(InfoCatólica) Como hijo primogénito de una familia numerosa y profundamente católica, al pequeño Péter Erdö le tocó experimentar de primera mano el comunismo. A los cuatro años, cuando se produjo la revolución húngara, su casa fue incendiada y durante mucho tiempo su padre sufrió persecución profesional por su fe. Su itinerario vocacional comenzó cuando era monaguillo, como era frecuente antiguamente, y estuvo muy relacionado con la conciencia que tenía de la importancia para todos los hombres de la salvación, que solo podía encontrarse en Cristo.
Estudió en los seminarios de Esztergom y de Budapest. Se doctoró en Teología y Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Laterana de Roma. Fue ordenado sacerdote diocesano y se incardinó en la diócesis de Esztergom (la antigua capital húngara y sede primada, parecida a nuestro Toledo español). Después de sus estudios, fue profesor de teología y derecho canónico y se le nombró rector de la Universidad Pázmany Péter.
El propio Juan Pablo II le consagró obispo auxiliar de Székesfehérvár. Apenas tres años después, fue nombrado Arzobispo de Esztergom-Budapest (nueva archidiócesis creada en 1991) y primado de Hungría. El mismo papa le dio el capelo cardenalicio en 2003, lo que le convirtió en el cardenal más joven de la Iglesia en aquel momento. De hecho, es uno de los pocos cardenales creados por Juan Pablo II que aún tienen derecho a voto.
El papa Francisco le nombró relator General del Sínodo de las Familias, en el que tuvo un papel importante. En efecto, el prelado húngaro resistió las presiones que querían mover el sínodo en una dirección más progresista. Significativamente, previno contra la tendencia a «hacer pasar simples deseos, a menudo egoístas, por auténticos derechos» y rechazó de forma pública la posibilidad de dar la comunión a los divorciados en una nueva unión, a no ser que se comprometieran a vivir en continencia.
Se le considera defensor de la moral católica tradicional, es firmemente contrario al uso de anticonceptivos y otorga gran importancia a la lucha contra el aborto. También ha señalado que «no hay absolutamente ningún fundamento para considerar que las uniones homosexuales sean similares en ningún sentido y ni siquiera remotamente análogas al plan de Dios para el matrimonio y la familia». Cuando se publicó Fiducia supplicans, afirmó, con la Conferencia Episcopal de Hungría, que la declaración no cambiaba «la creencia y la doctrina perenne de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la moral sexual».
En cuanto a la cuestión litúrgica, ha resaltado la importancia de contar con Misas en lengua vernácula y ha elogiado en diversas ocasiones la introducción de la primera lectura, tomada del Antiguo Testamento, que fue una novedad de la reforma litúrgica emanada del Concilio Vaticano II. Al igual que muchos otros obispos, no se enfrentó abiertamente a las directrices de Traditionis custodes, pero mantuvo discretamente las celebraciones de su diócesis que utilizaban la liturgia antigua.
Es relevante que su país esté situado en la confluencia de este y oeste, con una pequeña minoría de católicos de rito oriental (algo menos de doscientos mil) en el este de Hungría, porque ese hecho le permite tener una visión más universal de muchos temas e incluso podría contribuir a la sanación del cisma ortodoxo. Por ejemplo, en cuanto al celibato, comprende y valora la tradición oriental de los sacerdotes casados, pero, a la vez, considera que el celibato sacerdotal occidental sigue el ejemplo del propio Cristo y expresa una vida totalmente consagrada a Dios. Por otro lado, también resulta positivo que esté más cerca del pulmón oriental de la Iglesia (según la expresión de Juan Pablo II para designar a los católicos de rito oriental) porque en la actualidad parece estar más sano que el occidental en muchos aspectos. Ya en 2022, The Catholic Herald señalaba que «un papa húngaro sería enormemente significativo, dado el Telón de Hierro cultural que divide a una Europa occidental descristianizada de un Este que está recristianizándose».
El cardenal recuerda muy bien los tiempos en que Hungría era comunista y es un gran admirador del cardenal József Mindszenty. Este último era primado húngaro cuando su país cayó en manos del Pacto de Varsovia y resistió fieramente al comunismo, hasta el punto de que, tras un simulacro de juicio, pasó ocho años en prisión, tuvo que refugiarse en la embajada norteamericana en Budapest durante quince años y solo fue liberado en 1971, cuando ya su figura resultaba incómoda y embarazosa para un Vaticano inmerso en la llamada Ostpolitik o política de acercamiento al bloque soviético, hasta el punto de que se le despojó de su archidiócesis.
Como obispo de Esztergom-Budapest, Erdö consiguió que Hungría rehabilitase al cardenal Mindszenty, expresó su gratitud a los Estados Unidos por haberlo protegido en su embajada y promovió su causa de beatificación. La admiración de Erdö por el cardenal Mindszenty es muy significativa, porque arroja luz sobre su concepción de lo que debe ser un obispo: fiel hasta el final, intransigente con las exigencias de los enemigos de la fe y dispuesto a soportar la incomprensión de sus propios colegas en el episcopado.
Conviene señalar que el nombre de pila del cardenal Erdö es Pedro (Péter, en húngaro) y su diócesis, Esztergom, tradicionalmente es conocida como la «Roma de Hungría». Eso podría dar que pensar a algunos cardenales, ya que una antigua profecía atribuida al obispo San Malaquías considera que el último papa de la historia, antes de que Cristo vuelva en gloria y majestad, será Pedro Romano.
En cualquier caso, Erdö destaca como un eclesiástico particularmente culto y bien formado, con una gran experiencia en derecho canónico. Ha publicado dos docenas de libros y más de doscientos artículos relativos a esa disciplina. Su perfil, en ese aspecto, no podría ser más diferente del Papa Francisco, que tenía en baja estima el derecho canónico e incluso se complacía en incumplirlo con relativa frecuencia. Es posible que los cardenales aprecien la estabilidad que proporcionaría un Papa como Erdö frente a la inseguridad jurídica del último pontificado.
No cabe duda de que el cardenal Péter Erdö es un candidato serio, de alto nivel intelectual y enemigo de los gestos de cara a la galería, lo que recuerda a Benedicto XVI. Habla seis idiomas, incluido el español, y es bastante conocido por los demás cardenales, tanto por su labor en el Sínodo de las Familias como porque desempeñó durante años el cargo Presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa. Además, no es ni muy joven ni muy viejo (cumplirá 73 años en junio) y el periodista norteamericano Rod Dreher contó que, poco antes de su muerte, el cardenal Pell le dijo que estaba muy a favor de que Erdö fuera el próximo papa, ya que era «un estupendo experto en derecho canónico», mientras el Vaticano se encontraba en la «anarquía».
Humanamente hablando, se trata, quizá, del candidato no progresista con mayor probabilidad de ser elegido.
Recemos por él.