(El Confidencial) Unos «hombres», bajo la bandera de una cofradía islamista, secuestraron a la madre de Maryam y Mina en 2006 y exigieron al resto de la familia que se convierta al islam para recuperar a su progenitora. Son todos cristianos coptos y su joven madre, de tan solo 25 años, fue raptada cuando iba a buscar a su hijo a la escuela, en la ciudad industrial de Al Mahalla al Kubra, al norte de El Cairo. Aún bajo el Gobierno de Hosni Mubarak.
«Me llamaron del colegio preguntándome si no íbamos a ir a buscar a nuestro hijo. Me sorprendió porque ella siempre era puntual. Intenté localizarla pero fue imposible, así que fui a buscar al pequeño. En casa estaba nuestro bebé Mina con su hermana Maryam. Cuando llegó la noche y vi que ella no aparecía, me di cuenta de lo que estaba pasando», recuerda a El Confidencial Nabil Saad, padre de lo que queda de esta familia y el hombre que se recorrió el mundo para poner a salvo a sus retoños.
No creemos en Mahoma y no lo haremos nunca
Una banda de islamistas llegó hasta su casa para exigirle profesar la religión del Corán. Prometieron ayudarle con la educación de sus hijos en la mezquita y, si cooperaba, traerían de vuelta a su mujer para que ambos «sigan su matrimonio en halal (aprobado por el islam)», es decir, bajo la bendición de Alá. «Nosotros ni adoramos ni creemos en Mahoma, y no lo haremos nunca. Tenemos nuestra religión y nuestro Dios nos ayudará a salir adelante», sentencia Nabil. Define esa etapa de su vida como «angustiosa y horrible», y lamenta que ahora Holanda no les quiera aprobar su solicitud de asilo para legalizar su situación porque considera que Egipto es «un país seguro para vivir».
Estuvieron tres años escondiéndose de casa en casa y de ciudad en ciudad en Egipto. Maryam las tiene contadas: «nos trasladamos doce veces, nos escondimos mucho y pasamos mucho miedo». Nabil vendió sus propiedades, cerró sus negocios en Alejandría, Cairo y Port Said. Alquilaba pequeños apartamentos para ocultarse de forma temporal. Rompió lazos incluso con su familia y dejó de llevar a sus hijos a la escuela porque los militantes radicales también fueron a por ellos.
«Empecé a llevar a mi hijo hasta la puerta de clase y esperar hasta verle entrar. Ese día había hecho lo mismo. Pero, cuando fui a recogerle, no apareció. Su profesor me dijo que no había llegado a la escuela. Yo sabía que eso era imposible. Uno de los niños me chivó que el maestro había enviado a mi hijo a hacer un recado a un sitio cercano. Fui allí y me encontré con un furgón lleno de personas con la cara cubierta y mi hijo dormido en un sofá. Estaba drogado, le intenté despertar y no reaccionaba. Le cogí en brazos y cuando estábamos saliendo nos pararon unos hombres armados y me hicieron rogarles y firmar unos papeles para llevármelo», rememora, sin temblarle la voz y con mucho rencor guardado.
Plan para huir
Entonces supo que se tenían que ir. Encerró a sus hijos en casa, él con ellos, y empezó a trazar un plan para huir del país. Se había deshecho de lo poco que le quedaba, pero aún tenía algo de ahorros, que serían su pasaporte a un lugar seguro. «Nunca había salido de Egipto, ni sabía lo era viajar, estaba asustado de que nos pasara algo en el camino pero tenía claro que no nos podíamos quedar allí», relata Nabil. Se puso en contacto con una mafia que les sacó de forma irregular de Egipto hacia Libia. Desde Allí, en Bengashi, cogieron un avión rumbo a Turquía, donde unos traficantes les prometieron llevarlos a Suiza. Después de semanas de viaje en coche y documentación ilegal, acabaron en los Países Bajos para empezar una nueva batalla: conseguir el asilo, a mediados de 2009.
«Cuando llegamos a Holanda, nos dejaron en Maastricht y nos dijeron que nos buscáramos la vida. Escuché que en la comisaría podía pedir asilo, y fui a una. Me defendía mal en inglés, pero me entendieron y me dijeron que allí no era. Estaba desesperado y no sabía qué hacer. Cuando estábamos saliendo a la calle, mi hijo se desmayó, no respiraba y su corazón dejó de latir. Le di ya por muerto», relata sobre su primer día en los Países Bajos. La policía llamó a una ambulancia, les ayudaron y en el hospital «resucitaron» a su hijo. Le había dado un ataque cardiaco. «Ahí me aferré mi Dios más que nunca y supe que estaba con nosotros», celebra.
