(Efe/InfoCatólica) El Papa llegó a las 15.30 hora local al centro de asistencia en el momento en el que los necesitados comían, lo que le permitió saludar tanto a los comensales como a los voluntarios que servían las mesas, donde diariamente se sientan unas 500 personas.
Tras una oración y una visita a la Iglesia del Gesù, el Santo Padre dirigió un discurso ante unas 500 personas entre huéspedes, voluntarios y amigos en uno de los pasillos internos del complejo.
Los conventos vacíos no son nuestros
Al dirigirse a los religiosos, el papa Francisco les dijo que con el signo de los tiempos «el Señor llama a vivir con más coraje y generosidad la acogida en la comunidad, en las casas, en los conventos vacíos...».
«Los conventos vacíos –subrayó– no son nuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con generosidad y coraje la acogida en los conventos vacíos».
Explicó que ello no es fácil porque se necesita criterio, responsabilidad, y también valentía. «Quizá hemos sido llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión aquello que la Providencia nos ha dado para servir».
Apoyo al voluntariado
También animó a los asistentes al ejercicio del voluntariado. «Cada día, aquí y en otros centros, sobre todo jóvenes, se ponen en fila para una comida caliente. Estas personas recuerdan el sufrimiento y el drama de la humanidad. Pero esa fila nos dice también que hay que hacer algo, ahora, todos, es posible», aseveró. La solución es sencilla y el Papa la resumió así: «Basta con llamar a la puerta y decir: Estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?».
Al dirigirse a los refugiados, el obispo de Roma recordó: «Muchos de vosotros sois musulmanes, de otros países, venís de varios países de situaciones distintas. No tenemos miedo de la diferencia». Y aludió a la fraternidad que es una riqueza, un regalo para todos.
Pobres, maestros de nuestro conocimiento de Dios
Sobre los pobres mantuvo que son también «maestros privilegiados» para nuestro conocimiento de Dios, «su fragilidad y simplicidad desenmascara nuestros egoísmos, nuestras falsas seguridades, nuestro pretextos de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la vecindad y de la ternura de Dios (...)».
El papa Francisco no se quedó con la mera acogida y asistencia a los refugiados y fue más lejos. «La misericordia –sostuvo–, la que Dios nos da y nos enseña, requiere justicia, pide que el pobre encuentre el camino para no serlo más –y nos los pide a nosotros Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones– pide que nadie tenga más necesidad de un comedor social, de un alojamiento, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido el propio derecho a vivir y trabajar, a ser plenamente persona».
Repitió palabras que le confiaron previamente algunos refugiados y exclamó «¡La integridad es un derecho!».
Una vez terminado el discurso, el Papa siguió la oración «Tú como ellos», compuesta por el Prepósito General de los Jesuitas, P. Alfonso Nicolás, para recordar al P. Arrupe y después el pontífice se dirigió a la tumba del jesuita bilbaíno, acompañado por dos refugiados, y colocó en ella un ramo de flores.