(161) De Cristo o del mundo –III. Optimismo actual pelagiano
–Perdone, pero me parece que tiene usted cierta manía contra los pelagianos.
–«El error de Pelagio tiene muchos más seguidores en la Iglesia de hoy de lo que parecería a primera vista» (Card. Ratzinger, 30Giorni 1991). Son muchos más los católicos-pelagianos que los católicos-católicos. Ya lo vimos en anteriores artículos (56-60).
He iniciado esta serie con tres artículos a modo de introducción: (159) Combate o conciliación; (160) Demonio, mundo y carne; y ahora éste (161), Optimismo actual pelagiano. Con ellos espero que el lector se sitúe mentalmente en el campo que vamos a explorar históricamente, comenzando en Cristo hasta el tiempo actual.
–Ambiente actual pelagiano. La herejía de Pelagio (354-427), como tentación al menos, es una herejía permanente, y en las diversas épocas de la Iglesia se manifiesta con modalidades diferentes. Pensar, o mejor, sentir que el hombre no ha sido gravemente dañado en su misma naturaleza por el pecado original; estimar que su enfermedad espiritual no es tan grave, y que en todo caso no es mortal; considerar que puede el hombre –personal y colectivamente– realizarse a sí mismo, sin necesidad de auxilios sobrenaturales, son convencimientos que hoy forman una mentalidad generalizada en el mundo secular. Y llamo pelagianos a estos errores en cuanto que se dan con gran frecuencia entre cristianos. El pelagianismo, por supuesto, niega la fe, impide la vida espiritual, paraliza el apostolado, las misiones, la actividad política de los católicos y, concretamente, hace imposibles las vocaciones sacerdotales y religiosas.
La amplia vigencia actual del pelagianismo entre los católicos ha sido señalada últimamente por muchos autores y autoridades. Es la versión «cristiana» del naturalismo ético, del humanismo autónomo y de otras ideologías de corte voluntarista. En todo caso, la tendencia pelagiana es un falso optimismo antropológico, que, negando el pecado original, exige no ver la maldad del hombre y del mundo; o al menos no reconocerla del todo en sus consecuencias espirituales. Ese mismo marco mental causa hoy la disminución o la pérdida del sentido del pecado.
«El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado». Esta afirmación de Pío XII (Radiomensaje 26-X-1946), la hace suya Juan Pablo II en la exhortación apostólica Reconciliatio et pænitentia (2-XII-1984), donde señala las causas de tan gravísimo fenómeno. La causa principal está, sin duda, en que,«oscurecido el sentido de Dios, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado». Tan difundido está ese espíritu, que «incluso en el terreno del pensamiento y de la vida eclesial algunas tendencias favorecen inevitablemente la decadencia del sentido del pecado. Algunos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes exageradas del pasado con otras exageraciones: pasan de ver pecado en todo a no verlo en ninguna parte» (18). Ese optimismo, que tanto contradice el testimonio de la experiencia histórica, se refiere al hombre y del mismo modo al mundo.
–Pelagianismo y hombre carnal. Los cristianos pelagianos, más próximos a Rousseau que a Jesús, afirman que el hombre en el fondo es bueno; pero olvidan que también el hombre en el fondo es malo. «Vosotros sois malos», dice el Señor (Mt 12,34; Lc 11,13). Y el Apóstol: «vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados» (Ef 2,1)… Ciertamente, el bien es más connatural al hombre que el mal; pero no se debe ignorar que en el hombre adámico hay una inclinación tan persistente al error y al mal, que no puede ser corregida sin la gracia de Cristo.
Los cristianos pelagianos de hoy prefieren ignorar que el hombre pecador padece espiritualmente una enfermedad mortal, y que morirá, ciertamente, si no hace penitencia (Lc 13,3.5). Ellos piensan más bien: «no estamos tan gravemente enfermos, no necesitamos medicinas fuertes ni severos regímenes de vida; podemos vivir sin tantos cuidados, como viven todos, haciendo nuestra la vida del mundo». Estos cristianos mundanizados, no alcanzan a ver «el pecado del mundo», o más exactamente: tienden a trivializarlo, despojándolo de su sentido bíblico y teológico. Por eso prefieren no hablar del «pecado». Emplean otras palabras más tranquilizadoras: «errores», «fallos», «enfermedades de la conducta», «actitudes inadaptadas», «trastornos conductuales», «desviaciones»… Pero si el pecado del hombre y del mundo no fuera más que eso, sería suficiente un poco más de progreso en la medicina y la psicología, en la educación, la sociología y el urbanismo, en la política y la economía, para que el hombre lograra superar todos sus males. Y Cristo no sería necesario. Y la Iglesia, menos aún. (Nota.- Aunque no lo digan, eso es lo que en el fondo piensan los católicos pelagianos. Si se mantiene y crece la Iglesia, con su fe y sacramentos y todo lo demás, bien. Pero si decrece o falta, tampoco pasa nada. Más o menos da lo mismo).
