(54) José Román Flecha –I. moral
–¿Y no se cansa y se entristece denunciando tantos errores que corren en la Iglesia?.
–Limpiar las ventanas sucias de una iglesia, y ver que se llena de la luz del Sol, es una gran alegría para mí y para muchos. El trabajo sí es un tanto penoso, y es incluso peligroso, sobre todo cuando se limpian las ventanas que están más altas.
El doctor José Román Flecha Andrés (León, 1941-), catedrático de Teología Moral, especializado en Bioética, fue vicerrector de la Universidad Pontificia de Salamanca (1989-1990) y decano de la Facultad de Teología (1990-1993), (2002-2005). Ha publicado un gran número de obras.
Sus manuales de teología moral, que ahora comento, son la Teología moral fundamental (BAC, manuales Sapientia fidei, nº 8, Madrid 1997, 367 págs.) y la Moral de la persona (ib., nº 28, 2002, 304 págs.). Estas obras las denuncié –y creo que también otros antes y después– a la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe primero, a la Congregación romana correspondiente después, y finalmente al Arzobispado de Madrid, pero sin resultado alguno.
La fundamentación casi imposible de la moral. En el primer volumen las dificultades del profesor Flecha para fundamentar la Teología Moral son tan grandes que no logra superarlas. Vamos por partes.
Dios y el alma. La Iglesia enseña que la moral católica ha de fundamentarse en Dios y en la naturaleza de su imagen, el hombre, que es unidad de un cuerpo y de un alma, inmediatamente infundida por Dios (cf. Catecismo 355-366). La Congregación de la Doctrina de la Fe, a este propósito, recuerda que
«la Iglesia emplea la palabra alma, consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la tradición. Aunque ella no ignora que este término tiene en la Biblia diversas acepciones, opina sin embargo que no se da razón alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal es absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos» (17-V-1979; cf. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios 1968, 8).
Flecha no emplea en su obra el término «alma». Lo rehuye, puede decirse, en forma sistemática. Y si trata brevemente del hombre como imagen de Dios, no lo hace para fundamentar en ello la moral (149-150).
La ley natural. La Iglesia siempre ha fundamentado la moral en las leyes naturales (Vaticano II, Dignitatis humanæ 3; Juan Pablo II, Veritatis Splendor 1993, 43-53). Pero tampoco esta fundamentación, según parece, le vale al profesor Flecha para establecer su Teología Moral Fundamental. Más bien él estima que se ha hecho un mal uso de la ley natural, en sus diversos modelos históricos, concretamente en sus modelos principales, cos-mocéntrico y biologicista (244-245).
«Se ha olvidado con frecuencia la circunstancia concreta de la persona y las formulaciones morales se han encarnado así en principios abstractos únicos, objetivados e inmutables» (247). El error principal radica, a su juicio, en que esta moral apela «a una “naturaleza” humana, común e invariable, como base para el encuentro ético. Se trata con frecuencia de una naturaleza entrevista a través de filtros reduccionistas. O bien es demasiado hipostasiada y ahistórica, demasiado objetivada como para tener en cuenta la densidad subjetiva y circunstancial del sentido, la intención y la vivencia personal que constituyen las coordenadas inevitables del comportamiento humano. O bien la naturaleza humana es vista de una forma tan “naturalista” que parece referirse más al campo de la etología que al de la ética. O bien hace pasar por datos normativos, en cuanto naturales, los que son datos puramente culturales» (134ss).
La naturaleza, pues, da una base en la práctica muy ambigua para fundamentar la moral, porque las maneras de entender esa naturaleza «se encuentran ineludiblemente sujetas al ritmo de la historia y de la cultura», e incluso «la misma aproximación hermenéutica a los contenidos noéticos de la fe varía notablemente de un momento a otro de la historia» (138).
Flecha, pues, a la hora de elaborar una Teología moral fundamental, denuncia el mal uso hecho de la ley natural, «en sus diversos modelos históricos». Pero él, una vez señaladas esas desviaciones reales o presuntas, no logra, ni intenta superarlas, sino que más bien, parece renunciar a esa línea de fundamentación, considerándola inviable.
La Sagrada Escritura, los mandamientos. También halla Flecha grandes dificultades para fundamentar la moral en la Sagrada Escritura, el Decálogo y demás mandamientos de la Ley divina revelada: «Los preceptos morales que encontramos en la Biblia –todos o algunos de ellos– parecen depender de la cultura del tiempo y el espacio en que nacieron» (77). Por tanto, si quizá todos los preceptos morales bíblicos dependen de la cultura de la época en que nacieron, no podrán servir de fundamento a una moral objetiva y universal. Eso es evidente. La sagrada Escritura no nos vale, pues, para fundamentar la moral.
