VI. Una fe razonable

46. ––En el Concilio Vaticano II, se recuerda que: «Todo hombre resulta un problema para sí mismo». Además, se indican dos características del mismo: es «un problema no resuelto», y es un problema «percibido con cierta obscuridad». A pesar de los esfuerzos racionales del hombre: «los enigmas de la vida y de la muerte quedan sin solucionar». Se afirma seguidamente que: «a este problema sólo Dios da respuesta plena y totalmente»[1]. Las verdades filosóficas reveladas por Dios, o preámbulos de la fe, contribuirán así a la «búsqueda más humilde de la verdad»[2]¿Además de estas verdades naturales conocidas por la fe, debe preceder algo más al mismo acto de fe?

––El acto de fe, o aceptación de una verdad como revelada por Dios, está motivado únicamente por la autoridad de Dios, que es incompatible con la mentira o el engaño. La única razón o porqué es el mismo Dios que revela al hombre. Dios ha manifestado a los hombres verdades naturales, los preámbulos de la fe, y verdades sobrenaturales, que constituyen propiamente el contenido de la fe. Ni unas ni las otras son irracionales. En las naturales, la razón humana puede descubrir su racionalidad. En las sobrenaturales, por trascender totalmente a la razón del hombre, no le es posible comprender su racionalidad. Sin embargo, aunque no se advierta su evidencia interna, su verdad queda justificada ante la razón natural.

Se repara que el objeto de la fe es razonable, porque hay motivos fundados que muestran el mismo hecho de la revelación, o el que Dios ha hablado a los hombres. Estas razones, que demuestran que Dios ha hablado al hombre, se denominan «motivos de credibilidad», porque explican el hecho de la revelación, el que Dios haya hablado a los hombres. Se cree porque la voluntad del hombre, movida por la gracia de Dios, manda al entendimiento que acepte las verdades divinas reveladas por Dios, no por su evidencia intrínseca o por un testimonio humano, sino por ser reveladas por Dios. Los motivos de credibilidad lo prueban y, por tanto, que el asentimiento de la fe es racional .

En la Suma contra los gentiles, Santo Tomás, sostiene, por ello, que: «Los que asienten por la fe a estas verdades «que la razón humana no experimenta» no creen a la ligera, «como siguiendo ingeniosas fábulas-« como se dice en la II carta de San Pedro (2 P 1,16). La divina Sabiduría, que todo lo conoce perfectamente, se dignó revelar a los hombres «sus propios secretos» (Jb 11, 6) manifestó su presencia y la verdad de la doctrina y de la inspiración con pruebas claras, dejando ver sensiblemente, con el fin de confirmar dichas verdades, obras que excediesen el poder de toda la naturaleza»[3].

Tales pruebas del origen divino del contenido de la revelación no son imprescindibles para tener fe. La mayoría de los creyentes las desconocen. La fe infusa, que han recibido de Dios, no necesitan de estas confirmaciones, que nunca son el apoyo fundamental, que es siempre la autoridad de Dios, basada en su infinita sabiduría e infinita veracidad. Así quedó definido en el siguiente canon del Concilio Vaticano I: «Si alguno dijere que la fe divina no se distingue de la ciencia natural acerca de Dios y de las cosas morales, y, por consiguiente, que para la fe divina no se requiere que la verdad revelada sea creída por la autoridad de Dios, que revela, sea anatema»[4].

Sobre este motivo por el que se cree se dice en el Concilio: «La Iglesia católica confiesa que esta fe, que es el principio de la salvación, es una virtud sobrenatural, por la cual, con la gracia inspirante y auxiliante de Dios, creemos ser verdaderas las cosas reveladas por Él, no porque la luz natural de la razón conozca la verdad intrínseca de tales cosa, sino por la autoridad del mismo Dios que las revela, que no puede engañarse ni engañar. «Pues es la fe –según el testimonio del Apóstol– el fundamento de las cosas que se esperan, y un convencimiento de las cosas que no se ven» (Hb 11, 1)»[5].