–Pelagianismo y mundo. El falso optimismo pelagiano sobre «el hombre» da lugar a un falso optimismo pelagiano sobre «el mundo». Los cristianos pelagianos de hoy no alcanzan, ni de lejos, a reconocer la gravedad de los males mundanos, su raíz diabólica, su irremediabilidad al margen de la gracia del Salvador. El mismo término «Salvador del mundo» (Jn 4,42) les resulta irritante, les parece una provocación, una actitud cristiana presuntuosa, una profesión de pesimismo, y desde luego lo evitan. Ellos ponen la esperanza en muchas causas mundanas, con frecuencia contrarias precisamente a Cristo. Piensan, o mejor sienten, que esas ideas y fuerzas históricas naturales pueden traer al pueblo la salvación. Y aunque una y otra vez se vean defraudados –la implacable sucesión de grandes fracasos, por ejemplo, para traer la paz al mundo o para erradicar la pobreza extrema–, cambian el objeto de sus esperanzas, pero persisten en ellas: confían en el hombre y en el mundo.
–La adoración del mundo es un extremo al que llegan los cristianos modernistas. Es una adoración –me figuro yo–, que no se refiere tanto a las situaciones concretas del mundo actual, que obviamente reconocen como espantosas, sino al en sí del mundo visible y a sus posibilidades de futuro. Viendo lo que los periódicos, la radio, la televisión y la calle nos muestran del mundo actual, ¡hace falta verdaderamente la fe del carbonero para mantener encendida la adoración del mundo! Y sin embargo, especialmente entre católicos ilustrados, modernistas, liberales, teilhardianos, se da realmente ese «agenouillement devant le monde», que tan bien fue descrito por Jacques Maritain: «¿Qué vemos alrededor de nosotros? En amplios sectores del clero y del laicado –y es aquí el clero el que más da el ejemplo– apenas la palabra mundo es pronunciada, pasa un fulgor de éxtasis por los ojos de los oyentes» (Le paysan de la Garonne, Desclée de Brouwer, París 1966, 85-86)…. Parece increíble. Éstos, que dicen fundamentarse en los datos positivos de la experiencia, ¿en qué fundamentan sus esperanzas sobre el mundo?… ¿Leen los periódicos? ¿Oyen la radio? ¿Mantienen abiertos los ojos y los oídos en la calle, en la casa, en su lugar de trabajo? Y todo eso «en pleno siglo XXI»… ¿Qué piensan? ¿Qué esperan?… «Arrodillados ante el mundo». Parece inexplicable, pero es así. Y tiene explicación.
1.-La dificultad actual para ver «el mundo como pecador» no es sino la dificultad actual de ver «el hombre como pecador», como un «muerto» llamado por Dios para resucitar en Cristo. El mundo no es otra cosa sino el conjunto de los hombres pecadores, con su mentalidad, costumbres e instituciones. El optimismo sistemático sobre el mundo –pase en él lo que pase– es, pues, un efecto de la mentalidad naturalista, agnóstica y pelagiana de nuestro tiempo, que, en su soberbia, rechaza la profunda realidad universal del pecado. No ve, no quiere ver que “desde el primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda al mundo” (Catecismo 401).
2.-Y la causa de esa ceguera es ésta –no puede haber otra–: antes que recibir a Cristo, Salvador del mundo, es decir, antes que volverse humildemente a Dios, esperando de él una salvación por gracia, prefieren negar las terribles evidencias experimentales del mundo real, acumuladas durante veinte, cuarenta siglos, y confirmadas a lo largo de toda la historia humana conocida hasta el día de hoy.
–Mediocridad mundana e idealismo evangélico. La mediocridad afecta profundamente al hombre carnal, y le afecta no solo en sus modos de «actuar», sino antes y aún más en sus modos de «pensar». Así, concretamente, el hombre carnal –y el cristiano pelagiano es hombre carnal– estima, por un lado, 1.-que el hombre no es tan malo (tiene buen fondo), y por otro lado, cree 2.-que no está llamado a una alta perfección (basta con que sea decente, con que no haga daños físicos o económicos a los otros). Y del mundo piensa igualmente que 1.-el mundo no es tan malo (hay en él mucho de bueno), y que 2.-pretender que sea perfecto es una quimera (basta con que no haya guerra y se pueda vivir).
