(InfoCatólica) El Cardenal Seán Patrick O’Malley, arzobispo de Boston desde 2003, es una de las figuras más destacadas en la lucha contra los abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica. Su trayectoria pastoral ha estado profundamente marcada por su cercanía con las víctimas y su compromiso constante por instaurar una cultura de prevención, justicia y reparación.
Religioso capuchino, O’Malley fue designado obispo en varias diócesis de Estados Unidos que atravesaban graves crisis por casos de abusos sexuales. En cada una de ellas, su respuesta pastoral se caracterizó por escuchar directamente a las víctimas, algo que él mismo ha descrito como transformador: «Reunirme con las víctimas me ayudó a comprender su dolor y la magnitud del daño causado», ha declarado en múltiples ocasiones.
En 2014, el Papa Francisco lo nombró presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores, órgano que él mismo pidió crear con el objetivo de asesorar al pontífice y promover políticas eficaces de protección en la Iglesia a nivel mundial. Desde ese puesto, O’Malley ha impulsado la inclusión de sobrevivientes en el seno de la comisión, garantizando que su voz esté siempre presente en la toma de decisiones. También ha promovido protocolos de actuación, formación para obispos y religiosos, y programas de prevención adaptados a diferentes contextos culturales y económicos.
Una de sus iniciativas más relevantes fue recomendar al Papa la celebración del encuentro mundial con los presidentes de las conferencias episcopales en 2019, en el que se abordó de forma frontal la responsabilidad episcopal frente a los abusos.
En los últimos años, O’Malley ha defendido la necesidad de integrar la protección de menores en todas las estructuras de la Curia romana, al tiempo que ha trabajado activamente en países en vías de desarrollo para apoyar la creación de centros de atención y formación en contextos con escasos recursos.
El cardenal considera que no es posible evangelizar sin enfrentarse con honestidad y firmeza a esta herida dentro de la Iglesia.
Ha sido entrevistado por Vatican.news
Damos la bienvenida al cardenal O'Malley. Usted es una figura clave en el compromiso de la Iglesia Católica frente a los abusos sexuales. Lo primero, muchas gracias por acompañarnos, eminencia. Desde que se creó esta comisión, hace ya 11 años por petición del Papa Francisco en 2014, ¿cómo ha trabajado para cumplir su misión?
Ha sido un privilegio formar parte de esta comisión y presidirla durante tantos años. Ahora estamos en una etapa de transición, pero desde el principio ha sido muy valioso poder ayudar al Santo Padre y a la Iglesia con un tema tan difícil como necesario. Es imposible evangelizar si no abordamos esta realidad con seriedad.
Hemos contado con un grupo extraordinario: personas competentes, comprometidas y con gran experiencia en temas de protección. Siempre hemos incluido víctimas y familiares de víctimas entre los miembros, lo que ha aportado un fuerte sentido de realismo. Hemos aprendido muchísimo de nuestras conversaciones con ellos.
En mi experiencia personal, fui obispo en cuatro diócesis durante más de 40 años, y en tres de ellas afrontamos graves crisis de abusos sexuales por parte del clero. Lo que más me ayudó fue reunirme con las víctimas. Eso me permitió entender su dolor y la gravedad del daño causado. En el pasado hubo mucha negligencia, incluso encubrimientos, o el traslado de sacerdotes abusadores de una parroquia a otra, sin tener en cuenta el sufrimiento provocado.
Por eso, en nuestros programas de formación, siempre tratamos de transmitir la voz de las víctimas y animamos a los obispos y responsables a reunirse con ellas. Solo así se puede comprender la seriedad del problema. En estos años han pasado tres grupos distintos por la comisión, y todos han contribuido mucho al desarrollo de una cultura de protección.
El Papa nos encargó, en primer lugar, asesorarle en materia de salvaguarda. Pero también nos pidió ser la voz de las víctimas dentro de la Iglesia y formar a su liderazgo. Fuimos quienes propusimos al Papa celebrar una reunión con todos los presidentes de conferencias episcopales del mundo, lo cual se llevó a cabo. En ella, tanto el Papa como expertos y víctimas pudieron dirigirse directamente a los líderes de la Iglesia, lo que fue un paso muy importante.