¿Una ética cívica universal? ¿Dónde, pues, habrá que poner el fundamento de la moral? ¿Será posible fundamentarla en el consenso de una ética civil? «En esa situación, la “ética civil” constituye la apelación a lo más valioso, libre y liberador de las conciencias ciudadanas» (141). Y afirma así (141), citando a Marciano Vidal:
«La ética civil pretende realizar el viejo sueño de una moral común para toda la humanidad. En la época sacral y jusnaturalista del pensamiento occidental, ese sueño cobró realidad mediante la teoría de la “ley natural”. Con el advenimiento de la secularidad y teniendo en cuenta las críticas hechas al jusnaturalismo, se ha buscado suplir la categoría ética de la ley natural con la de ética civil. Ésta es, por definición, una categoría moral secular» (Retos morales en la sociedad y en la Iglesia, Estella 1992, 60; cf. Moral de actitudes, I, Madrid 19815, 135-75). Y sigue Flecha: «Si por ética civil se entiende un mínimo axiológico consensuado y regulado por la legislación, para que la sociedad plural pueda funcionar de forma no sólo pragmática sino humana, la fe cristiana no puede ni debe mostrar reticencias a su llegada» (140).
La fe cristiana, por el contrario, puede y debe mostrar su rechazo a fundamentar la moral en una ética civil de consenso, que ignore la Revelación divina y que prescinda incluso de la ley natural, que a un tiempo expresa la naturaleza de las criaturas y la ley del Creador impresa en ellas. Por eso el mismo profesor Flecha, citando una enseñanza de la Conferencia Episcopal Española, se ve obligado a dar «un toque de atención ante un uso mini-malista de esa apelación» a la conciencia ciudadana de una ética civil (139-140).
La conciencia. ¿Cómo, pues, y dónde podrán las conciencias personales fundamentar la moral? ¿Ajustando previamente esas conciencias a alguna Ley divina o natural?… El profesor Flecha no entiende la función primaria de la conciencia como la aplicación al caso concreto de una norma moral objetiva y universal. Por eso mismo, insiste poco en la necesidad de formarla adecuadamente en la verdad y la rectitud. Más bien estima que
«habrá que subrayar la autonomía de la conciencia moral, su carácter humanizador, y reivindicar para ella un cierto espontaneísmo que, desde el discernimiento de los valores que entran en conflicto en una determinada situación, supere el rígido esquema intelectualista que fue habitual hasta este siglo» (288-289). Esto recuerda aquello de Schillebeeckx sobre la moral de situación: «Tenemos que poner hoy el acento en la importancia de las normas objetivas tanto como en la necesidad de la creatividad de la conciencia y del sentido de las responsabilidades personales» (Dios y el hombre, Sígueme, Salamanca 1968, cp. 7, C,II, pg. 357).
La expresión «creatividad de la conciencia» es falsa. La conciencia no crea leyes o valores, sino que interpreta y aplica al caso concreto una norma moral divina, natural, preexistente. En todo caso, nunca la ley moral puede ser creada por la conciencia (cf. Veritatis splendor 55).
Los valores. ¿Pero, entonces, esa «ética civil», basada en el testimonio de «las conciencias», no adolecerá inevitablemente de relativismo y de subjetivismo arbitrario, así como de contradicciones íntimas y de frecuentes cambios históricos? ¿No será necesario que la conciencia se sujete a la orientación de ciertos valores estables?
Flecha pretende, por supuesto, escapar de esas dificultades obvias. Él pretende alcanzar una objetividad para la moral. Pero no queda claro en absoluto qué fundamentos válidos propone para ello. Apela a la majestad de ciertos valores éticos (213), pero no hay modo de alcanzar esa «majestad» de valores si éstos no son fundamentados en Dios, en Cristo, en la Palabra divina, en el alma, en la naturaleza. Flecha afirma, en la misma página, que se trata de valores objetivos (233), pero reconoce también que en su aspecto epistemológico son variables (233), «tienen un carácter histórico y cambiante» (234). ¿Entonces?…
Conflictos de valores. Así las cosas, cómo no, serán inevitables los conflictos de valores, que la conciencia del hombre habrá de resolver. Y la clave para la solución de estos dilemas posibles, previsibles y en cierto modo necesarios habrá de darse en la búsqueda de la felicidad: «es precisamente en relación al anhelo humano de felicidad donde adquiere su final consistencia la apelación a los valores de la ética» (235)… Absolutamente decepcionante.
Densa y compleja oscuridad. Este manual del profesor Flecha sobre Moral fundamental es sumamente complejo y oscuro de pensamiento. Y en más de 350 páginas, dando continuamente «una de cal y otra de arena», no consigue fundamentar con claridad y firmeza un orden moral a la luz de la razón y de la fe.
