León XIV: pensar que no necesitamos a Dios es la situación más dramática de pobreza

Recuerda que quien carece de caridad, carece de fe y esperanza

León XIV: pensar que no necesitamos a Dios es la situación más dramática de pobreza

En el día de hoy, memoria de san Antonio de Padua, patrono de los pobres, la Santa Sede ha hecho público Mensaje del Santo Padre León XIV para la IX Jornada Mundial de los Pobres. El Papa ha advertido que la pobreza más dramática es la espiritual, pero a su vez ha recordado que sin caridad no hay fe ni esperanza, y no puede haber caridad si no se ama al hermano y se le ayuda cuando está necesitado.

(InfoCatólica) El Papa comienza su mensaje con un rosario de citas sobre la esperanza que sólo Dios da en medio de todo tipo de dificultades. E indica que precisamente la persona pobre puede dar testimonio de esa esperanza:

«El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas».

El Pontífice segura, en línea con lo indicado por el Papa Francisco en Evangelii gaudium, que «la pobreza más grande es no conocer a Dios», para a continuación recordar que, tal como dice San Juan en su primera epístola, no se puede amar a Dios sin amar al hermano.

El Santo Padre recuerda qué es aquello que no basta para que el hombre sea feliz:

«Es una regla de la fe y un secreto de la esperanza que todos los bienes de esta tierra, las realidades materiales, los placeres del mundo, el bienestar económico, aunque importantes, no bastan para hacer feliz al corazón».

De hecho, las riquezas pueden hacernos auténticamente pobres en lo que de verdad importa:

«Las riquezas muchas veces engañan y conducen a situaciones dramáticas de pobreza, la más grave de todas es pensar que no necesitamos a Dios y que podemos llevar adelante la propia vida independientemente de Él». 

León XIV explica en qué consiste la esperanza cristiana:

«La esperanza cristiana, a la que remite la Palabra de Dios, es certeza en el camino de la vida, porque no depende de la fuerza humana sino de la promesa de Dios, que es siempre fiel».

El Obispo de Roma recuerda la absoluta necesidad de que haya una relación entre las tres virtudes teologales, siendo la caridad la madre de ellas. Sin caridad, las otras mueren:

«La Tradición de la Iglesia reafirma constantemente esta circularidad entre las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La esperanza nace de la fe, que la alimenta y sostiene, sobre el fundamento de la caridad, que es madre de todas las virtudes. Y de la caridad tenemos necesidad hoy, ahora. No es una promesa, sino una realidad a la que miramos con alegría y responsabilidad: nos compromete, orientando nuestras decisiones al bien común. Quien carece de caridad no solo carece de fe y esperanza, sino que quita esperanza a su prójimo».

El Papa recuerda que «la pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas», pero mientras tal cosa no ocurre «todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas». Y:

«Los hospitales y las escuelas, por ejemplo, son instituciones creadas para expresar la acogida hacia los más débiles y marginados. Hoy deberían formar parte ya de las políticas públicas de todo país, pero las guerras y desigualdades con frecuencia lo impiden».

El Santo Padre explica que «los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos y hermanas más amados, porque cada uno de ellos, con su existencia, e incluso con sus palabras y la sabiduría que poseen, nos provoca a tocar con las manos la verdad del Evangelio». 

Y advierte contra la resignación ante la pobreza.

«Ante la sucesión de nuevas oleadas de empobrecimiento, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Todos los días nos encontramos con personas pobres o empobrecidas y, a veces, puede suceder que seamos nosotros mismos los que tengamos menos, los que perdamos lo que antes nos parecía seguro: una vivienda, comida adecuada para el día, acceso a la atención médica, un buen nivel de educación e información, libertad religiosa y de expresión».

Por último, el Papa ha citado a San Agustín para recordar que acabar con la pobreza no es solo un acto que la caridad exige, sino también la justicia:

«... nuestra responsabilidad social se basa en el gesto creador de Dios, que a todos da los bienes de la tierra; y al igual que estos, también los frutos del trabajo del hombre deben ser accesibles de manera equitativa. Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad. Como observa san Agustín: «Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses a nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie!»

 


 

Mensaje del Santo Padre León XIV para la IX Jornada Mundial de los Pobres

16 de noviembre de 2025, XXXIII Domingo del T.O.

«Tú, Señor, eres mi esperanza» (cfr Sal 71,5)

1. «Tú, Señor, eres mi esperanza» (Sal 71,5). Estas palabras brotan de un corazón oprimido por graves dificultades: «Me hiciste pasar por muchas angustias» (v. 20), dice el salmista. A pesar de ello, su alma está abierta y confiada, porque permanece firme en la fe, que reconoce el apoyo de Dios y lo proclama: «Tú eres mi Roca y mi fortaleza» (v. 3). De ahí nace la confianza indefectible de que la esperanza en Él no defrauda: «Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca tenga que avergonzarme!» (v. 1).

