22.07.22

María Magdalena, la que llora

“The Penitent Magdalene,” de Georges de La Tour (+1652)

Este viernes 22 de julio, celebraremos la fiesta de Santa María Magdalena, que la liturgia tradicional venera con el apelativo de «penitente». Así mismo, la tradición la ha identificado con la mujer pecadora que llora a los pies del Señor (Lc 7, 36-50), y también con María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro.

Vencida por la gracia, después de llevar una vida de pecado público, Magdalena de postra a los pies de Jesús para recibir su misericordia y su perdón. Aquella, «de la que salieron siete demonios» (Lc 8, 1-3), se convierte en la más ardiente discípula de Jesús. La gracia de la conversión, en su vida, se convierte en un ascenso vertiginoso hasta las cumbres de la santidad. En la tradición oriental se le ha dado también el nombre de «apóstol de los apóstoles», por haber sido ella la primera en llevar el mensaje de la Resurrección.

La figura de Santa María Magdalena trae a colación un tema muy amado por la espiritualidad monástica: la compunción. A continuación traemos un pasaje del libro de Jean-Pierre Ravotti, Marie-Madeleine, femme évangelique, que nos puede ayudar a profundizar en el sentido espiritual de las lágrimas de contrición.

«En la tradición popular y en la imaginación colectiva, María Magdalena ha quedado como la mujer de las lágrimas, aquella que llora. Cuando alguien derrama lágrimas abundantes, ¿no decimos que «llora como una Magdalena»? Ciertamente, en muchas circunstancias María llora. Sus lágrimas tienen razones diversas y no tienen todas el mismo sentido. Son lágrimas de arrepentimiento, de contirción sincera, al momento de su conversión en casa del fariseo; lágrimas de dolor y de duelo en Betania, por la muerte de su hermano Lázaro; lágrimas de angustia, la mañana de Pascua, en el jardín del sepulcro, en una búsqueda angustiosa del Cuerpo de Jesús. ¿Y cómo habría ella podido retener sus lágrimas en el Calvario, cuando Jesús moría en la cruz? Con frecuencia, Magdalena deja correr sus lágrimas, desvelando así un corazón sensible, un espíritu ardiente, un alma apasionada, una humanidad profunda, una fidelidad sin falla. Pero notemos que Jesús es siempre la razón primera de sus lágrimas, porque Él es el objeto supremo, único, de su amor. Magdalena llora ante Él, por Él, a causa de Él.

En su experiencia de convertida, quizás santa María Magdalena haya conocido, compartido y anticipado esta oración con lágrimas que luego será tan familiar a la tradición espiritual del Oriente cristiano y que, con el nombre de compunción de lágrimas, se expandirá luego en Occidente, gracias en particular a los escritos de Juan Casiano, célebre iniciador del monaquismo marsellés en el siglo V.»

(cap.4 «La que llora»)

Es este mismo don de lágrimas que la Iglesia imploraba hasta hace poco, antes de la reforma post-conciliar, en tres oraciones del Misal Romano. Transcribimos una de ellas:

Omnipotens et mitissime Deus, qui sitienti populo fontem viventis aquae de petra produxisti: educ de cordis nostri duritia lacrimas compunctionis ; ut peccata nostra plangere valeamus, remissionemque eorum, te miserante, mereamur accipere.

Dios todopoderoso y dulcísimo, que, para apaciguar la sed de los hebreos, hiciste brotarde la roca una fuente de agua viva; haz brotar de la dureza de nuestros corazones lágrimas de compunción, para que podamos llorar nuestros pecados y recibir de tu misericordia el perdón.

Que Santa María Magdalena nos obtenga en este día la gracia de estas lágrimas, las mismas que surcaron las mejillas de San Pedro, después de su triple negación. Lágrimas que, al final del camino, son fuente de gozo interior, por la purificación y pacificación que trae a nuestras almas.

