(ABC) La falta de vocaciones está en el fondo de reciente historia de la Compañía de Jesús, cuyo colegio toledano llegó a tener 700 alumnos en 1583. Después de casi 500 años en la ciudad, la Casa que la Compañía de Jesús tiene en Toledo, en la confluencia entre la calle Alfonso XII y el callejón de Jesús y María, cerrará en breve sus puertas.
En la actualidad solo tres sacerdotes habitan el inmueble, propiedad de esta Orden religiosa. Uno es un peso pesado de la Compañía de Jesús española, el padre Luis María Mendizábal, de 84 años, conocido director espiritual y fundador en 1977 de la congregación religiosa Fraternidad de Cristo Sacerdote, cuya casa madre está en Oropesa.
Otro es el padre superior, Ricardo Rodrigo, quien confirmó a Abc la noticia de su marcha, probablemente en este mes de julio, cuando sean destinados a otras casas de la Compañía de Jesús en España. Hay un tercer sacerdote, el padre Máximo, de mayor edad. Ahora atienden el culto de la Iglesia de San Ildefonso, popularmente conocida en Toledo como de los Jesuitas.
En este templo toledano, el pasado viernes se oyó la voz del arzobispo:
“Los Padres Jesuitas nos han enseñado desde hace mucho tiempo, en este templo, en esta ciudad, en esta Iglesia diocesana toda esta hermosa doctrina católica. Han hecho otras muchas cosas: Dios y vosotros lo conocéis y habéis recibido la gracia del Señor por su ministerio sacerdotal, por la celebración de la penitencia, por la ayuda a cambiar la vida, a aceptar los postulados del reinado de Cristo. Dios bendiga a cuantos Padres y Hermanos en esta última etapa de presencia de la Compañía de Jesús, que va desde el siglo XIX hasta hoy mismo, han vivido entre nosotros. Gracias sinceras”.
En este punto, se refirió el prelado a los tres últimos jesuítas que aún viven en la ciudad, el padre Máximo, el padre Rodrigo y el padre Mendizábal:
“Y no tengo palabras para expresar mi reconocimiento hacia ellos. Nos han enseñado lo que valen los servicios callados a tantos fieles, a tantos sacerdotes y religiosas, a tantos matrimonios, a tantos seminaristas, a tantos monasterios. Nos han enseñado, por ejemplo, a ver la relación estrechísima que tiene el culto al Corazón de Cristo con la Eucaristía, centro y quicio fundamental de la vida cristiana. Nos han insistido en que el culto sincero al Sagrado Corazón y nuestra consagración a Él exigen de nosotros un compromiso constante de velar por el cumplimiento de toda justicia en la vida personal, familiar y social. Y también que este culto no se reduce exclusivamente al afán de transformar las condiciones sociales de la vida humana aquí abajo, pues sería desnaturalizar la doctrina de la Iglesia”.
Y prosiguió:
“...la Iglesia ha adoptado una nueva actitud ante las realidades terrenas: pertenecen a un orden de creación que tiene en sí razón de fin (aunque esté subordinado al orden de la redención). El mundo en sí es profano, es soberano en su campo. Pero, si esto es así, ¿qué sentido tiene esa consagración?, ¿no será volver a una concepción sacral del mundo?”.
El pastor de la Iglesia toledana exhortó a los fieles a “no olvidar la interioridad, el silencio de la plegaria, de la oración, el misterio del amor de Cristo, el destino de cada una de nuestras vidas que a Él deben ser consagradas, la necesidad permanente de luchar contra el pecado, contra todo pecado, no conseguiríamos más que sustituir una estructura por otra, una rutina por otra, una práctica sin vida por otra”.
Para finalizar, el prelado subrayó que “lucharemos por toda esta hermosa realidad. Queremos ser dignos de los Padres Jesuitas que aquí nos han enseñado tanto, nos han servido de modo tan eficaz. Dios les pague, Padres, todos sus desvelos. Pedimos a Nuestra Señora por sus personas, para que su corazón se llene de alegría. Aquí estamos: les recibiremos siempre que vengan; esperaremos siempre que la Compañía vuelva”.