IV. Filosofía revelada por Dios

27. –– La diferencia en el origen de las verdades naturales y de las verdades sobrenaturales, y también en el estado de la mente del hombre ante estas dos clases de verdades, hace que no se puedan reducir las verdades sobrenaturales a verdades naturales. Sin embargo, en la revelación divina no sólo se ofrecen verdades sobrenaturales, sino también algunas, que se pueden alcanzar por la razón humana, y son así filosóficas, como la existencia de Dios, la creación del mundo, el carácter espiritual del alma humana, la obligación de hacer el bien y evitar el mal y otras igualmente objeto de la Filosofía. ¿No es extraño que se revelen algunas verdades que deben ser creídas, cuando se pueden alcanzar por la razón humana?

––El capítulo siguiente de la Suma contra gentes, el cuarto , puede considerarse como la respuesta a esta cuestión. Establece Santo Tomás, al empezar este capítulo, que: «Existiendo, pues, dos clases de verdades divinas, una de las cuales puede alcanzar con su esfuerzo la razón y otra que sobrepasa toda su capacidad, ambas se proponen convenientemente al hombre para ser creídas por inspiración divina».

Hay que ocuparse de averiguar, si es posible, las razones de la revelación divina de la verdades naturales o filosóficas: «no sea que alguien crea inútil el proponer para creer por inspiración sobrenatural lo que la razón puede alcanzar».

La revelación por Dios de algunas verdades filosóficas, cuya luz es asequible al hombre, porque no son demasiado brillantes, para que los débiles ojos las pueden soportar, tal como ocurre con las verdades sobrenaturales, ha sido necesaria. La humanidad precisa conocerlas: «para que así todos los hombres puedan participar fácilmente del conocimiento de lo divino[1] , que se revela en las verdades sobrenaturales. Estas verdades racionales son el soporte de la naturaleza humana, que facilita, también de modo natural, la posesión de las verdades reveladas sobrenaturales, que, por ello, se llaman preámbulos de la fe.

28. ––Los llamados preámbulos de la fe se pueden encontrar con la mera razón y son así verdades filosóficas. Para los que no los han descubierto son así verdades de fe, aunque en sí mismas no sean sobrenaturales, no pertenezcan a la superior oscuridad de los misterios divinos. Estas verdades, beneficiosas para recibir las verdades de fe, si son racionales en sí mismas para el hombre, que puede así descubrirlas la razón humana ¿por qué han tenido que ser reveladas por Dios?

––Dios ha revelado estas verdades, porque: «si se abandonase al esfuerzo de la sola razón el descubrimiento de estas verdades, se seguirían tres inconvenientes . El primero que muy pocos hombres conocerían a Dios». Serían escasos lo que sabrían de su existencia y de sus atributos. «El segundo inconveniente es que los que llegan al hallazgo de dicha verdad lo hacen con dificultad y después de mucho tiempo». El tercer inconveniente es que además tendrían una gran incertidumbre «por la misma debilidad de nuestro entendimiento para discernir y por la confusión de imágenes»[2] . No ha sido inútil, por tanto, que Dios haya revelado verdades, que se pueden alcanzar por la razón humana, sino que, por el contrario, ha sido muy beneficioso.

29. ––Sostiene el Aquinate que serían muy limitadas las personas, que conocerían la verdad de Dios, sino hubieran sido reveladas por Dios, a lo largo de la historia, verdades filosóficas, junto con las sobrenaturales, también para ser creídas, Sin embargo, si estas verdades filosóficas están en el ámbito del entendimiento humano ¿Por qué razón quedaría restringido el número de los hombres que las conocerían, sin su revelación?

––En este mismo lugar, explica Santo Tomás «Hay muchos imposibilitados para hallar la verdad, que es fruto de una diligente investigación, por tres causas: algunos por la mala complexión fisiológica, que les indispone naturalmente para conocer; de ninguna manera llegarían éstos al sumo grado del saber humano, que es conocer a Dios»[3] .

