Para guardar la paz del alma

San Doroteo de Gaza, ícono de autor desconocido

San Doroteo de Gaza o de Palestina, también conocido como Doroteo el eremita (505-565) fue un monje y archimandrita palestino. Tradicionalmente se le considera discípulo de Juan de Gaza, llamado el Profeta, que le curó de una enfermedad que sufrió durante años. Ingresó en el monasterio basilio de Abba Serid, cerca de Gaza, bajo la tutela de Barsanufio de Palestina y Juan. Hacia el 540 fundó un monasterio propio, ejerciendo el cargo de abad. Escribió una regla para los monjes, conservadas en parte con el título Directrices de aprendizaje espiritual. Fue maestro de Dositeo de Gaza.

Entre sus obras, destacan las llamadas “Conferencias” acerca de los grandes temas de la espiritualidad monástica. De la VII conferencia titulada “De la acusación de sí mismo”, copiamos para nuestros lectores el siguiente pasaje, que aunque ciertamente está muy asociado al camino de perfección propiamente “monástico”, no deja de ser enriquecedor meditarlo y vivirlo en el contexto de cualquier otra vocación, que siempre es una vocación a la santidad.


De las conferencias de San Doroteo de Gaza:

“¡Qué alegría, qué paz disfrutará donde sea que vaya, aquel que se acusa a sí mismo, como lo ha dicho abba Poimén! Cualquiera fuere el daño, la ofensa o la pena que le infieran, si a priori se juzga merecedor de ella, no se sentirá perturbado nunca. ¿Hay algún estado que esté más exento de preocupación que este?

Pero me dirán: si un hermano me atormenta y examinándome constato que no le he dado motivo alguno, ¿cómo podré acusarme a mí mismo? De hecho, si alguien se examina con temor de Dios, percibirá ciertamente que ha dado pretexto, ya sea por una actitud, una palabra o un acto. Y si ve que en nada de esto ha dado pretexto en el caso presente, es seguramente porque ha atormentado a ese hermano en otra ocasión, en un caso semejante o diferente, o bien que ha atormentado a otro hermano y es por esto, o muchas veces por un pecado diferente, por lo que merecía el sufrimiento.

Así como lo he dicho, si nos examinamos con temor de Dios y escrutamos cuidadosamente nuestra conciencia, nos encontraremos de todas formas responsables. Sucede también que un hermano, creyendo mantenerse en paz y tranquilidad, se ve perturbado por una palabra ofensiva que acaba de decirle un hermano y juzga que la razón es suya, diciéndose en su interior: “Si este hermano no hubiese venido a hablarme y perturbarme, yo no habría pecado". Es una ilusión, un razonamiento falso. Aquel que le ha dicho esa palabra, ¿ha puesto en él esa pasión? Sencillamente le ha revelado la pasión que estaba en él, para que se arrepienta, si así lo quiere. Así este hermano se parece a un pan de trigo puro, exteriormente de buen aspecto, pero que una vez partido deja ver su podredumbre. Se creía en paz, pero había en él una pasión que ignoraba. Una sola palabra de su hermano ha puesto en evidencia la podredumbre escondida en su corazón. Si desea obtener misericordia, que se arrepienta, que se purifique, que progrese, y verá que debe más bien agradecer a su hermano el haber sido motivo de tal beneficio.

Porque las pruebas ya no lo agobiarán más. Cuanto más progrese, más insignificantes le parecerán. En efecto, a medida que el alma crece, se hace más fuerte y más capaz de soportar todo lo que le sucede. Es como una bestia de carga: si es robusta, soporta alegremente el pesado fardo que se le carga. Si tropieza se levanta enseguida; apenas lo siente. Pero si es débil, cualquier carga la agobia y una vez caída precisa mucha ayuda para volver a levantarse. Así pasa con el alma. Se debilita cada vez que peca porque el pecado agota y corrompe al pecador. Que una nada le pase y helo aquí agobiado. Si por el contrario un hombre avanza en la virtud, lo que antaño le agobiaba se le hace cada vez más liviano. Así nos es de gran ventaja, una fuente abundante de paz y progreso, el hacernos a nosotros mismos responsables, y a nadie más que a nosotros de lo que pasa, tanto más cuanto que nada puede pasarnos sin la Providencia de Dios.”

San Doroteo de Gaza, Conferencia VII, De la acusación de sí mismo