Sin embargo, los motivos de credibilidad son muy útiles para el que cree, porque ante su razón queda probada el origen divino de lo que cree por la gracia de Dios. También sirven para que el no creyente descubra el hecho mismo y la verdad de la revelación, y, por ello, el origen de las verdades sobrenaturales, y también de las naturales filosóficas, que constituyen ambas su contenido. De manera que, como se dice en otro canon dogmático del Concilio: «Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por los signos externos, y que por esto los hombres deben moverse a la fe solamente por la experiencia interna o la inspiración privada de cada uno, sea anatema»[6].

47. ––Las pruebas de la verdad del hecho de la divina revelación se llaman «motivos de credibilidad», por mostrar la razonabilidad de la fe, y también, más recientemente se han denominado «criterios de la revelación», porque sirven para su distinción de las falsas. Igualmente, en la actualidad, en la moderna Apologética o Teología fundamental, los motivos de credibilidad se incluyen en lo que denominan «preámbulos de la fe». Entienden, con esta expresión tanto, las verdades filosóficas reveladas como las otras que prueban la racionabilidad de creer. En esta terminología moderna, la expresión «preámbulos de la fe» se toma en un sentido amplio por designar todos los conocimientos previos a la fe.

En cambio, para Santo Tomás y otros medievales, es tomada en un sentido estricto, porque, como explica el primero, significa «aquellas cosas que, demostradas por la filosofía acerca de Dios o las criaturas, la fe da por supuestas»[7]. No se incluyen, por tanto, los motivos de credibilidad. El Aquinate también se refiere a estos últimos, en este capítulo de la Suma contra los gentiles, e indica que son obras que sobrepasan el poder de la naturaleza ¿Cuáles son estos hechos concretos que son motivos de credibilidad?

––Los indica Santo Tomás, en este mismo lugar, al precisar: «Tales obras son: la curación milagrosa de enfermedades, la resurrección de los muertos, la maravillosa mutación de los cuerpos celestes y, lo que es más admirable, la inspiración de los entendimientos humanos, de tal manera que los ignorantes y llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la más sabiduría y elocuencia»[8].

Un excelente explicación de estos «motivos», se encuentra en un escrito del papa Pío IX. En su primera encíclica escribía el Papa: «Hay argumentos, muchos y maravillosos y espléndidos, en los cuales puede descansar, convencida la razón humana; argumentos con los cuales se prueba la divinidad de la Religión de Cristo, y que «todo el principio de nuestros dogmas tiene su raíz en el mismo Señor de los cielos»(S. Juan Crisóstomo. Hom I in Isai)y que, por lo mismo, nada hay más cierto que nuestra fe, nada más seguro, nada más santo, y que nada que se apoye en más firmes principios».

Refiere a continuación el Beato Pío IX estos «maravillosos y espléndidos» motivos de credibilidad: «Esta nuestra fe, maestra de la vida, norma de salud, enemiga de todos los vicios y madre fecunda de las virtudes, confirmada con el nacimiento de su divino autor y consumador, Cristo Jesús; con su vida, muerte, resurrección, sabiduría, prodigios, vaticinios, refulgiendo por todas partes con la luz de eterna doctrina, y enriquecida con tesoros de celestiales riquezas, con los vaticinios de los profetas, con el esplendor de los milagros, con la constancia de los mártires, con la gloria de los santos extraordinaria por dar a conocer las leyes de salvación en Cristo Nuestro Señor, tomando nuevas fuerzas cada día con la crueldad de las persecuciones, invadió el mundo entero, recorriéndolo por mar y tierra, desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, enarbolando, como única bandera la Cruz, echando por tierra los engañosos ídolos y rompiendo la espesura de las tinieblas; y, derrotados por doquier los enemigos que le salieron al paso, ilustró con la luz del conocimiento divino a los pueblos todos, a los gentiles, a las naciones de costumbres bárbaras en índole, leyes, instituciones diversas, y las sujetó al yugo de Cristo, anunciando a todos la paz y prometiéndoles el bien verdadero. Yen todo esto brilla tan profusamente el fulgor del poder y sabiduría divinos, que la mente humana fácilmente comprende que la fe cristiana es obra de Dios».

Termina este párrafo de su encíclica programática de su largo pontificado, con esta clara conclusión: «Y así la razón humana, de estos espléndidos y firmísimos argumentos, sacando en conclusión que Dios es el autor de la misma fe, no puede llegar más adentro; pero desechada cualquier dificultad y duda, aun remota, debe rendir plenamente el entendimiento, sabiendo con certeza que ha sido revelado por Dios todo cuanto la fe propone a los hombres para creer o hacer»[9].

