(InfoCatólica) El Papa ha dado las gracias a los presentes por «el servicio de guía y de animación que realizáis... La Iglesia os está agradecida por todo el bien que hacéis».
El Pontífice ha señalado que la razón de ser de los movimientos es que «¡nadie es cristiano en solitario! Somos parte de un pueblo, de un cuerpo que el Señor ha constituido»:
«La vida cristiana no se vive en aislamiento, como si fuera una aventura intelectual o sentimental confinada en nuestra mente y en nuestro corazón. Se vive con los demás...»
Tras recordar que «el apostolado asociado de los fieles fue vivamente alentado por el Concilio Vaticano II», ha invitado a los responsables de los movimientos a «considerar los carismas en relación con la gracia, con el don del Espíritu».
León XIV se ha referido a la Carta Iuvenescit Ecclesia, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe firmada en mayo del 2016 por los cardenales Müller y Ladaria (a la sazón Prefecto y Secretario del dicasterio), en la que se explica la diferencia entre el papel de la jerarquía y el tipo de carismas que animan los movimientos:
«...la jerarquía eclesiástica y el sacramento del Orden existen para que permanezca siempre viva entre los fieles «la oferta objetiva de la gracia» que se da a través de «los sacramentos, el anuncio normativo de la Palabra y la atención pastoral». Los carismas, en cambio, «son distribuidos libremente por el Espíritu Santo para que la gracia sacramental dé fruto en la vida cristiana de forma diversa y en todos sus niveles».
El Papa ha insistido a continuación en lo que parece ser ya una de las constantes de su ministerio: el papel de la gracia:
«...todo en la Iglesia se comprende en referencia a la gracia: la institución existe para que la gracia sea siempre ofrecida, los carismas son suscitados para que esta gracia sea acogida y dé fruto. ¡Sin los carismas, existe el riesgo de que la gracia de Cristo, ofrecida en abundancia, no encuentre un terreno bueno donde ser recibida! Por eso Dios suscita los carismas, para que estos despierten en los corazones el deseo del encuentro con Cristo, la sed de la vida divina que Él nos ofrece, en una palabra, la gracia».
Y ha reafirmado, citando a San Juan Pablo II, que los dones jerárquicos y los dones carismáticos «son coesenciales a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús».
Unidad con el Vicario de Cristo
León XIV ha pedido a los movimientos colaboración para que cumpla bien su ministerio:
«La unidad y la misión son dos pilares de la vida de la Iglesia, y dos prioridades del ministerio petrino. Por tanto, invito a todas las asociaciones y movimientos eclesiales a colaborar fiel y generosamente con el Papa sobre todo en estos dos ámbitos».
Y ha añadido:
«Es la comunión que el Espíritu Santo crea en la Iglesia. Es una unidad que tiene su fundamento en Cristo: Él nos atrae, nos atrae hacia sí y así nos une también entre nosotros».
El Papa ha pedido a los movimientos que la unidad que viven dentro de ellos la pongan al servicio de la unidad en la Iglesia
«Esta unidad, que vivís en los grupos y comunidades, extendedla por doquier: en la comunión con los pastores de la Iglesia, en la cercanía con las demás realidades eclesiales, haciéndoos prójimos de las personas que encontráis, de modo que vuestros carismas permanezcan siempre al servicio de la unidad de la Iglesia».
Al servicio de la misión
Por último, el Papa misionero ha recordado que «la misión ha marcado mi experiencia pastoral y ha modelado mi vida espiritual» para señalar la importancia de los movimientos en la tarea de llevar a Cristo a todos:
«Del encuentro con el Señor, de la nueva vida que ha invadido vuestro corazón, nació el deseo de darlo a conocer a otros. Y habéis implicado a muchas personas, dedicado mucho tiempo, entusiasmo, energías para dar a conocer el Evangelio en los lugares más lejanos, en los ambientes más difíciles, soportando dificultades y fracasos. Mantened siempre vivo entre vosotros este impulso misionero: los movimientos también hoy tienen un papel fundamental para la evangelización».
Y ha dado esta exhortación:
«Poned vuestros talentos al servicio de la misión, tanto en los lugares de primera evangelización como en las parroquias y estructuras eclesiales locales, para llegar a muchos que están lejos y que, a veces sin saberlo, esperan la Palabra de vida».
