(AIN/Asia News) El descenso a los infiernos para este joven sirio, originario de Raqqa, comenzó un año antes, en el mes de abril de 2013, pocos meses antes de la batalla de Alepo que llevó a la ciudad a un torbellino de violencia que ha provocado un éxodo masivo de cristianos. Mientras, se encarnizaban los combates entre el ejército sirio y los rebeldes.
Khalifa es musulmán. Para este estudiante de sociología, dibujar a la Virgen es un mensaje de paz para el mundo. En el año 2014, Khalifa vivía solo en la así llamada «Alepo liberada» (la zona bajo control del Ejército Libre Sirio). Sin embargo, él realiza frecuentes viajes a Raqqa para observar los cambios en su ex ciudad, en manos de Daesh (acrónimo árabe del Estado Islámico) en junio del mismo año. «Después de cada uno de mis viajes de ida y vuelta –narra al L´Orient- Le jour–, podía observar los cambios radicales en la auto proclamada capital del EI: sus paredes estaban pintadas de negro, el número de los extranjeros que vivían en su interior no dejaba de aumentar…». «Pasar de un mundo a otro».
El 3 de junio, después de una noche transcurrida con amigos, Khalifa decide ir temprano a Raqqa, pasando con precaución como de costumbre por Manbij (en la provincia de Alepo). Pero esta vez, en el primer control del EI, en Tal Jijan, el furgón donde se encontraba se detiene. Un miliciano marroquí del EI, acompañado por un sirio y por un niño, le ordena que descienda. Cuando sale del furgón, Khalifa está aterrorizado y se dijo: «Para mí está terminado, soy hombre muerto».
Torturado antes de la tortura
El joven es llevado a una mezquita, que funciona como prisión. «No lograba caminar, ni siquiera sentía mi cuerpo. Me parecía que pasaba de un mundo a otro». Khalifa es rodeado, desnudado e interrogado. «Dije sólo que estaba yendo a Manbij, para ducharme y lavar la ropa, porque en aquel momento no había agua en Alepo. Me preguntaron si había rezado y les respondí que no. Entonces me mandaron a rezar. Mi oración fue una oración de adiós».
Sin entender qué estaba sucediendo a su alrededor, Khalifa es acusado de todo tipo de mal, entre ellos el de ser un miembro del frente de al-Nusra (rivales del Estado islámico en territorio sirio, ndr). Sin siquiera tener el tiempo de hacerse preguntas, Khalifa se encuentra a bordo de un automóvil manejado por un tunecino. «Querían que me matasen». Destino: la cárcel de al-Bad, al norte de Alepo, un antiguo palacio de justicia transformado por el Ejército Libre Sirio (ELS) y luego por el EI en un centro de detención. Sin darle el tiempo de pronunciar una sola palabra, el joven sirio es tirado dentro de una celda de menos de diez metros cuadrados, al interior de la cual se encuentran ya otros diez prisioneros, todos guerrilleros del ELS.
Transcurrirá allí un mes entero, antes de ser transferido a otra celda de ochenta metros cuadrados con noventa prisioneros y luego a otra aún que mide menos de cuarenta metros cuadrados, en la cual hay otros cincuenta y cinco presos. Según él, este pasar de una celda a la otra es un método usado por el EI para impedir que puedan hacerse amigos entre los detenidos. Desde los primeros días de su detención, Khalifa recuerda en particular la puerta de su celda. «Esta puerta me paralizaba, me sofocaba. Trascurría mis jornadas con la cabeza pegada a la pared. Estaba en un punto en el cual deseaba que me matasen».
Poco a poco, Khalifa se adapta a la prisión y se doblega a sus reglas. «La oración era obligatoria, de lo contrario la tortura», cuenta el ex detenido. La comida la daban dos veces por día. «Por la mañana teníamos derecho a un pedazo de pan con un poco de mermelada o un huevo y a la noche un poco de arroz. Con los documentos que eran de los tiempos en los cuales la prisión era un palacio de justicia, Khalifa se construye cucharas para poder comer. «Cada cuarenta días –recuerda– nos daban una maquinilla de afeitar que debía ser usado por cinco personas. [...]».
