(Aica) En su homilía en la Misa, celebrada en la parroquia María Auxiliadora, de la localidad argentina de Abasto, el arzobispo recordó la gesta de Mayo y los comienzos de la nación argentina, pero advirtió que “el federalismo establecido en la Constitución no tiene vigencia real e inalterada; irrumpe de continuo la tendencia unitaria y las provincias, empobrecidas en todo sentido –no sólo en cuanto a sus posibilidades financieras–, se tornan dependencias mendicantes del poder central. Parece una paradoja que la ciudad de Buenos Aires, coronada con el título de autónoma, sufra ahora la misma suerte que los estados provinciales”.
“La integración responsable y activa de los ciudadanos y las familias en las diversas instituciones de la sociedad civil y su participación en la vida de la comunidad política –en los ámbitos municipales y provinciales– son requisitos fundamentales para la efectiva vigencia de un régimen democrático”, señaló el prelado.
Monseñor Aguer resaltó que “lo peor que puede ocurrir es que el pueblo altere su esencia y se masifique, de modo que el Estado, o el gobierno de turno –que en la Argentina es lo mismo– se valga de él en desmedro del bien común. La masa, si por cualquier motivo es abandonada a sus instintos, lleva a la anarquía; usada por la autoridad del Estado puede convertirse en instrumento del totalitarismo”.
Agregó que “se trata de peligros reales, sobre todo si se toma en cuenta lo que puede una pequeña minoría ideologizada, aguerrida y hábil en los procedimientos de engaño y manipulación. Paralelamente habría que registrar el peligro de imposición de un absolutismo bajo apariencias democráticas, cuando el Estado y su potestad legislativa se atribuyen un poder sin límites, sin referencia a valores morales objetivos fundados en la naturaleza de la persona, de la familia y de la sociedad; es decir, cuando el derecho positivo se opone al orden establecido por el Creador, fuente de toda razón y justicia”.
Peligros de los regímenes políticos representativos
El pastor platense advirtió sobre la importancia de la participación política de los ciudadanos “ya que la política no es sólo la actividad profesional de los políticos, sino que interesa a toda la sociedad, a sus instituciones y a cada uno de sus integrantes” y resaltó que “hay una tentación congénita en un régimen representativo: que la nobilísima actividad política, obra de sabiduría y prudencia, quede absorbida en la obsesión del poder y se convierta en un conjunto de artificios orientados a la próxima elección, a mecanismos inspirados por la idea fija de alcanzar el poder y de mantenerse perdurablemente en él, aun con menoscabo de las instituciones republicanas”.
“Otra desviación posible es que se convierta en coto cerrado de los militantes. Es sintomático el uso frecuente de este término para referirse a la participación política, pero puede estar revelando un sentimiento agresivo, una intencionalidad beligerante que señala a quien no comparte la misma opinión partisana como un enemigo a destruir. Fomentando ese tipo de militancia se promueve la discordia, sería fatal para el bien de la república que se embarque a los jóvenes en una especie de participación que los ciña desde temprano, desde la escuela, con un corsé ideológico y que arrebate su generosidad y su entusiasmo en una belicosidad maniquea. Ya lo hemos visto y hemos sufrido consecuencias terribles algunas décadas atrás”, señaló.
Monseñor Aguer reconoció que hace falta un profundo saneamiento de intenciones tomando como objetivos el bien común, el desarrollo integral de la nación y la edificación de la paz “reuniendo para ello la colaboración y los esfuerzos de todos. Esta es la obra por excelencia de una política auténtica y deber específico de la autoridad”.
La doctrina cristiana sobre la autoridad y la participación ciudadana
“El Evangelio –resaltó el arzobispo de La Plata- nos ha presentado lo que podríamos llamar el sentido cristiano de la autoridad. Jesús evoca la mentalidad de los reyes y gobernantes paganos, su espíritu de dominación y el agrandamiento presuntuoso de su figura de autoridad. La autoridad verdadera no necesita sobreactuar para ser reconocida; los espasmos de autoritarismo son signos de debilidad, de inseguridad”.
El prelado manifestó que la participación de los ciudadanos “no es la de un dependiente o la de un cliente del gobierno; sus opiniones, su colaboración, deben ser valoradas más allá de hacia dónde dirijan su voto, aunque no expresen adhesión y mucho menos se declaren militantes” y añadió que “los políticos, en el ejercicio de los cargos para los que han sido elegidos, deben considerarse a sí mismos servidores del pueblo y no dominadores que aprovechan con astucia su posición para beneficiarse”.
Como conclusión, monseñor Aguer aseguró que “la doctrina cristiana, expresada en la enseñanza social de la Iglesia, presenta así, con esos rasgos, la esencia de la autoridad y de la participación ciudadana, según corresponde a la naturaleza de la sociedad misma, como verdades accesibles a la razón y aceptables para toda persona de buena voluntad. Podríamos subrayar que una concepción semejante es la más propia de un sistema que se define como democrático y cuyos sostenedores quieren que lo sea realmente”.