(Portaluz/InfoCatólica) Pablo Caruso, argentino de 38 años y psicólogo clínico, fue bautizado y recibió la Primera Comunión en su infancia, por decisión de su familia. Aunque su asistencia a la catequesis le agradaba, admite que lo mejor eran los partidos de fútbol que seguían a las clases. Pero la fe no tenía raíces profundas ni en él ni en su hogar.
Cuando su padre fue diagnosticado con un tumor cerebral, su mundo interior se derrumbó. La angustia lo llevó a sufrir intensos ataques de pánico que se prolongaron durante años. En una de sus visitas a emergencias, conoció a un psicólogo seguidor de la New Age, cuya influencia resultaría decisiva.
«En su consultorio tenía un Buda muy grande y hablaba en un lenguaje que cautivaba. Entonces empiezo con él y una cosa fue llevando a la otra... Me invita, yo me sumo a esos grupos y empiezo a formarme mucho en lo que es budismo, esoterismo, shamanismo... Dios para mí no existía en esa época... Pero siempre que pasaba por una iglesia me persignaba; me había quedado como ese, no sé si hábito, o que Dios estaba interfiriendo allí».
En esa etapa se volcó plenamente al mundo esotérico. Practicaba reiki, bioenergetismo y comenzó estudios en astrología, todo mientras completaba su carrera universitaria. Aunque sus consultas prosperaban, la ansiedad y los ataques de pánico no desaparecían.
Una experiencia inusual marcó un antes y un después. Mientras una maestra de reiki le imponía las manos sobre el «séptimo chakra», tuvo una visión.
«Entonces cuando me están imponiendo las manos tengo una visión de la Virgen de Luján... Se me aparece la imagen de la Virgen y todos esos rayos empiezan a... manifestarse... escucho un ruido en el piso... era la piedra que se había cortado a la mitad... Compartí esto en el grupo y me dicen: “Ay qué bueno, sí, la Virgen te está protegiendo...” ¡Mentira, mentira! Obviamente era que la Virgen estaba protegiéndome de todo eso y me estaba diciendo: “Eh flaco, ándate de acá porque esto no es de Dios, esto es del otro lado”».
A pesar del aviso, Pablo permaneció aún un tiempo más en esas prácticas. Su consultorio era exitoso, decorado con símbolos esotéricos y terapias alternativas. Pero la conversión comenzó a gestarse cuando conoció a la mujer que hoy es su esposa, una católica practicante que lo invitó a misa.
«Experimentaba movimientos psicológicos y espirituales manifestándose en llantos al comenzar la homilía; o una sensibilidad muy grande en el momento previo a la consagración... El punto culminante fue cuando acudí a un retiro de Pascuas y ahí Dios se encargó de atravesarme de par en par... fue una experiencia única».
Conmovido, intentó combinar su nueva vida de fe con su pasado esotérico. Pronto comprendió que era un error.
«Intenté que coexistiesen los dos mundos, el de Dios y el del demonio, pero era imposible que eso sucediese».
Ese conflicto interior trajo consigo sufrimientos espirituales concretos. Pablo comenzó a experimentar vejaciones nocturnas.
«Tuve reiteradamente acciones nocturnas sobre mi cuerpo, sobre todo ahorques o sueños muy tétricos».
Por consejo de su esposa, acudió a misas de sanación, pero no bastaba. Un sacerdote lo derivó a un exorcista, quien lo acompañó durante un año y medio en un proceso de liberación. Le pidió cortar todo vínculo con el ocultismo.
«Fue bastante complicado hacerlo, ya que para mí constituía parte de mi identidad como persona y como profesional... Durante todo ese tiempo el maligno se encargó de dejarme casi sin trabajo... Como sabemos el príncipe de este mundo ataca por esos lados».
Cuando entregó completamente su vida a Dios, encontró la paz y la libertad. Hoy Pablo no solo vive su fe, sino que se siente llamado a ayudar a otros a salir del engaño.
«Es de vital importancia en este tiempo, en donde está en auge la apostasía, la nueva era y el anticristianismo, que haya personas que combatan estos frentes desde distintos lugares».
