(Alfa y Omega/InfoCatólica) La Pascua del enfermo que la Iglesia celebra este domingo, muestra cómo la enfermedad puede ser camino de santidad
La historia de la Iglesia está jalonada de santos ilustres que sufrieron en vida graves dolores y enfermedades. Complicaciones que, lejos de irritarles o de encerrarlos en ellos mismos, fueron un acicate en su vida de intimidad con Cristo Crucificado.
Una de las santas enfermas más conocidas es santa Teresa de Jesús, que en su Libro de la vida relata en primera persona las muchas penalidades que sufrió a causa de los males de su salud, y cómo estos le sirvieron para entrar en una más profunda comunión con su Amado, Jesús. El ejemplo de su vida ha sido durante siglos un faro para muchísimos enfermos, que han descubierto cómo sus dolores y debilidades no fueron obstáculo ni para su vida de fe, ni para su profunda sabiduría teológica ni, incluso, para sus experiencias místicas de unión con el Resucitado.
La farsa de la epilepsia
Sin embargo, en los últimos años han proliferado el número de autores que han querido demostrar, por la vía de la suposición médica no contrastada, que los éxtasis de santa Teresa eran, en realidad, alucinaciones, fruto de una supuesta epilepsia. Con ello, algunos argumentan que la sola posibilidad de la relación personal con Dios es algo así como una enfermedad mental, y niegan por tanto que pueda darse una comunicación de persona a Persona con Dios, pues tal Dios, para ellos, no existe.
Ahora que la Iglesia celebra la Pascua del enfermo, cobra nuevo valor la obra Las enfermedades de Santa Teresa de Jesús (Ed. Díaz de Santos), que publicó en 2006 el doctor Avelino Senra Varela, catedrático emérito de Medicina Interna de la Universidad de Cádiz, miembro de la Sociedad Española de Medicina Interna y de la American Society of Clinical Oncology, autor de una veintena de libros de Medicina y de centenares de artículos de investigación biomédica. En él, explica que, en realidad, «no son aceptables los diagnósticos de histeria y epilepsia» tras un estudio de la evolución, los tratamientos, los síntomas y las consecuencias de sus achaques.
Un reguero de síntomas
Sin embargo, el doctor Senra sí aporta un diagnóstico profusamente documentado y contrastado: neurobrucelosis, «infección que es endémica en Ávila en esa época, se transmite por la leche de cabra y afecta de un modo selectivo a personas entre 20 y 40 años (ella tenía 23)». Y añade que «la brucelosis puede tener como complicaciones la pericarditis, la meningoencefalitis, la polirradiculitis y también la enfermedad de Párkinson», y todas las sufrió la santa.
Además, completa el cuadro médico con el diagnóstico de «esquinancia (anginas), posiblemente debido a un proceso alérgico, (...) dolores de muelas, flemones y ruidos de cabeza como síntoma inevitable de las anemias yatrógenas de las brutales sangrías a las cuales fue sometida, (...) y el adenocarcinoma de endometrio, que es el cáncer típico de las monjas y mujeres célibes», que fue la causa de su muerte a los 67 años.
La enfermedad no es un impedimento
El catedrático, que es también experto conocedor de la literatura teresiana, concluye que «después de leer sus obras, me siento fascinado por su biografía y por sus genialidades: santa Teresa es algo más que una mujer enferma, y yo les invito a que vayan a su encuentro para conocerla. La propia Santa deja claro que la enfermedad no debe impedir la realización vital del proyecto personal, y que esta es un simple accidente circunstancial al que hay que sobreponerse».
«Aquí se ejercita el amor»
Y esto es exactamente lo que recuerda la santa a todos los enfermos de hoy, cuando explica, en su Libro de la vida, que «en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa, y conformarse con ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí se ejercita el amor, que no es por fuera que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes se hallan en el tiempo que con trabajo el Señor nos quita el tiempo de la oración, y así los había yo hallado cuando tenía buena conciencia». Porque, cuando se está enfermo, la oración se convierte en «cosa para la que no son menester fuerzas corporales, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad, si queremos».