22.11.23

¿Por qué no se habla del Juicio Final? (II)

Hace un par de semanas, estando yo en tierras norteamericanas, me llamó la atención en la Misa dominical que la segunda lectura apenas duró diez segundos. Refunfuñé por lo bajo y pensé lo que supongo que pensarían los demás: ya se ha equivocado el señor que está leyendo, se ha saltado casi toda la lectura, deberían escogerlos con más cuidado, etc.

Después, sin embargo, me picó la curiosidad y fui a comprobar el texto de la lectura de ese día. Descubrí que el buen señor no se había saltado nada y se había limitado a leer la “versión corta” que aparecía en el leccionario. El problema era que esa versión corta era un ejemplo asombroso de corrección política en formato eclesial.

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20.11.23

Nos han robado la palabra hostia

En esta breve entrevista, D. Antonio Izquierdo, párroco de San José Obrero (Móstoles), nos habla del magnífico libro que acaba de publicar en la Editorial Monte Carmelo. El título del libro, Jesús es la hostia, recupera y proclama orgullosamente una profundísima verdad de fe, aunque el mundo la haya olvidado y solo la recuerde para blasfemar.

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- El título es provocador y de primeras echa un poco para atrás, ¿no?

Efectivamente: el título, como explico en el brevísimo prefacio, busca justamente reparar que nos hayan robado esa preciosa palabra que tan hermosamente habla del misterio más hondo de Cristo en su ofrenda pascual, y de lo que, por gracia, nos regala ser unidos a Él.

Es cierto que choca; pero, a pesar de lo controvertido de la elección del título, espero que ver quién lo prologa sirva de antídoto a una primera mala impresión.

- Ciertamente, que Mons. Reig Pla haya querido escribir el prólogo es toda una garantía. El subtítulo también es interesante: “Una profesión de fe”. ¿Tiene algo que ver con sus razones para escribir el libro?

Bueno, no sé si es muy “libro”. Se lee en un ratillo de nada, porque es realmente muy breve, apenas 120 páginas. Pero sí, surgió como un agradecimiento por mis 25 años de sacerdocio, a modo de profesión de fe. Una forma de devolver (redditio) el maravilloso regalo de la fe que me ha entregado (traditio) la Iglesia. En ese sentido, es un libro muy testimonial, aunque explico cosillas al hilo de mis propias experiencias.

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15.11.23

Cuando las barbas de Brooklyn veas pelar

Acabo de leer una carta del obispo de Brooklyn que me ha estremecido. En ella, con un tono de completa normalidad, Mons. Robert Brennan explica que la asistencia a la Misa dominical ha bajado un 40 % en los últimos cinco años, de unos 200.000 fieles asistentes a unos 120.000. ¡Solo en los últimos cinco años han desaparecido ochenta mil fieles, cuatro de cada diez!

Al investigar un poco, he encontrado otra carta de un obispo anterior de la misma diócesis, Mons. DiMarzio, que reconocía que entre 1995 y 2016 los asistentes a Misa habían descendido un 23 %, de 280.000 a 220.000. ¡Otros sesenta mil fieles desaparecidos, uno de cada cuatro! Y quién sabe cuántos se habrían perdido antes de esas fechas. Es decir, se trata de una tendencia de larga data que, además, se ha acelerado vertiginosamente. Si las cosas continúan así, en diez o quince años prácticamente habrán desaparecido los católicos de Brooklyn, una gran diócesis neoyorquina de cinco millones de habitantes (es decir, mayor que cualquier diócesis española).

Solo esto bastaría para reflexionar y que mereciera la pena hablar de ello, pero hay tres cosas más que me gustaría analizar brevemente: las soluciones que se proponen en las dos cartas episcopales, las causas a las que los obispos atribuyen la terrible situación de su diócesis y una clarísima omisión que puede darnos una pista para entender mejor el problema.

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12.11.23

La autoridad en la Iglesia

La autoridad que Cristo dejó a la jerarquía de la Iglesia es inmensa, estremecedora y sobrehumana, porque es reflejo de su propia autoridad divina: quien os escucha, me escucha a mí y quien os rechaza, me rechaza a mí; a quien les perdonéis los pecados, les quedan perdonados y a quienes se los retengáis, les quedan retenidos; te daré las llaves del reino de los Cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo; apacienta mis corderos; el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido; columna y fundamento de la verdad; la autoridad que me dio el Señor; velan sobre nuestras almas. Como enseña el Concilio Vaticano I, la potestad de Pedro sobre la Iglesia universal es “plena”, ”ordinaria”, “inmediata” y “sobre todas las demás”.

Al mismo tiempo, la autoridad eclesial, del Papa y de los obispos, está limitadísima por la fe, la Escritura, la Tradición, la ley moral y el Juicio que espera a los que ejercen esa autoridad. Nadie, ni siquiera el Papa, puede enseñar nada contrario a la fe y, si lo hiciera, como enseña San Pablo, la única respuesta posible de un cristiano es anathema sit, sea anatema. Nadie, ni siquiera el Papa, puede mandar o enseñar algo contrario a la ley moral y, si lo hiciera, como siempre ha enseñado la Iglesia, es moralmente obligatorio desobedecerle y resistirle. Nadie, ni siquiera el Papa, puede enseñar algo contrario a la Tradición o ajeno a ella, porque, como recuerda el Concilio Vaticano I, “el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”. Nadie, ni siquiera el Papa, es impecable o puede esperar librarse del Juicio justo por sus infidelidades o pecados y ese Juicio final y universal será, además, mucho más duro para los pastores que para las ovejas.

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4.11.23

Tradiciones perdidas

El otro día, un amigo mallorquín me dijo que había tenido problemas para encontrar un rosari de totsants para su ahijado y se lamentaba nostálgicamente de que pronto desaparecerían por completo. Se refería a una tradición de Mallorca de que los padrinos regalen a sus ahijados una especie de rosarios hechos con los ricos dulces de la isla. Por desgracia, la tradición, como tantas otras, va olvidándose poco a poco.

Todos, probablemente, podríamos contar historias parecidas: huesos de santo, panellets o buñuelos el 1 de noviembre, torrijas de Semana Santa, tortas de Santa Clara, rosquillas de San Antonio, roscones de Reyes, potajes de vigilia, monas de Pascua… Si salimos de los dulces y pasamos a todo tipo de tradiciones vinculadas a fiestas católicas, la lista se haría interminable, pero igualmente tendríamos que reconocer, con nostalgia, que la mayor parte de ellas están desapareciendo o han desaparecido ya. En el mejor de los casos, subsisten como algo puramente folclórico, vaciadas de su contexto cristiano.

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