InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2016

18.05.16

Las aguas de la Iglesia católica

Las aguas de la Iglesia católica andan revueltas. Vamos, queremos decir que algunos están produciendo olas de pretendido gran tamaño para ver si zozobra la barca de la Esposa de Cristo. 

Debemos reconocer que llevan un tiempo agitando las aguas porque es la única manera de hacerse presentes. Además, no podemos negar que las ambigüedades espirituales no ayudan nada de nada para que la calma chicha del mar por donde navega la barca de Pedro sea lo que impere. 

Ahora, sin embargo, debemos decir varias cosas: 

Primera: la Iglesia católica ha de prevalecer y no ha de sucumbir. Eso lo dijo Cristo. 

Segunda: el barquero ha de llevar el timón con seguridad y no dando alas a los que aprovechan, grumetillos indignos de pisar la cubierta, lo más mínimo para zarandear la misma. 

Tercera: sólo la perseverancia en la fe y la negativa a las proposiciones de motín puede hacer que cada uno se dedique a lo suyo y no haga intentos de pasar por la quilla a los llamados ortodoxos como, por cierto, con algunos ya está pasando. 

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17.05.16

Un amigo de Lolo – Un santo decálogo - I

Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Un santo decálogo - I

 

Digamos, antes de empezar, que Manuel Lozano Garrido, en Mesa redonda con Dios, pp. 167-168, escribe un decálogo que vale la pena tener en cuenta.

 

Dios mediante, vamos a dedicar tantas semanas como puntos tiene tal decálogo a contemplar su significado.

 

“Todo por Ti y para Ti, nuestro Buen Segador. Y para que veas que te lo digo de corazón, aquí te dejo, Señor, la bandera y el programa de un humilde decálogo. Ojéalo y, si vale, échale tu bendición:

 

  1. Te desayunarás cada amanecer con el buen Panecillo  de Dios y luego te harás de su milagro repartiendo los panes y los peces de tu corazón.

  

Bien dice Manuel Lozano Garrido que el decálogo que le presenta a Dios tiene un sentido eminentemente humilde. Quiere decir que no pretende ir más allá de lo que puede ir quien se sabe amado por Dios. Y es que este decálogo, del que hoy traemos aquí su primer punto, tiene intención de ser acogido en el corazón del Todopoderoso. 

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15.05.16

La Palabra del Domingo - 15 de mayo de 2016

 

Jn 14, 15-16.23b-26

 “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre   y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,  ‘Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.   Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre,os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.’”

        

COMENTARIO

Guardar la Palabra de Cristo 

En este texto del Evangelio de San Juan, el Hijo de  Dios nos muestra un camino que no es otro que el que lleve a Dios mismo. Y lo dice, por cierto, como otras muchas veces lo dijo a lo largo de su vida pública: de forma sencilla y clara, para que se le entienda. 

Quienes creyeran que el Maestro, aquel hombre de Nazaret que llevaba unos años predicando por Israel, decía lo que decía porque era cosa exclusivamente suya estaban muy equivocados. Comprender era acabar de entender que Jesús no era sólo Jesús sino que era, ni más ni menos, que Dios mismo. 

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14.05.16

Serie “Al hilo de la Biblia"- "Y Jesús dijo…” – Aceptar o rechazar a Dios

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice el P. Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Aceptar o rechazar a Dios

Y Jesús dijo… (Lc 10, 16)

“Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza  a mí, rechaza al que me ha enviado.”

Quien crea que es él quien escoge a Dios y que, por eso, es muy bueno y muy listo debería darse cuenta de lo erróneo de tal planteamiento.

Ya dijo Cristo que Dios le había dado unas ovejas que debía cuidar. No dijo que le había dado a “todas” las ovejas sino a las que fuera:

Jn 18,9

 “Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno’” .

Jn 17, 12 

“Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición,  para que se cumpliera la Escritura”.

Vemos, por tanto, en estos textos bíblicos que no se trata de que todo ser humano sea escogido por Dios sino que escoge al que quiere y si el que quiere acepta haber sido escogido y confiesa a Cristo como Hijo de  Dios… entonces se encuentra, precisamente, entre los escogidos.

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13.05.16

Serie “Esta es nuestra fe” – El orden del mundo para nosotros

 

Hay textos de las Sagradas Escrituras que, por la causa o razón que sean, nos llegan bien dentro del corazón. Es decir, nosotros, que hemos escuchado y leído muchas veces los textos que Dios ha inspirado a determinados hijos suyos, nos sentimos atraídos por algunas palabras de las que obtenemos sustento para nuestra fe.

Algo así pasó, al que esto escribe, con un texto de la Epístola a los Filipenses. En concreto de los versículos que aquí traemos (Flp 3, 17-4,1)

“Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de  Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra.  Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos.”

Alguien podrá decir que no se trata de una gran parábola (como, por ejemplo, la del hijo pródigo o de la del buen samaritano) y que tampoco contiene grandes cosas dichas por Jesucristo que puedan dar forma a una forma de creer. Sin embargo, en aquellas no muchas palabras, el apóstol de los gentiles (como se suele llamar a san Pablo) nos dice, de una manera sencilla pero directa, en qué debemos creer y, sobre todo, en qué debemos sustentar nuestra vida de fe.

Vamos a decir, por eso, si Dios quiere, unas cuantas semanas a escribir sobre este texto que, seguramente, ha sido muchas veces leído y escuchado por aquellos hermanos que puedan esto llevarse a los ojos y al corazón. Sin embargo, ¡cuántas veces escuchamos lo mismo y no nos dice nada!

Esto, así dicho, puede no significar nada para muchos hermanos en la fe pero, con franqueza lo digo, contiene mucho más de lo que puede parecer a primera vista.

Sea, pues, lo que Dios quiera al respecto del desarrollo de esto. Estamos, pues, en sus manos.

El orden del mundo para nosotros

“Pero nosotros somos ciudadanos del cielo”

Como vemos, en esta corta frase se dice, en realidad, lo único que nos debería interesar al respecto de nuestra vida.

En cuanto seres humanos es más que cierto que nacemos, nos desarrollamos y morimos en un lugar concreto de nuestra amada Tierra, planeta puesto en el Universo de tal forma que si no hubiera sido situado ahí y en las circunstancias en las que está por un Alguien del que sabemos su nombre (“El que soy”) no sería lo que es.

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