Es la mediocridad espiritual en estado puro. Para quien no ve la realidad por los ojos de la fe, es decir, por los ojos de Cristo, todo lo que vaya más allá de la mediocridad tanto en la evaluación del mal del hombre y del mundo, como en sus posibilidades de perfección con la gracia del Salvador, es un idealismo imposible, que no hay que esperar, ni merece la pena intentar, y que incluso puede ser perjudicial y contraproducente.
La actitud del cristianismo ante el mundo es justamente la opuesta. Fíjense bien. El Evangelio afirma claramente que 1.-tanto el hombre como el mundo presente están en una situación simplemente espantosa; y mantiene al mismo tiempo 2.-una firmísima esperanza de que el hombre y el mundo pueden llegar con la gracia de Cristo a una maravillosa perfección, sea cual sea su miserable situación actual. Ésa ha sido, como iremos comprobando, la visión de los santos.
Los santos han visto siempre la condición monstruosa del hombre y del mundo, entendiendo que cuando las criaturas no se finalizan plenamente en Dios, sino en la criatura, son una atrocidad. Ellos ven que los hombres adámicos están vacíos, enfermos, ciegos, sordos, paralíticos para tantos bienes y hundidos en tantos males: están muertos, están locos. Y ven también, y a la misma luz, las maravillas que Dios quiere y puede hacer y hace en la humanidad. Como dice San Juan de la Cruz, «lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo él por naturaleza; como el fuego convierte todas las cosas en fuego» (Dichos 106).
–Pesimismo y optimismo. Antes he hablado del ingenuo optimismo pelagiano. Pero la verdad es que los calificativos de optimista o pesimista son tan ambiguos que suelen resultar in-significantes. Convendrá, pues, dejarlos a un lado. En todo caso, y sin que siente precedente, digo aquí que el cristianismo es muy pesimista acerca del hombre y del mundo abandonados a sus propias luces y fuerzas, y sumamente optimista en cuanto a las posibilidades reales de perfección que la humanidad tiene con la gracia de Cristo. De esa convicción viene en los cristianos el impulso apostólico y ascético, misionero y político, que pretende con esperanza la conversión de la humanidad, la transformación evangélica del mundo. Es, pues, lógico que cuando esa convicción se pierde o se debilita, cesa o disminuye la actividad cristiana transformadora de las realidades temporales.
–¿Hombre y mundo son totalmente malos? Tanto el maleamiento del hombre adámico como el del mundo secular no es, por supuesto, total. Los católicos no creemos en la total corrupción de la naturaleza humana, según Lutero. A pesar de que el hombre carnal y el mundo secular tienen una fuerte inclinación al mal, persiste en ellos también una indudable capacidad de bien. Cito aquí algunas tesis clásicas de los tratados católicos de gracia, por ejemplo, las de M. Flick - Z. Alszeghy. Estas afirmaciones están hechas acerca del hombre, pero son perfectamente aplicables al mundo:
–«El hombre [el mundo], en estado de pecado, no puede cumplir, sin la gracia, los preceptos de la ley natural, ni siquiera según las exigencias de la ética natural, durante un período largo de tiempo». –Hay una «impotencia moral absoluta del hombre en estado de pecado respecto a la observancia de toda la ley natural durante mucho tiempo». –Sin embargo, el hombre, el mundo, «no ha perdido la libertad, ni es capaz tan sólo de cometer pecados; puede, con sus solas fuerzas naturales, realizar algunos actos moralmente buenos». –En todo caso, «la gracia es absolutamente necesaria para todo acto saludable [meritorio de vida eterna]; incluso para el comienzo de la justificación» (El Evangelio de la gracia, Salamanca, Sígueme 1965, pg. 814).
–El optimismo pelagiano no admite los consejos evangélicos, concretamente el de la renuncia al mundo. No admite la renuncia bautismalal mundo (apotaxis), común a todos los cristianos, tal como desde siempre se expresa en el rito sacramental. Y tampoco entiende la renuncia al mundo, «dejarlo todo», propia de quienes han sido especialmente llamados por Cristo a su seguimiento: «si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y dalos a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Ven y sígueme» (Mt 19,21). No reconocen que el ingreso en el Templo de la vida cristiana exija dar «el paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva,al que todos los hombres son llamados» (Catecismo 1186).
