(ACN/InfoCatólica) Con cierta frecuencia los medios informan de naufragios de embarcaciones rudimentarias llenas de refugiados que lo arriesgan todo, intentan llegar a Europa. El P. Alberto Gatón es capellán de una fragata española que combate el tráfico de personas y que en el lapso de casi 5 meses ha logrado rescatar a más de 3 mil personas.
«El 70% de ellos, cristianos que huían de la persecución en sus países» señala el sacerdote. «Huyen de la persecución de Boko Haram en Nigeria, de los grupos terroristas, de la situación de sus países», añade.
El sacerdote estuvo a bordo de la Fragata Navarra en la llamada Operación Sophia desde mediados de septiembre de 2016 hasta fines de enero de este 2017. El navío contaba con una tripulación de 208 marineros.
«Colaborábamos también en los rescates de personas que las mafias abandonan a su suerte en alta mar y que nosotros desde la Fragata Navarra, junto con otras ONGs y otras fuerzas navales europeas colaborábamos para rescatar», comenta.
En precarias lanchas de goma o madera, cientos de personas intentan cruzar cada día el Mediterráneo y, según precisa el capellán «es frecuente que venga un temporal y, si no estamos allí sin duda hubieran muerto».
Por eso insiste en que lo principal es «combatir las mafias que trafican con almas en el Mediterráneo» y «ayudar siempre en el rescate de los que están en el mar, porque son los pobres de la tierra que se embarcan desde todos los puntos de África esperando llegar a las costas europeas y que en muchas ocasiones acaban en el fondo de mar».
«A veces ocurre que el viento, la mala mar -o lo peor que te puede pasar que es que se te eche la noche encima- obstaculice el rescate. Gracias a Dios hemos podido rescatar todas las barcas que se nos han encomendado, a pesar de que algunas fueron en condiciones de mar malísimas».
El P. Gatón recuerda su primer rescate en alta mar: «una vez dentro de la fragata comenzaron a bailar, fue un día feliz porque nadie murió. Fue maravilloso ver a los rescatados sanos y salvos bailando».
Pero alegrías como la de ese día se contraponen a la profunda tristeza de ver «hasta ver que punto llega en este mundo la maldad del corazón, que al olvidarse de Dios es capaz de enviar a niños pequeños, a madres embarazadas y a bebés en lanchas neumáticas que son como cajas de zapatos, ataúdes flotantes, sin más destino que rescatarlos o perderlos».
Cuando rescatan a los refugiados, señala, «lo primero es que se repongan de las heridas, tomen alimentos, traten la deshidratación… Pero mientras tanto yo siempre estoy ahí con las familias, con los enfermos».
Como publica Aciprensa, a pesar de que solía estar en uniforme militar, como impone el reglamento, muchos reconocen en él un «abouna», es decir, un hombre sagrado, un sacerdote. Recuerda bien cómo una anciana que había sido rescatada le pidió que la bendijera a ella y a la niña que llevaba consigo.
«Los padres de la pequeña habían desaparecido antes del rescate y ahora era la anciana la que se hacía cargo de ella. Tan sólo me pidió que las bendijera. Rezamos juntos en la enfermería».
En otra ocasión quien iba en la patera era un pastor protestante que había tenido que huir por la persecución religiosa en su país, «le ayudé en todo lo que pude», asegura el capellán aunque afirma que en la mayoría de las ocasiones no piden nada material. «Tan solo quieren un oración, una sonrisa».
Según explica el P. Gatón , su trabajo como capellán ha sido difícil porque «te enfrentas con la muerte, con el dolor, la violencia. Se está lejos de casa y el sacerdote se presenta como un compañero más para los creyentes y no creyentes con el que desahogarse, pueden hablar y compartir como no pueden hacerlo con los mandos».
«Tienes las mismas obligaciones que ellos y si hay un zafarrancho o una maniobra general estarás en el puesto que te corresponde» aunque precisa que es complicado «mantener el equilibrio, la responsabilidad entre la consideración de oficial y ser un compañero más de toda la dotación».
La tarea, en definitiva, es «estar con los feligreses sin olvidar que eres militar, pero dándolo todo como sacerdote».
El sacerdote cuenta que todos los días se oficiaba la Misa en la Fragata Navarra donde no hay capilla, por lo que se celebraba en la cubierta del barco o, si hacía mal tiempo, en algún lugar adaptado.
El capellán destaca que otro momento especialmente emotivo es una oración que se reza todas las tardes «en el momento del ocaso, al Señor de la calma y la tempestad». «Hasta lo ateos suelen rezarla a veces cuando hay temporal, o tienen a algún familiar enfermo», narra