La introducción del órgano en la liturgia de la Iglesia (II)
En el artículo anterior vimos que el órgano había nacido en el Egipto helenizado del siglo III antes de Cristo, que tuvo unos años de existencia exclusiva en el mundo griego y que a mediados el siglo I llegó a la ciudad de Roma. También que en los primeros años de la Iglesia el órgano no tenía ninguna vinculación con el culto cristiano, y que estaba asociado a la vida social del paganismo romano.
El órgano, a raíz de la caída del Imperio Romano occidental, y al igual que otros elementos de la cultura clásica, cayó en el olvido. Sin embargo sí continuó su vida en el Imperio oriental. Constantinopla reprodujo el modelo de la antigua Alejandría y se convirtió en una ciudad donde florecían los saberes, en un punto de reunión de gentes de muy diversa procedencia. Además, varios emperadores eran especialmente aficionados a la música y más concretamente al órgano. Juliano el Apóstata compuso un epigrama dedicado al instrumento, Constantino Coprónimo, como veremos a continuación, envió un órgano en obsequio a Pipino el Breve, y Teófilo construía sus propios instrumentos. La razón principal de la subsistencia del órgano en el Imperio oriental es que allí no se produjo una ruptura de la tradición romana, además de que el potente sonido del órgano constituía un eficaz símbolo de la grandeza imperial: el órgano era parte imprescindible del riguroso y solemne protocolo oriental.
El emperador y escritor Constantino Porfirogéneta describe en el siglo X el uso del órgano en las ceremonias imperiales dentro de un ritual muy estricto y detallado. Aunque el órgano acompaña al emperador y a los cánticos populares de alabanza suya en el transcurso de las ceremonias cívico-religiosas, nunca suena en el espacio estrictamente litúrgico, sino como mucho a las puertas del templo.
Según los documentos disponibles más fiables el silencio organístico occidental finalizó en el año 757. Ocurrió en virtud de una maniobra diplomática del mencionado emperador bizantino Constantino V Coprónimo hacia Pipino del Breve, rey de los francos. Pipino, respondiendo a la llamada de auxilio del Papa, había eliminado la amenaza de los lombardos sobre el entonces ducado de Roma y otros territorios hasta entonces dependientes de Constantinopla, pero que no habían podido recibir ayuda de ésta. En lugar de devolver dichos territorios al emperador oriental, Pipino se los entregó en homenaje al Papa. El emperador, que no podía responder militarmente por carecer de fuerzas, optó por el acercamiento diplomático.
Nos cuenta el cronista Eginardo que el rey Pipino recibió una embajada imperial que traía consigo varios obsequios, entre los que se contaba un órgano. En esos momentos Pipino presidía una asamblea general con sus súbditos en Compiègne, así que en este lugar parece haberse escuchado por primera vez el sonido del órgano en la Europa occidental cristiana. Algunos autores han venido dicendo que este primer órgano fue instalado en la abadía de Saint-Corneille, pero lo cierto es que no pudo ser así dado que tal iglesia no fue erigida sino un siglo después. Lo más probable es que fuera instalado en la residencia de Pipino.
Es muy interesante constatar que en esos mismos años, en esos mismos lugares, y casi con los mismos protagonistas se está produciendo otro hecho fundamental: el nacimiento del canto gregoriano. En el contexto de las mismas cuestiones diplomáticas antes aludidas el papa Esteban II acude a Saint-Denis en 754 para visitar al rey Pipino y permanece allí dos años. El contacto entre la schola papal y los cantores de la Galia marcó el comienzo de un acercamiento entre el rito romano y la música litúrgica de los francos que está en el origen del canto gregoriano.
Podemos deducir que el órgano regalado por el emperador oriental constituyó el verdadero regreso de este instrumento musical a la Europa occidental por el gran énfasis que hacen todas las crónicas de aquel año en la novedad del acontecimiento; así, podemos leer en la del monasterio de San Arnulfo: (organum) quod antea non visum fuerat in Francia; y en la de Mariano Scotto: organum primitus venit in Franciam; o en la de Lamberto Schafnaburg: organa primum missa sunt Pipino.