Siguiendo el curso de ese pensamiento oscilante, puede decirse que casi todas las afirmaciones ambiguas o erróneas del texto podrían ser salvadas leyéndolas con una mente muy bien formada, con muy buena voluntad y con mucha paciencia. En efecto, rara será en este libro la afirmación ambigua o falsa que el autor no pueda justificar alegando sobre el mismo tema otra afirmación verdadera hecha en distinto lugar.
Densa y compleja oscuridad. No es ésa la moral cristiana. Todo lo contrario, porque en ella el camino del hombre es Cristo mismo: «Yo soy la Luz del mundo, y el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,12).
Con el favor de Dios, continuaré el examen de estas dos obras.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
18 comentarios
Bien, pero llevan el sello de la inspiración del Espíritu Santo, cosa que jamás podrá decirse de una moral civil que emane de una sociedad corrompida y camino de la apostasía como la nuestra.
Si la teología liberal y modernista tiene una rama especialmente corrupta y peligrosa, ese el de la teología moral. En vez de ayudar a la gente a formarse su conciencia para no pecar, busca la manera de convencer al personal de que lo que es pecado, en realidad no lo es. Es decir, hacen exactamente la labor contraria a la del Espíritu Santo ("y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado" Jn 16,8), son impedimento para que cumplamos el mandato de "sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48) y cierran la puerta a la salvación, porque sin arrepentimiento verdadero, ¿cómo puede el Señor perdonar los pecados?: "Si decimos: `No tenemos pecado´, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: `No hemos pecado´, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros".
Me pregunto si junto a la serpiente no habría alguno de estos moralista convenciendo a Eva de que tomara el fruto del árbol prohibido.
He estado muchas veces en esa ciudad y siempre me ha llamado la atención la poca piedad que hay en la celebración de la Santa Misa por parte de los fieles, por ejemplo, apenas hay gente que se arrodilla en la Consagración, casi nadie comulga en la boca, nadie se arrodilla o- al menos- se levanta cuando se abre el Sagrario.
No me dedico a la Teología, pero siempre he relacionado esa falta de piedad con algunas ideas "peregrinas· . por no decir heréticas, que he oído en ciertos curas relacionados con la Pontificia.
Se que me voy un poco del tema del post, es por el CV del P. Flecha, relacionado con esta institución.
Le felicito de nuevo.Es de agradeceder su esfuerzo que tanta luz desprende.Le animo en esta santa tarea.
Me dá mucha tristeza e impotencia cuando dice: "Estas obras las denuncié –y creo que también otros antes y después– a la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe primero, a la Congregación romana correspondiente después, y finalmente al Arzobispado de Madrid, pero sin resultado alguno".
Así nos va.
No hay nada tan inquietante para estos modernísimos "entendidos" que una "memoria" de lo que es bueno y de lo que es malo en nuestro más profundo interior. Les impide, en su inconsciencia, "crear" lo que, según las circunstancias, debe ser bueno y lo que debe ser malo.
Gracias, padre Iraburu.
Podemos y debemos confiar en la Jerarquía apostólica. Recuerde ud., p.ej., todo lo que el Vaticano II habla de esa autoridad apostólica especial conferida por el orden sagrado a Obispos, presbíteros y diáconos (Lumen gentium, cp. III, Christus Dominus, Presbyterorum ordinis, etc.), y del correspondiente deber de obediencia en los fieles cristianos, dejándose enseñar, conducir y santificar por ellos. Todo esto pertenece a las convicciones de la fe. Otra cosa es que en épocas turbulentas de la Iglesia pueda haber deficiencias en el ejercicio concreto de dichos ministerios, deficiencias que muchas veces se dan más en los colaboradores de los Obispos, que en los mismos Obispos. Si bien es cierto que éstos deben tener sumo cuidado a la hora de elegir a sus colaboradores (p. ej., comisiones episcopales, rector del Seminario, delegado de catequesis, etc.), asegurando su ortodoxia y ortopraxis. Pero esto, al menos cuando están en Diócesis de situación pésima, no es para los Obispos tan fácil de conseguir, por empeño que en ello pongan. Mírelo por otro lado: compare ud. las "jerarquías" de confesiones cristianas, como el anglicanismo, luteranismo, adventismo, etc., y comprobabrá que la Jerarquía católica sobresale inmensamente por su excelencia, y se muestra realmente en medio del mundo moderno como "columna y fundamento de la verdad". El Papa, sobre todo, destaca como un grandioso don de Cristo a su esposa la Iglesia.
Tengo ese libro en mi casa por razones que no hacen al caso aquí, y después de leer su artículo tengo que darle la razón a Vd en su análisis. No sé si es un libro de teología "light" o simplemente un "ladrillo" o un combinado de ambas. Después de intentar leerlo por completo (no pude acabar, lo confieso) recordé un texto de Benedicto XVI pero que decía refiriéndose a algunos "autores" y sus escritos: "cuántas teorías frías, cuántas palbras vacías".