Sorprendentemente esta primera causa basada en la desigualdad humana es difícil de comprender en nuestra época, en la que se ha impuesto el igualitarismo en todos los ordenes. Clive Staples Lewis se quejaba en 1961, poco tiempo antes de fallecer, que para que los hombres dejen de comportarse como individuos, y por tanto, sin actuar según sus diferencias con los demás –que se dan en cada uno de ellos, aunque tengan una misma naturaleza común humana–, se utiliza el término democracia, pero sin darle un significado claro. «Democracia es en realidad el nombre de un sistema político, incluso de un sistema de votación»[4] . El nombre: «está conectado, por supuesto, con el ideal político de que los hombres debieran ser tratados de forma igualitaria».

Se utiliza, sin embargo, realizando: «una sigilosa transición (…) desde este ideal político a la creencia efectiva que todos los hombres son iguales». Con ello, los hombres: «pueden usar la palabra democracia (…) para sancionar en su pensamiento el más vil (y también el menos deleitable) de todos los sentimientos humanos». Podrán así adoptar: «sin vergüenza y con una sensación agradable de autoaprobación, una conducta que sería ridiculizada universalmente si no estuviera protegida por la palabra mágica».

El sentimiento al que se refiere Lewis es la envidia, que: «induce a un hombre a decir “soy tan bueno como tú”». Estas palabras son doblemente falsas, porque quien la dice manifiesta una afirmación «falsa de hecho, que su bondad, honestidad y sentido común sean tan distintos de los demás como su estatura o la medida de su cintura». Además: «Ni él mismo la cree. Nadie que dice “soy tan bueno como tú” se lo cree. Si lo hiciera, no lo diría (…) Fuera del campo estrictamente político, la declaración de igualdad es hecha exclusivamente por quienes se consideran a sí mismos inferiores de algún modo»[5] .

En la afirmación de la igualdad de los distintos hombres, en todos los órdenes, se expresa: «la lacerante, hiriente y atormentadora conciencia de una inferioridad que se niega a aceptar el que la padece. Precisamente por eso se agravia. Por lo mismo, siente resentimiento ante cualquier género de superioridad de los demás, la desacredita y desea su aniquilación. Sospecha, incluso, que las meras diferencias son exigencias de superioridad. Nadie debe ser diferente de él, ni por su voz, vestidos, modales, distracciones o gustos culinarios (…) Si fueran tipos como deben ser, serían como yo. No tienen derecho a ser diferentes. Es antidemocrático»[6] .

Una consecuencia de esta presión social para igualar a todos los hombres, para que desaparezca cualquier diferencia, que es la que constituiría a cada individuo o persona, es que bajo su influjo: «quienes se aproximan –o podrían aproximarse– a una humanidad plena retroceden de hecho ante ella por temor a ser antidemocráticos». Por ejemplo, cuenta Lewis, que ha conocido a jóvenes que: «reprimen un gusto incipiente por la música clásica o la buena literatura, porque eso podría impedirles ser como todo el mundo». Nota a continuación que: «Personas que desearían realmente ser honestas, castas o templadas –y a las que se les ha brindado la gracia que les permitiría serlo– lo rehúsan. Aceptarlo podría hacerlas diferentes, ofender el estilo de vida, excluirlos de la solidaridad, dificultar su integración en el grupo. Podrían –¡horror de los horrores!– convertirse en individuos»[7] .

Advertía, por último Lewis, que ya en su época, por influencia de este peculiar espíritu igualitarista, éste no actuaba sólo en el ámbito social, sino que comenzaba a penetrar en el sistema educativo. Se cree, por ello, que: «El principio básico de la nueva educación ha de ser evitar que los zopencos y gandules se sientan inferiores a los alumnos inteligentes y trabajadores. Esto sería “antidemocrático”. Las diferencias entre los alumnos se deben disimular, pues son obvia y claramente diferencias individuales»[8] .

