Luterándonos: Devotio moderna y obediencia ciega
Ya hemos analizado en otro lado los rasgos característicos de la Devotio moderna, una corriente de espiritualidad que, especialmente en el siglo XV comenzó a inmiscuirse lentamente dentro de los mejores círculos católicos y que aún perdura en el presente[1].
Entre sus características principales mencionábamos un reglamentarismo excesivo que terminaba por anular la persona al minar literalmente la conciencia. Por cierto y a modo de atenuante, hay que decir que Lutero había nacido en tiempo y forma para recibir lo peor y lo mejor de su época: una teología escolástica decadente y –por ende–una espiritualidad alejada de la tradición católica; no por nada Taulero era su “místico preferido”[2] e incluso,
“el célebre Gerardo Groote gozaba de gran autoridad aun para Lutero. Todos saben cuán poderosa fue la influencia de Groote sobre la vida monástica de su época[3] (…). “Con el espíritu de Rusbrokio (Ruysbroeck) está redactado el librito de la Imitación de Cristo que en tiempo de Lutero ya se había extendido muchísimo, tanto manuscrito como impreso. Está en las manos de todos, incluso de los protestantes”[4].
Al inicio de su vida religiosa, el fraile alemán será un férreo defensor de la virtud (y el voto) de obediencia, entendida ésta como “la más grande de las virtudes”. Por ejemplo, antes de su ruptura con la Iglesia de Roma,
“hace hincapié con toda su fuerza en que los súbditos cultiven la obediencia, sin la cual no hay salvación, y que sacrifiquen sus ejercicios privados a los generales y claustrales, esto es, a los prescritos por las reglas, en una palabra, a la obediencia: ‘nadie es justo sino el obediente’”[5].
En líneas generales –nadie lo duda– llevaba la razón, sin embargo, en nombre de dicha virtud no pocas veces se han cometidos enormes tropelías dentro de los claustros, haciendo convirtiendo a “inferiores” en “superiores” y –por ende- en tiranuelos que, esa ley de la compensación, de la cual hablaba Castellani, serían incapaces de faltar a la castidad, pero sí muchas veces a la caridad y a la prudencia.
Al Lutero agustino y observantérrimo le parecía que uno podía salvarse siempre a tenor de la conciencia del prelado, es decir, del superior, poniendo en suspenso o en “modo obediencia” –con perdón de la expresión– la propia alma:
“durante una buena serie de años lo vemos en el claustro ejercitar exteriormente y en las observancias exteriores una obediencia ciega (…). En cuanto lo podemos rastrear por sus escritos, siempre sostiene la necesidad de la ciega obediencia claustral (…). Interpretando el versículo 2º del salmo 1.: ‘En la ley del Señor está su voluntad’, escribe Lutero: ‘hay, en el día especialmente, muchos religiosos que se reservan el juicio sobre lo que a ellos les mandan sus superiores, lo cual no es estar bajo el superior, sino sobre el superior. Al religioso debe bastarle un solo motivo para obedecer, que es el dé haber prometido obediencia. No debe, como la serpiente del paraíso, preguntar el ‘porqué’. Dios no quiere sacrificios sino obediencia, ni necesita de nuestras grandes obras, pues que Él puede hacerlas mucho mayores, sino que nos pide únicamente la obediencia. Resalta su valor hasta en un mandamiento mínimo y despreciable, mientras que la desobediencia es infinitamente ruin hasta en las obras más grandes e importantes’. El año siguiente repite Lutero la misma idea: ‘cualquiera cosa que hagamos sin relación a la obediencia, es obra defectuosa’”[6].
Por el contrario, Santo Tomás de Aquino a quien hay que acudir siempre, planteaba ya en pleno siglo XIII que es la conciencia (incluso cuando es errónea) la que obliga al alma más que el precepto del prelado[7] y que –por ende– es imposible suspender su ejercicio a fuer de un mandato superior.