Es ideal para liarte o para que no quitarte las ganas de seguir aprendiendo.
susi:
yo también voy bastante a Salamanca y estoy de acuerdo contigo en lo que dices sobre la falta de piedad que se respira en las misas allí. Si te arrodillas durante la consagración cualquier día te sacan una foto con el móvil :(
Sobre la ponti no haré comentarios.
En realidad, no es culpa de nadie: ¡To er mundo es güeno! Claro que sí.
No puedo evitar el sarcasmo. Lo siento.
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JMI.- Yo también lo siento. Sobre todo por usted.
En todo caso, esté seguro de que a pesar de las deficiencias que sinceramente creo haber hallado en su obras aquí comentadas, no se me pasa por la mente tenerle por "hereje". Ni tampoco en modo alguno considero que le haya "atacado", ni que sea yo "enemigo" suyo. Tampoco Ud. lo pensará, me figuro. Simplemente, mi escrito es la rencensión crítica que un profesor de teología hace a la obra de otro profesor de teología. Como siempre se ha dado en la tradición teológica. Gracias de nuevo y que Dios le bendiga.
excelente es el autor
("Estas obras las denuncié –y creo que también otros antes y después– a la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe primero, a la Congregación romana correspondiente después, y finalmente al Arzobispado de Madrid, pero sin resultado alguno".)
....Nadie le ha contestado, yo sospecharia que usted no lleva la razón en lo que dice; a no ser que usted se crea el depositario de la Tradición Apostólica y de la verdad (lo que me lleva a pensar en un narcisismo algo patólogico).
EL Dr. Flecha es un buen especialista en Moral, que ha demostrado de sobra su fidelidad al magisterio. Y además es un buen pedagogo y ,mejor aún, un buen hombre y buen cristiano.
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JMI.- Yo digo lo que digo, cito textos y argumento. Si Ud. me estima narcisista patológico, paciencia. Al P. De Mello S.J. le reprobaron fuertemente de Roma once años después de muerto, cuando llevaba unos treinta de best-seller. Al P. Marciano Vidal también lo reprobaron de Roma , cuando llevaba casi 30 años publicando, durante los cuales de Madrid no le vino ninguna reprobación. La Iglesia ejerce su Magisterio cuando habla, no cuando calla.
OREMOS POR ELLOS Y POR NOSOTROS, PARA QUE EL ESPIRITU SANTO QUE A TODOS NOS ILUMINA SI SE LO PEDIMOS,NOS DE LA UNION Y EL AMOR,PARA NUESTRO BIEN Y EL DE TODA LA IGLESIA.Y UN DIA PODAMOS TODOS JUNTOS ALABAR AL MISMO PADRE Y CREADOR DE TODOS.
¡Basta ya de denigraros unos a otros! El Evangelio es más grande que nuestras pequeñas mezquindades de "supuestas pequeñas herejías"!
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JMI.-No conoce Ud. bien, al parecer, el ejemplo de Cristo, de los Apóstoles, de los Padres y doctores de la Iglesia, de los santos teólogos, que pusieron mucho en empeño, juntamente, en afirmar la verdad y en negar los errores que le son contrarios. Si se anima, vea en mi blog los números (42-43).
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JMI.-Gracias por su gratitud.
Bendición +
Pax
Querido Padre Iraburu, resulta que estoy estudiando Ciencias Religiosas y en la asignatura de Teología Moral Fundamental nuestro libro de texto es el comentado aquí. Estoy de acuerdo con usted. El libro es desconcertante: junto a párrafos inspirados que transpiran fe hay otros que son totalmente inaceptables desde la ortodoxia católica. A la obra le sobran páginas, le falta claridad, precisión y, sobre todo, mesura. Le pongo aquí un ejemplo que me ha dejado perplejo, está en la página 101 y es una cita que Flecha hace a un autor llamado Schrage:
"La meta y la esencia del llamamiento a seguir a Jesús no es, por tanto, ni una doble moral ni la vinculación personal a él; es decir, no es su propia persona ni su propio poder, sino la participación en la irrupción del reino de Dios, del cual él es representante y cuyas exigencias hay que referir fundamentalmente a este Reino. En definitiva, no es Jesús el que trae el Reino, sino el Reino el que trae a Jesús".
Al incluir esta cita en el texto, Flecha está asintiendo a su contenido. No comparto para nada este párrafo.
Menos mal que la Iglesia tiene a teólogos como usted, Padre José María.
Ut in omnibus glorificetur Deus.
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JMI.-El Señor tenga piedad de ellos y de nosotros.
A mí me gustan las cosas claras, como usted las cuenta.
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