Khalifa duerme en el suelo, con una bolsita de zapatos como almohada. Si el sufrimiento tiene una voz ... Durante su estancia, Khalifa logra establecer vínculos con algunos prisioneros. «He tenido éxito –dice– para construir un tablero de ajedrez y hablado a menudo de lo que haría una vez que salga». [..] Cada semana un yihadista entra en la celda y llama a algunos detenidos. «Nunca volvieron sabemos que fueron ejecutados».
Un día en agosto de 2014, los prisioneros notaron a los guardias de fiesta. Habían detenido a un japonés. Haruna Yukawa sería ejecutado en enero de 2015. Incluso más traumático que la risa de los carceleros, era el grito de dolor de los prisioneros torturados. «Si el sufrimiento tiene una voz, es esa», dijo Khalifa. [...] Para tratar de olvidar, Khalifa escuchaba las grabaciones puestas a disposición de los reclusos. «Podríamos elegir entre los himnos del Daesh y los cursos sobre el Islam. Yo los aprendí de memoria».
Los alaridos persiguen a Khalifa. También el olor. «[...] La celda equipada con un solo baño, no estaba aireada. Era oscura y sucia. Estábamos bajo tierra y, en verano, el calor era sofocante». Después de 50 días de cautiverio, Khalifa sufre el primer interrogatorio. Al igual que todas las sesiones siguientes, fue interrogado por un hombre enmascarado, de nacionalidad siria. «Me dijo que sabía todo sobre mí y me golpeó con una manguera verde, para que confesara». Pero Khalifa no dijo una sola palabra.
La tortura del «Ballanco»
Unas semanas más tarde, un miembro del EI entra en la celda, lo mira a los ojos y luego lanza la acusación: «¿Quién diseñó la Virgen? ¿Probablemente está lamiendo las botas de los ‘nasrani' (cristianos)? ». En ese momento, Khalifa no tiene duda: ha llegado el momento de pasar a la sala de torturas.
Esposado, los pies atados, con los ojos vendados, es puesto boca abajo. Su verdugo coloca un pasador metálico en las manos y los pies, para atarlos. Usando una cadena, él es suspendido a un metro del suelo, las manos y los pies atados a la espalda. «Al igual que muchos» dice Khalifa. Esta forma de tortura es más conocida por el nombre de «Ballanco». El tormento dura cuatro horas. «Confiesa, gritaba sin cesar mi verdugo. Pero no dije nada. Me golpeó con tanta fuerza que mi cara se golpeó contra la cadena. Yo sentía un cosquilleo en todo el cuerpo, tenía la impresión de haber sido alcanzado por un rayo».
Después de una breve pausa para la oración obligatoria, el verdugo de Khalifa vuelve a la carga. Le pregunta si tomó fotografías de los combatientes del Ejército Libre Sirio que luchan contra el Estado Islámico (EI). «Le dije que sí, para acabar de una vez». [...]
Concluida la primera sesión de tortura, Khalifa ni siquiera es capaz de moverse. Tiene grandes moretones en las manos y los pies, sangre en las articulaciones. Sin embargo, se le somete a una segunda sesión de «Ballanco». Esta vez, su castigo dura cinco horas. «Me sentía muerto. Pensé en mis padres, mi hermana pequeña. Más tarde, decidí hablar con Dios, para hablarle de mis sueños... ». [...] Khalifa decide confesar haber diseñado la Virgen, pensando que «todo esto sería más digno de él».
La condena a muerte
Debe imprimir su huella dactilar en una hoja de la que ignora el contenido, y después de unos días de espera, es llevado ante un juez de Túnez.
Después de confesar su «crimen», Khalifa espera el veredicto en una celda reservada a los prisioneros de guerra. [...] Pasa su tiempo leyendo libros religiosos que los carceleros ponen en sus manos. Lee para olvidar la sensación persistente de que su fin se acerca. Con los nervios de punta, el joven sirio se estremece cada vez que escucha abrir la puerta. Hasta ese día a finales de noviembre, cuando un combatiente del EI lo lleva a una pequeña habitación, donde le espera el juez. Y el veredicto le llega entre la cabeza y el cuello: Khalifa es condenado a muerte por haber diseñado la Virgen y por supuestamente tomar fotografías de los combates entre el EI y otros grupos. «Al día siguiente, –dice– me llevaron a un edificio cercano de la prisión. Al ver el cielo y las nubes, por primera vez en meses, no pude contener las lágrimas. Más aun sabiendo que me llevaban a la horca».