Poco sabemos sobre este primer órgano llegado al Occidente cristiano. Referencias posteriores a una crónica contemporánea ya desaparecida lo describen como “admirable” y de trop merveilleuse biauté. Por el relato del monje de San Galo Notker Balbulus en su Gesta Caroli Magni sabemos que era un instrumento excelente (praestantissimum), que fue examinado minuciosamente por los artesanos de palacio, casi en secreto (dissimulanter), que tenía fuelles hechos con piel de toro (…follibusque taurinis) y tubos de bronce. Dada su procedencia bizantina podemos imaginarlo lujosamente ornamentado y decorado con piedras preciosas. Se nos habla también de que era capaz de producir tres timbres diferenciados: uno parecido al “estrépito del trueno” (boatum tonitrui), otro asemejado al “murmullo de la lira” (garrulitatem lyrae) y un tercero que recordaba la “dulzura de la campana” (dulcedinem cymbali).
Al cabo de unos años este órgano desapareció y el nieto de Pipino, Luis el Piadoso, manifestó un intenso deseo de volver a contar con un instrumento similar, quizá para imitar en fasto y pompa a la corte bizantina de la que su abuelo había recibido el anterior. De modo que en el año 826 encarga el trabajo a un misterioso clérigo veneciano llamado Georgius, quien construye e instala un órgano hidráulico -more Graecorum, dicen las crónicas- en el palacio real de Aquisgrán. Georgius es una figura muy importante por dos razones: es el primer organero occidental en cinco siglos, y además al transmitir su arte a sus discípulos pone las bases de la organería europea que ha llegado hasta nuestros días con el impresionante grado de desarrollo que conocemos.
Hasta este momento el órgano había tenido un uso profano, tanto en Constantinopla como en sus primeros destinos occidentales: los palacios de Pipino el Breve y Luis el Piadoso. Por razones todavía desconocidas, a partir del 900 el órgano se va convirtiendo en el instrumento propio de la Iglesia de rito latino. Quizá una de esas razones sea que Georgius era sacerdote y acabó ingresando como monje en un monasterio, y que sus discípulos seguramente también fueron monjes. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo los conocimientos de aritmética y acústica necesarios para construir y afinar bien los tubos sólo se daban en los monasterios.
Desde el último cuarto del s. IX los discípulos de Georgius se dispersan por Europa, y ciertas regiones adquieren reputación en el arte de la organería. Así, el papa Juan VIII (872-882) encarga al obispo Anno de Freising, en Bavaria, enviarle, con el propósito de enseñar la ciencia de la música, un órgano excelente junto con un organista capaz de extraer la mayor cantidad de música de él. De aquí parece deducirse que en Italia no había órganos o al menos “órganos excelentes”, y que sí los había en Bavaria, así como organistas competentes. También es interesante que el Papa todavía no busca el órgano para el culto, sino para la enseñanza de la música.
Una de las primeras referencias de órgano destinado al culto es la de Tona en 888: Un presbítero llamado Álvaro certifica que ha traído para la dedicación de la iglesia de esta localidad catalana un cáliz, una patena, un Misal, un Leccionario y un órgano.
En 915 encontramos una referencia a lo que parece ser un órgano destinado al culto de un monasterio. El conde Atto fundó un monasterio en honor de San Apolonio Confesor, dotándolo de abad, monjes, muchos ornamentos y objetos litúrgicos, además de encargar la construcción de un órgano “en honor del Confesor”.
En 992 la Vida de San Oswaldo el Joven recoge el pago de 30 libras para construir tubos de cobre para el órgano. De este órgano se dice claramente que se hacía sonar en los días de fiesta. En esa misma época (c. 924-988) San Dunstan dotó de un órgano, esta vez con tubos de bronce, al monasterio de Malmesbury. Como atestiguaba una inscripción en el mismo instrumento, este órgano estaba dedicado a San Aldhelm (ca. 639-709) quien, a su vez, es autor de unas alusiones al órgano de fuelles tan precisas y explícitas que sugieren la posibilidad de que el órgano fuera conocido en Inglaterra antes del regalo de Constantino al rey Pipino. Fuera o no así, el hecho es que el órgano ganó rápidamente popularidad en Inglaterra, y a mediados del siglo X se construyó un órgano monumental en la iglesia de San Pedro de Winchester por orden del obispo Elfegio, muerto en 951.
