Tener misericordia de la Iglesia en este año de la misericordia

Desde la época de la Cristiandad medieval o quizá antes , el día en que se lee el Evangelio del Anuncio del Arcángel Gabriel a María Santísima, durante el Adviento, es tradición que el Padre Abad da a sus monjes un Sermón Capitular llamado “Super Missus est". El que ahora presentamos es de un Padre Abad benedictino de un Monasterio europeo de clara orientación contemplativa. Él nos ha permitido de buen grado reproducirlo en nuestro blog, pero que ha querido mantener el anonimato.

En este post publicamos la segunda parte de este sermón, del cual la primera parte ya fue publicada dos post atrás bajo el nombre: “La misericordia de Dios en la donación del acto de ser en la creación”.

La traducción, los destacados en negrita y cursiva son nuestros.


Pero nosotros, con esta alusión a la humildad, vamos más allá de la obra de la creación como solo manifestación de la misericordia divina . Y los dos personajes que miramos a través de la página del Evangelio de la Anunciación –María y el ángel- tienen clara consciencia de estar comprometidos en una obra más grande aún de la Divina Misericordia: la obra de la salvación del mundo. Es una superabundancia de la misericordia en relación a su derramamiento en la creación. Se está en el mirabilius reformasti, se está en el sexto mes después de la concepción milagrosa del Precursor, y en la continuación del sexto día, la creación del hombre. Es el Hombre Nuevo que pide ser recibido sobre la tierra; es Dios mismo que solicita el consentimiento de la humanidad, que se somete a su aceptación para volver a la tierra de donde había sido expulsado por la insumisión del hombre. ¡Abismo de misericordia! Ante este espectáculo cantan nuestros corazones las más bellas fórmulas del Exsultet: “O mira circa nos tuae pietatis dignatio! O inaestimabilis dilectio caritatis!”. ¡Oh, maravillosa condescendencia de vuestra bondad para nosotros; oh, inestimable dilección de amor! Y se desea adjuntar en este año jubilar, para recalcar el carácter misericordioso de esta divina condescendencia : O interminabilis altitudo misericordiae Trinitatis! ¡Oh, profundidad sin límites de la misericordia de la Trinidad!… Si nosotros nos diéramos el tiempo de permanecer algunos instantes delante de esta escena de la Anunciación, pensando seriamente en lo que está en trance de suceder: el cielo, representado por un ángel, esperando el consentimiento de la humanidad para arrancarla de la condenación, ¡qué divina locura! nosotros no podríamos sino extasiarnos delante de esta obra de la misericordia divina. Cuando un niño se está ahogando, no se le pide su consejo: se le arranca de la corriente que le lleva. Pero justamente la obra de la misericordia es más grande aún, más admirable, más respetuosa de la dignidad de los náufragos, de los salvados, si ella les deja una parte en la realización de su salvación. O altitudo divitiarum sapientiae et scientiae Dei! La petición a la Virgen y su consentimiento, son, en el interior mismo de la obra inenarrable de misericordia, que es la Encarnación redentora, un suplemento de manifestación de la divina misericordia.

Es, entonces, el primer misterio gozoso en todo su esplendor : el anuncio a María, su consentimiento, la Encarnación en su seno virginal. Todo este misterio depende de la misericordia divina, y de manera aún más evidente que en la creación. La miseria está muy presente, el mundo allí está sepultado sin esperanza desde el pecado de Adán. Y entonces el Corazón de Dios, que es ya por anticipación el Corazón compasivo del Verbo Encarnado, Corazón humano y divino, este Corazón se inclina hacia la miseria del hombre. Cor Jesu, patiens el multae misericordiae, Corazón de Jesús, paciente y pleno de misericordia, como dicen las letanías. Él sufre por compasión de nuestra miseria, y esto desde el primer instante de su existencia en el seno de la bienaventurada Virgen. En este misterio que nosotros contemplamos, la misericordia divina está presente desde el origen en el Corazón del Padre: “ sic Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret”, tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único (Jn 3,13). Ella está presente, divina aún pero ya humana, en el Corazón humano del Hijo Eterno Encarnado desde el instante del fiat restaurador de la humanidad caída.

Pero la misericordia divina que se manifiesta en el Evangelio de la Anunciación , se hace también misericordia creada en el ángel y en la Virgen. Y aquí la teología viene en socorro de nuestra meditación. Ella nos dice que la misericordia es, con la alegría y la paz, un efecto de la dilección. Si se tiene en el corazón el amor de Dios y del prójimo, se irradia la alegría y la paz, y el corazón está pronto a inclinarse hacia la miseria, hacia toda miseria, para aliviarla.

Miremos al ángel: él obedece, él ha cumplido su misión, y la ha cumplido por amor . Él está todo penetrado de vida teologal, arde de amor por ese Dios que él mira cara a cara; arde de amor por todo lo que, en Dios, él ve como objeto del amor divino: ¡Todo esto es misterioso, pero de tal manera bello, que no se puede imaginar! Se podría desarrollar largamente esta admiración amante de los ángeles por el plan de Dios, por la creación, donde ellos se ven como el más bello adorno; por la redención también, donde ellos se ven sobrepasados por la creatura humana en la Persona del Redentor, y también de su Madre, que es su Reina. La inteligencia angélica participa de la misteriosa compasión de Dios por el hombre caído, en esta aparente consternación que se nota en la exclamación del Padre dirigida a Adán después de la falta original: “¿Qué has hecho?". ¡Qué misericordia entonces se derrama del Corazón de Dios hacia los ángeles que ven su Rostro! El ángel ha visto, y esto puede haber sido, quizá, su prueba para acceder a la beatitud; el ángel ha visto y aceptado alegremente el misterio de la Encarnación, con su propia sujeción al Hombre Dios. La misericordia del ángel es bien misteriosa para nosotros, pero se puede adivinar un poco su compasión y su solicitud fraternal, a la luz, por ejemplo, de la misión del arcángel Rafael junto a Tobías.