Para anadir que los carismas se suman en el servicio a todos:
«...quien persigue con otros una finalidad apostólica o quien es portador de un carisma está llamado a enriquecer a los demás, despojándose de sí. Y esto es fuente de libertad y de gran alegría».
Discurso del Papa
Discurso del Santo Padre León XIV
A los moderadores de las asociaciones de fieles,
de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidadesSala Clementina
Viernes, 6 de junio de 2025En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡La paz esté con vosotros!
Señor Cardenal,
queridos hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas:Me alegra acogeros con ocasión del encuentro anual organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida con vosotros, moderadores, responsables internacionales y delegados de los movimientos eclesiales reconocidos o erigidos por la Santa Sede.
Representáis a miles de personas que viven su experiencia de fe y su apostolado dentro de asociaciones, movimientos y comunidades. Por eso deseo, ante todo, daros las gracias por el servicio de guía y de animación que realizáis. Sostener y alentar a los hermanos en el camino cristiano conlleva responsabilidad, compromiso, a menudo también dificultades e incomprensiones, pero es una tarea indispensable y de gran valor. La Iglesia os está agradecida por todo el bien que hacéis.
El don de la vida asociativa y de los carismas
Las realidades asociativas a las que pertenecéis son muy diversas entre sí, por su naturaleza y por su historia, y todas son importantes para la Iglesia. Algunas nacieron para compartir un objetivo apostólico, caritativo, de culto, o para sostener el testimonio cristiano en ambientes sociales específicos. Otras, en cambio, tuvieron su origen en una inspiración carismática, un carisma inicial que dio lugar a un movimiento, a una nueva forma de espiritualidad y de evangelización.
En la voluntad de asociarse, que dio origen al primer tipo de movimientos, encontramos una característica esencial: ¡nadie es cristiano en solitario! Somos parte de un pueblo, de un cuerpo que el Señor ha constituido. San Agustín, hablando de los primeros discípulos de Jesús, dice: «Habían llegado a ser ciertamente templo de Dios, y no lo habían llegado a ser solo como individuos, sino que todos juntos habían llegado a ser templo de Dios» (En. in Ps. 131, 5). La vida cristiana no se vive en aislamiento, como si fuera una aventura intelectual o sentimental confinada en nuestra mente y en nuestro corazón. Se vive con los demás, en grupo, en comunidad, porque Cristo resucitado se hace presente entre los discípulos reunidos en su nombre.
El apostolado asociado de los fieles fue vivamente alentado por el Concilio Vaticano II, en particular con el Decreto sobre el apostolado de los laicos, donde, entre otras cosas, se afirma que este «tiene gran importancia también porque, tanto en las comunidades eclesiales como en los diversos ambientes, a menudo requiere ejercerse mediante acción común. De hecho, las asociaciones erigidas para una actividad apostólica en común son un apoyo para sus miembros y los forman para el apostolado, ordenan y guían su acción apostólica, de modo que pueden esperarse frutos mucho más abundantes que si los individuos actuaran por separado» (n. 18).
Existen también las realidades nacidas de un carisma: el carisma de un fundador o de un grupo de iniciadores, o bien el carisma que se inspira en el de un instituto religioso. Esta también es una dimensión esencial en la Iglesia. Quisiera invitaros a considerar los carismas en relación con la gracia, con el don del Espíritu. En la carta Iuvenescit Ecclesia, que conocéis bien, se dice que la jerarquía eclesiástica y el sacramento del Orden existen para que permanezca siempre viva entre los fieles «la oferta objetiva de la gracia» que se da a través de «los sacramentos, el anuncio normativo de la Palabra y la atención pastoral» (n. 14). Los carismas, en cambio, «son distribuidos libremente por el Espíritu Santo para que la gracia sacramental dé fruto en la vida cristiana de forma diversa y en todos sus niveles» (n. 15).
Así pues, todo en la Iglesia se comprende en referencia a la gracia: la institución existe para que la gracia sea siempre ofrecida, los carismas son suscitados para que esta gracia sea acogida y dé fruto. ¡Sin los carismas, existe el riesgo de que la gracia de Cristo, ofrecida en abundancia, no encuentre un terreno bueno donde ser recibida! Por eso Dios suscita los carismas, para que estos despierten en los corazones el deseo del encuentro con Cristo, la sed de la vida divina que Él nos ofrece, en una palabra, la gracia.