Pero podríamos preguntarnos ¿de dónde este reglamentarismo u obediencialismo tan lejano a la concepción tradicional? ¿No cabría mejor un “subjetivismo” en pleno Renacimiento? Pues no: al alejarse el hombre de Dios como de su principio y fin, y colocarse en el ápice de la realidad natural y sobrenatural, es necesario que nada haya más arriba que la ley positiva que hará clamar a Luis XIV su “l’État c’est moi!”.
El hombre moderno pondrá al hombre (¡a todo hombre!) como origen de la ley; por el contrario, muy diversa era la idea de obediencia en la espiritualidad tradicional, la cual le hacía proclamar a San Bernardo, al momento de su profesión:
“‘prometo… obediencia según la regla de san Benito’, y por lo tanto, no según la voluntad o capricho del presidente”[8].
Santo Tomás lo decía aún más claramente:
“el que hace la profesión no hace voto de observar todas y cada una de las cosas que prescribe la regla, sino que lo hace de la observancia de la vida regular cuya esencia está comprendida en esos votos. Hace voto, no de la regla, sino de vivir según la regla esto es, procurar que ‘sus costumbres sean ajustadas a la regla como a un patrón’”[9].
Es decir: la obediencia ni era ciega ni era idiota ni era absoluta, sino que buscaba seguir lo esencial de una regla, bajo la guía prudente de un superior que gobernaba en un ámbito de caridad y confianza mutua. Lutero, por el contrario, la entendía según la corriente de la Devotio moderna:
“He aquí que yo he hecho voto de toda la regla de san Agustín”, por lo que había jurado cumplir cada uno de los artículos y exhortaciones de la regla de allí que fuera imposible ver la regla como algo amable. En la regla de san Agustín se dice, por ej.: ‘No vayan a bañarse sino es necesario y al menos de a dos o de a tres’, por lo que si alguien, siendo ermitaño no fuese en compañía de otros, estaría quebrantando el voto”[10].
Como señala el P. Denifle,
“En sus obras y sermones posteriores, la idea que Lutero más a menudo repite en todos los tonos, es que los religiosos colocan a sus fundadores en lugar de Dios y de Cristo”[11].
Y tenía razón en algunos casos. Con el tiempo y por una natural (¿?) rebeldía, diría justamente lo contrario:
“Cuando me pongo a pensar que nada justifica delante de Dios, sino la sangre de Cristo, luego a luego me salta a la vista la consecuencia siguiente: en ese caso, los estatutos de los papas y las reglas de los fundadores nos apartan del camino verdadero lo cual es motivo suficiente para que sean arrasados todos los conventos”[12].
Se trataba de una decadencia no tanto de la vida religiosa sino de un juridicismo y hasta diríamos, una interpretación farisaica de las leyes que se iba introduciendo a partir de ese reglamentarismo indecente propugnado por la nueva corriente de espiritualidad:
“Bajo el papado se aterrorizaban cándidamente las conciencias, porque, por. ej., si él cuando era monje, hubiera salido de la celda sin escapulario, hubiera creído cometer en ello pecado mortal, porque un monje no puede andar sin escapulario”[13].
Y de obediencialista pasará al extremo contrario como leemos ya en 1531 a decir que la Iglesia,
“permite, sin embargo, enseñar y creer que el que suelta un preso en el roquete (hacer una flatulencia), hace un pecado mortal, y el que ventosea en el altar, es un condenado. Pero oigamos su insigne artículo de fe: el que, lavándose la boca con agua, traga una gota, no puede celebrar misa; el que, teniendo la boca abierta, se la cuela un mosquito en el gaznate, aquel día no puede recibir el Sacramento, y por este mismo estilo, tienen un sinnúmero de artículos espléndidos, excelentes y sublimes, sobre los cuales está fundada su iglesia cochina”[14].