30. ––Las diferencias humanas individuales, tanto corporales como espirituales, que son innegables en la realidad, explicarían que no sea posible a todos los hombres conocer completamente y de una manera clara las verdades naturales sobre Dios. ¿Cuál es la segunda causa que limita el conocimiento natural de las verdades filosóficas asequibles y que justifica así la revelación divina de las mismas?

––Después de explicar la primera causa, añade Santo Tomás: «Otros se hallan impedidos por el cuidado de los bienes familiares. Es necesario que entre los hombres haya algunos que se dediquen a la administración de los bienes temporales, y éstos no pueden dedicar a la investigación todo el tiempo requerido para llegar a la suma dignidad del saber humano consistente en el conocimiento de Dios»[9] .

El profesor inglés, al igual que Santo Tomás, no rechaza la primera causa, porque es algo que pertenece a la naturaleza individual de cada hombre, tampoco recrimina que algunos hombres deban cuidar el patrimonio familiar. La familia, como institución natural, que ha ido adaptándose a los distintos pueblos y épocas, participa de la individualidad humana. Las costumbres individuales o propias de cada familia, que permiten el desarrollo de la individualidad de sus miembros, se pueden mantener especialmente gracias a un patrimonio, que a veces, como en la época del Aquinate, era indivisible. Su cuidado, en su caso las tierras del castillo de Roccasecca y de Montesangiovanni, por consiguiente, tenía gran importancia.

El racionalismo moderno ha modificado la proyección social de la familia. No obstante, como afirmaba el tomista Torras y Bages, en un momento culminante de estos cambios: «es la familia, la substancia y la base de la organización social. La decadencia social supone la decadencia en la familia; y cuando esta es vigorosa, moral, unida e inteligente, la sociedad no puede dejar de poseer estas excelentes cualidades. La regeneración social, la reconstrucción social, ha de comenzar por la reconstrucción de la familia; el trabajar fuera de esta idea es trabajo inútil».

Ya a principios del siglo XX, lamentaba el santo obispo de Vich, cuyo centenario de su muerte, se ha conmemorado recientemente, que: «la disolución de la familia ha llegado a un extremo espantoso. La disgregación llega hasta el matrimonio, base y origen de la familia; marido y mujer están lo menos unidos posible para puede subsistir el vínculo conyugal»[10] .

Todo seguidor de Santo Tomás, como su maestro, ama «la verdad de la naturaleza» y, por ello, cree que no se debe: «tocar las cosas del lugar donde Dios las ha puesto, de la tierra en que la naturaleza las cria, y si bien quiere el perfeccionamiento de ellas en virtud del estudio y comparación con otras, por lo mismo que ama el progreso, aborrece la destrucción o adulteración, considera crimen la sofistificación social»[11] .

Advierte seguidamente que el actual espíritu racionalista «antinatural y anticristiano (…) ha creado un espíritu brutalmente individualista, egoísta, tiránico y carnal que forma la atmósfera que hoy respiramos, espíritu antitético al espíritu de familia, disolvente de todo humano consorcio, y que nosotros creemos que es el que Cristo anatematizó con el nombre de espíritu del mundo»[12] .

A lo largo de la historia, por brotar de la naturaleza humana, ha existido y persistido alguna forma familiar . «la naturaleza humana nunca se corrompe del todo»»[13] . Además de su perduración, la historia muestra que: «El amor natural (nunca, no obstante, el laico, es decir, divorciado del amor religioso) pudo ser un aglutinante eficaz en las sociedades primitivas; pero cuando el mundo llega, por el curso de una larga existencia, a la complicación de la vida, hasta podríamos decir a la decrepitud de la vida, solo comiendo el fruto del árbol de la vida, que es Jesucristo, la sociedad renueva las fuerzas y adquiere savia de vida. Sin este alimento divino del espíritu que da calor a todas las operaciones vitales de la sociedad, esta se hace caduca y cae miserablemente en la descomposición, signo precursor de la muerte de todo el organismo, tanto individual como colectivo»[14] .

