(PortaLuz/Salvar el 1) Suzanne, la madre de Rachel Mary Guy, tuvo que resistir las presiones de tres médicos que le aseguraban podía morir si no abortaba a Rachel. Esta es la historia narrada por su propia protagonista desde el portal español «Salvar el 1».
«Dios me inspiró»
No puedo recordar un momento de mi vida en el que no supiera mi historia, pero a medida que fui creciendo Dios comenzó a crear una inquietud en mi corazón que me impulsó a la acción.
¿Te imaginas saber desde muy pequeña que tres doctores trataron de matarte? Era difícil pensar que alguien me hubiera querido matar pero me era aún más difícil saber que ellos eran médicos. Estaban en una posición de poder para insistir y presionar a mis padres para que terminaran con mi vida. De mi historia aprendí que los médicos tienen un gran poder no solo para hacer el bien sino también para causar un tremendo mal y, lamentablemente, existen médicos que solo valoran algunas vidas y desprecian otras y que no creen que merezca la pena luchar por todas las vidas ya que no toda vida es digna.
A los 14 años, Dios me inspiró para escribir a los seis médicos involucrados en mi nacimiento. Escribí a tres de los médicos para agradecerles que lucharan por mi vida y escucharan las súplicas de mis padres. Y llena de un profundo perdón y compasión, escribí a los otros tres médicos que les sugirieron que me abortaran. Les dije que los perdonaba y les hablé sobre el Evangelio y de cómo nuestro asombroso Salvador, Jesús, los ama apasionadamente y anhela que usen su poder para bien y no para mal.
Mientras miraba la cara de uno de los doctores que quiso acabar con mi vida en internet, lloré, porque está perdido y cree que el asesinato intencional de un bebé que va a nacer podría ser una «solución» para los padres de un niño enfermo.
Hasta el día de hoy, me desconcierta hasta qué punto ha llegado nuestra sociedad, donde las personas en posiciones de poder por ser médico pueden llegar a pensar que destruir vidas es salida para una vida inocente cuyo único crimen es su mal estado de salud.
En el ultrasonido de las 22 semanas de embarazo de mi madre, el técnico vio algo que no estaba bien y se lo notificó al médico. El médico entró, diciéndole frenéticamente a mi mamá que tenía que abortar porque de lo contrario ella y yo moriríamos y que yo debía tener alguna anomalía cromosómica no compatible con la vida ya que a mi madre le faltaba la mitad del líquido amniótico. Mi madre dijo que nunca abortaría y que me amaba.
Abandonarse en Dios
Mi madre (esta vez acompañada de mi padre) volvió a las 24 semanas y sucedió lo mismo, pero esta vez todo el líquido amniótico ya había desaparecido. Este mismo médico les dijo (una vez más) que tenían que abortarme porque tenía una anomalía cromosómica que no era compatible con la vida. Cuando mis padres rechazaron el aborto, fueron enviados a hablar con otro médico en la misma clínica. Mis padres me dijeron que este médico con toda la calma del mundo -lo que hizo que esta conversación fuera aún más escalofriante y molesta por la manera en que se hablaba con respecto a mi vida- les dijo que debían abortar porque su hijo no tendría «calidad de vida». A lo que mi madre respondió: «Nuestro hijo tendrá calidad de vida porque este bebé conocerá el amor incondicional de Dios». El médico continuó diciendo: «Bueno, tendrá muchos otros hijos». Mi madre dijo: «Incluso si tenemos otros 100 niños, nosotros queremos a éste. Este bebé es valioso». La conversación duró unos 20 minutos más, hasta que mi padre dijo: «No abortaremos, entonces, ¿qué harás para ayudarnos?». El médico respondió: «En todos mis años de práctica, nadie en su posición no ha abortado, así que todo lo que puedo recomendarles es ir a casa y esperar a que su bebé muera y usted regrese y dé a luz a un niño muerto». Mis padres se fueron a casa con el corazón destrozado, no solo porque estos doctores menospreciaron mi vida y me dieron por muerta, sino también por la idea de que a otros padres se les convenza de que deben abortar. Mis padres no se dieron por vencidos y querían luchar por mi vida, pero no sabían cómo.
