12.09.20

María nos funda en la paz, al cambiar el nombre de Eva

La Anunciación, Fra Angelico (1425)

En el precioso Himno “Ave maris stella”, la estrofa segunda, dice así (traducción literal):

Sumens illud “Ave": Asumiendo aquel “Ave” (aceptando el anuncio),

Gabrielis ore: por boca de Gabriel (pronunciado por Gabriel),

funda nos in pace: fúndanos en la paz (obtennos la paz, pero permaneciendo firmes, fundados en ella),

mutans Evae nomen: mutando el nombre de Eva.

Detrás de estos versos está la relación tipológica bíblica y patrística: Eva (tipo), María (antitipo). Dos vírgenes desposadas, dos ángeles, dos anuncios angélicos a las vírgenes, dos madres… Pero el primer plan, frustrado (por el hombre instigado por el demonio), se recuperó en el segundo.

En realidad toda la Mariología es un capítulo, importantísimo, de la Cristología... Por eso el P. Cuervo, OP, decía con profundidad y genialidad, que el mejor tratado de Mariología es el Tratado del Verbo Encarnado de la admirable Summa (III, qq. 1-59). Pues esta relación tipológica es la cara “femenina” de la que existe entre Adán y Cristo, claramente expresada por San Pablo. Eva, “madre de todos los vivientes", llegó a ser causa de la muerte (si bien stricto sensu, el pecado original es el de Adán, no el de Eva). María asume la vocación de Eva (ya expresado en el protoevangelio del Génesis), e incluso mucho más, pues llega a ser Madre de la Vida (el Verbo), y consecuentemente, Madre de la vida espiritual de todos los que se unen por la gracia al verbo Encarnado. Por eso dicen los teólogos que pertenece al plano u orden hipostático relativo, que es superior al sobrenatural de la gracia.

La Santísima Virgen “asume” con su “fiat” el saludo, es decir, el anuncio de San Gabriel respecto de la Encarnación redentora del Verbo, condensado o sintetizado en el “Ave", “Salve", con que el santo Arcángel inicia la “buena noticia". Ergo, asume el “Ave", pronunciado por boca de Gabriel. El himno va a ir al tema de Eva, por eso se queda con el Ave, que contiene las mismas letras…

La paz, que es el gran bien mesiánico ya en los antiguos profetas (especialmente Isaías), es fruto de la caridad, como dice Santo Tomás; por tanto, de la unión sobrenatural con Dios. De algún modo, la paz sintetiza la salvación, la redención , la vida eterna, la gloria… Que nos viene por la Encarnación redentora, y al mismo tiempo, nos viene por María. La paz es el descanso en la posesión del bien amado. El Bien por excelencia es Dios. Es poseído por la gracia, pero de modo inamisible sólo por la gloria.

Y así María “muta” o cambia el nombre de Eva. No sólo porque asume e incluso lleva al infinito (Santo Tomás llega a decir que la Virgen tiene una dignidad cuasi infinita) su vocación maternal, sino porque cambia lo que ocurrió en Eva. No porque cambie el pasado, pues ni Dios puede hacer que lo pasado no haya sido (porque es de suyo imposible), sino porque en ella ni el demonio tuvo parte, ni el pecado más leve la manchó, ni la mera conscupiscencia desordenada la inficionó…

Es por esto que María nos funda en la paz, y es para nosotros “feliz puerta del cielo” (como dice la primera estrofa del mismo Himno), en la medida en que “muta el nombre de Eva". Eva pecó. Y pasó a ser madre de la muerte del pecado. María, en la medida en que asume o acepta el “Ave” (i.e., la Encarnación), cambia o genera un cambio radical de las cosas…, pues engendra al mismo Dios en su humanidad y el orden sobrenatural irrumpe en el mundo.

Y así, según la economía elegida por la divina Providencia, la paz (la salvación, la gracia, la gloria) sólo se obtiene por Jesucristo. Y Jesucristo sólo nos llega por María. Y Jesucristo y María suponen el pecado original (en el orden de la causalidad material), y por eso suponen a Adán y a Eva. Y cambian o mutan lo que en ellos ocurrió, en la medida en que Jesucristo redime, y María co-redime… El pecado es borrado por la gracia: la vida vence a la muerte. María cambia a Eva.

“Ave” supone a “Eva". “Eva” leído desde atrás (a los medievales les gustaban los juegos de palabras) da “Ave". Luego de Eva, en el tiempo u orden cronológico, vino el Ave (es decir, vino la Encarnación). Y el Ave revierte lo que ocurrió en Eva, pero no lo niega… Según una antigua tradición, Adán se salvó, y es de suponer que Eva también (como se lee en una preciosa homilía sobre el Sábado Santo, del Oficio Divino). Pero gracias a María, la cual es la puerta de ingreso al único camino: Jesucristo.

27.08.20

Santa Mónica y el poder de la oración con lágrimas

San Agustín y Santa Mónica, autor desconocido

Lo que evitó mi perdición fueron las fieles y cotidianas lágrimas de mi madre…1

“Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles ―singularmente los padres y madres de familia― han de ofrecer a nuestro divino Salvador”2.

En la conmemoración litúrgica de santa Mónica, como tributo a esta santa mujer, esposa y madre, y a la vez como invitación y llamado a la oración de intercesión por la salvación de las almas, ofrecemos aquí una consideración sobre lo que, en palabras de Pío XII, “jamás se meditará bastante”, a saber, el poder de la oración y de las lágrimas, de las de santa Mónica, y esto a partir de lo que sobre las mismas escribió quien fue nada menos que el “hijo” de ellas ―según el corazón―, y su propio hijo ―según la carne―: el gran Doctor de la gracia, san Agustín, en sus sublimes Confesiones.