Con esto quiero reafirmar, en la línea de mis predecesores y del Magisterio de la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, que los dones jerárquicos y los dones carismáticos «son coesenciales a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús» (san Juan Pablo II, Mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales, 27 de mayo de 1998). Gracias a los carismas que dieron origen a vuestros movimientos y comunidades, muchas personas se han acercado a Cristo, han encontrado esperanza en la vida, han descubierto la maternidad de la Iglesia y desean ser ayudadas a crecer en la fe, en la vida comunitaria, en las obras de caridad, y a llevar a otros, con la evangelización, el don que han recibido.
Unidad y misión, en unión con el Papa
La unidad y la misión son dos pilares de la vida de la Iglesia, y dos prioridades del ministerio petrino. Por tanto, invito a todas las asociaciones y movimientos eclesiales a colaborar fiel y generosamente con el Papa sobre todo en estos dos ámbitos.
Ante todo, siendo fermento de unidad. Todos vosotros hacéis continuamente la experiencia de la comunión espiritual que os une. Es la comunión que el Espíritu Santo crea en la Iglesia. Es una unidad que tiene su fundamento en Cristo: Él nos atrae, nos atrae hacia sí y así nos une también entre nosotros. Así hablaba de ello san Paulino de Nola escribiendo a san Agustín: «Tenemos una sola cabeza, única es la gracia que nos inunda, vivimos de un solo pan, caminamos por un único camino, habitamos en la misma casa. [...] Somos una sola cosa, tanto en el espíritu como en el cuerpo del Señor, para evitar no ser nada si nos separamos de aquel Uno» (Carta 30, 2).
Esta unidad, que vivís en los grupos y comunidades, extendedla por doquier: en la comunión con los pastores de la Iglesia, en la cercanía con las demás realidades eclesiales, haciéndoos prójimos de las personas que encontráis, de modo que vuestros carismas permanezcan siempre al servicio de la unidad de la Iglesia y sean ellos mismos “fermento de unidad, de comunión y de fraternidad” (cf. Homilía, 18 de mayo de 2025) en un mundo tan desgarrado por la discordia y la violencia.
En segundo lugar, la misión. La misión ha marcado mi experiencia pastoral y ha modelado mi vida espiritual. También vosotros habéis recorrido este camino. Del encuentro con el Señor, de la nueva vida que ha invadido vuestro corazón, nació el deseo de darlo a conocer a otros. Y habéis implicado a muchas personas, dedicado mucho tiempo, entusiasmo, energías para dar a conocer el Evangelio en los lugares más lejanos, en los ambientes más difíciles, soportando dificultades y fracasos. Mantened siempre vivo entre vosotros este impulso misionero: los movimientos también hoy tienen un papel fundamental para la evangelización. Entre vosotros hay personas generosas, bien formadas, con experiencia “sobre el terreno”. Se trata de un patrimonio que hay que hacer fructificar, permaneciendo atentos a la realidad actual con sus nuevos desafíos. Poned vuestros talentos al servicio de la misión, tanto en los lugares de primera evangelización como en las parroquias y estructuras eclesiales locales, para llegar a muchos que están lejos y que, a veces sin saberlo, esperan la Palabra de vida.
Conclusión
Queridísimos, me alegra encontrarme con vosotros hoy por primera vez. Si Dios quiere, tendremos otras ocasiones para conocernos mejor, pero mientras tanto os animo a proseguir el camino. ¡Tened siempre al centro al Señor Jesús! Esto es lo esencial, y los carismas mismos sirven para esto. El carisma es funcional al encuentro con Cristo, al crecimiento y maduración humana y espiritual de las personas, a la edificación de la Iglesia. En este sentido, todos estamos llamados a imitar a Cristo, que se despojó de sí mismo para enriquecernos a nosotros (cf. Flp 2,7). Así, quien persigue con otros una finalidad apostólica o quien es portador de un carisma está llamado a enriquecer a los demás, despojándose de sí. Y esto es fuente de libertad y de gran alegría.
¡Gracias por lo que sois y también por lo que hacéis! Os encomiendo a la protección de María, Madre de la Iglesia, y de corazón bendigo a vosotros y a todos aquellos a quienes representáis. ¡Gracias!