48. ––Todos los motivos de credibilidad explicados por el Beato Pío Nono, que prueban por sí mismos y también por concurrir todos en mostrar que Dios se ha revelado, son, por tanto, una explicitación de la exposición de Santo Tomás. ¿La doctrina sobre los motivos de credibilidad sólo se apoya en una explicación del Doctor Común de la Iglesia y un texto del magisterio ordinario de una gran Papa?

––La doctrina fue recogida por el Concilio Vaticano I (1869-1870). En la Constitución sobre la fe católica se afirma: «Para que el obsequio de nuestra fe sea conforme a la razón, quiso Dios que a los auxilios internos del Espíritu Santo se juntasen los argumentos externos de su revelación, esto es, las obras divinas, y principalmente los milagros y las profecías, los cuales, demostrando luminosamente la omnipotencia y la ciencia infinita de Dios, son señales ciertísimas de la divina revelación y acomodadas a la inteligencia de todos».

Sobre estos dos principales motivos de credibilidad se indica seguidamente que: «Tanto Moisés y los Profetas, como sobre todo el mismo Jesucristo nuestro Señor, hicieron muchos y muy manifiestos milagros y profecías; pues de los Apóstoles leemos: «Y sus discípulos fueron y predicaron en todas partes, cooperando el Señor y confirmando en doctrina con los signos que la acompañaban» (2 Mc 16, 20). Y en otro lugar está escrito: «Tenemos un testimonio más firme, que es el de los Profetas, al cual hacéis bien en mirar atentamente, como a una antorcha que luce en un lugar tenebroso» (2 P, 1, 19)».

El Concilio advierte asimismo que, por una parte, los motivos de credibilidad no permiten creer lo que Dios ha revelado, para ello se necesita la gracia de Dios. La sobrenaturalidad de la fe, que trasciende todo lo natural tanto en cuanto acto como en cuanto objeto, o contenido de este acto, requiere la gracia de Dios. De manera que: «aunque el asentimiento a la fe no sea un ciego movimiento del alma, nadie, sin embargo, puede asentir a la predicación evangélica, como es preciso para conseguir la salvación, sin la iluminación e inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad para consentir y creer la verdad. Por lo cual la misma fe en sí, aunque no obre animada de la caridad, es un don de Dios, y su ejercicio es obra conducente a la salvación, por cuya virtud el hombre presta libremente obediencia al mismo Dios, consintiendo y cooperando a su gracia, a la cual podría resistir».

Por otra parte, que la necesidad de la fe va acompañada de necesidad de la Iglesia. «Siendo imposible sin la fe agradar a Dios y llegar a la comunicación de hijos suyos, de aquí el que nadie sin ella pueda conseguir la justificación, ni nadie alcanzará la vida eterna sin haber perseverado en la fe hasta el fin. Y a fin de que podamos cumplir el deber que tenemos de abrazar la fe verdadera y de perseverar en ella siempre, Dios, por medio de su Hijo unigénito, instituyó la Iglesia».

49. ––De los pasajes citados de Santo Tomás, se infiere que losprodigios, que confirman la fe, y que enumera, acompañaron la revelación en los inicios de la Iglesia ¿Sólo se dieron entonces?

––No, se continúan dando en la actualidad con los milagros, profecías y otros fenómenos extraordinarios, por medio de los santos de la Iglesia. No obstante, no sería necesaria la repetición de los prodigios pasados, porque, como también indica Santo Tomás, en este mismo lugar, los efectos de los mismos ha perdurado en el hecho de la existencia de la misma Iglesia católica.

Al inicio de la evangelización, por los carismas o gracias gratis dadas, como los milagros, las profecías, las curaciones, la sabiduría y otras: «una innumerable multitud, no sólo de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino lo que es aún más admirable, en grandes tormentos, en donde se da a conocer lo que está sobre todo entendimiento humano, y se coartan los deseos de la carne, y se estima todo lo que el mundo desprecia».

