(RV/InfoCatólica) Desde la antigüedad, este domingo ha sido llamado “in albis”, del nombre latin “alba”, dado a la túnica blanca que los neófitos vestían en el Bautismo la noche de Pascua y deponían después de ocho días. El Venerable Juan Pablo II dedicó este mismo domingo a la Divina Misericordia con ocasión de la canonización de sor María Faustina Kowalska, el 30 de abril del 2000.
Seguidamente el Papa ha aludido al texto del evangelio dominical haciendo hincapié en la misericordia y la bondad que este pasaje encierra: “De misericordia y de bondad divina es rica la página del Evangelio de san Juan (20,19-31) de este Domingo que nos narra que Jesús, después de la Resurrección, visitó a sus discípulos, atravesando las puertas cerradas del Cenáculo. San Agustín explica que “las puertas cerradas no impidieron la entrada de aquel cuerpo en el que habitaba la divinidad. Aquel que naciendo había dejado intacta la virginidad de la madre, pudo entrar en el Cenáculo a puertas cerradas. Y San Gregorio Magno añade que nuestro Redentor se presentó, después de su Resurrección, con un cuerpo de naturaleza incorruptible y palpable, pero en un estado de gloria".
"Jesús", ha recordado el Papa, "muestra los signos de la pasión, hasta conceder al incrédulo Tomás de tocarlos. ¿Como es posible, sin embargo, que un discípulo pueda dudar? En realidad, la condescendencia divina nos permite sacar provecho también de la incredulidad de Tomás además de la de los discípulos creyentes. En efecto, tocando las heridas del Señor, el discípulo que dudaba alivia así no solamente su propia desconfianza sino también la nuestra".
La visita del Resucitado no se limita al espacio del Cenáculo sino que va más allá, para que todos puedan recibir el don de la paz y de la vida con el “soplo del creador”. En efecto, dos veces Jesús les dice a los discípulos: “La paz con vosotros”, y añade: “Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: `Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos´".
“Es esta la misión de la Iglesia perennemente asistida por el Paráclito: llevar a todos el feliz anuncio, la gozosa realidad del Amor misericordioso de Dios, para que, -como dice san Juan “creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (20,31). A la luz de esta palabra, aliento, en particular a todos los Pastores a seguir el ejemplo del santo Cura de Ars, que, “consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor”.
De este modo, ha asegurado el Santo Padre, haremos cada vez más familiar y cercano a Aquel que nuestros ojos no han visto, pero de cuya infinita Misericordia tenemos absoluta certeza. A la Virgen María, Reina de los Apóstoles le pedimos que sostenga la misión de la Iglesia, y la invocamos exultantes de gozo con el Regina Caeli.