Al día siguiente, la comisaría les mandó un taxi para que se los llevara al Servicio de Inmigración para hacer la solicitud de asilo. Tras escuchar su historia, le dijeron queaceptaban iniciar el proceso y trasladaron a la familia a un campamento de refugiados. Siete años de procedimientos, litigios e incertidumbre a la espera de un concedido, pero no han recibido más que cartas que rechazan su solicitud y en las que «no se hacía ninguna mención a la religión», causa por la que escaparon y por la que Egipto «no es segura» para ellos.
La adolescente Maryam intenta mantener el discurso en un árabe escaso para dejarlo claro: «ese no es mi país, no quiero volver allí». Su hermano Mina, que llegó con cinco años al campamento de refugiados, ni siquiera recuerda Egipto. Habla más holandés que árabe. «Son auténticos holandeses ya, incluso son igual de bordes y ni te dan conversación», ironiza Nabil sobre sus chiquillos, que hace mucho que han perdido la inocencia de su edad, e incluso ya entienden de leyes sobre el asilo, política e injusticias. «Todos mis amigos se van de vacaciones y viajan, pero nosotros estamos encerrados aquí. Mi padre siempre me dice algún día, algún día… pero sé que me está mintiendo», acusa Mina.
Un funcionario holandés le recomienda que se convierta al Islam
«Llevamos ya siete años encarcelados en el campamento de Amersfoort», asegura Maryam. Encarcelados porque no pueden salir de la provincia de Utrecht y deben ir a sellar a diario «como criminales», dice Nabil, porque deben estar localizados en todo momento. Sobre su proceso de asilo, lamenta la «crueldad» con la que están siendo tratados. «Un funcionario me dijo que por qué no me convertía al islam y así podía volver a mi país tranquilo, pero ¡cómo me puede decir eso!», exclama y reitera que todos «morirán» cristianos.
Nabil explica que él se divorció legalmente de la que fuera su esposa para exigir su liberación como mujer conversa al islam y «así la dejan en paz» -dice-, pero no funcionó. No saben nada de ella desde hace una década, ni siquiera si sigue con vida. Su familia huyó a Estados Unidos y tampoco los tiene localizados. La da por perdida y solo quiere empezar una vida tranquila. «Estoy psicológicamente destruido, ya no tengo ni ganas de vivir, aunque me den una tarjeta de residencia, no sabría ni por dónde empezar», agrega, desesperado. Tampoco esconde su rencor hacia el islam. «Para mi, morir es descansar, ya he sufrido lo suficiente, y me iría con gusto… y no porque alguien me dice que me inmole para encontrar vírgenes en el paraíso».
Pero -reconoce- sus hijos le hacen seguir adelante. Después de recorrerse el mundo con sus vástagos, intentando ponerles a salvo, ahora pide un lugar donde estar en paz. «Necesito parar esta tortura. Si me dan asilo en cualquier otro país, voy a donde sea, pero que no me entreguen a esos mismos de los que he huido», ruega. Maryam y Mina no hacen más que repetir que quieren quedarse con sus amigos. Dos adolescentes que no entienden de edades y que han crecido rogando un asilo que parece no llegar nunca.
La tensión entre cristianos y musulmanes
El pasado 20 de mayo, una septuagenaria egipcia fue obligada a desnudarse en plena calle, rodeada, humillada y abucheada por una turba de hombres en público, después de propagarse el rumor de que su hijo, cristiano copto, mantenía una relación sentimental con una joven musulmana. Los hechos tuvieron lugar en la localidad de Minia, en el sur del país, y fueron seguidos de altercados y la quema y saqueo de varias casas de coptos.
En el islam, el matrimonio entre un hombre musulmán con una mujer de otra religión está generalmente aprobado, pero no ocurre lo mismo a la viceversa. Una musulmana solo puede contraer matrimonio con un hombre de su misma religión. No obstante, y como ha pasado en el caso de Minia, mantener relaciones sin estar casado en Egipto es una cuestión ya bastante espinosa, tanto para los seguidores del islam como para los cristianos coptos, una cuestión agravada si tiene lugar en zonas rurales. En torno al 10% de los egipcios son cristianos coptos y se mantiene una histórica tensa paz que se ha roto en varias ocasiones en los últimos años.
No existen cifras oficiales de la desaparición de cristianas coptas en Egipto, no obstante, son varios los informes y artículos que reconocen e informan de los secuestros de estas jóvenes por grupos radicales islamistas. En 2013, una investigación realizada sobre el terreno realizada por activistas de la organización Solidaridad Cristiana Internacional (SCI), reflejó que el número de desapariciones y secuestros de cristianas seguía aumentando.
Un informe publicado bajo el titulo de «Dile a mi madre que la extraño», recoge centenares de testimonios de maridos y familiares de jóvenes cristianas secuestradas por militantes islamistas en Egipto. Todos los casos han sido reportados a las autoridades nacionales, destaca el documento, y muchos se cierran sin investigación, lo cual cierra la posibilidad de determinar la identidad de los secuestradores.