(InfoCatólica) Con 79 años (cumplirá 80 el mes que viene), el cardenal Sarah es el papable más anciano, lo que reduce mucho la probabilidad de que sea elegido. El hecho de haber nacido en Guinea, de padres paganos conversos, le proporciona una experiencia excepcional en lo relativo a la importancia de la evangelización. Tras entrar en el seminario, estudió en Costa de Marfil, en su Guinea natal justo después de la independencia del país, en Francia, en Senegal y, finalmente, en la Universidad Gregoriana de Roma y el Studium Biblicum de los franciscanos en Jerusalén.
Después de ser rector del seminario menor y párroco en diversas localidades de su país, en 1979 se convirtió en el obispo más joven del mundo, a los treinta y cuatro años. Permaneció dos décadas en el puesto de arzobispo de Conakri. Los primeros cinco años fueron especialmente difíciles para la Iglesia por la sangrienta dictadura socialista del musulmán Sékou Touré, ante la cual Mons. Sarah dio un magnífico testimonio de independencia y parresía.
En 2001, Juan Pablo II decidió llamarlo a la curia romana, como Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Fue nombrado Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum en 2010 y cardenal ese mismo año por Benedicto XVI. Con ambos pontífices, quizá especialmente el segundo, encontró una gran sintonía en cuanto a la forma de entender la Iglesia, la fe y su propia misión.
El Papa Francisco nombró a Sarah Prefecto de la Congregación para el Culto Divino en 2014, un puesto en el que pudo dedicarse a la liturgia, que es uno de sus temas más queridos. Como Prefecto fue responsable, por ejemplo, de la aprobación de la liturgia propia de los Ordinariatos Anglicanos, es decir, los grupos formados por antiguos clérigos y laicos anglicanos que se habían convertido al catolicismo, pero manteniendo algunas de sus tradiciones propias.
A pesar de la fidelidad a toda prueba del purpurado guineano, no tardaron en surgir discrepancias con el entorno del Pontífice. En los sínodos de la Familia, el cardenal Sarah defendió la moral tradicional de la Iglesia, en contraste con las aperturas al divorcio y las nuevas uniones que finalmente encontraron cabida en Amoris Laetitia. Con respecto a las relaciones entre personas del mismo sexo, el cardenal defendió una postura opuesta a la inclusividad que muchos promovían y declaró que «tenemos que ser inclusivos y acogedores con todo lo que es humano, pero lo que viene del Enemigo no puede ni debe ser asimilado. ¡No se puede armonizar a Cristo y a Belial!».
Años después, Sarah obtuvo la colaboración del Papa emérito, Benedicto XVI, para defender el celibato sacerdotal publicando un libro al respecto justo antes de que saliera a la luz la exhortación apostólica del Papa Francisco tras el sínodo sobre la Amazonia, en el que se había propuesto la abolición del celibato obligatorio para los sacerdotes. Muchos vieron este gesto como un intento de forzar indirectamente al Papa Francisco a mantener el celibato sacerdotal.
En cuanto a la liturgia, el cardenal Sarah defendía un enfoque tradicional, que en ocasiones chocaba con el del Papa Francisco, caracterizado por un cierto desinterés general por el tema, unido a la preferencia por lo simple y al rechazo de todo aquello que le pareciera demasiado tradicional. Sarah aceptó obedientemente algunos cambios realizados por iniciativa personal del Pontífice, como la modificación del lavatorio de pies del Jueves Santo para que pudiera incluir a mujeres, pero se aseguró de puntualizar que se trataba de una posibilidad, no de una obligación.
Otro punto de tensión entre el Pontífice y su Prefecto del Culto Divino fue la consideración de la liturgia antigua. Sarah no es lo que suele llamarse un tradicionalista, pero sí profundamente tradicional. Siguiendo a Benedicto XVI, su deseo es lograr la «reconciliación litúrgica» entre la liturgia antigua y la nueva y los partidarios de ambas. La visión del Papa Francisco era muy diferente y estaba dominada por el convencimiento de que la liturgia antigua debía desaparecer antes o después de la vida de la Iglesia y ser sustituida completamente por la nueva.
