Mensaje para los que impugnan el celibato sacerdotal

Sacerdote celebrando la Misa, autor desconocido

Es este post compartimos nuevamente con nuestros lectores un texto del beato Columba Marmión, el cual aporta una luz maravillosa sobre el don del celibato sacerdotal. Solo hay un camino para que este don -con la renuncia que implica- sea vivido en una fidelidad estable y gozosa. Creemos que este texto puede servir de meditación y ser un buen aporte a los debates que hoy en día giran en torno a este tema.

El texto está tomado del libro “Jesucristo, ideal del sacerdote”, Capítulo IX, el cual está publicado íntegramente en la Fundación Gratis Date, en el siguiente enlace:

http://www.gratisdate.org/texto.php?idl=50


El día de nuestra ordenación, la Iglesia nos confió el cáliz destinado a contener la sangre purísima de nuestro amado Salvador. Y a cambio de esta prerrogativa, nos exigió el sacrificio de mantenernos durante toda nuestra vida en una soledad virginal.

Para corresponder con fidelidad a nuestra abnegada misión, se requiere un gran amor de Dios. 

Nuestro corazón está hecho para amar. Y es tan imperiosa la necesidad que experimentamos de amar, que no podemos vivir sin satisfacerla. La fuerza del amor eleva nuestra pobre naturaleza hasta el punto de que nos hace sobreponernos al fastidio, al sufrimiento e incluso a la muerte: Aquæ multæ non potuerunt extinguere caritatem (Cant., VIII, 7). Cuanto más rica y capaz de grandes empresas es una naturaleza, más imperiosamente experimenta la necesidad de un amor superior. Si nuestra alma no se consagra generosamente al amor de Dios, se sentirá inevitablemente atraída por las criaturas.

Convenzámonos de que nada hay en este mundo tan bello, tan poderoso y tan magnánimo como un corazón sacerdotal que esté humilde y plenamente consagrado al amor de Dios. Y hay muchos que así lo están. Pero nada hay más deplorable que el corazón de un sacerdote que cifre todas sus complacencias en el amor ilegítimo de las criaturas. Si el día de nuestra ordenación consagramos nuestros corazones a Dios, no tenemos derecho a profanar nuestro amor, derrochándolo de mala manera.

Hace falta una gran virtud para mantenerse a la altura que exige nuestra vocación. Y para conseguirlo, debemos procurar entablar una amistad sincera con nuestro divino Maestro, en la seguridad de que, si le somos fieles, Él será nuestro mejor amigo. Nuestros defectos no constituyen un obstáculo para ello, ya que, como es verdadero amigo, no nos retirará su amistad porque conozca nuestros defectos, si le consta que los lamentamos y solicitamos su ayuda para combatirlos.

Es propio de la amistad establecer el acuerdo entre los corazones: hacerlos concordes. Esto es lo que nos demanda el Señor: que unamos nuestros corazones con el suyo con el vínculo del amor. Si nosotros los sacerdotes rechazamos esta intimidad con el Señor, cometeremos una infidelidad que dejará siempre un gran vacío en nuestra alma“.

Beato Columba Marmión, Jesucristo ideal del sacerdote, Cap. IX