“Mi madre, tu sierva fiel, lloraba en tu presencia por mí mucho más de lo que lloran las madres la muerte física de sus hijos. Gracias a la fe y al espíritu que le habías dado, veía ella mi muerte. Y Tú la escuchaste, Señor. La escuchaste y no mostraste desdén por sus lágrimas, que profusamente regaban la tierra allí donde hacía oración”3.

Gracias a la fe sobrenatural, infusa, que el Señor le había dado, santa Mónica veía que había otra vida y otra muerte muy distintas de las físicas y naturales, e infinitamente más importantes. Vida otra incomparablemente más digna de ser buscada que la meramente física, muerte otra incomparablemente más digna de ser llorada que la solamente corpórea. Vida y muerte de “autre ordre”, como diría Pascal4, infinitamente más elevado: vida y muerte que en definitiva no son sino la gracia y el pecado, que son la vida y la muerte del alma. Pero esto sólo llegan a percibirlo los ojos de la fe, con los que santa Mónica precisamente veía, “pues la fe tiene también sus ojos, con los cuales de algún modo ve que es verdadero lo que todavía no ve, y con los cuales ve con firme certeza que todavía no ve lo que cree5.

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21.08.20

La vida contemplativa en tiempos de apostasía

Noli foras ire, in teipsum redi, in interiore homine habitat veritasi

¿Adónde estás cuando no estás contigo?ii

En plena crisis postconciliar, cuando la tormenta arreciaba fuertemente, escribía el venerable Don José Rivera en una de sus cartas:

Entre progresistas y conservadores, no hay cristiano apenas que crea en la Iglesia, ni en la Trinidad, ni que ame al prójimo, que sólo es prójimo por su relación con las Personas divinas, realizada en la Iglesia de una u otra manera. Yo, que tanto casco [hablo], estoy cada vez más convencido de que en los tiempos especialmente difíciles hay que volver casi exclusivamente a lo esencial, y lo esencial interiormente es la fe, la esperanza y la caridad, y en cuanto a realizaciones concretas, la oración y la cruz. Y todo lo demás viene a ser nada o poco más de nada, o puro daño ―como creo que está siendo una buena parte de las cosas que se hacen hoy en el «apostolado» por una parte y por otra―”iii.

Estas palabras del venerable Rivera no pueden dejar de evocar ―hasta parece incluso citarlo― el conocido pasaje del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, en el que responde a “todos aquellos que impugnan el santo ocio del alma y quieren que todo sea obrar”iv:

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6.08.20

Hagamos una tienda junto a Cristo Transfigurado

Teófanes el Griego (+1410), La Transfiguración

De los sermones de San Agustín, obispo, sobre los Evangelios Sinópticos

Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto,a ella se refería al decir: En verdad os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días, mientras decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino.

El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, es aquél para los del corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.

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21.07.20

Santa María Magdalena y el deseo de Dios: fundamento de la vocación monástica

Saint Mary Magdalene. Domenico Puligo (1492-1527)

“Ardens est cor meum: desidero videre Dominum meum…”


“Todo cuerpo, por su propio peso, tiende al lugar que le es propio. El peso no impulsa únicamente hacia abajo, sino hacia el lugar propio. El fuego tiende hacia arriba, la piedra hacia abajo. Movidos por su propio peso, buscan su lugar propio. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella. El agua, derramada sobre el aceite, se coloca debajo de él. Movidos por sus propios pesos, buscan el lugar que les es propio. Las cosas que no están ordenadas se hallan inquietas: al ordenarse, encuentran su descanso. Mi amor es mi peso: por él soy llevado adondequiera que me dirijo” (San Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, IX, 10).


“Mi corazón está ardiendo, deseo ver a mi Señor…”.

En estas palabras de la antífona del oficio de Santa María está toda la vida monástica… Ya lo decía el papa Pío XII: “No son ni el temor, ni el arrepentimiento, ni la sola prudencia quienes pueblan las soledades de los monasterios. Es el amor de Dios…” (S. S. Pío XII, Alocución a los miembros del Congreso de estudios sobre el monacato oriental, Roma (11 de abril de 1958). AAS 25 (1958), 285).

Solo el amor explica nuestra vida, solo el amor la justifica… Y solo el amor de un corazón inflamado, que arde en deseos de ver a su Señor, explica nuestros votos. Pues es solo por su amor por lo que lo hemos dejado y sacrificado todo, considerándolo como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unidos a Él (cf. Fil 3, 8-9): por amor a Cristo, por seguirlo solo a Él, a cuyo amor, como nos dice Nuestro Padre san Benito, nada, absolutamente nada, debemos anteponer: “Nihil amori Christi praeponere” (RB, IV, 21). Y, como queriéndonos dejar una especie de testamento espiritual, nos lo vuelve a recalcar con más fuerza hacia el final de la Santa Regla: “Christo omnino nihil praeponant” (RB, LXXII, 11): “Nada absolutamente antepongan a Cristo”. Jesucristo ha de ser toda nuestra “filosofía”: no hemos de querer saber nada fuera de Él (cf. 1 Cor 2, 2).

Decíamos que es el amor el que explica y justifica los votos que profesamos: votos de estabilidad, conversión de costumbres y obediencia.

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