31. –– La propia constitución personal y el tener que cumplir los deberes de la familia, a la que se pertenece, explican la conveniencia de la revelación de verdades filosóficas para que no quede restringido número de hombres que las conozcan y así puedan darse muchos sujetos aptos para ser perfeccionados por las verdades sobrenaturales. ¿Cuál es la tercera causa que hace aumentar más el número de los que desconocerían las verdades naturales o filosóficas, que, por ello, han tenido que ser reveladas?

––Si para unos dificulta el conocimiento de verdades sobre Dios asequibles a la razón humana y, por tanto, naturales o filosóficas, la propia constitución, o bien las obligaciones familiares, también, indica el Aquinate que: « La pereza es también un impedimento para otros. Es preciso saber de antemano otras muchas cosas, para el conocimiento de lo que la razón puede inquirir de Dios; porque precisamente el estudio de la filosofía se ordena al conocimiento de Dios, por eso la metafísica, que se ocupa de lo divino, es la última parte que se enseña de la filosofía. Así, pues, no se puede llegar al conocimiento de dicha verdad sino a fuerza de intensa labor investigadora y ciertamente son muy pocos los que quieren sufrir este trabajo por amor de la ciencia, a pesar de que Dios ha insertado en el alma de los hombre el deseo de esta verdad»[15] .

Con la pereza, explica Santo Tomás en otro lugar: «se rehuye el obrar por temor al trabajo excesivo»[16] . La pereza o huida del trabajo y, de manera más precisa, de la operación y del esfuerzo, que comporta, es por temor al mismo. «Todo el que teme, rehuye lo que teme, y, por tanto, siendo la pereza temor de la operación misma por cuanto es laboriosa, impide la operación al retraer de ella a la voluntad»[17] .

Puede decirse que todo trabajo cumple cuatro importantes funciones: «asegurar la subsistencia, pues se dijo al primer hombre: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gn 3, 19) y “Te alimentarás con el trabajo de tus manos” (Sl 127, 3). El segundo es suprimir la ociosidad, de la que tantos males nacen. Se dice en la Escritura: “Envía a tu siervo a trabajar para que no esté ocioso, pues la ociosidad enseña mucha malicia” (Eccli 33, 28-29). El tercero es refrenar los malos deseos mortificando el cuerpo. Por eso se dice: “En los trabajos, las vigilias, la pureza” (II Cor, 6, 5-6). El cuarto es dar limosna. Así dice San Pablo: “El que robaba, que no robe: antes bien trabaje con sus manos en algo de provecho para tener de que dar al necesitado” »[18] . El trabajo, por tanto, repercute siempre en la sociedad.

Se confirma que la vida intelectual es un trabajo y, por tanto, susceptible de pereza, porque, por una parte, también son, como declara el Aquinate: «la meditación de las Sagradas Escrituras y las alabanzas divinas, un medio contra la ociosidad. Por eso, dice la glosa del salmo 118, versículo 82: “No está ocioso el que se consagra al estudio de la palabra de Dios, y no es más el que se entrega al trabajo exterior que quien se consagra al estudio de la verdad”»[19] . Por otra, porque la pereza es también una de las «hijas de la acidia»[20] o ««tristeza del bien espiritual»[21] . La acidia es así «una forma de la tristeza, que hace al hombre tardo para los actos espirituales, que ocasionan fatiga corporal»[22] .

32. ––Según Santo Tomás el segundo inconveniente, el que los pocos hombres que no tuvieran problemas con su situación personal y familiar y que hubieran vencido el tan extendido vicio de la pereza, o huida del esfuerzo, les sería muy difícil descubrir las verdades filosóficas, luego reveladas. Necesitarán, por ello, mucho tiempo, con los posibles antiguos y nuevos impedimentos que podrían aparecer. ¿A qué se debe esta dificultad y la necesidad de tanto tiempo para superarla?

