El estudiado folklore de las ideas muertas
Parece que forma parte de nuestro sentimiento colectivo enaltecer apresuradamente lo que mejor estaría en claro silencio hacia los hombres para saber ser digno interlocutor de Dios. No han faltado, en nuestra ajetreada vida social catalana, ejemplos de nerviosismo ideológico cada vez que por fragilidad humana algún identificado como valedor de la patria nacionalista ha dado el paso a la eternidad (según se mire). Tenemos en nuestra memoria ceremonias laicas o, lo que es lo mismo, homenajes de despedida de este mundo de los más variopintos personajes de la literatura, del espectáculo o de la política en las que preside la simple palabrería sin sabor a trascendencia. De un retroceso semejante quedarían estupefactos hasta los mismísimos faraones reunidos en asamblea cultual deseosos de seguir a sus sacerdotes en la ejecución de los rituales más ancestrales. Aquí no se les pega nada. Escondiéndose detrás de su nihilismo cuanto más bajo descienden a lo soez del lenguaje y al vacío de los gestos, más se les identifica como sensibles, avanzados e incomprendidos. En algunos casos son premiados y enaltecidos itinerarios vitales auténticamente suicidas cubiertos con el nada sospechoso disfraz de lo heroico. En resumen, cuanto más una vida tiene de esperpéntica y en la que puede encontrarse de todo menos fidelidad y coherencia, tanto más goza de reputación para organizar la procesión de muchos contemporáneos nuestros dispuestos a volver a su propio vómito. Es curioso que, a pesar de que en estas ceremonias y homenajes, acudan muchos admiradores muy pocos están dispuestos a imitar el modelo con pies de barro que yace ante sus ojos.