InfoCatólica / María Lourdes Quinn / Categoría: ........ - Italia

6.05.09

¿Tiene sentido decir que el sacrificio alegra?

S. Juan Bosco solía llevar a sus alumnos a visitar la tumba de Sto. Domingo Savio (1842-1857), su alumno más famoso, en sus excursiones campestres de verano. Les decía que había recibido una visión del niño santo en su gloria celestial. Oyó en esa visión: “Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso".

Se conocieron sólo unos pocos años, desde que Sto. Domingo le pidió a los 12 años estudiar en su colegio. Pero, eso fue suficiente para que S. Juan Bosco se diera cuenta de su santidad y pudiera escribir la biografía de este santo, que escribió el día de su Primera Comunión: “Prefiero morir antes que pecar”.

Se ganó el afecto de sus compañeros (ganando el Premio de Compañerismo cada año) ayudando a los que querían pelearse a hacer las paces. Se mostraba siempre alegre y les recordaba que Jesús murió perdonando a los que le crucificaron. Dijo Jesús en el Evangelio del IV Domingo de Pascua sobre su vida : “yo la entrego libremente” (Jn. 10, 18), y Sto. Domingo Savio hizo lo mismo con su vida por Jesús. ¿Cómo puede uno encontrar alegría sacrificándose? ¿Qué sentido tiene?

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29.04.09

Los confesores en tiempo de persecución

La palabra “confesor” deriva del Latin “confiteri”, confesar, profesar, y fue por primera vez por los cristianos. Éstos lo reservaban como un título de honor para los que habían padecido algún castigo en tiempos de persecución por confesar en público su fe en Cristo. S. Cipriano explica que el confesor debería permanecer fiel hasta el fin para merecerse ese título: “Ese confesor, en verdad, es ilustre y verdadero de quien la Iglesia no se avergüenza después, sino que alarde de él.”

Los Mártires de Lyon (177), según el acta de su martirio, no permitían que nadie les llamara “mártires” ("testigos") en vida:

“Tal título de mártir sólo se lo daban a Cristo, testigo verdadero y fiel, primogénito de los muertos y principio y autor de la vida divina. También concedían este título a aquellos que habían muerto en la confesión de la fe. ‘Ellos ya son mártires, decían, porque Cristo ha recibido su confesión y la ha sellado como con su anillo. Nosotros sólo somos pobres y humildes confesores’.”

Esto dice Cristo Resucitado de sí mismo a los apóstoles en el evangelio del III Domingo de Pascua: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos...” (Lc. 24, 47) Los “confesores” entre los primeros cristianos imitaron al Señor en sus sufrimientos para así cumplir con el mandato de predicar la conversión y el perdón de los pecados. Hay una fuerte relación entre esos “confesores” y no sólo la conversión de los que admiraban su fe, sino también el perdón de los pecados de los apóstatas.

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22.02.09

¿Se puede atribuir el mal a Dios?

Sta. Margarita de Cortona (1247-1297) causó tal escándalo viviendo en unión libre que ni su familia le quiso recibir cuando ella se convirtió tras morir asesinado su pareja. Unos franciscanos le ayudaron pero también dejaron de hacerlo cuando oyeron calumnias sobre ella. A pesar de todo, ella siguió ayudando a los pobres y se hizo santa llorando sus pecados. El Señor le concedió visiones porque quería que su conversión fuera un ejemplo para muchos pecadores de la misericordia de Dios.

Oímos en el Evangelio del 7o. domingo de tiempo ordinario que cuatro hombres fueron a Jesús “llevando un paralítico” (Mc. 2,3). Ante el sufrimiento, el paralítico o Sta. Margarita de Cortona podrían pensar si se puede atribuir el mal a Dios. Al final alcanzaron el perdón de sus pecados a través de esos males.

Este texto de S. Claudio de Colombiere (1641-1682) que me mandó el lector Joserra [a “sarmientosdelavid(arroba)gmail(punto)com”] es una maravillosa reflexión sobre la relación entre los males del mundo y Dios.

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21.02.09

Las indulgencias de la Iglesia Católica: Usos y abusos

Se podría decir que S. Pedro Damián o Damiano (1007-1072) apreciaba mucho la posición del leproso en el Evangelio del 6o. domingo de tiempo ordinario ante el Señor: “de rodillas” (Mc. 1, 40). Este cardenal y obispo benedictino, doctor de la Iglesia, se impuso penitencias muy severas que le dañaron la salud e imponía penitencias duras a los que se lo merecían para convertirles, a pesar de ser muy bondadoso con todos. Escribió muchas cartas exigiendo que los sacaerdotes y religiosos fueran más disciplinados, se mantuvieran puros y no practicaran la simonía.

Bien entendía lo que Sta. Catalina de Génova diría mucho después en su Tratado sobre el Purgatorio:

“Dejen de abrazarse, diciendo: ‘Yo confesaré mis pecados y entonces recibiré la indulgencia plenaria, y en ese momento me purgaré de todos mis pecados y así me salvaré’. Piensen en la confesión y la contrición necesarias para esa indulgencia plenaria, que vienen aparejadas. Si ustedes supieran, temblaría de gran miedo, más seguros de que nunca la ganaron que de que alguna vez lo hicieron“.

¿Desea saber más sobre las Indulgencias de la Iglesia Católica? Estos enlaces podrían ser de gran ayuda para aprender más sobre lo que son, cómo obtenerlas y los abusos que existían siglos antes de la Reforma y lo que hizo la Iglesia en esas situaciones. Ayudan también para aclarar errores comunes sobre las Indulgencias:

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17.02.09

Los 7 mosqueteros del Rey: "Todos para una y una para todos"

“Los tres mosqueteros”(1844) por Alejandro Dumas es el primer libro en una saga de tres (Las novelas de D’Artagnan), que tiene lugar en el s.XVII y está basada en un libro por Gatien de Courtilz de Sandras (1700) sobre el capitán de los mosqueteros de Luis XIV que murió en combate en 1673. El joven D’Artagnan conoce a los tres mosqueteros Porthos, Athos y Aramis con quienes correrá muchas aventuras.

La vida religiosa de los 7 santos fundadores de la Orden Servita (s. XIII) refleja una lealtad heróica a la Iglesia Católica que contrasta con la vida mundana de los personajes de Dumas que estaban al servicio del rey francés (aunque Aramis era además jesuita), a pesar de ciertos paralelos.

Éstos repetían “a un solo grito la fórmula dictada por D’Artagnan: ‘Todos para uno, uno para todos.’” Pero, los santos italianos Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan bien podrían decir: “Todos para una, y una para todos” porque en 1233 para honor de Dios se pusieron al servicio de la Santísima Virgen, Reina de todos los santos. Se llamaron “siervos de María” en la fiesta de la Asunción de María con la bendición de su obispo.

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