Un punto álgido de los desencuentros fue ocasionado por la iniciativa del cardenal Sarah de animar públicamente a todos los sacerdotes a celebrar la Misa ad orientem, es decir, mirando hacia el este (que simboliza a Cristo) y hacia el sagrario, en lugar de hacia la asamblea. Esta posibilidad se ajusta al Misal romano y a la reforma del Concilio Vaticano II y fue especialmente elogiada por Benedicto XVI. Poco después de la declaración del cardenal, sin embargo, el Vaticano publicó una «aclaración» que contradecía al cardenal y establecía que debía celebrarse de cara al pueblo siempre que fuera posible. Algo parecido sucedió más tarde en relación la posibilidad de que las Conferencias Episcopales se encargaran de aprobar las traducciones litúrgicas: el cardenal recordó que la autoridad para revisar detalladamente las traducciones era de la Congregación para el Culto y, unos días después, una carta del Papa le desautorizó.
A pesar de estos roces y dificultades, el cardenal Sarah mantuvo siempre un impecable respeto al Papa Francisco y no quiso cuestionar públicamente sus acciones, lo que hizo que muchos criticaran su silencio, por ejemplo, ante Amoris Laetitia, la falta de respuesta a los dubia y otras afirmaciones y medidas del Papa consideradas contradictorias con la doctrina anterior de la Iglesia. En cualquier caso, Francisco aceptó su renuncia poco después de llegar a los 75 años, en contraste con lo que hizo con otros curiales, a los que les permitió continuar en sus puestos varios años más allá de la edad de jubilación. Posteriormente, en una entrevista, el Pontífice indicó que tal vez había cometido un «error» al nombrar Prefecto a Sarah.
Parecía que, con la jubilación del cardenal Sarah, que había seguido a la del cardenal Müller y a la del cardenal Burke, sus críticas perderían fuerza. Paradójicamente, lo que sucedió fue que la jubilación de estos tres cardenales amplificó su presencia pública, ya que pudieron dedicarse a viajar, hablar con otros obispos y cardenales y escribir libremente, sin necesidad de cuidar constantemente sus palabras. El cardenal Sarah, en particular, ha seguido escribiendo libros y pronunciando charlas y conferencias por todo el mundo que han tenido una gran acogida. En sus intervenciones, resalta constantemente la importancia de ser fieles a la verdad revelada por Cristo, transmitida en la Escritura y la Tradición. El purpurado, que habla inglés, francés, italiano y español tiene también tiene una activa presencia en las redes sociales. Destaca especialmente su clara oposición al documento Fiducia supplicans, que pretendía autorizar la bendición de parejas del mismo sexo.
Quizá la mejor forma de resumir al cardenal Sarah nos la haya dado él en el título de uno de sus libros: «Dios o nada». En efecto, se trata, ante todo, de un hombre de Dios, con una profunda espiritualidad manifestada en su amor por la liturgia. Combina, además, una larga experiencia pastoral con su conocimiento de la curia y del funcionamiento interno de la Iglesia. En lugar de predicar la acomodación con el mundo, es un pastor que ha sabido resistir las presiones de los poderosos y que no tiene miedo de proclamar la fe, recordando que «la Iglesia no está hecha para escuchar, sino para enseñar». En general, puede considerarse uno de los candidatos preferidos por los numerosos clérigos y fieles que vieron con inquietud muchas de las iniciativas del pontificado anterior.
No obstante, la mayoría de los expertos consideran que el cardenal Sarah tiene pocas probabilidades de ser elegido papa. Tristemente, el hecho de que se haya significado de forma tan clara, pública y valiente a favor de lo enseñado siempre por la Iglesia puede restarle apoyos si los cardenales deciden buscar un nuevo pontificado continuista del anterior o, simplemente, una imposible vía intermedia entre ortodoxia y heterodoxia. Asimismo, la hipotética elección del cardenal Sarah se consideraría de forma casi inevitable una desautorización pública del Papa anterior, algo que quizá no sea lógico esperar de unos cardenales que, en un ochenta por ciento, fueron nombrados por Francisco.
Por otro lado, visto el estado actual de la Iglesia, no es imposible que los cardenales decidan optar por la continuidad, pero la continuidad con el pontificado de Benedicto XVI (y, por lo tanto, indirectamente, con el pontificado de San Juan Pablo II). Si esa fuera su intención, es probable que acudieran al cardenal Sarah.
Recemos por él.