(Giacomo Galeazzi/Vatican Insider) Desde el dicasterio se recuerda que el obispo tiene derecho de ser consultado incluso cuando un instituto religioso “vende un inmueble, retira a un párroco o a un vicario o cuando decide dejar las diócesis”. Por lo tanto, las órdenes religiosas no podrán defenderse tras el escudo de la exención.
Alto de la Santa Sede a las Iglesias “a medida”
Además, “ha habido declaraciones inadecuadas por parte de algunos que afirmaban ser portavoces de una “Iglesia profética” que, por su naturaleza, debe oponerse a la jerarquía”, como si “pudieran subsistir como dos realidades distintas, una carismática y la otra institucional; mientras ambos elementos, es decir los dones espirituales y las estructuras eclesiales, forman una única, aunque compleja, realidad”.
Desde hace tiempo llegan al Vaticano, sobre todo desde Austria y de América del Sur, noticias alarmantes de sacerdotes disidentes que permiten misas celebradas por laicos y que admiten en la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; noticias de monasterios y conventos que operan sin dialogar con el obispo; noticias de abusos litúrgicos...
El Papa no aprueba que se salten las normas
El secretario de la congregación de los Religiosos, monseñor Joseph Tobin, comunicó a los superiores mayores que el Papa no aprueba que se salten las normas. Al mostrar los elementos disonantes, la Santa Sede pone bajo observación la poca colaboración entre la Iglesia local y vida consagrada para “superar una tendencia a una fuerte separación entre sacerdotes religiosos y sacerdotes diocesanos”. El objetivo es el de volver a descubrir la “común misión del cuidado de las almas”.
El Vaticano estigmatiza que se haya desarrollado entre los sacerdotes que provienen de institutos religiosos “la tentación de una clausura en sí mismos, que se manifiesta, por ejemplo, en la no colaboración con la Iglesia local con respecto a ciertas peticiones pastorales que no afectaban el hecho de poder vivir plenamente el propio carisma o en la no participación en las diferentes iniciativas que emprenden las diócesis”.
Otra tentación, según el “número dos” del dicasterio vaticano, se encuentra dentro de los sacerdotes que pertenecen a la vida consagrada con respecto a la Iglesia local, opuesta a la anterior, y que se da por “no vivir plenamente el propio carisma a causa de la excesiva generosidad con la que quieren responder a las exigencias sacramentales presentes en un determinado territorio”. La urgencia, ahora, es la de “hacer que crezca, antes que nada, un conocimiento entre sacerdocio religioso y sacerdocio diocesano, y también una colaboración en los hechos”.
Por ello, la Santa Sede solicita “una acción de diálogo entre estas dos realidades eclesiales”. Este diálogo debería desarrollarse con cuatro características fundamentales, que son: la claridad, la confianza, la templanza y la prudencia.
Pero sucede que “las estructuras aptas para el diálogo entre la Iglesia local y la vida consagrada” tienen como dundamento “la búsqueda de la comunión recíproca en la Iglesia”. Lo más importante de todo debe ser “escuchar a la gente y, sobre todo, las nececidades más profundas del hombre de nuestros días y la búsqueda de la verdadera Sabiduría para saber leer los eventos que suceden en la historia con los ojos de Dios”. La vida consagrada “tiene una misión viva al interior de nuestra sociedad y es la de saber reconciliar al hombre con Dios”. Para llevarlo a cabo, los consagrados, especialmente los sacerdotes, “deben tomar de Jesús la misma mirada que Él tenía cuando estaba en el mundo y miraba a la humanidad que se presentaba ante Él”.
Por ello es importante que la vida consagrada “sepa ponerse en la actitud de escuhar verdaderamente al hombre de hoy y sus problemáticas, que carga consigo en su camino existencial”. Y si el tiempo histórico actual presenta muchas dificultades, “estas no desorientarán la Vida Consagrada si ella puede adquirir la Sabiduría con la que saber juzgar los problemas contemporáneos con esperanza”.
Esta esperanza “nace de la fuerza del carisma, que es el instrumento con el que hay que considerar con los ojos de Dios y con la confianza de que el Señor, incluso en nuestros días, está preparando algo para cada persona, que nosotros, sin embargo, en la inmediatez, no conocemos todavía”. Entonces, la Vida Consagrada, centrada en Cristo, “sabr’a ofrecer verdaderamente su presencia vivificante, sabia y profética”.