En el último cuarto del siglo X encontramos construyendo órganos en Francia al por entonces todavía monje benedictino Gerberto de Aurillac, futuro arzobispo de Reims y más tarde papa Silvestre II. Gerberto debió de aprender este arte en el monasterio de Aurillac donde cursó sus estudios, o también con los árabes, ya que se sabe que vivió largo tiempo en Córdoba durante el periodo del califa Al-Hakam II, adonde había acudido para adquirir y perfeccionar conocimientos científicos y musicales. Gerberto logró reconstruir exitosamente el primer modelo de órgano conocido: el hydraulis de Ktesibio de Alejandría, seguramente sobre la base de los tratados de Hero y Vitrubio, y no dudó en instalarlo y hacerlo sonar en su propia iglesia, lo cual indica que su sonido no fue considerado indigno del templo.
De 972 data un texto muy preciso sobre el uso del órgano en la consagración de la iglesia del monasterio de San Benito de Bages, en la diócesis de Vich:
Los sacerdotes y los diáconos cantaban gozosamente sus plegarias a Dios; y cerca de la entrada el órgano vertía la música que podía oírse desde lejos, rogando y bendiciendo al Señor.
En la primera mitad del siglo XI el órgano ya es considerado como un objeto litúrgico más. Así al menos se desprende de la obra de un religioso llamado Teófilo, quien se detiene a explicar la construcción de todos los objetos necesarios en una iglesia, entre ellos el órgano. Esto no deja de ser curioso porque en esa época seguramente eran mayoría las iglesias que todavía no contaban con este instrumento.
Hasta el momento no se ha encontrado en los archivos pontificios ningún documento que refleje una primera autorización oficial para usar el órgano en la liturgia. Sí se conservan testimonios sobre las reacciones que despertó su entrada en el culto. Entre 1114 y 1130 Baldrico, obispo de Dol, escribe una carta a los habitantes de Fécamp después de una visita a la iglesia de este lugar. En la abadía de Fécamp había un órgano que, según Baldrico, era tocado en ocasiones concretas. Al parecer este órgano había despertado las críticas, tal vez envidiosas, de otras iglesias que no contaban con un instrumento similar. Baldrico tilda a los críticos de calumniadores e incapaces de comprender el profundo valor religioso y simbólico del órgano, que a él le lleva a hondas reflexiones:
…al igual que tubos de diferente tamaño y peso suenan juntos en una misma melodía por la acción del viento en ellos, así los hombres deberían tener los mismos pensamientos y deseos e, inspirados por el Espíritu Santo, unirse en unos mismos deseos. (…) Todo esto he aprendido de los órganos instalados en esta iglesia. ¿Acaso no somos nosotros el órgano del Espíritu Santo?
Los recelos ante el nuevo invitado en la liturgia no siempre se debieron a envidias. Su uso incorrecto concitó la oposición de algunos eclesiásticos como, por ejemplo, la de San Elredo, abad del cenobio cisterciense de Rieval, en Yorkshire (Inglaterra). En 1166 lanza una apasionada crítica contra el ruido que forman el órgano y los juegos de pequeñas campanas que en esa época, tal como prueba la iconografía, solían usarse en el culto divino:
… la gente, permaneciendo temblorosa y en silencio, es asombrada por el ruido de los fuelles, el tintinear de las campanas, la armonía de los tubos… Es como si se pensase que la gente se ha reunido no en un lugar de culto, sino en un teatro; no para orar, sino para presenciar un espectáculo.
En la primera mitad del siglo XIII el órgano ya se ha consolidado como el instrumento propio del culto católico, tal como afirma el franciscano Bartholomeus Anglicus en su Liber de proprietatibus rerum:
De este instrumento hace comúnmente uso la Santa Iglesia, y no de otros.
En el mismo sentido se pronuncia en esos años otro franciscano: el español Fray Juan Gil de Zamora (ca. 1214- ca. 1318), colaborador del rey Alfonso X el Sabio. En su obra Ars Musica da a entender no sólo que el órgano estaba consolidado para entonces en su uso litúrgico, sino que previamente se habían usado en el culto también otros instrumentos:
La Iglesia sólo usa este instrumento musical para sus varios cantos, secuencias e himnos; todos los demás instrumentos han sido abolidos porque habían sido objeto de abuso por parte de los histriones.
El carácter sacro del órgano será definitivamente sancionado por Santo Tomás de Aquino, cuando en su comentario al salmo 32 afirme como efecto peculiar de este instrumento que el afecto del hombre es arrebatado a lo celestial (rapitur in celsitudinem).