13.07.22

El corazón de la Regla de San Benito

San Benito Abad, vitral de autor desconocido

El capítulo VII de la Regla de nuestro Padre San Benito está dedicado a tratar el tema de la humildad. En cierto sentido, este capítulo constituye el corazón de toda la Regla de los monjes. San Benito comienza recordándonos que la Sagrada Escritura clama, ¡grita! que «todo el que se exalta será humillado y el que se humilla, será ensalzado» (Lc 14, 11). Este, y numerosos otros pasajes de la Escritura, nos hacen ver con claridad y firmeza que toda falsa exaltación de sí mismo es una forma de soberbia. Las formas de la autoexaltación son diversas: sea en los pensamientos (orgullo), en las palabras (jactancia), en los actos (desobediencia) o en los deseos (ambición y presunción).

Frente a todos estos vicios, San Benito nos presenta un itinerario espiritual de abajamiento interior en la vida presente para alcanzar la verdadera exaltación y grandeza a la que Dios nos llama, que no es otra cosa que la eterna bienaventuranza. Para explicar este camino utiliza el texto bíblico de Gen 28: Jacob va huyendo de su hermano Esaú y, por la noche, ve en sueños una escala que se levanta de la tierra al cielo, por la cual los ángeles del Señor suben y bajan. Tomando esta bella imagen de forma alegórica, nos explica que esta escala es nuestra vida y, a través de los diferentes escalones (que luego describirá en detalle en 12 etapas), por la humildad ascendemos al cielo, y por la soberbia descendemos.

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21.06.22

No negarle nada a Dios

Madre Teresa de Calcuta

 

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

No negarle nada a Dios

 

En la interesante Lectio que tuvimos tiempo atrás, apareció, emergió, la figura de la madre Teresa de Calcuta en sus diarios y cartas íntimas que se han publicado, y que han puesto de  manifiesto una faceta muy profunda de ella (cf. Madre Teresa, Ven sé mi luz, P. Brian Lolodiejchuk, M.C., Ed. Planeta Testimonio).

Entre otras cosas que Madre Teresa había hecho ella un voto de no negarle nada a Dios. Ni más ni menos. Esto ya de por sí es motivo de una profunda reflexión, frente a la cual quedamos mal parados, humillados y ofendidos…, por nuestras reiteradas resistencias al Espíritu Santo. Ese voto precioso, que, como digo, realmente vale la pena pensarlo, nos sitúa frente una problemática que atraviesa toda la modernidad y el mundo actual. Y esa problemática se puede resumir en esto: si el hombre se somete enteramente a Dios, ¿cómo es que es libre? ¿Cómo el hombre puede ser libre frente a un Dios que lo conoce todo, que lo invade todo, que lo mueve todo? Porque no hay nada que quede fuera de la soberanía de Dios, pues, en el orden natural Dios da el ser a cada cosa; todo lo que existe, todos los planetas, todo está creado por Dios y movido por Dios. Y en el orden sobrenatural, sin gracia no podemos ¡NADA!  ¿Dónde queda entonces la libertad del hombre?

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23.04.22

La Resurrección de Cristo y la libertad humana

La Resurrección de Cristo y la libertad humana

HOMILÍA

Padre Pedro Pablo Silva, SV

Domingo, 17 de abril de 2022

Pascua de Resurrección

Surrexit Dominus vere, Alleluia!

Al meditar en la Liturgia de estos días, del Viernes Santo a Pascua de Resurrección, se me venía a la memoria un relato que contaba el padre Mauro Matthei OSB, del Monasterio Benedictino de Las Condes (Chile). Decía que cuando él era estudiante en el Monasterio de Beuron, Alemania -eran unos 50 “escolásticos” en una comunidad de 200 monjes (según el dato que recuerdo), en los años anteriores al Vaticano II- se programó una misa de rito oriental. Se repartieron los textos, él se preparó, y cuando se celebró esta misa, dice que fue algo tan impactante, algo que le penetró tan profundamente, que quedó como 2 días en que no podía hablar, totalmente fuera de sí…

Si nosotros realmente nos acercáramos un poco a la grandiosidad de la Sagrada Liturgia de estos días santos, lo que cabría es no hablar, algo así como si la palabra mental quedase en «éxtasis», paralizada, por plenitud de gracia. Los textos evangélicos que relatan una situación histórica vivida, la meditación de los mismos textos a través de los graduales, las secuencias, los responsorios, el canto gregoriano que interpreta musicalmente lo que dicen los mismos textos, todo lo que constituye la riqueza inconmensurable de la Sagrada Liturgia, donde se renueva la celebración del misterio de la Muerte y la Resurrección del Señor en la Eucaristía, la recepción de Cristo muerto y resucitado… es algo demasiado grande que nos sobrepasa sin medida.

