(InfoCatólica) De entre los papables, es el único romano de nacimiento, una circunstancia que, en otros tiempos, le habría proporcionado una ventaja considerable en el cónclave. Aunque su numerosa familia era de religiosidad tradicional, la formación de Zuppi tomó un rumbo distinto, en gran parte por la profunda influencia que supuso su pertenencia a la Comunidad de San Egidio. Según sus propias palabras, la educación que había recibido le parecía «obsoleta y moralista», hasta que «por fortuna», encontró San Egidio y descubrió en este grupo «otro Evangelio y otra Iglesia, la Iglesia de mis amigos y no la de los sacerdotes, la Iglesia de la oración espontánea en lugar del rosario. Todas estas cosas eran mucho más atractivas que una fe, también muy profunda, como la de mis padres, algo que sólo comprendí más tarde».
Su carrera eclesiástica ha estado marcada desde el principio por su pertenencia a ambientes influyentes de la Iglesia. Su padre, periodista, trabajaba en L’Osservatore Romano y su madre era sobrina del conocido cardenal Confalonieri. Zuppi fue vicario parroquial bajo Vincenzo Paglia y participó en los buenos oficios de San Egidio que contribuyeron al acuerdo de paz de Monambique. Cuando nombraron obispo a Paglia, Zuppi lo sustituyó como párroco y, seis años después, fue nombrado Capellán de su Santidad por Benedicto XVI. Otros seis años más tarde, fue nombrado obispo auxiliar de Roma, también por Benedicto XVI, y, tres años después, arzobispo de Bolonia por el Papa Francisco. Allí sucedió al cardenal Carlo Caffarra (uno de los cardenales de los dubia), según la costumbre del último pontificado de sustituir a los obispos más ortodoxos y tradicionales por otros de carácter marcadamente progresista. En 2019, el papa Francisco lo nombró cardenal, a pesar de su preferencia por no nombrar cardenales a los ocupantes de sedes importantes (como sucedió, por ejemplo, con Mons. Moraglia, arzobispo de Venecia o Mons. Gómez, arzobispo de Los Ángeles, ninguno de los cuales puede considerarse progresista). En 2022, el cardenal Zuppi se convirtió en Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.
De entre los principales candidatos, sería el que más adecuadamente podría considerarse un «Francisco II» y, con toda probabilidad, tendría un pontificado en una línea similar al anterior. En general, las preocupaciones del cardenal Zuppi son las que suelen asociarse a los ámbitos eclesiales más progresistas. Ante todo, la misericordia, que, según él, «representa la actitud de la Iglesia posconciliar» (olvidando quizá que probablemente no haya habido ninguna espiritualidad más característica de la Iglesia de los siglos XVII a principios del XX que la del Sagrado Corazón, es decir la de la misericordia de Dios por excelencia). En línea con la Comunidad San Egidio, el cardenal habla preferentemente sobre la solidaridad, el diálogo interreligioso, la fraternidad, los emigrantes, la justicia social, la igualdad o el pluralismo y, como tantos otros, se subió gustosamente al carro de la sinodalidad. También celebró públicamente una oración interreligiosa con el Presidente del Centro Islámico de Bolonia y ha fomentado otros actos interreligiosos. En política, sus amistades están marcadamente escoradas hacia la izquierda y, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco, ha elogiado públicamente a varios políticos progresistas (y abortistas). Asimismo, es amigo del fundador del Gran Oriente Democrático, una obediencia masónica, y celebró su matrimonio.
Como Presidente de la Conferencia Episcopal regional de Emilia-Romaña, dirigió la formulación de las directrices episcopales para aplicar Amoris laetitia, repitiendo que los divorciados en una nueva unión no tenían por qué permanecer en castidad, ya que a veces «la ausencia de actos conyugales» podría poner en peligro la nueva unión y el bien de los hijos (sin explicar, por supuesto, cómo podía haber actos «conyugales» entre dos personas que, ante Dios, no estaban casadas, ni por qué esa nueva unión contraria a la ley de Dios era un bien a proteger).
Sus opiniones sobre la eutanasia, los anticonceptivos, el aborto y otros temas morales son, cuando menos, ambiguas. Probablemente el punto más preocupante sea su cercanía con las «causas LGTBI». En ese sentido, ha defendido ante todo la inclusividad y prologó un famoso libro del P. James Martin, SJ, conocido por su defensa de la bondad de las relaciones entre personas del mismo sexo. También defendió ardientemente el documento Fiducia supplicans, que autorizaba las bendiciones a parejas del mismo sexo y, de hecho, se puede decir que se adelantó a él, porque había permitido una de estas bendiciones públicas más de un año antes en una iglesia de su diócesis.
La Comunidad de San Egidio se dedica a cuidar de los necesitados y a mediar en conflictos internacionales. Como corresponde a un buen sanegidiano, el cardenal Zuppi parece haber tenido bastante que ver con la continuación de los acuerdos secretos entre China y el Vaticano (ya en 2012, el cardenal Zen acusó a San Egidio de plegarse al comunismo de China). También fue el enviado especial del Papa Francisco para Rusia y Ucrania y en 2017 viajó en jet privado a Bayona, esa vez sin el aval del Vaticano, para estar presente en la entrega de armas de la banda terrorista ETA, un gesto que Mons. Munilla calificó como«intento de utilización de la Iglesia».
Al igual que el movimiento al que pertenece, es un decidido oponente de la pena de muerte. Otra gran influencia de San Egidio puede percibirse en su deseo de que los laicos participen siempre en las actividades de la Iglesia. En efecto, la Comunidad de San Egidio le enseñó a vivir su «ministerio en unión con los hermanos y hermanas laicos» y de una forma que no fuera «demasiado clerical», recordando que el Papa Francisco había dicho que el clericalismo era «una enfermedad».
Quizá por tener un carácter diferente que el último Pontífice o para diferenciarse de él, el cardenal Zuppi ha intentado mostrarse conciliador también con los que no comparten sus ideas, incluidos los clérigos y fieles más tradicionales e incluso ha celebrado la liturgia antigua en algunas ocasiones. Asimismo, tanto amigos como enemigos reconocen su inteligencia, su habilidad para tratar con todo tipo de personas y su capacidad de nadar y guardar la ropa. Esto hace pensar a muchos que, para bien o para mal, el hipotético Francisco II sería bastante más eficaz en sus medidas y cambios que su predecesor, cuyas decisiones eran a menudo impulsivas, erráticas y, por consiguiente, poco duraderas.