Es innegable que éste: «es el mayor de los milagros y obra manifiesta de la inspiración divina el que el alma humana asienta a estas verdades, deseando únicamente los bienes espirituales y despreciando lo sensible. Y que esto no se hizo de improviso ni casualmente, sino por disposición divina, lo manifiesta el que Dios lo predijo que así se realizaría, a través de muchos oráculos de los profetas, cuyos libros tenemos en veneración como portadores del testimonio de nuestra fe»[10].

A la Iglesia, de manera parecida a la fe con los motivos de credibilidad, Dios: «la ha dotado de señales manifiestas de su institución, con objeto de poder ser por todos conocida como Maestra y custodia de la palabra revelada. Porque solamente a la Iglesia católica pueden aplicarse todos aquello hechos, que en tan gran número y tan maravillosamente fueron dispuestos por Dios para demostrar la credibilidad de la fe cristiana. Y también la Iglesia por sí misma, esto es, por su admirable propagación, su eminente santidad, su inagotable fecundidad en toda clase de bienes y por su católica unidad y firme estabilidad, en un grande y perpetuo motivo de credibilidad, y un testimonio irrefragable de su divina misión»[11].

Después de la primera evangelización, explica Santo Tomás que ya no sería necesaria la repetición de todas o algunas de las señales dadas en el pasado con las primigenias conversiones, porque ha perdurado su efecto, que es precisamente la misma Iglesia católica.«Esta tan admirable conversión del mundo a la fe cristiana es indicio certísimo de los prodigios pretéritos, que no es necesario repetir de nuevo, pues se transparentan en su mismo efecto, -sería el más admirable de los milagros que el mundo fuera inducido por los hombres sencillos y vulgares a creer verdades tan arduas, obras cosas difíciles y esperar cosas tan altas sin señal alguna, siendo así que, Dios no cesa, aun en nuestros días, de realizar milagros por medio de sus santos en confirmación de la fe»[12].

50. ––En el nuevo Catecismo, se recuerda que en el Credo, o «en el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión de creer que existe una Iglesia Santa»[13]. Explicaba el anterior, el Catecismo de Trento, que: «si bien cualquiera conoce por la razón y por la experiencia que existe en la Tierra la Iglesia, esto es, una congregación de hombres dedicados y consagrados a Cristo, y que para comprender esto parece no ser necesaria la fe», sin embargo, los misterios contenidos en la Iglesia de Dios, no puede entenderlos el hombre, si no es por la fe. Por ello, se concluye: «Muy justamente confesamos que no comprendemos por la razón humana, sino que percibimos con los ojos de la fe el origen, las prerrogativas y la dignidad de la Iglesia»[14].

No es extraño que la fe profesada en este artículo noveno del Credo pueda ir acompañada de signos, que la ratifiquen, como es uno de ellos, la misma Iglesia. En el Concilio Vaticano II, en la constitución dogmática sobre la Iglesia, se afirma que: «El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús fundamentó su Iglesia predicando la buena nueva, es decir, el Reino de Dios, prometido muchos siglos antes en las Escrituras». Se precisa que: «Este Reino comienza a manifestarse como una luz delante de los hombres por la palabra, por las obras y por la presencia de Cristo». Respecto a las obras se dice que: «Los milagros (…) prueban que el Reino de Jesús ya vino sobre la tierra»[15].

La creencia en la Iglesia queda confirmada con estos milagros ¿Sólo lo está con este tipo de confirmación o corroboración?

––Podría decirse que la fe en la Iglesia, como «Santa y Católica», «Una» y «Apostólica»[16], queda también probada como signo externo de su sobrenaturalidad con la misma Escritura. Santo Tomás, después de referirse a los milagros como pruebas confirmativas, indica que: «A esta manera de confirmación se refiere la Epístola a los hebreos; «La doctrina de salvación, habiendo comenzado a ser promulgada por el Señor, fue entre nosotros confirmada por los que la oyeron, atestiguándolo Dios con señales y prodigios y virtudes diversas, y con diversos dones del Espíritu Santo» (Hb 2, 3)»[17].