––Esta dificultad y la necesidad de tanto tiempo para superarla obedece también a tres causas. La primera, explica asimismo el Aquinate, es la siguiente: «por su misma profundidad, el entendimiento humano no es idóneo para captarla racionalmente, sino después de largo ejercicio»[23] .

El papa Juan Pablo II, en 1998, en su encíclica Fides et ratio , dedicada a la filosofía, reafirmaba que: «l a razón posee su propio espacio característico que le permite indagar y comprender, sin ser limitada por otra cosa que su finitud ante el misterio infinito de Dios»[24] . No puede ignorarse este ámbito racional. N otaba que debe poseerse, porque incluye: «un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la revelación divina».

A la dificultad de su limitación, se añade otra ya que «debe ser capaz de articular dicho conocimiento de forma conceptual y argumentativa», y así poseer «una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva»[25] .

Esta filosofía es un preámbulo de la fe. Como argumentación, notaba que: «Ya el Concilio Vaticano I, recordando la enseñanza paulina (cf. Rm 1, 19-20), había llamado la atención sobre el hecho de que existen verdades cognoscibles naturalmente y, por consiguiente, filosóficamente. Su conocimiento constituye un presupuesto necesario para acoger la revelación de Dios»[26] .

La filosofía conocida con dificultades por el hombre y que, por ello, es también revelada, está abierta a una mayor trascendencia, a la trascendencia de la fe. «La razón es llevada por todas estas verdades a reconocer la existencia de una vía realmente propedéutica a la fe, que puede desembocar en la acogida de la Revelación»[27] . Al igual que Santo Tomás concluye el Papa filósofo: «De este modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede prescindir de ella»[28] .

33. ––¿Cuál es la segunda causa que hace que la adquisición de las verdades filosóficas o naturales, que, si no fuesen reveladas, se harían muy difíciles de conocer y exigirían además mucho tiempo para vencer su dificultad?

––Santo Tomás afirma que el conocerlas se hace dificultoso para el hombre, aunque le dedique mucho tiempo: «por lo mucho que se necesita saber de antemano»[29] . Las verdades, que son preámbulos de la fe, no son evidentes o de conocimiento inmediato para el hombre. Son verdades mediatas, obtenidas como conclusiones de una serie de razonamientos o silogismos demostrativos, que requieren muchas premisas, que deben ser bien conocidas y que ello no siempre es posible para todos.

Las verdades filosóficas, preámbulos de la fe y, que se encuentran en la revelación, constituyen los principios o tesis comunes de las filosofías cristianas. Son el núcleo común de todas ellas. El papa Juan Pablo II, sobre la expresión filosofía cristiana , aclaró que: «La denominación es en sí misma legítima, pero no debe ser mal interpretada: con ella no se pretende aludir a una filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la fe como tal no es una filosofía»[30] .

Si la fe objetivamente, o en cuanto a sus contenidos, es única, la filosofía cristiana, aunque su contenido fundamental es común, es múltiple, porque las distintas filosofías cristianas edifican sobre el mismo de distinta manera. Hay, por tanto, muchas filosofías cristianas. Sin embargo, no todas llegan al mismo grado de verdad y tienen la misma utilidad para comprender, expresar y desarrollar las verdades de la fe cristiana. En un escrito dedicado íntegramente a Santo Tomás, Pablo VI recordó que: «La Iglesia, para decirlo brevemente, convalida con su autoridad la doctrina del Doctor Angélico y la utiliza como instrumento magnífico, extendiendo de esta manera los rayos de su Magisterio al Aquinate, tanto y más que a otros insignes doctores suyos»[31] .

San Juan Pablo II afirma explícitamente, en la encíclica, que: «La Revelación propone claramente algunas verdades que, aun no siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola. En este horizonte se sitúan cuestiones como el concepto de un Dios personal, libre y creador, (…) la concepción de la persona como ser espiritual (…) el anuncio cristiano de la dignidad, de la igualdad y de la libertad de los hombres»[32] .