Mi presente estudio es un ensayo histórico. Los principios espirituales que he expuesto en estos tres artículos introductorios se entenderán mucho mejor cuando veamos cómo han sido entendidos y vividos, al paso de los siglos, en la Iglesia. La tradición cristiana en su desarrollo histórico es la mejor interpretación del Evangelio: «el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Por eso en esta serie de artículos, con el favor de Dios, iremos considerando estas verdades evangélicas en los diferentes tiempos de la Iglesia, comenzando por los primeros, los tiempos de Cristo y de sus Apóstoles.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
18 comentarios
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Estimado P. Iraburu,
¿Con el diálogo interreligioso por la paz como en los encuentros de Asís, no se está cayendo -en cierto modo- en una actitud pelagiana?
Porque la búsqueda de la paz entre todas las religiones supone poner la confianza en el hombre, independientemente de su fe, para salvar al mundo del conflicto en lugar de poner el acento en que es Cristo el Salvador del mundo.
En otro orden, no en pocas ocasiones, a la hora de confesar, el propio sacerdote "ha rebajado" la "sensación" de pecado de lo que confesaba. ¿No puede ser ésta la vía de "infección" más importante del pelagianismo? No sólo en la confesión, sino los matices pelagianos que se puedan dar en homilías como, en cierta forma, omitir cuestiones como pecado, infierno, etc.
Saludos.
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JMI.- La interpretación peyorativa que da Ud. de la reunión de Asís es la contraria de la que cuidadosamente ha dado Benedicto XVI. Me quedo con la interpretación del acto dada por el Papa, y así lo recomiendo a los demás.
Ciertamente los sacerdotes católicos afectados de pelagianismo lo irradian al confesar (si es que confiesan), al predicar y en todo. De la abundancia del corazón habla la boca.
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JMI.- Exactamente.
Un saludo, y gracias por esta nueva serie.
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JMI.- Los hombres-pecadores producen un mundo-pecador, es decir, unas estructuras mentales, conductuales, institucionales, que proceden del pecado y que inclinan al pecado. Sujeto del pecado es solamente la persona humana.
Claro, ahora voy comprendiendo.
Gracias.
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JMI.- Ya digo yo que al final tendremos en Costa Rica una doctorcita.
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JMI.- Tanto el pelagianismo como el semipelagianismo tienden hacia la mundanización del cristianismo. También, claro, en las modas de vestir.
"Alguien debería decirles que"...
Reforma o apostasía (10-12)
La penitencia es necesaria para nuestra purificación y salvación. Muchos cristianos están ahora en este mundo, pasándolo bien, no quieren sufrir, quieren llenar el vacío de su corazón, con los engaños seductores que el mundo cada día les presenta, es un forma para dejarlos ciegos y sordos a la llamada que Cristo invita a la conversión.
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JMI.- En mi blog (56-60) puede encontrar unas exposiciones más amplias sobre qué es el pelagianismo y cómo se presenta hoy.
El Concilio Vaticano II no cambia nada sobre las posibilidades de salvación fuera de la Iglesia. Y la declaración de la Congreg. de la Fe, Dominus Iesus, enseña sobre el tema muy claramente. Por lo demás, ya lo sabía San Pedro: "En toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto" (Hch 10,35).
No quiero dejarle perplejo, porque Cristo desea nuestra salvación, y él ama a los suyos, a su Iglesia; mas como él mismo dice, de estos tiempos: "ELLA NO ESTÁ". No, donde debería, no... Saludos.
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JMI.- No, no me deja perplejo. Dejando a un lado expresiones y modos, la substancia de lo que Ud. dice lo he dicho en gran parte de los 160 artículos que llevo en REFORMA O APOSTASÍA.
Y también lo saben perfectamente en Roma. En el post (129) cito textos en los que los Papas del postconcilio denuncian los males internos de la Iglesia con palabras gravísimas. Copio/pego de ahí éstas del Papa actual:
–"Benedicto XVI, siendo todavía Cardenal Prefecto de la Congregación de la Fe, en su libro Informe sobre la fe (BAC, Madrid 1985), hace amplios y minuciosos análisis de situación que le llevan a diagnósticos iguales. Y un mes antes de ser constituido Papa, presidiendo el Via Crucis del Coliseo en Roma, en sustitución de Juan Pablo II, imposibilitado, dice: ((( http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2005/via_crucis/sp/station_09.html )))
«Meditación [en la 9ª estación]. ¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf. Mt 8,25).