Cuando mis padres llamaron a mi abuela, ella dijo estas palabras que cambiarían todo: «Si todavía hay latido en el corazón, entonces hay esperanza». Dios usó las palabras de mi abuela para darles esperanza a través de Jesús. Mi padre habló con una ginecóloga de la iglesia y le contó mi situación. Y como ella conocía al doctor de mi mamá dijo que lo llamaría. Pero ni siquiera podía creer la repugnante respuesta que obtuvo del doctor. El médico afirmó que la única prueba que haría para mis padres sería una autopsia. La doctora que conocieron en la iglesia nos puso en manos de dos médicos de otro hospital que dijeron que respetarían los deseos de mis padres de luchar por mi vida.
Mientras que mi madre y yo estábamos al cuidado de estos nuevos médicos, nos vieron a AMBAS como sus valiosas pacientes. Pusieron a mi madre en reposo absoluto en el hospital y nací por cesárea el primer día de mi semana 26. Los doctores advirtieron que no sabían si yo nacería viva, y que sería como sacar el hueso de un durazno debido a la falta de líquido amniótico y en caso de nacer viva, estaría demasiado enferma como para hacer ruido. El amable doctor que me trajo al mundo dijo que nací «graznando». Nací a las 26 semanas y pesé 1 libra 2 onzas.
Estuve en la NICU 5 meses y medio y le agradezco a Dios que mis padres nunca se dieran por vencidos en la lucha por mi vida. No sabían si yo viviría, ¡Pero afrontaron cada día y lo dejaron todo en manos de Dios!
Toda vida es valiosa
Dios ha usado mi historia para abrir los ojos a la realidad de que vivimos en un mundo que devalúa y deshumaniza algunas vidas y que dentro del campo médico, e incluso dentro de la comunidad provida, «algunas» vidas, como la mía, son considerada como una «excepción». Mi historia me ha llevado a ser una voz no solo en un mundo que despoja a las personas de su humanidad, sino también dentro de la comunidad pro vida para combatir por la dignidad de bebés con anomalías fetales, anormalidades cromosómicas, concebidos en violación o incesto, embriones humanos destruidos de las FIV. Son seres humanos creados por Dios con el mismo valor intrínseco que cualquier otro niño. Cuando comenzamos a clasificar a los seres humanos en categorías de quién es valioso y quién no, ¿En qué nos diferenciamos de las personas que en el pasado deshumanizaron a diferentes grupos de personas?
Desde que el mundo es mundo, ciertos grupos de personas han sido deshumanizados y despojados de su personalidad. ¿No es hora de que aprendamos de nuestra horrible historia y veamos nuestra humanidad a través de la lente de Dios? TODA vida es igualmente valiosa y todas somos personas, sanas o enfermas, sin importar cuán concebidas, hechas a la imagen de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo. Nuestra opinión acerca de una persona no cambia su / nuestra humanidad. La sociedad NO define nuestro valor. Dios sí lo hace. Si pudiéramos comprender esa verdad, ninguna vida sería marginada, considerada desechable y deshumanizada. Debemos fomentar leyes que protejan TODA la vida desde la fecundación hasta la muerte natural porque el hombre en su humanidad, como hemos visto históricamente, quiere redefinir lo que Dios ya ha definido. Nuestras leyes deben proteger a TODAS LAS PERSONAS y reconocer la dignidad inherente de toda la vida.
¡Toda la vida es valiosa! La sociedad ve la capacidad de una persona como lo que le da «valor», pero nunca reconoce que TODA la vida es innatamente valiosa porque TODOS somos creados por Dios.