Y si nosotros miramos a la Virgen, su Corazón Inmaculado , ¿no está él, acaso, todo repleto de misericordia por el mundo pecador, que ella ve en la luz del don de ciencia, como una verdadera desolación? Vinum non habent, dirá ella treinta años más tarde: ellos no tienen más vino. Es el mismo corazón de mujer y de madre atenta que, durante los años de su infancia y adolescencia, se inclina hacia una indigencia más dolorosa que la falta de vino, haciéndose solidaria de la humanidad caída a la cual ella pertenecía. María sabía que, si se sentía y se veía diferente, era debido únicamente a la pura misericordia de Dios. ¿Cómo su corazón, tocado de ese modo por la misericordia, no habría deseado a su vez, derramarla sobre la humanidad sufriente? ¡Cómo no la habría ella rogado insistentemente por sus hermanos, los hombres, que serían pronto sus hijos, pues es por ellos que ella tanto había recibido: Ostende nobis Domine, misericordiam tuam! Y he aquí que ella fue escuchada mucho más allá de lo que jamás habría osado desear. Esta misericordia, que ella no pedía más que verla, ostende, ella la va a dar a luz, le va a donar una carne humana, le va a dar su propia carne; Ecce virgo concipiet; ecce concipies et paries filium; ecce ancilla Domini; ecce ancilla Misericordiae facta Mater Misericordiae! He aquí que la Virgen concebirá, es aquí que concebirá y dará a luz un hijo; he aquí la esclava del Señor; he aquí la esclava de la Misericordia hecha Madre de Misericordia!

Dios obra la misericordia, Dios da a sus creaturas el tener también misericordia hacia sus hermanos los hombres. Pero, ¡he aquí que hay algo más admirable todavía, es un fruto más bello y más sabroso del amor misericordioso! Porque en el misterio de la Encarnación, Dios va más lejos, Él invierte los roles, en cierto sentido. ¡Dios propone y da a la humanidad, el ejercer la misericordia a su mirada! Y Él multiplica las ocasiones. Esto comienza sobre todo con Nuestra Señora en este día de la Anunciación: Dios ha querido en la Encarnación hacerse de tal manera pequeño, que Él tendría necesidad de la misericordia de su creatura; Él ha pedido como un favor, ser recibido en el seno de María; Él ha hecho necesario que ella se incline sobre este Pequeño, que lo acoja, que lo nutra de su carne y de su sangre, que lo lleve: Él se ha hecho totalmente dependiente de su creatura. La liturgia no cesa de invitarnos a contemplar este misterio de misericordia de la humanidad hacia su Dios, cumbre absolutamente trascendente, inimaginable, de la expresión de la misericordia de Dios para con nosotros. Dios sólo podía hacer misericordia hasta allí. Es como si Él nos hubiera dicho: en el paraíso donde Yo te había puesto, tú has rechazado obedecerme, pues esto te parecía humillante; y he aquí que Yo, en lugar de esta obediencia que te pareció humillante y que me negaste, te he pedido tu misericordia . Soy Yo quien he tomado el lugar humillante; Soy Yo quien me he abajado, para que tú te sientas engrandecido en esta condescendencia que te he pedido como un mendigo. Y a través de María, cuyo consentimiento era esperado por el ángel como el de toda la humanidad, es a ella, a toda la humanidad, que Él pide misericordia. Y Dios parece continuar: porque aún siendo pequeño niño no he obtenido misericordia de vuestros corazones endurecidos, Yo la he mendigado todavía más bajo el lamentable aspecto del Ecce Homo . Y esto aún no me es suficiente. Yo continúo pidiéndoles misericordia a través de mi Iglesia, santa e inmaculada, mas desfigurada por mis ministros, pobres hombres a menudo miserables, que son un llamado constante a vuestra misericordia ; Yo continúo a través de la Eucaristía, sobre todo, el gran sacramento de mi amor, al cual ustedes no se privan de despreciar, de descuidar, de abandonar a la soledad de mis tabernáculos, y en el cual Yo espero vuestra misericordia. Y Soy todavía Yo quien os pido vuestra misericordia a través de todos vuestros hermanos: los de la vida monástica, y también a través de los más pequeños: los niños a punto de nacer, los enfermos y los ancianos, los heridos en la vida de tantas maneras, a través de quienes Yo os pido misericordia; y la misericordia que Yo os pido, que os suplico que me otorguéis, lejos de ser una bondad adulterada que cierra los ojos sobre la miseria y tiene la verdad cautiva en la injusticia, ella hace el don de la verdad en la caridad .

¡Qué grande y rico es este jubileo de la misericordia del Papa Francisco! Vivámoslo intensamente en nuestra vida escondida, y pidamos que él sea gracia de luz y fuerza para todo el pueblo cristiano. Mater misericordiae, ora pro nobis, ora pro eis! Amén.

Un Abad benedictino