Esta idea de Santo Tomás será asumida por el Concilio Vaticano II en el nº 120 de la Sacrosanctum Concilium, casi con las mismas palabras:
Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.
Así sea.
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4 comentarios
La primera sería sobre la cita de este texto:"De 972 data un texto muy preciso sobre el uso del órgano en la consagración de la iglesia del monasterio de San Benito de Bages, en la diócesis de Vich:
Los sacerdotes y los diáconos cantaban gozosamente sus plegarias a Dios; y cerca de la entrada el órgano vertía la música que podía oírse desde lejos, rogando y bendiciendo al Señor."
Hay quien ha querido ver que este órgano situado cerca de la entrada, estaba en concreto en el atrio. Es decir, en aquel lugar que en aquella remota época estaban los catecúmenos, los cuales podían oír misa casi desde el exterior del templo, sin haber obtenido todavía el derecho a poder permanecer en el interior. ¿Estaría en esta cita, el órgano situado en el mismo lugar que los catecúmenos?
No sé si la imagen será verdadera o no, pero a mi me ha gustado esa referencia a un órgano que se dispone a entrar en los templos, pero que todavía no se lo considera maduro como para estar en su interior.
La segunda pregunta es sobre la confusión entre el órgano y la primitiva polifonía llamada "organum" ¿Hay alguna manera de poder distinguir ambas, o es un término que puede llegar a confundir incluso a expertos que puedan estudiar un texto medieval
Muchas gracias por anticipado.
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RdT: Hasta donde yo sé en esa época (s. X) ya ha había desaparecido el antiguo catecumenado, por estar extendido ya el bautismo de los niños. Son ya los siglos de la Cristiandad. Por esa razón no acabo de ver ese paralelismo del órgano con los catecúmenos. Según puede deducirse de los textos conservados la aceptación del órgano dentro de los muros del templo fue objeto de algunas reflexiones y críticas, pero no parece que a un nivel tan profundo y sutil como el que usted sugiere. Como mucho, reflexiones sobre los instrumentos en el Antiguo Testamento, su posible "carnalidad" o referencia a la Ley en contraposición a la "espiritualidad" o referencia a la Gracia más propios del Nuevo Testamento. Todo ello pasado por el platonismo predominante, que mezclaba el correcto énfasis espiritualidad-Gracia frente carnalidad-Ley con un descuido muy platónico de la dimensión material de la Nueva Alianza en cuanto Encarnación del Verbo.
Tampoco hay respuesta fácil al significado de la palabra organum. Ya el término de por sí es ambiguo, porque literalmente significa "instrumento". Por eso la referencia de Tona en el 888 ha sido vista con escepticismo por algún especialista, que no acababa de fiarse de una interpretación musical de la palabra "organum" dentro de una lista de objetos litúrgicos. La práctica polifónica llamada "organum" es posterior al instrumento llamado también "organum". Yo creo que una razón puede estar en que esta práctica polifónica primitiva usaba de las consonancias primarias (octavas y quintas) que ya eran bien conocidas y apreciadas en la afinación pitagórica que predominó durante la Edad Media vía Boecio, y que estaban presentes de modo claro y paradigmático en el instrumento musical organum. De hecho, en los primeros tiempos el instrumento organum, al usarse para la música monódica (que era la única existente), en la práctica estaba creando el modelo inmediato del organum polifónico por la presencia continua y automática de las consonancias de quinta y octava en cada una de las notas.
Por eso, para distinguir una acepción de otra hay que guiarse por el contexto. Lo cual no siempre es fácil, claro.
Y sigue haciendo de las suyas.
Considerando que es un tiempo penitencial, se debe notar este carácter, por tal razón el órgano (a excepción de los días de solemnidad, como fue el de la Inmaculada Concepción) no debe ser utilizado solo como arreglo u ornamentación musical (por ejemplo, en improvisaciones o ejecuciones instrumentales), sino solamente para sostener el canto, que tiene prioridad por sobre el instrumento en este tiempo.
Esta norma rige para todo el tiempo de Adviento, salvo el tercer domingo (Gaudete), donde si bien no se canta el Gloria, se permite que el órgano haga sonar algunos acordes jubilosos, en expectante inminencia de la llegada del Señor.