Para ver la diferencia entre esta concepción rigorista de la ley y la devoción tradicional, otra vez debemos volver al Aquinate quien, ante una objeción referida el ayuno eucarístico, decía:
“Si el sacerdote se acuerda, después de la consagración, de que ha comido o bebido algo, debe completar el sacrificio y asumir el sacramento. Igualmente, si se acuerda de que ha cometido un pecado, debe arrepentirse con propósito de confesar y satisfacer, de tal manera que asuma el sacramento no indigna, sino fructuosamente. Y la misma razón vale para el caso de acordarse de que está excomulgado. Debe proponerse pedir la absolución. Y así le absolverá el invisible Pontífice, Jesucristo, para este acto de acabar los divinos misterios”[15].
¿Dónde entonces el rigorismo? Sólo en la concepción de Lutero.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
[1] Seguimos aquí las fuentes citadas y cotejadas a partir de la monumental obra de Fray Heinrich Denifle (ya ofrecida en castellano aquí y, en francés aquí). Los originales que hemos consultado de Lutero, tanto en alemán y en latín, se encuentran aquí.
[2] Cfr. Heinrich Denifle, Lutero y el luteranismo. Estudiados en sus fuentes,Tip. Col. Santo Tomás de Aquino, Manila 1920, 175.
[3] En su comentario sobre la carta a los_ Romanos, c. 5, fol. 167, Lutero encuentra que ningún otro ha explicado tan bien como Groote la naturaleza del pecado original.
[4] Heinrich Denifle, op. cit., 185.
[5] Weim., IV, 405 (Heinrich Denifle, op. cit., 35).
[6] Dictata in Psalterium, Weim., III, 18 y IX, 306, año 1513 (Heinrich Denifle, op. cit., 455-456).
[7] Cfr. Santo Tomás de Aquino, De veritate, q. 17, a.5.
[8] “Non ergo secundum voluntatem praepositi”. De praecepto et dispensatione, c. 4, n. 10 (Heinrich Denifle, op. cit., 59).
[9] Suma teológica, 2.a 2.ae, q. 1.86, art. 9 ad 1um.
[10] Heinrich Denifle, op. cit., 60.
[11] Heinrich Denifle, op. cit., 80.
[12] Weim., XX, 622 (Heinrich Denifle, op. cit., 404).
[13] Cfr.Erl., 44, 347; 48, 203; Tischr. ed. Foerstemann, III, p. 239 (Heinrich Denifle, op. cit., 62).
[14] Erl., 25, 75 (Heinrich Denifle, op. cit., 64).
[15] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III pars, q. 83, a. 6, ad 2um.
14 comentarios
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Me alegro Juan, me alegro. Dios lo bendiga. PJOR
Saludos
De esa forma el principio de no contradicción -esencial en la lógica Tomista- se diluye en la mera voluntad del hombre "en ejercicio".
Si miras con detenimiento el "conjunto" de situaciones que se están presentando se advierte con claridad que hay una planificación bien pensada, de pasos dados escalón por escalón para intentar montar un ecumenismo ligth políticamente correcto donde la obediencia será impuesta hayas o no sujetado tu voluntad a un voto. Allí encontrarás plasmado tu acierto al citar a Luis El Estado Soy YO........ El hombre sobre todo los hombres, pero un hombre....
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Interesantísimo y acertadísimo comentario. Gracias por compartirlo. PJOR
Ni los textos de la Misa ni las rúbricas de la misma de ningún rito católico han sido compuestos por inspiración divina. Son tradiciones eclesiales (no confundir con la institución de la eucaristía, la materia, etc). El cumplimiento de las rúbricas litúrgicas sigue preceptos humanos, normas establecidas no por Dios, sino por la Iglesia y que puede alterar el legislador. El rigorismo rubricista solo surge tras Trento. La Misa pre-tridentina era mucho más "libre" que la post-tridentina. Eso no quiere decir que esté rechanzando la Misa tridentina, sino el rubricismo, el rigorismo rubricista que le acompañaba.
