(InfoCatólca) Estas fueron las palabras del Santo Padre:
Hoy se cumple el 80.º aniversario del bombardeo atómico de la ciudad japonesa de Hiroshima, y dentro de tres días recordaremos el de Nagasaki. Deseo asegurar mis oraciones por todos aquellos que sufrieron sus efectos físicos, psicológicos y sociales. A pesar del paso de los años, aquellos trágicos acontecimientos constituyen una advertencia universal contra la devastación causada por las guerras y, en particular, por las armas nucleares.
Espero que en el mundo contemporáneo, marcado por fuertes tensiones y conflictos sangrientos, la seguridad ilusoria basada en la amenaza de la destrucción mutua dé paso a los instrumentos de la justicia, a la práctica del diálogo y a la confianza en la fraternidad.
Hiroshima, 6 de agosto de 1945
A las 8.15 h, el bombardero B-29 Enola Gay lanzó la bomba de uranio «Little Boy» sobre el centro de Hiroshima. La explosión, equivalente a unas 15 kilotoneladas de TNT, arrasó cerca del 70 % de los edificios y mató instantáneamente a unas 70 000 personas. Entre quemaduras, radiación y heridas, las víctimas mortales ascendieron a unas 140 000 antes de que terminara 1945. Los supervivientes —conocidos como hibakusha— sufrieron secuelas físicas y psicológicas de por vida.
Nagasaki, 9 de agosto de 1945
Tres días después, el B-29 Bockscar lanzó la bomba de plutonio «Fat Man» sobre Nagasaki a las 11.02 h. La ciudad portuaria, encajada entre colinas, quedó parcialmente protegida, pero la detonación —de unos 21 kilotones— provocó la muerte inmediata de unas 40 000 personas y elevó la cifra a cerca de 70 000 a finales de ese año. La potente onda expansiva redujo a escombros los barrios industriales y dejó huellas radiactivas perdurables.
El doble bombardeo precipitó la rendición de Japón el 15 de agosto de 1945 y el fin de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.
La presencia católica en las dos ciudades
Nagasaki, corazón histórico del catolicismo japonés
Desde el siglo XVI, Nagasaki –especialmente el barrio de Urakami– ha sido el principal enclave católico del país. En 1945 residían allí en torno a 50 000 fieles, casi la mitad de todos los católicos japoneses. La catedral de la Inmaculada Concepción, emblema de esta comunidad, quedó destruida por la bomba «Fat Man», y se calcula que perecieron dos tercios de los bautizados locales.
Hiroshima, una comunidad modesta pero solidaria
La diócesis contaba entonces con una única parroquia urbana, Noborichō, y un noviciado jesuita en Nagatsuka. Apenas unos centenares de católicos vivían en la ciudad; sin embargo, los dieciséis jesuitas presentes el 6 de agosto se volcaron en la asistencia a miles de heridos tras la explosión de «Little Boy», dejando un testimonio imborrable.







