(Elfaro.net/InfoCatólica) Caído en desgracia, Saravia ha sido repartidor de pizzas, vendedor de carros usados y lavador de narcodinero. Comienza a leer despacio, en voz alta: “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia se quitó el rango militar, abandonó a su familia y se mudó a California”. En la mano sostiene varias páginas con la impresión de una nota periodística publicada hace cinco años.
Se reacomoda los lentes –dos grandes vidrios sostenidos por un alambre–. Tiene las uñas rotas y sucias, y los ojos muy abiertos y agitados. Alertas. Vuelve a leer el primer párrafo. “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia…” Hace una pausa y repite ese nombre, que no ha dicho en mucho tiempo: “El capitán Álvaro Rafael Saravia”.
Levanta la cabeza y me mira fijamente.
–Usted escribió esto, ¿verdad?
–Sí.
–Pues está mal.
–¿Por qué?
–Aquí dice “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero”. Y yo no lo maté.
–¿Y quién lo mató?
–Un fulano.
–¿Un extranjero?
–No. Un indio, de los de nosotros. Por ahí anda ese.
–Usted no disparó, pero participó.
–30 años y me voy a morir perseguido por eso. Sí, claro que participé. Por eso estamos hablando.
–Cuénteme cómo fue.
–Se lo voy a contar todo, pero despacio. Esto es largo.
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