Por eso, ahora entiendo mejor que en la Orden cartujana, por ley propia de los Estatutos, el día de Pascua de Resurrección no se habla, se medita, se vive, se está en silencio frente a tan gran misterio. Yo creo que no cabe otra cosa para alguien que se acerque aunque sea de muy lejos a lo que hemos vivido (en caso que sea posible).

En la homilía de anoche, de la Vigilia Pascual, concluíamos que la concentración del pecado desde Adán hasta el último hombre debió ser para Nuestro Señor y Su Madre Santísima de un dolor infinito, y por el mismo motivo, porque ese dolor fue tan grande, la Resurrección es motivo de una alegría mucho mayor aun. Se me viene a la cabeza cuando el Señor habla del parto de una mujer, del dolor del parto y del alumbramiento, el cual es tan hermoso por haber traído un hombre al mundo que el sufrimiento del mismo se olvida, pero hay una proporción. Nosotros nos vamos a alegrar de la Resurrección tanto en cuanto entremos en el misterio de la Crucifixión y no suprimiéndolo.

Es por tanto motivo de una alegría infinita la Resurrección cuando la luz de Cristo, simbolizada por el cirio pascual, haya difuminado la oscuridad del pecado del mundo. Y si esto es verdad para nosotros, cuánto más lo es para Cristo como para su Madre Santísima.

Querría ahora ahondar en otro aspecto de este misterio pascual, que es la tentación del Demonio en todos los tiempos, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Y esta tentación es oponer dialécticamente el hombre a Dios, más concretamente, pensar que Dios limita, coarta la libertad humana. El demonio indujo a Eva para que ella misma tomara conciencia de la prohibición de Dios (Cf Gen 3) haciéndola creer que Dios se oponía a la divinización del hombre mediante sus mandatos.

La Iglesia hoy se ve falsamente reducida como una institución que da reglas, que no me permite ser feliz: «no hagas esto», «no hagas esto otro»… Los mandamientos de la ley de Dios están contra el hombre. Así, los filósofos de la modernidad han visto como necesario para nuestra felicidad la muerte de Dios; han dicho: “Es necesario que Dios muera para que viva el hombre”, y la han proclamado abiertamente: «“¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! (…). Lo más sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo sangra bajo nuestros cuchillos”. “Dios ha muerto. Queremos que viva el superhombre” (cf. Nietzsche, Así habló Zaratustra).

Sobre estas filosofías, las de la modernidad, se ha construido el mundo moderno y posmoderno en que vivimos, a partir del siglo XIV, siguiendo con la lustración, pero sobre todo a partir de la Revolución Francesa y sus «hijos ideológicos».

Por tanto, volviendo al Génesis, el Demonio presenta a Dios como enemigo del hombre: “No comerás”; “te dijo que no comieras porque si tú comes seréis como dioses”; “suprime a Dios para tú ser Dios”. Es la autoafirmación del hombre como lo absoluto.

¿Pero qué ha sucedido en verdad? ¿Cuál ha sido el resultado de estas filosofías modernas? Como dice San Juan Pablo II en Dominum et vivificantem, nº. 38:

… «a pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica inherente a ella, el espíritu de las tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el germen de la oposición a aquél que “desde el principio” debe ser considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a convertirse en el adversario de Dios».

Finalmente las ideologías de la muerte de Dios han terminado necesariamente en la muerte del hombre. Como Caín. Sacar a Dios de la vida de una persona, de un país, del mundo, acaba con la muerte del hombre. Hoy la primera causa de muerte en el mundo es el aborto, convirtiéndolo en un genocidio de proporciones inmensurables. Son, además de las guerras horribles en curso, 73 millones de seres humanos asesinados por el aborto cada año, y de esto nadie habla, y menos los supuestos defensores de los derechos humanos (https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=43183 ).