Desde entonces, la comisión ha continuado con numerosas iniciativas. Cuando se publicó el documento Praedicate Evangelium, se estableció que la comisión formara parte del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Esto fue muy relevante, porque antes éramos más independientes y no siempre nos veían con buenos ojos desde la Curia. Ahora estamos dentro, aunque mantenemos nuestra autonomía: los miembros seguimos siendo voluntarios, personas muy capacitadas, muchas de ellas víctimas, y eso garantiza una voz crítica e independiente, que es esencial. Al mismo tiempo, trabajamos por fomentar una cultura de protección dentro de la Curia.
¿Y ese cambio ha facilitado su trabajo?
Sin duda. Ahora tenemos un diálogo constante con los distintos dicasterios y también participamos en las visitas ad limina, que realizan los obispos cada cinco años para presentar su informe sobre la diócesis. Hemos conseguido que el tema de la protección forme parte de esas visitas.
Eso es fundamental. Y en esas reuniones, ¿qué detectan?
Cuando los obispos se reúnen con nosotros, aprendemos lo que ocurre en sus países y podemos asesorarles. Suelen tener muchas preguntas. En muchos casos, el obispo está muy solo y ha de tomar decisiones sin apoyo ni orientación. Por eso, nuestro trabajo en la elaboración de protocolos y directrices ha sido clave.
Eso da más seguridad. Antes, quizá, si había un problema en su diócesis, el obispo no sabía muy bien cómo actuar. Ahora tiene un respaldo, sabe a quién acudir.
Exacto, y eso también ha sido una labor de la comisión. Últimamente estamos colaborando con conferencias episcopales en regiones donde apenas se empieza a hablar de estos temas y donde los recursos son muy limitados. Por eso hemos creado un fondo, con la ayuda de varias conferencias de obispos y organizaciones católicas, para apoyar la creación de centros de asistencia, formación y acogida para víctimas.
¿En qué países, por ejemplo?
Este año trabajamos con unos 24 países, principalmente en África, Sudamérica y en lugares como Papúa Nueva Guinea, donde tenemos misioneros capuchinos. En muchos de estos lugares, sin nuestra ayuda, habría sido muy difícil empezar.
Eso es muy importante.
Sí. El año que viene nos centraremos en las comunidades religiosas. No solo trabajamos con las conferencias episcopales, sino también con los superiores mayores de las congregaciones religiosas. En muchas misiones, la mayor parte del apostolado está en manos de religiosos y religiosas.
Entonces, ¿podría decirse que esta es una de las prioridades futuras en la prevención de abusos?
Sí, sin duda. Estamos promoviendo una formación que genere una verdadera cultura de prevención en toda la Iglesia. En los países con menos recursos, tratamos de acompañarles y ayudarles. Tenemos miembros de la comisión en todo el mundo, y con la ayuda de una fundación católica hemos podido contar con personal local que colabora directamente con nosotros, lo que ha sido una gran bendición para estrechar la comunicación con obispos y comunidades religiosas, y para avanzar en la misión de la comisión.
Eminencia, todos los últimos papas han mostrado un compromiso claro con la protección de menores. ¿Cree que ese liderazgo ha ayudado a que la Iglesia en su conjunto tome conciencia de este problema? ¿Podría citar algunos signos concretos?
Sí. Cuando estalló el escándalo, fueron los medios de comunicación los que visibilizaron situaciones trágicas en Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido y otros países. Al principio, muchos católicos eran escépticos. Pensaban que era una campaña anticlerical o que se trataba de personas que solo buscaban dinero.
Pero cuando los papas empezaron a pedir perdón, a reunirse con las víctimas y a convocar a todos los presidentes de conferencias episcopales del mundo para transmitirles su responsabilidad, insistiendo en la necesidad de transparencia y de actuar por el bien de los menores y personas vulnerables, eso marcó una diferencia. Ha cambiado mucho la actitud de los fieles, que ahora comprenden que no se trata solo de una crítica externa, sino de un problema que la propia Iglesia ha empezado a afrontar con decisión. Eso ha dado credibilidad al mensaje.
Es cierto.
Eminencia, muchísimas gracias por su tiempo y por compartir con nosotros su compromiso con un tema tan serio e importante.
Gracias a ustedes.