En medio de las pruebas de la vida, la esperanza se anima con la certeza firme y alentadora del amor de Dios, derramado en los corazones por el Espíritu Santo. Por eso no defrauda (cf. Rm 5,5), y san Pablo puede escribir a Timoteo: «Nosotros nos fatigamos y luchamos porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente» (1Tm 4,10). El Dios viviente es, de hecho, el «Dios de la esperanza» (Rm 15,13), que, en Cristo, mediante su muerte y resurrección, se ha convertido en «nuestra esperanza» (1Tm 1,1). No podemos olvidar que hemos sido salvados en esta esperanza, en la que necesitamos permanecer enraizados.

2. El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas. Su esperanza sólo puede reposar en otro lugar. Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza, nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera. Frente al deseo de tener a Dios como compañero de camino, las riquezas se relativizan, porque se descubre el verdadero tesoro del que realmente tenemos necesidad. Resuenan claras y fuertes las palabras con las que el Señor Jesús exhortaba a sus discípulos: «No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben» (Mt 6,19-20).

3. La pobreza más grave es no conocer a Dios. Así nos lo recordaba el Papa Francisco cuando en Evangelii gaudium escribía: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe» (n. 200). Aquí se manifiesta una conciencia fundamental y totalmente original sobre cómo encontrar en Dios el propio tesoro. Insiste, en efecto, el apóstol Juan: «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

Es una regla de la fe y un secreto de la esperanza que todos los bienes de esta tierra, las realidades materiales, los placeres del mundo, el bienestar económico, aunque importantes, no bastan para hacer feliz al corazón. Las riquezas muchas veces engañan y conducen a situaciones dramáticas de pobreza, la más grave de todas es pensar que no necesitamos a Dios y que podemos llevar adelante la propia vida independientemente de Él. Vuelven a la mente las palabras de san Agustín: «Sea Dios toda tu presunción: siéntete indigente de Él, y así serás de Él colmado. Todo lo que poseas sin Él, te causará un mayor vacío.» (Enarr. in Ps. 85,3).

4. La esperanza cristiana, a la que remite la Palabra de Dios, es certeza en el camino de la vida, porque no depende de la fuerza humana sino de la promesa de Dios, que es siempre fiel. Por eso, los cristianos desde los orígenes quisieron identificar la esperanza con el símbolo del ancla, que da estabilidad y seguridad. La esperanza cristiana es como un ancla que fija nuestro corazón en la promesa del Señor Jesús, quien nos ha salvado con su muerte y resurrección y que volverá de nuevo en medio de nosotros. Esta esperanza sigue señalando como verdadero horizonte de vida el «cielo nuevo» y la «tierra nueva» (2 P 3,13) donde la existencia de todas las criaturas encontrará su sentido auténtico, pues nuestra verdadera patria está en el cielo (cf. Flp 3,20).

La ciudad de Dios, en consecuencia, nos compromete con las ciudades de los hombres. Estas deben, desde ahora, comenzar a parecerse a ella. La esperanza, sostenida por el amor de Dios derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (cf. Rm 5,5) transforma el corazón humano en tierra fértil, donde puede brotar la caridad para la vida del mundo. La Tradición de la Iglesia reafirma constantemente esta circularidad entre las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La esperanza nace de la fe, que la alimenta y sostiene, sobre el fundamento de la caridad, que es madre de todas las virtudes. Y de la caridad tenemos necesidad hoy, ahora. No es una promesa, sino una realidad a la que miramos con alegría y responsabilidad: nos compromete, orientando nuestras decisiones al bien común. Quien carece de caridad no solo carece de fe y esperanza, sino que quita esperanza a su prójimo.

5. La invitación bíblica a la esperanza conlleva, por tanto, el deber de asumir responsabilidades coherentes en la historia, sin dilaciones. La caridad, en efecto, «representa el mayor mandamiento social» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1889). La pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas. Los hospitales y las escuelas, por ejemplo, son instituciones creadas para expresar la acogida hacia los más débiles y marginados. Hoy deberían formar parte ya de las políticas públicas de todo país, pero las guerras y desigualdades con frecuencia lo impiden. Cada vez más, los signos de esperanza son hoy las casas-familia, las comunidades para menores, los centros de escucha y acogida, los comedores para los pobres, los albergues, las escuelas populares: cuántos signos, a menudo escondidos, a los que quizás no prestamos atención y, sin embargo, tan importantes para sacudirnos de la indiferencia y motivar el compromiso en las distintas formas de voluntariado.

