(Álvaro de Juana/ACIPrensa) El Papa dijo que «la alegría de los hijos hace palpitar los corazones de los padres y reabre el futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema de biología reproductiva, ni uno de tantos modos de realizarse. Y mucho menos son una posesión de los padres».
«¡No, no!», exclamó el Pontífice. «Lo hijos son un don. ¿Entendido?» comentó entre los aplausos de los presentes, en la Plaza de San Pedro este miércoles, Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, a la que asistieron fieles de España, Colombia, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
«Una sociedad avara de generaciones, que no ama rodearse de hijos, que los considera sobre todo una preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad depresiva», señaló.
Europa, sociedades depresivas
«Pensemos en tantas sociedad que conocemos aquí en Europa: son sociedades depresivas, porque no quieren hijos, no tienen hijos, la cifra de nacimientos no llega al uno por ciento. ¿Por qué? Que cada uno de nosotros piense y responda. Si una familia generosa de hijos es vista como si fuese un peso, ¡hay algo que no funciona! La generación de hijos debe ser responsable, como enseña también la Encíclica Humanae Vitae del Beato Pablo VI, pero tener más hijos no puede convertirse automáticamente en una elección irresponsable».
«Es más, no tener hijos es una elección egoísta. La vida rejuvenece y adquiere energías que se multiplican: se enriquece, no se empobrece», expresó.
Honrar a los padres
Por otro lado, «una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor; ¡cuando no se honra a los padres se pierde el propio honor!», destacó. Sería «una sociedad destinada a llenarse de jóvenes áridos y ávidos».
Durante la catequesis, el Papa tomó «una bonita imagen de Isaías» para reflexionar sobre los hijos, usando las palabras del profeta: «Mira a tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón».
Ésta «es una espléndida imagen de la felicidad que se realiza en el reconocimiento entre los padres y los hijos, que caminan juntos hacia un futuro de libertad y de paz, después de un largo tiempo de privaciones y de separaciones», indicó el Papa.
Así, «existe un estrecho lazo entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones» algo que «debemos pensar bien», añadió después Francisco.
«Los hijos son un regalo. Cada uno es único e irrepetible; y al mismo tiempo de manera inconfundible unido a sus raíces. Ser hijo e hija, en efecto, según el diseño de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que ha realizado en sí mismo dando vida a otro ser humano, original y nuevo».
El Papa subrayó que «para los padres cada hijo es único, es diferente, es distinto» y contó una anécdota familiar: «Permítanme un recuerdo de familia. Mi madre decía de nosotros -éramos cinco: 'Tengo cinco hijos'. «Cuando le preguntaban: '¿Cuál es tu preferido?', ella respondía: 'Yo tengo cinco hijos, como cinco dedos. Si me golpean a este, me hacen daño; si me golpean a este otro, me hacen daño: Me hacen daño los cinco. Todos son hijos míos, pero todos diferentes como los dedos de una mano'. ¡Y así es la familia! 'Mis hijos son diferentes, pero todos hijos'».
Al hijo se le ama porque es hijo
El Papa subrayó además que «al hijo se le ama porque es hijo: no porque es guapo, o porque es así o asá; no, ¡porque es hijo!», volvió a exclamar.
«Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros pero destinada a él, a su bien, al bien de la familia, de la sociedad, de la humanidad entera».
Y «de aquí viene también la profundidad de la experiencia humana de ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que no termina nunca de asombrarnos».
El Papa explicó también que «son amados antes de que lleguen». «Cuántas veces las madres en la plaza me hacen ver su barriga y me piden la bendición... estos niños son amados antes de venir al mundo. Y esto es gratuidad, esto es amor».
Sobre el mismo tema, comentó que «son amados antes de haber hecho cualquier cosa para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, incluso antes de venir al mundo».
Por tanto, «el ser hijo es la condición fundamental para conocer el amor de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, que es vulnerable, Dios pone el sello de este amor, que se encuentra en la base de su dignidad personal, una dignidad que nadie y ninguno podrá destruir».
Sobre la actualidad, dijo que «hoy parece más difícil para los hijos imaginar su futuro. Los padres tal vez han dado un paso atrás y los niños se han vuelto más inseguros al dar pasos hacia adelante».
Sin embargo, Dios «continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre celeste no da pasos hacia atrás en su amor por nosotros, ¡nunca! Va siempre adelante y si no puede andar hacia adelante nos espera, pero no va hacia atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den pasos hacia adelante».
Sin miedo
Por su parte, los hijos «no deben tener miedo en la tarea de construir un mundo nuevo: es justo para ellos desear que sea mejor que aquello que han recibido. Pero esto se da sin arrogancia, sin presunción. De los hijos se necesita que sepan reconocer el valor, y a los padres se les debe siempre rendir honor».
Sobre este cuarto mandamiento de honrar a los padres, Francisco señaló que «viene justo después de los que se refieren al mismo Dios. De hecho tiene algo de sagrado, de divino, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de relación entre los hombres».
«Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia, madurando en el compartir sus sacrificios, crecen apreciando sus dones».
Tras estas palabras, Francisco pidió un minuto de silencio para que cada uno pensase en sus propios hijos y padres, agradeciendo a Dios el don de la vida».
«En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que viene del mismo Dios. Debemos redescubrirlo, desafiando a los prejuicios y vivirlo en la fe, en la perfecta felicidad».