En su comentario a la Epístola de San Pablo a los hebreos, escrito unos cuatro años más tarde, explica el Aquinate que, en este pasaje citado, su autor: «muestra el origen de la doctrina del Nuevo Testamento al decir: «habiendo comenzado», en donde lo pone doble: el primero no por los ángeles, sino por el mismo Cristo, «nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1, 2), «el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha declarado» (Jn 1, 18). Por lo cual dice: «la cual habiendo comenzado el Señor a predicarla», porque tiene doble principio: uno simplemente, desde la eternidad, que procede del Verbo Mismo, «nos eligió en él mismo, antes de la creación del mundo» (Ef 1, 4); otro es el de la predicación, que tuvo principio en el tiempo con el Verbo encarnado».

El primer origen del contenido del Evangelio está en la palabra de Cristo, que es eterna, por ser el Verbo de Dios y que tiene también un tiempo, por ser predicada a los hombres con su Encarnación. «Su segundo origen está en los Apóstoles, que la recibieron y oyeron de Cristo. De ahí que diga: «fue entre nosotros confirmada por los que la oyeron», esto es, por medio de su predicación. «Lo que fue al principio, lo que vimos y oímos» (1 Jn 1, 1); «como nos los contaron aquellos mismos que desde el principio los vieron» (Lc 1, 2)».

Explica Santo Tomás seguidamente, que en este pasaje: «Pone luego la firmeza del Nuevo Testamento muy superior a la del Viejo, cosa que demuestra con el testimonio de Dios que no puede mentir. De donde dice: «atestiguándolo Dios». Es de saber que el testimonio se da por el habla, que es una señal sensible; y Dios atestiguó la verdad de la doctrina del Nuevo Testamento con dos señales sensibles, a saber, con los milagros y los dones del Espíritu Santo».

Nota a continuación el Aquinate que San Pablo en: «cuanto a lo primero dice: «atestiguándola Dios con señales», en lo que toca a los milagros menores, como la curación del cojo, o de la suegra de Pedro que tenía fiebre (Hch 3; 14; 28; Mt 8)». Añade «y prodigios», por lo que mira a los mayores, como la resurrección de un muerto; «Tabitá, levántate» (Hch 9, 40); y dícese prodigio, como si dijéramos tendido a lo lejos, porque señala algo remoto, como el ocurrido en tiempo de Ezequías del retroceso del sol, por cuya causa «el rey de Babilonia envió una embajada para investigar el prodigio» (2 Cr 32, 31)».

Observa, además el Aquinate, que, sin embargo: «el portento capital es haberse Dios hecho hombre. «Me veis aquí a mí y a mis hijos, que me dio el Señor para que sirvan de señal y portento a Israel» (Is 8, 18), es a saber, que yo sea hombre, y que mis hijos lo crean; pues pasma ciertamente que en el humano corazón hubiese podido caber esta creencia».

En el pasaje paulino, se agrega asimismo «y virtudes diversas», y según Santo Tomás, con ello San Pablo: «quiere decir que los milagros y prodigios se refieran a lo que sobrepuja la virtud de la naturaleza, pero con esta diferencia: que se diga señal que está fuera y por encima de la naturaleza, mas no contra ella; el portento, en cambio, es lo que está contra la naturaleza, como el parto virginal y la resurrección de los muertos. Mas «la virtud» (como otra especie de milagro) se refiera a lo que es conforme a la naturaleza cuanto a la substancia del hecho, no empero cuanto al modo de hacerse, como la curación de la fiebre, que la puede hacer el médico, aunque no al instante»[18].

Hay milagros que se realizan de tal manera que la naturaleza no puede realizar. Están, por tanto, sobre ella o sobre su poder, pero, sin embargo, no están contra una tendencia natural. La curación de una enfermedad totalmente incurable, que la naturaleza no puede hacer, pero tiende a la salud, a la sanación y a la vida. Hay otros milagros, que se denominan portentos, que, van contra la naturaleza, o contra una de sus inclinaciones o tendencias, como la resurrección de un muerto o la encarnación del Verbo y su nacimiento virginal de la Santísima Virgen. Por último hay otra clase de milagros, que no están ni sobre ni contra la naturaleza, porque lo hecho está en la virtud o poder de la naturaleza, como la curación de la fiebre. Son milagrosos, porque están, sin embargo, fuera de la naturaleza, en cuanto que lo realizado, la naturaleza no lo produce del modo en que se ha hecho el milagro. La fiebre la vence la naturaleza en un proceso temporal o con medicamentos que la ayudan, pero es milagroso si se hace sin ningún medio natural o artificial y de manera instantánea.