La verdad es, precisamente, todo lo contrario: solamente es Dios quien hace libre al hombre. El concepto de la libertad, que normalmente se repite, que nosotros escuchamos y que a veces también repetimos, sería la capacidad del hombre de escoger entre el bien y el mal. Si esto fuese así –es decir, que la libertad es que el hombre pueda escoger entre el bien y el mal-, el hombre en el Cielo no sería libre, lo que es absurdo, pues en el Cielo no se puede pecar. Dios tampoco sería libre porque no puede cometer el mal dado que Dios es su propia regla.

La libertad es entonces la facultad dada a las personas para hacer el bien. Sea para escoger entre diversos bienes: éste, ese o ese otro, sea para adherir un bien; un hombre se casa con esa mujer, y de ahí en adelante ya no escoje entre otras, sino que libremente ejercita su libertad amando a su mujer (y viceversa). Pero así como la vista está hecha para ver y uno puede quedar ciego, la libertad está hecha para el bien y uno puede cometer el mal y el pecado.

Es Dios quien libera al hombre de toda esclavitud del pecado y de la muerte, en virtud de la muerte salvadora del Verbo hecho hombre, Cristo. Es Dios quien hace y mueve al hombre libremente, con su gracia, y, de esta manera, fecunda la libertad humana. Es Dios quien nos salva de la muerte eterna por la Sangre Santísima de nuestro amado Redentor.

«El hombre no es más libre que cuando obedece a Dios. Todas las demás obediencias, las que hacen desobedecer a Dios, son tiranías, aniquilación del hombre por el hombre. En el sometimiento a la Ley de Cristo, sucede todo lo contrario» (P. Antonio Pérez-Mosso, Cristiandad, febrero 2022, p. 25)

Cristo ha resucitado –como veíamos anoche, citando La Pasión de Juan Sebastián Bach–, ha cumplido su misión en la tierra: «Todo está cumplido». Y esa misión es la redención del género humano, la salvación de todos los hombres, y en virtud de ella, ha dado al hombre la libertad para adherir al bien libremente, ha dado muerte a la muerte. Nadie en este mundo ha sido tan libre como Cristo, la Virgen María y los Santos. Cristo ha dado su vida libremente por la salvación de muchos.

Si nosotros queremos ser libres, si queremos ser felices, no pensemos que lo vamos a lograr siguiendo el camino de Caín, el de la apostasía del mundo moderno, ni tampoco el que proponen una falsa síntesis entre las filosofías de la modernidad y la teología (v. gr. la teología de la liberación), sino el de Abel, que es figura de Cristo. Cristo ha resucitado y todos esperamos con dolores de parto que esa Resurrección pase a la historia humana, al cosmos, en esta noche oscura de la historia del mundo. Él es nuestra esperanza. Como dice Juan Sebastián Bach: Él es la alegría del hombre. Es la única alegría de todo hombre. Amén. Aleluya.

16.03.22

Consagración de Ucrania y Rusia al Corazón Inmaculado de María

Virgen de Fátima

Monseñor Athanasius Schneider pide urgentemente que todos recemos esta novena para que el papa Francisco consagre Rusia exactamente como pidió la Virgen. 

Se adjunta la novena originalmente publicada en inglés por la Confraternidad de Nuestra Señora de Fátima a la que pertenece el obispo.

Tenemos justos 9 días.

 

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  Oración para que el Santo Padre consagre a Rusia

Oh Inmaculado Corazón de María, tú eres la santa Madre de Dios y nuestra tierna Madre.

Mirad la angustia en que vive la Iglesia y toda la humanidad a causa de la expansión del materialismo y de la persecución de la Iglesia.

En Fátima advertiste contra estos errores, mientras hablabas de los errores de Rusia.

Eres la Mediadora de todas las gracias. Implora a tu Divino Hijo que conceda esta gracia especial al Papa: que consagre Rusia a tu Inmaculado Corazón para que Rusia se convierta, se conceda un tiempo de paz al mundo y tu Inmaculado Corazón triunfe, a través de una auténtica renovación de la Iglesia en el esplendor de la pureza de la fe católica, de la sacralidad del culto divino y de la santidad de la vida cristiana.

Oh Reina del Santo Rosario y dulce Madre nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y escucha amablemente esta nuestra oración confiada.

Amén.

 

Mons. Athanasius Schneider,

Obispo auxiliar de la Archidiócesis de Santa María en Astana