“Todo esto he aprendido de los órganos instalados en esta iglesia. ¿Acaso no somos nosotros el órgano del Espíritu Santo?” (Baldrico, Obispo de Dol, como citado por Raúl del Toro Sola).
“Es como si se pensase que la gente se ha reunido no en un lugar de culto, sino en un teatro; no para orar, sino para presenciar un espectáculo”. (San Elredo, abad del cenobio cisterciense de Rieval, en Yorkshire, como citado por Raúl del Toro Sola).
Para conseguir un fin determinado, como es la sublimidad y la manifestación externa de esta sublimidad en la celebración eucarística, deben ser utilizados unos medios proporcionados. Uno de éstos es la producción de belleza captable por los sentidos externos, pero no es un medio imprescindible. En la Cruz, Cristo no quiso producir este tipo de belleza, sino que fue movido únicamente por amor, que es lo que lo llevó a inmolarse individualmente por cada ser humano. Este amor fue exteriorizado a través de un espectáculo horrendo y diametralmente opuesto a la belleza captable por los sentidos externos: ninguno de éstos podía hallar deleite ante tal suceso histórico. Sin embargo, había algo bello, no captable por los sentidos externos sino por el intelecto a través de lo que aprehendían los sentidos externos: obediente hasta la muerte y muerte de Cruz; obediente por amor. El sacrificio no tiene sentido si no es por el amor, el sacrificio como tal no es in-formado por la razón. Quien se entrega a sí mismo lo hace por amor. Como no se ama lo que no se conoce, quien se inmola de verdad previamente concibe qué quiere hacer y por qué quiere hacerlo: entiende, entiende que entiende y, entonces, desea realizar lo que ha concebido como bueno: dirige su yo a entregar-se. Dios es el Ser, luego Dios es “lo bello”, “lo bueno”, “lo verdadero”. Dios es Amor, el amor es algo bello.
Manifestación de belleza, muestra de amor de Dios hacia nosotros, captable por los sentidos externos, la tenemos en la Naturaleza. El año 753 de fundada Roma, se plasmó otra enorme belleza para el hombre: el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana, de manera que ésta quedó actualizada de la manera más bella para los sentidos externos e internos. En la profundidad de nuestro ser, la belleza se manifiesta en que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios; tenemos intelecto y voluntad, somos entes racionales, sustancias individuales con naturaleza racional, somos personas. En Dios hay tres Personas. Dios es Amor, por amor se inmoló en la Cruz y por amor ordenó a los apóstoles perpetuar el memorial de este sacrificio, de manera que por Amor continúa, Él mismo, sustancialmente presente ante nosotros. El amor es bello por sí, no necesita producir belleza externa. Pero por nuestra naturaleza humana, en la unidad de un cuerpo in-formado por un alma espiritual, somos atraídos y quedamos enaltecidos cuando producimos belleza o cuando la captamos por los sentidos externos: nos eleva en el espíritu. Contribuye a la sublimidad.
En nuestra finitud podemos conocer naturalmente a Dios; así, somos íntimamente atraídos a darle culto. El mejor culto es amarlo con todo nuestro ser (unidad del cuerpo in-formado por el alma) y, por Él, amar a los demás como Cristo nos amó. Utilizando los sentidos externos, podemos y debemos dar ese culto; caso contrario, no nos daríamos totalmente. Producir belleza musical, es un medio adecuado (no sine qua non) para dar culto a Dios en la celebración eucarística. Pero hace falta que el medio sea destinado a la consecución del fin. No basta un órgano, un excelente organista, una excelente composición musical: hace falta que ello quede in-formado por la idea exclusiva de dar culto a Dios como Él se merece. En la celebración eucarística, este culto exige que nos hagamos otro Cristo, el mismo Cristo: unión íntima con Cristo en el sacrificio de la Cruz junto a María, su Madre, nuestra Madre. Caso contrario, no vamos más allá de un espectáculo musical. Dios se sirve de medios torcidos para obtener un bien; aunque el intérprete, en su obrar no esté in-formado por aquello, quizás sí genere en los fieles una causa capaz de elevarlos a dar culto a Dios. O al revés: un intérprete dando culto (honrándose como humano, siendo un fiel instrumento en manos de Dios a través de su pericia), pero unos asistentes no in-formados por amor.
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