Santo Tomás considera que el texto de San Pablo se da una clasificación completa de los milagros –sobre, contra y fuera de la naturaleza–, que hay había dado en otra obra anterior[19]. No obstante, también indica que, podría entenderse de otro modo. Como si San Pablo, con el término «virtudes» no se refiriera al tercer grado de los milagros, sino: «a las virtudes de la mente, que dio el Señor a sus predicadores, es a saber, la fe, la esperanza y la caridad».

Por último, sobre la confirmación «con los dones del Espíritu Santo», Santo Tomás presenta la siguiente dificultad: «el libro de la Sabiduría dice lo contrario: «el Espíritu Santo es único» (Sb 7); ¿cómo, pues, se distribuye?».

La respuesta del Aquinate es la siguiente: «Hemos de decir que el Espíritu Santo no se distribuye esencialmente, sino que se distribuyen sus dones. «Hay, si, diversidad de dones espirituales, mas el Espíritu es uno mismo» (1 Cor 12, 4) Todas las gracias se atribuyen al Espíritu Santo. Ciertamente, dice San Gregorio, el Espíritu Santo es amor. Por esa palabra entiéndanse las «distribuciones» que hace el Espíritu Santo, porque a uno se le da el don de hablar con profunda sabiduría, a otro el de hablar con mucha ciencia, a otro el de obrar milagros, a quien el don de profecía, y así de los demás; y todo eso no por méritos que uno tenga, ni por necesidad de la naturaleza, sino según su voluntad. «El espíritu sopla donde quiere» (Jn 3, 8); «Todo esto lo obra un solo y mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como quiere» (1 Cor 12, 11); y «Confirmando su doctrina con los milagros que la acompañaban»(Mr 16, 20)»[20].

51. ––La existencia de la Iglesia es un motivo de credibilidad, o una ayuda divina externa a la fe. Además de su existencia, también lo son otros muchos bienes maravillosos, que se dan en ella, como su propagación, su inagotable fecundidad a través del tiempo, su santidad y su unidad católica,. Con tales evidentes y perpetuos auxilios a la credibilidad de la fe cristiana ¿por qué no se dan más conversiones o las existentes con una mayor profundidad?

––La respuesta adecuada a esta compleja cuestión la dio el papa Pío XII en su siempre actual encíclica Humani generis. Recordaba, al principio de la misma, que la existencia de los preámbulos de la fe y observaba que: «aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural».

Tales obstáculos se pueden sintetizar en dos: «porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia»[21].

Los impedimentos al conocimiento de los preámbulos de la fe, con las verdades sobrenaturales igualmente reveladas, acompañado todo ello por los motivos de credibilidad, se pueden sintetizar en dos. Se indica seguidamente en el documento que: «para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero»[22].

52. ––Después de argumentar sobre la racionalidad de la fe cristiana, Santo Tomás se refiere directamente a la religión musulmana, al decir: «Siguieron, en cambio, un camino contrario los fundadores de falsas sectas, como Mahoma, que sedujo a los pueblos proponiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia. En conformidad con las promesas, les dio sus preceptos que los hombres carnales, son prontos a obedecer, soltando las riendas al deleite de la carne»[23]¿Todas las recriminaciones de Santo Tomás a esta religión se reducen, a una falta de racionalidad?

–– Los filósofos musulmanes, conocidos por el Aquinate desde su juventud en Nápoles, no consideraban que la religión del Corán fuera racional. Estos filósofos del mundo islámico crearon sistemas propios, que absorbían a la religión musulmana, a la ,que quedaba siempre situada en un plano no racional e inferior[24]. Parece ser que Santo Tomás conoció el Corán por medio de estos filósofos, principalmente por Averroes, y también por el filósofo judío Maimónides.

Según estos y otros testimonios parecidos, el Aquinate la doctrina coránica con las siguientes cinco tesis. Primera: el autor del Corán: «no presentó más testimonios de la verdad que los que fácilmente y por cualquier mediocre pueden ser conocidos con sólo la capacidad natural». Segunda: «introdujo entre lo verdadero muchas fábulas y falsísimas doctrinas». Tercera: «no adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está invisiblemente inspirado.