Los católicos creemos con la virtud sobrenatural de la fe (la misma con la que afirmamos que Jesús es el Cristo, el Mesías que esperaron durante siglos los judíos, y el Hijo de Dios, por ejemplo) que el Espíritu santo inspira a la Iglesia, a pesar de todo, del mismo modo que nos inspira a nosotros manteniéndonos en su seno. Sobre todo, después de ser confirmados. Por ello, no vemos en los ritos católicos un rito familiar, como el de ir de vacaciones a no sé dónde, o social, como determinadas fiestas, o deportivo, con sus reglas y demás. Eso se lo puede parecer a un gentil o a un bautizado al que desgraciadamente el Señor haya retirado el don de la fe, cosa de la que no carecen ni los demonios, aunque de una manera demasiado complicada para explicarla y que no viene al caso.
Los textos de la misa, la mayoría de los cuales procedentes de la Biblia, son, pues, de inspiración divina y las rúbricas se inspiran (por ejemplo, exigiendo determinadas posturas) en ese mismo texto, donde se habla de qué es lo que Dios vio con buenos ojos o nos enseñó.
Desde luego que son humanas las rúbricas y todo lo demás, pero, como el derecho canónico, negar su divina inspiración supone, indirectamente, negar los fundamentos de nuestra fe.
Ponerse a hablar de diferencias litúrgicas entre la misa pre y post-tridentina desconociendo estos fundamentos me resulta curioso. Al margen de que no sea tampoco cierto, claro, como sabría si hubiera asistido a los ritos litúrgicos anteriores a Trento que la Iglesia todavía conserva (algunos orientales, el mozárabe...) Libre, o sea, caótico es lo que hacen algunos curas, ayer, hoy y, por desgracia, siempre, en las cosas humanas, tan frágiles.
Un abrazo en el Señor.
2) Las tradiciones eclesiales en materia litúrgica siempre son atribuidas a los apóstoles (en el caso de las Iglesias principales: Roma, Jerusalén, Antioquía, Egipto), o a grandes santos muy cercanos a Dios, por lo tanto, tradicionalmente, la concepción del mundo católico es que los ritos tienen gran parte de inspiración divina (¿hasta que punto? eso es lo difícil de estimar).
3) La frase: son normas establecidas no por Dios, sino por la Iglesia, y que puede alterar el legislador, es también para ser precavido: La disciplina eclesiástica debe ser reflejo de las verdades eternas (según la verdad revelada expresa) y atenerse a la Tradición (según la verdad revelada no escrita pero practicada y trasmitida). Ahora, que dicha disciplina pueda ser relajada o modificada, atentando a los principios nombrados, no corre por cuenta de la Iglesia como tal sino del legislador y se cumple el ppio. de no obedecer ciegamente. Pero en esto lamentablemente sale perdiendo el nuevo rito por su laxitud que el viejo por su "rigorismo".
4) ¿Me podría dar ejemplo de la "libertad" de las misas pre-tridentinas? San Pio V habla de ritos con 200 años de antigüedad, y si seguimos los criterios adoptados por el movimiento tridentino, nos consta que lo común en el mundo cristiano era atenerse fielmente a las rúbricas, no como una carga legal (visión moderna) sino como una perfecta expresión del misterio realizado.
Recuerde finalmente que todo lo realizado en tema litúrgico en Trento no responde a un capricho de rigor y autoridad, sino a la amenaza protestante del subjetivismo y a cambios reales realizados en las liturgias locales (no en detrimento de las órdenes de Roma, como piensa la mayoría, sino en detrimento del culto general de la Cristiandad).
Saludos
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Libro como tal, con este enfoque, no conozco. Pero sí puede servirle este artículo en el cual me baso: https://ia601506.us.archive.org/14/items/MANRESA108.LaDevotioModernaseleccinDeArttculo_201703/MANRESA%20108.%20La%20devotio%20moderna%20(selecci%C3%B3n%20de%20art%C3%ADculo).pdf
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