(Lourdes Artola/SIC) Mons. D. Juan José Omella nace en la localidad de Cretas (Teruel) el 21 de abril de 1946.El 20 de septiembre de 1970 recibía la ordenación sacerdotal. Durante un año fue misionero en Zaire. Ha sido Obispo Auxiliar de Zaragoza, Obispo de la Diócesis de Barbastro-Monzón y Obispo de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Ahora es Arzobispo de la Archidiócesis de Barcelona. En esta entrevista concedida a Agencia SIC, nos habla de sus retos pastorales para Barcelona, del paro y del problema de la corrupción en España y del papa Francisco como comunicador.
Casi recién aterrizado en Barcelona como Arzobispo ¿qué retos y esperanzas se le presentan para estos años en la Archidiócesis de Barcelona?
Quiero caminar con la gente y ser un pastor que trabaje por el bien común de todas las ovejas. Quiero ocuparme de todas y que ninguna se pierda. Trabajar por la fraternidad y la cercanía de unos y otros. Esa tiene que ser la tarea del pastor. Además, no se ama aquello que no se conoce. El oficio del pastor es amar.
¿Cuál es su prioridad pastoral en una Archidiócesis como Barcelona con una falta de vocaciones religiosas y un alto porcentaje de secularización?
Mi prioridad es conocer de primera mano la realidad diocesana. Por eso, antes del mes de junio habré visitado los veintiséis arciprestazgos que integran la archidiócesis. Ya he tenido ocasión de visitar una decena de ellas. Quiero conocer su historia, sus preocupaciones, sus planes pastorales, porque tiene una historia muy rica que hay que valorar. Y luego, caminando con ellos en una Iglesia sinodal, iré viendo, pero después de haberlos conocido, haberlos amado, haberlos valorado… Tal vez yo también pueda aportar mis pequeñas ideas, pero no he llegado para imponer nada. Mi mandato es de servicio.
Usted además desde el año 2014 es miembro de la Congregación para los Obispos. ¿Qué criterios se utilizan para la selección de los nuevos Obispos antes de la elección papal?
La característica más importante que debe tener un obispo es que sea un buen pastor. Me lo dejó muy claro el propio papa Francisco cuando me comunicó que contaba conmigo para Barcelona. Al preguntarle: «¿Hay algún mandato especial que deba tener en cuenta en mi nuevo ministerio como arzobispo metropolitano?», él sólo me respondió: «Sé un buen pastor». Este es un criterio muy importante aunque no el único…
Se habla en el documento «Iglesia, servidora de los pobres» de la necesidad de hacer autocrítica… ¿la Iglesia (todos los que la forman) tenía olvidada esta parte del evangelio que es la ayuda al pobre y al más necesitado?
Siempre hay de todo, pero el Papa ya nos ha dicho que no condenemos tanto. También Juan XXIII, al inaugurar el Vaticano II, dijo que no quería un concilio de anatemas, sino de Iglesia samaritana que camina con los pobres y los que sufren. ¡Y hay tanto dolor y sufrimiento en nuestra sociedad, en las familias, en las personas…! Esa es la llamada que nos vuelve a hacer Francisco. Ese es el camino que yo quisiera hacer.
Desgraciadamente estamos más que acostumbrados a escuchar en las noticias todos los días algún caso de corrupción, y advierten en el documento de que es un grave pecado ¿Tiene solución un país en el que al parecer ha sido una práctica normal durante años? ¿Cómo se regenera moralmente una sociedad así?
La corrupción es un mal de nuestra sociedad que debe ser erradicado con contundencia en cualquier ámbito pero, especialmente, en la gestión de la cosa pública. Nuestra sociedad está muy necesitada de asentarse en valores profundos. Sin embargo, no debemos perder la esperanza en nuestros políticos ni generalizar la mala praxis de algunos tratándola como una práctica habitual. Pero no miremos únicamente a los demás y examinemos nuestras propias vidas y no dejemos que esa tentación nos agarre a nosotros.