Los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos y hermanas más amados, porque cada uno de ellos, con su existencia, e incluso con sus palabras y la sabiduría que poseen, nos provoca a tocar con las manos la verdad del Evangelio. Por eso, la Jornada Mundial de los Pobres quiere recordar a nuestras comunidades que los pobres están en el centro de toda la acción pastoral. No solo de su dimensión caritativa, sino también de lo que la Iglesia celebra y anuncia. Dios ha asumido su pobreza para enriquecernos a través de sus voces, sus historias, sus rostros. Toda forma de pobreza, sin excluir ninguna, es un llamado a vivir concretamente el Evangelio y a ofrecer signos eficaces de esperanza.

6. Esta es la invitación que nos llega de la celebración del Jubileo. No es casualidad que la Jornada Mundial de los Pobres se celebre hacia el final de este año de gracia. Cuando se cierre la Puerta Santa, tendremos que custodiar y transmitir los dones divinos que han sido derramados en nuestras manos a lo largo de todo un año de oración, conversión y testimonio. Los pobres no son objetos de nuestra pastoral, sino sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio hoy. Ante la sucesión de nuevas oleadas de empobrecimiento, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Todos los días nos encontramos con personas pobres o empobrecidas y, a veces, puede suceder que seamos nosotros mismos los que tengamos menos, los que perdamos lo que antes nos parecía seguro: una vivienda, comida adecuada para el día, acceso a la atención médica, un buen nivel de educación e información, libertad religiosa y de expresión.

Al promover el bien común, nuestra responsabilidad social se basa en el gesto creador de Dios, que a todos da los bienes de la tierra; y al igual que estos, también los frutos del trabajo del hombre deben ser accesibles de manera equitativa. Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad. Como observa san Agustín: «Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses a nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie!» (Homilías sobre la primera carta de san Juan a los partos, VIII, 5).

Espero, por tanto, que este Año Jubilar pueda impulsar el desarrollo de políticas para combatir antiguas y nuevas formas de pobreza, además de nuevas iniciativas de apoyo y ayuda a los más pobres entre los pobres. El trabajo, la educación, la vivienda y la salud son las condiciones para una seguridad que nunca se logrará con las armas. Estoy contento por las iniciativas ya existentes y por el compromiso que cada día asumen a nivel internacional un gran número de hombres y mujeres de buena voluntad.

Confiemos en María Santísima, Consuelo de los afligidos, y con ella entonemos un canto de esperanza haciendo nuestras las palabras del Te Deum: «In Te, Domine, speravi, non confundar in aeternum —En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre».

Vaticano, 13 de junio de 2025, memoria de san Antonio de Padua, patrono de los pobres

10 comentarios

Rodrigo Yáñez
Viva el Papa!!
13/06/25 7:33 PM
Federico Ma.
"Quien carece de caridad no solo carece de fe y esperanza...".

No es nada feliz tal expresión. (Por eso tampoco lo es que Infocatólica haya puesto como titular "Recuerda que quien carece de caridad, carece de fe y esperanza").

Definió el Concilio de Trento: "Si alguno dijere que, perdida por el pecado la gracia, se pierde también siempre juntamente la fe, o que la fe que permanece, no es verdadera fe (aun cuando esta no sea viva), o que quien tiene la fe sin la caridad no es cristiano, sea anatema" (Can. 28 sobre la justificación, Dz. 838).

Sin duda que puede conservarse la fe en quien ha perdido la caridad o puede poseerse la fe sin la caridad. En tal caso la fe sería informe y no estaría en estado de virtud, como dice santo Tomás (S. Th., II-II, q. 4, a. 5), pero no dejaría de ser fe. Vale lo mismo, mutatis mutandis, para la esperanza.

13/06/25 7:35 PM
Duke of the Keys
Pensar que podemos prescindir de Dios es algo más terrible que ser pobre, o dramáticamente pobre, como declara el papa. Porque un pobre lo es por carecer de medios materiales: casa, comida o forma de ganarse la vida. Esto puede ser dramático y, en la medida de lo posible, se debe ayudar a esa persona a salir de esa situación. Pero alguien que prescinde de Dios no carece necesariamente de bienes materiales, ni de formación, ni de casa, ni de formas de ganarse la vida. Es algo totalmente diferente a ser pobre, pero mucho más terrible: es condenarse para toda la eternidad. En realidad, el pontífice intenta "torear" una verdad incómoda para la Iglesia Modernista y califica el rechazo a Dios como "pobreza", porque ya hace muchas décadas que simplemente mencionar "El Infierno" es un tabú.
13/06/25 7:46 PM
Lucy
Un comentarista menciona textos, ciertos, es verdad, dogmáticos... pero no tan bien aplicados; pues no colaboran a construir, a ayudar a comprender, en este caso, las reflexiones del Papa León XIV.
El Papa en ese enunciado no está precisando verdades de la fe, como se hizo en Trento. Leyendo con buena fe, se comprende claramente lo que ha querido decir, enseñarnos o recordarnos.