«Oración. Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros somos quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos. Pater noster [...] liberanos a Malo. Amen» (25-III-2005). Hasta aquí Benedicto XVI, perdón, el Card. Ratzinger. Y añadía yo:
"El Colegio de Cardenales de la Iglesia Católica, el 19 de abril de 2005, un mes después de que el Card. Ratzinger dijera en público esas tremendas palabras, lo eligió como Papa, Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro, pensando que era el Obispo más indicado para tomar el timón de la Barca de Pedro".
Más que foto es una radiografía de toda una mentalidad, que pone al mundo por encima de Dios (si resultara que existe, claro, lo que está en "diálogo"), entonces la Iglesia tiene que agradecerme a mí que le hago el favor de sumarme a sus filas.
Son legión, lamentablemente.
Dice usted:
"Son muchos más los católicos-pelagianos que los católicos-católicos"
Siendo como es el pelagianismo una herejía, podemos hacernos una idea del drama actual de la Iglesia. Estamos en un estado de ·"vaciamiento doctrinal" realmente espantoso.
El cual explica por sí solo los principales problemas : escasa asistencia a misas, pocas vocaciones, actitudes escandalosas, etc., etc.
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JMI.- Ya ve Ud., estimado Ricardo, en el comentario que he puesto al comentario anterior, lo que piensa ¡y dice! el Papa.
La gente se está perdiendo por no conocer la verdadera doctrina de la Iglesia Católica, la doctrina sobre la Gracia, como usted la explica y que tanto bien hace, y tan fundamental para conocer, amar y servir a Dios en todo y en todos. Uno conoce gente buena, que va a misa y hace novenas, pero se viste super apretadas y descotadas, se emborrachan, no se pueden perder las últimas películas de moda, les siguen al dedillo la vida a los famosos, a los hijos lo educan según lo que les dice el psicólogo o el último pedagogo de moda, les da pereza todo, si llueve, si hace sol, queja tras queja, hacen lo que les dá la gana...y tan tranquilos se creen muy cristianos, pero se arrodillan continuamente a lo que el mundo les propone (pelagianos).
Como decía San Juan de la Cruz:
"Unos por no saber, otros por no querer y otros por que no hay quien les enseñe". Y diria yo, les enseñe la VERDAD VERDADERA, la que esta oculta y que hace decenios no se predica, para poder ser católicos-católicos y no pelagianos.
Dios permita Padre que nosotros seamos de los que queramos enseñar e iluminar con nuestras vidas más que con las palabras (aunque también serán necesarias)a los de buena voluntad y este blog sea LUZ para muchos. Aunque sigamos pidiendo a Dios ante todo y a la Iglesia REFORMA O APOSTASIA...
SALUDOS
Muy a menudo, viendo cómo "disfruta" la gente, se me parte el corazon viendo que su disfrute es una perenne ofensa al Señor.
Muchos, porque no saben más, nadie les ha explicado la verdad.
Tenemos que hacer más apostolado, y hablar a , como dice San Pablo, con oportunidad y sin ella, de Dios.
Bendiciones, Padre.
Gracias por su articulo.......precisamente estuve leyendo ayer...
La FE o nos salva o nos condena; Nos hace peores o mejores:..Creer el Bien y obrar el mal....es, estar juzgado antes de comparecer al tribunal Divino....y condenado antes de ser acusado.
El que NO hace lo que cree....pronto dejará de Creer lo que NO hace;..la FE no sobrevive mucho tiempo a la caridad
Haz pues obras Buenas, y Muchas; HAZLAS EN GRACIA DE DIOS,
Saludos
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JMI.- Bueno, explicando bien las frases, casi todo se puede salvar... con MUY buena voluntad.
Pero no es admisible decir que "la fe nos condena" (puede condenarnos), ni que podamos ser condenados antes de comparecer ante el tribunal divino... No.
Sigo...con la lectura;
Todas tus virtudes sin la Humildad, no te salvaran...
Todos tus pecados con la Humildad, acompañada de Contrición no te condenaran; porque la Humildad destierra todos los vicios del corazón y hace entrar todas las virtudes.
¿Quien puede decir que su Salvación es imposible, cuando sólo basta Humillarse , para lograrlo todo de DIOS ? ... DIOS , da su Gracia a los humildes...¿Qué podrás hacer sin la GRACIA? ..¿Quien puede decir que el Camino del cielo es díficil...cuando Sólo se necesita bajarse para subir por el?......
Saludos
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