La Madre Teresa, Fray Rosendo Salvado y la religión como "hecho"
No se pueden negar los hechos. Están ahí, ante nosotros, nos gusten más o menos. Como decía Edith Stein, se trata de “fijar nuestra atención en las cosas mismas", acercándonos “a las cosas con una mirada libre de prejuicios".
¿Libres de “prejuicios"? No lo estamos del todo, nadie y nunca. Siempre partimos, como decía Newman, de “primeros principios” y de “probabilidades antecedentes".
Lo honrado sería decir siempre, y en todo, desde dónde partimos. Por ejemplo, si se critica una exposición sobre la Madre Teresa de Calculta, habrá que decir por qué: ¿Por llevar la contraria al partido en el Gobierno? ¿Por odio a la fe católica? ¿Por considerar que la religión - por lo visto solo la cristiana y, en particular, la católica, porque las otras molestan menos - ataca el sentimiento de los laicos, ateos y “aconfesionales"?
Digamos por qué. Pero los hechos, admitidos los prejuicios, no se pueden negar. Y un hecho es la relevancia de la religión - sí, también del Catolicismo - en la vida de las personas, de las sociedades y de los pueblos.
Puede gustar más o menos, pero es un hecho. Hay, también hoy, en nuestra sociedad, personas creyentes. Personas que, como la Madre Teresa, se han basado en su fe para irradiar sobre la parcela de mundo que estaba a su alcance una luz de ayuda, de servicio; de humanidad, en suma. Pretender mostrar el efecto ocultando la causa, la motivación profunda, es cercenar lo real. Y lo real se impone con tozudez.
Algo similar hizo, en su época, no tan distante de la nuestra, el obispo benedictino Rosendo Salvado, “el apóstol de las antípodas", como lo denomina un periodista de Faro de Vigo.
La labor humanitaria de fray Rosendo Salvado, como la de la Madre Teresa, es indisociable de su raíz religiosa. Como la dedicación de mi antiguo compañero de Seminario, José Manuel Bernárdez Gándara, que acaba de fallecer, es inseparable de un compromiso muy serio con Cristo.
La caridad, sin apoyo en Dios, no es caridad y, eso es un hecho, difícilmente subiste, permanece, por largo tiempo. Nadie niega el mérito de los buenos samaritanos “laicos". Pero sería injusto negar el de los buenos samaritanos “religiosos".
Las teorías no suplen, jamás, a la vida. La vida, las vidas de los que se toman en serio la vida, está ahí, ofreciendo la indeclinable resistencia de los hechos, de las “cosas mismas". Pese a quien pese.
Pretender negarlo no equivale a independencia del espíritu, sino a ceguera o, en el peor de los casos, a sectarismo necio.
Guillermo Juan Morado.
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