A diferencia también de la religión cristiana, en cambio, según la cuarta tesis: «afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los ladrones y tiranos. Más aún, ya desde el principio, no le creyeron algunos hombres sabios, conocedores de las cosas divinas y humanas, sino gente incivilizada que moraba en el desierto, ignorantes totalmente de lo divino, con cuyas huestes obligó a otros, por la violencia de las armas, a admitir su ley».

Por último, y también por contraste, como quinta tesis: «ningún oráculo divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él; antes bien, desfigura totalmente la enseñanza del Antiguo y Nuevo Testamento, haciendo un relato fabuloso, como se ve en sus escritos. Por esto prohibió astutamente a sus secuaces la lectura de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, para que no fueran convencidos por ellos de su fealdad».

Concluye el Aquinate, que según estas tesis sobre la racionalidad de la religión del Islam, tal como la conoce según testimonios filosóficos semíticos medievales, a diferencia de la fe cristiana: «Es evidente que los que se adhieren a su palabra creen a la ligera»[25].



[1]Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, I, c. 21.

[2] Ibíd. Se precisa que la respuesta se encuentra en la verdad de la Encarnación, porque: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Ibíd., I, c. 22).

[3]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 6.

[4]Concilio Vaticano I, Constitución sobre la fe católica, can. III, 2

[5] Ibid., can. III, 1.

[6]Ibíd., can. III, 2.

[7]Santo Tomás, Exposición del «De Trinitate» de Boecio, q. 2, a. 3, in c 3.

[8]ÍDEM,Suma contra los gentiles, I, c. 6.

[9] PÍO IX, Encíclica Qui pluribus (9, IX, 1846), 6.

[10]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 6

[11]Concilio Vaticano I,Constitución sobre la fe católica, c. III.

[12]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 6.

[13]Catecismo de la Iglesia Católica, I, c. 3, n. 750.

[14] Ibíd.,.I, c. 10, n. 20.

[15]Concilio Vaticano II, Lumen gentium, I, n. 5.

[16] Catecismo de la Iglesia Católica, I, c. 3, n. 750.

[17]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 6.

[18] ÍDEM, Comentario a la Epístola de San Pablo a los hebreos, c. II, lec. 1.

[19] ÍDEM, Cuestiones Disputadas sobre la Potencia de Dios, q. 6, a. 2, ad

[20] ÍDEM, Comentario a la Epístola de San Pablo a los hebreos, c. II, lec. 1.

[21]Pío XII, Humani generis,n. 1

[22] Ibíd., n. 2

[23]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 6.

[24] Cf. E. Forment, Historia de la filosofía. II. Filosofía medieval, Madrid, Palabra, 2004, p. 151.

[25] En la actualidad, sin pronunciarse sobre su racionalidad, con un directo y mayor conocimiento de la religión musulmana, la Iglesia ha dicho que: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 3).

1 comentario

  
Juan Andrés
Venía disfrutando el artículo, muy interesante por cierto, hasta que me topé con la referencia final al pie nº 25. Tengo que aclarar que no soy lector de farragosos y largos documentos, propios de los últimos decenios, como los derivados del CVII. Mi guía siempre han sido los frutos, como nos indica el Señor, y los documentos que responden al pauca sed bona, claros, concretos, certeros. Y leyendo esa referencia de Nostra Aetate entiendo entonces que es coherente decir "Dios no es católico" o "no existe el Dios católico", pues en el Islam se adora el mismo Dios. Pues no lo entiendo y puedo ser lerdo de entendederas. Sí he leído bastante el Corán y el dios que allí se describe es incompatible con la Sma. Trinidad, en todo sentido. Siempre me ha parecido un conglomerado ecléctico de distintas cosas y religiones paganas, salpimentado con algo de cristianismo y otras yerbas (en esto Mahoma era un sabio en la praxis según el fin que buscaba). No entiendo siquiera que se pueda considerar una secta "cristiana". Es otra cosa. Me parece que lo único que nos vincula es el monoteísmo y nada más. Y eso de promover "unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres" puede hacerse con los musulmanes, los ateos, los protestantes y con el gobierno de Transilvania. Cordiales saludos y disculpe si el comentario es producto del error, ignorancia o dificultades intelectuales personales.

16/03/17 2:07 PM

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