La lluvia fina de Tarragona

No es Tarragona una zona lluviosa, ni mucho menos cae el líquido elemento de forma fina y continuada. Al contrario, las lluvias suelen surgir de forma torrencial, en especial en estas fechas septembrinas, en el que raro es el día en que los truenos y relámpagos no amenazan las vendimias, aunque la mayor parte de las veces solo llega a caer aquello que en sus comarcas se conoce como “tupullot”. Mucho ruido y pocas nueces.

En los cinco años que lleva Monseñor Pujol Balcells como arzobispo de la diócesis, no ha habido ni un rayo, ni un trueno, ni siquiera un “tupullot”. Al revés, su actuación se puede comparar mejor con un chirimiri norteño que con las torrenteras propias de estos parajes.

La designación de Monseñor Pujol Balcells cayó en Tarragona como un jarro de agua fría. Un sacerdote del Opus Dei, que había pasado toda su vida sacerdotal entre Roma y Pamplona, que era preconizado arzobispo, sin haber sido obispo de una diócesis menor, que no tenía ascendente alguno entre el clero catalán, ni tan siquiera con los miembros de la Prelatura en Cataluña. Su único nexo de unión era un hermano sacerdote en la diócesis de Urgel, miembro de la curia episcopal tanto en tiempos del obispo Martí Alanís como del obispo Vives.

Sin embargo, el nuevo arzobispo se hizo enseguida con la diócesis y consiguió un milagro: hacerse bien con todo el mundo. Cuando le conocieron (y le conocí) descubrieron un hombre afable, simpático, cercano y especialmente didáctico y pedagógico en sus charlas, pastorales y homilías. Además, en estos cinco años ha llevado a cabo una labor incansable. Ha visitado todas sus parroquias en varias ocasiones, ha escuchado a todo el mundo, de todas las tendencias y con todos se ha portado de manera paternal y comprensible. Nadie puede decir que Monseñor Pujol no se haya comportado como un verdadero pastor.

Pero que nadie se crea que esa calidez humana y esa riqueza espiritual e intelectual podían provocar que con el arzobispo pudiera hacer todo el mundo lo que quisiese. Al revés, Monseñor Pujol no tiene ni un pelo de tonto y es por ello que supo desde el primer momento que, al no poder entrar en la diócesis como un elefante en una cacharrería, debía realizar una labor de hormiguita, que fuese calando en sus feligreses y sacerdotes. La lluvia fina.

Probablemente sus antecesores en el cargo se lo habían dejado fácil. Dejando aparte al Doctor Pont i Gol, prelado típicamente post-conciliar, pero que dejó profunda huella por su humildad y sencillez, no se puede decir lo mismo de Torrella y de Sistach. El primero fue un obispo antipático, distante, enfermizo y muy pagado de sí mismo. De Sistach qué les vamos a contar. Pasó por Tarragona como un grado más en su escalafón. Ya sabemos que cuando estaba en Roma estudiaba para Cardenal. Pocos les guardan buen recuerdo. Por eso la llegada de Pujol representó una bocanada de aire fresco, después de dos pontificados tristes y huraños.

Pero en la archidiócesis existía un poder fáctico, con nombre y apellidos: Mossèn Miquel Barbarà Anglés. Lo había sido todo en Tarragona. Secretario y Canciller de Monseñor Pont i Gol, vicario episcopal con Torrella y vicario general con Martínez Sistach. Llevaba treinta y tres años manejando la diócesis a su antojo, viendo pasar obispos e incrementando su poder. No iba a ser fácil desembarazarse de él. Obviamente, Monseñor Pujol no lo pretendió, ni mucho menos. Pero supo esperar a su debido tiempo y en este año 2009 halló el momento justo y la persona ideal para acabar con aquel poder omnímodo. Y el acierto ha sido pleno. Un vicario general que va a dar mucho juego en la Cataluña del siglo XXI: Mossèn Joaquín Fortuny Vizcarro. Desde que fue designado el pasado mes de Marzo está llevando a cabo una actividad frenética. Le conocen en todas las parroquias y tanto su afabilidad personal como su riqueza espiritual se igualan a las de su arzobispo. Incluso tiene su número de teléfono móvil en la web del arzobispado, disponible para quien quiera llamarle a todas horas.

Están formando un gran tándem Pujol y Fortuny. Espero que lo formen muchos años. Y si no lo consiguen es porque, sin lugar a dudas, Mossèn Fortuny será uno de los nuevos obispos de esta Cataluña renovada. Se irá él antes que su arzobispo. Porque Pujol Balcells no espera salir de Tarragona. Muy equivocados están aquellos que lo preconizan como sucesor de Sistach. La labor de Pujol es lenta. Lenta pero segura. Por ello necesita de un pontificado largo, que no se vea interrumpido a medias, como le pasó a Martínez Sistach.

Los pontificados cortos suelen ser contraproducentes. Parten la actividad de las diócesis por la mitad y suele ocurrir –como ya pasa en Barcelona- que a mitad del mandato ya se hable del sucesor del obispo. No, Pujol Balcells se quedará en Tarragona y relanzará la diócesis, como ya lo está llevando a cabo. No solo con su vicario general, sino con otros mimbres en los que ha puesto el ojo y que no le van a defraudar.

Fortuny y las nuevas generaciones versus Barbarà. La iglesia joven y renovada frente a una iglesia decrépita y periclitada. Sin embargo, Barbarà se aburre y quiere morir matando. El artículo –este sí anónimo- publicado por Tribuna Catalana, ha nacido en su factoría. Estaba claro que después de tantos años de poder, no se iba a quedar relajadito en casa.

Pero a pesar del carácter insidioso del artículo de marras, no se trata de nada más que de los últimos coletazos de un animal moribundo. Tarragona se está renovando completamente y Barbarà (o sus acólitos) ya solo gozan de una presencia testimonial. La lluvia fina seguirá produciendo sus efectos beneficiosos y de aquí unos años podremos comparar los números de Barbarà con los números de Pujol y Fortuny. A ver si va a pasar como en Terrassa.

Oriolt