Como cuando San Juan Pablo II, visitó el Perú y dijo:
"porque pobre es quien carece de lo material, pero no menos quien está sumido en el pecado; quien no conoce su dimensión personal que va más allá de la muerte; quien no tiene libertad para pensar y actuar según su conciencia; quien es sometido por los dirigentes de la sociedad a limitaciones, según las cuales el que practica su fe se ve privado de beneficios que se otorgan a los que siguen las normas dictadas desde lo alto; quien es visto como mero objeto de producción."
(Juan Pablo II Discurso en la ciudad de Trujillo el 4 de febrero de 1985)
.......
“Los pobres de espíritu son aquellos que están más abiertos a Dios y a las “maravillas de Dios”” (Act 2,11). Pobres, porque están siempre dispuestos a aceptar ese don de lo alto, que proviene del mismo Dios. Pobres de espíritu son los que viven conscientes de haberlo recibido todo de las manos de Dios como un don gratuito y que valoran cada uno de los bienes recibidos.”

“Así, pues, pobres de espíritus son aquellos que, careciendo de bienes terrenales, saben vivir c
13/06/25 9:54 PM
Néstor
Es un hermoso mensaje, en el cual se afronta la dimensión espiritual de la pobreza y no solamente su dimensión material, evitando caer en la trampa en la que cayó por ejemplo la "teología de la liberación" y recordando la necesidad de Dios que tienen tanto los pobres como los ricos.

Pero es cierto que es inexacto decir que quien no tiene caridad no tiene fe ni esperanza. La caridad se pierde por cualquier pecado mortal, no así la fe, que sólo se pierde por la herejía o la apostasía. Y no es que sea inexacto "sólo dogmáticamente", esa forma de hablar no tiene sentido en el catolicismo, donde el dogma es la base misma de todo lo que se cree y se vive.

El Papa parece estar pensando en el caso del que no tiene fe, y por eso tampoco tiene caridad ni esperanza, porque efectivamente, si puede haber fe sin caridad, no puede haber caridad sin fe.

O más aún, recordemos la fe sin la caridad, según Santo Tomás es "informe", porque la caridad es la "forma", es decir, como el alma, de todas las virtudes.

Por eso, si la frase se entiende en sentido de que sin caridad no hay fe ni esperanza "formadas", entonces es plenamente ortodoxa.

Saludos cordiales.
14/06/25 1:49 AM
Javier José.
Una fe sin obras es una fe muerta. Muéstrame tu fe sin obras que yo por las obras te mostraré mi fe.
14/06/25 12:42 PM
Pedro de Madrid
Actualmente hay millones de seres humanos, algunos bautizados. sobre todo políticos, que piensan que no necesitan a Dios y estos así legislan ¿motivo? todos lo sabemos
14/06/25 1:03 PM
anawim
Yo creo que la pobreza más grande del ser humano, es haber conocido a Dios y tener la desgracia de perderle. Estos hombres son pobres no, paupérrimos, porque una vez encontrada la felicidad y perdida, nunca más volverán a encontrar la felicidad, porque nada de lo que encuentren será igual a lo que han perdido, porque igual a Dios sólo es Dios. El que no ha conocido a Dios, y ha conocido una felicidad natural, nunca echará de menos aquello que no ha conocido.
14/06/25 6:16 PM
Francisco Javier
A eso lleva el modernismo teologico donde supuestamente caben todos todos todos pero sin embargo vaciador de templos, a concluir que son innecesarias la fe y la iglesia catolica.
14/06/25 8:15 PM
Luis I. Amorós
Y este es un papa que ha sido obispo en una diócesis deprimida donde sin duda ha visto muchas muchas situaciones de pobreza material real. Un obispo con "olor a oveja".
Y sin embargo, establece la clara jerarquía de importancias: la pobreza espiritual es peor que la material.
Sin necesidad de contraponer la evidente obligación de todo cristiano de auxiliar a quien carece de lo necesario. No aut aut, sino et et.
Otro contraste más. A la chita callando y poco a poco.
14/06/25 8:52 PM

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