acertado relacionar el carácter humano que Jeanneteau atribuye al segundo modo con las antífonas que de modo directo o indirecto se refieren a la humanidad de Jesucristo. En el pasaje citado sobre el segundo modo, Juan Carlos Asensio cita a Daniel Saulnier, y Saulnier a su vez se remite a Jeanneteau. Copio a continuación algunas de las frases con que Jeanneteau completa su análisis del modo segundo:
" El cantor se ocupa de sí mismo, es introspectivo y subjetivo".
" Se recoge sobre sí mismo, es el más egoísta de los ocho modos".
"El modo 2º aparece como el más humano". Esta actitud del alma que se ocupa de sí ... es uno de los estados el alma de los pecadores confiados".
"Contempla al Señor menos directamente y menos exclusivamente que los demás modos, o si contempla al Señor es a través de los beneficios de la criatura".
"Incluso cuando está en acción de gracias, habla siempre de lo que le atañe y parece recrearse en ello".
En vista de ello, este ethos cuadra bien en el ofertorio de difuntos, pero nada en el introito de la misa del gallo. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que esté mal empleado aquí el segundo modo, ni que esté mal hecha la deducción del ethos. Simplemente que la elección del modo quizá no sea aquí el aspecto decisivo.
Hoy mientras cantaban el Credo desde Notre Dame se puso a hablar y mientras sonaba el órgano también.
Lo de este hombre me parece absolutamente obsceno, ¿que tiene que añadir él a la música?
Nada, solo la ensucia
Pero no entiendo una frase, Raúl: ¿por qué después de esa cita al cuento de 'Maese Perez' dices lo de " tal tono, si no profano sí al menos “secular”, fue muy característico de la música litúrgica navideña"? ¿No está hablando Becquer precisamente de música sacra en el sentido más estricto del término: música de órgano tocada para hacer presentes los coros de los ángeles ya en esta tierra?
El pasaje de Bécquer, tanto por su estilo propio como por el hecho de que se trata de una leyenda, es una hermosa idealización. O quizá la descripción de las emociones interiores de alguien muy sensible y espiritual ante la misma música que a otras personas podía inducir más a la "juerga" después de la comilona navideña. El pasaje de la Regenta parece mucho más descriptivo de la realidad. A esta quería referirme.
En todo caso, y ya que sale el tema: si se lee el capítulo completo, es curioso comprobar que el personaje de la Regenta, mucho más sensible y profundo que los demás, experimenta emociones no lejanas a las expresadas por Bécquer.
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