Pero en la nueva prisión, Khalifa se entera de que un grupo de internos de los cuales también formaba parte habían recibido «la gracia de Abou Bakr al-Baghdadi» (el autoproclamado líder del Estado Islámico) y que tenía que pasar tres meses en una prisión de «rehabilitación». Él comienza a seguir las clases de religión. [...]
La huida
Durante su estancia, Khalifa descubre que uno de los detenidos, que también era beneficiario de la gracia, ha sido ejecutado: «Me dicen que me habían mentido y que tenía que escapar». El 17 de diciembre de 2014, el joven sirio dice a un prisionero, convertido en guarda del «centro de rehabilitación», que saldría por su trabajo: llenar sacos de arena, que se utilizarían para proteger a la prisión de los bombardeos de la coalición. Después de caminar durante aproximadamente un kilómetro, se juega el todo por el todo y pide a un conductor que ni siquiera conoce que lo ayude. «Hoy, mirando hacia atrás, me doy cuenta del gran riesgo que tomé. Pero no tenía nada que perder. Podía elegir entre permanecer en la cárcel, ser amenazado y escapar ... y elegí escapar».
El viaje nunca terminaba. Tres horas interminables de carretera, durante el cual Khalifa tiene la impresión de que el coche se arrastra. Llegan al primer puesto de bloqueo del EI. Khalifa se las arregla para mantener la cabeza fría. «Sabía que el Daesh era muy meticuloso en el control de los coches que entraban en las zonas bajo su control». Es sólo después de pasar esta primera barrera que Khalifa alerta al conductor que acaba de fugarse de una prisión del EI. «Estaba abrumado por el pánico y le pidió que no lo buscará a él nunca más, una vez estuviera en su destino de manera segura. [...]».
El vehículo muele kilómetros. Supera un pueblo, y luego otro, algunos de los puestos de control del ELS, el puesto de control del Frente de al Nusra ... hasta llegar a Alepo. «Entrando a Jazmati, mi distrito en Alepo, ya tenía la impresión de entrar en un lugar sagrado. Algunos niños me han llamado, un grupo de adultos salió descalzo a verme ... todo el mundo me creía muerto».
Enfrentar a los propios demonios
Khalifa vuelve a casa. Todo ha quedado como antes. La taza de té que sorbía, el libro que estaba leyendo antes de la detención. Nada había cambiado. «Toqué las paredes, no podía creer que todavía estuviese vivo, al ver mi reflejo en el espejo, apenas me podía reconocer a mí mismo».
Al siguiente día Khalifa parte para Turquía, donde comenzó una larga convalecencia. Perdió 10 kilos y la vista está peor, debido a la desnutrición. Se necesitan varios meses para sanar de la lepra que contrajo en prisión.«Pero lo más grave es el sufrimiento psicológico, heridas que nunca se curan».
La idea de huir a Europa pasa varias veces por la cabeza. Pero Khalifa decide que ya no quiere vivir huyendo, él quiere hacer frente a sus demonios para luchar contra ellos. En Turquía, el joven sirio prosigue sus estudios de sociología a distancia y obtener la licenciatura. Toma clases de francés que le permitan inscribirse un día en la Sorbona. Su sueño. Periodista independiente, escribe sobre Raqqa y Alepo. De alguna manera, Khalifa parece estar escribiendo su propia historia.
Hoy, aunque Khalifa mira resueltamente hacia el futuro, los fantasmas del pasado retornan, de vez en cuando le atacan. «Cuando hace frío, el dolor en mis manos me hace recordar la tortura del Ballanco». Incluso sus ejecutores del pasado regresan para atormentarlo, a pesar de los kilómetros y el tiempo. «Cuando veo un video del EI, a menudo los reconozco. Los reconozco a ellos incluso sólo mirándoles los ojos».