Todos los preámbulos de la fe, contenidos en la Revelación, se podrían reducir a dos; todo ha sido creado por Dios y el hombre a diferencia de los otros seres es imagen de Dios. De manera que:«La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico (…) se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto; no es increada ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. De las páginas de la Biblia se desprende, además, una visión del hombre como imago Dei , que contiene indicaciones precisas sobre su ser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu».

De estas dos verdades fundamentales de la filosofía cristiana, que podría descubrir el hombre con su mera razón, se desprende otra: toda criatura es dependiente. Como concluye el Papa: «Puesto que el mundo creado no es autosuficiente, toda ilusión de autonomía que ignore la dependencia esencial de Dios de toda criatura —incluido el hombre— lleva a situaciones dramáticas que destruyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido de la existencia humana»[33] .

34. –– ¿Cuál es la tercera causa, que también ocasiona que el descubrimiento de las verdades filosóficas y también reveladas tenga tanta dificultad y requiera mucho tiempo para superarla?

–– Después de indicar las dos causas anteriores, agrega Santo Tomás que asimismo se necesita la madurez, que proporcione la paz y la tranquilidad, necesarias para conocer verdades tan profundas. «En el tiempo de la juventud el alma “que se hace prudente y sabia en la quietud” (Aristóteles, Física, VII, c. 3), está sujeta al vaivén de los movimientos pasionales y no está en condiciones para conocer tan alta verdad».

Sin la ayuda de la revelación, con este segundo inconveniente, que tiene también una triple causa, habría únicamente unos pocos hombres, y éstos después de mucho tiempo, que llegaran a las verdades, que son preámbulos de la fe. «La humanidad, por consiguiente, permanecería inmersa en medio de grandes tinieblas de ignorancia, si para llegar a Dios sólo tuviera expedita la vía racional, ya que el conocimiento de Dios, que hace a los hombres perfectos y buenos en sumo grado, lo lograrían únicamente algunos pocos, y éstos después de mucho tiempo»[34] . La revelación de verdades filosóficas ha disipado las tinieblas de la ignorancia de la mente y las de la malicia del corazón.

Lo natural es que la madurez y especialmente en la vejez haga más sabios a los hombres. Cicerón escribió que, por ello: «Nada prueban quienes afirman que la vejez no se desenvuelve en las ocupaciones. Es como decir que el timonel no hace nada sujetando el timón, puesto que mientras él permanece sentado en popa, unos se encaraman en los mástiles, otros corren de aquí para allá, otros queman los desechos. Es verdad que no hace el trabajo que hacen los jóvenes, sin embargo, el timonel hace cosas mejores y de más responsabilidad. Trabajo que no se realiza con la fuerza, velocidad o con la agilidad de su cuerpo, sino con el conocimiento, la competencia y autoridad. De ningún modo la vejez carece de estas cualidades, por el contrario éstas aumentan con los años»[35] .

San Agustín, que conocía muy bien la obra de Cicerón, al caracterizar las edades del hombre, indicaba que: «Pasados los trabajos de la juventud, se concede algún reposo a la ancianidad. De aquí arrastra ya a la muerte una edad más caduca y decrépita, sujeta a las enfermedades y flaquezas. Tal es la vida del hombre carnal, esclavo de la codicia de las cosas temporales. Se le llama el hombre viejo, exterior y terreno, aun cuando logre lo que el vulgo llama la felicidad, viviendo en una sociedad también terrena bien constituida (…) Muchos siguen íntegramente, desde la cuna hasta el sepulcro, este género de vida del hombre»[36] .

Debe tenerse en cuenta, añade, que hay otros que, por la gracia de Dios, comienzan otro género de vida, distinto del que vive este «hombre viejo, exterior y terreno», aunque: «si bien comienzan necesariamente por él, se produce un segundo nacimiento, y eliminan y acaban todas sus etapas con el vigor espiritual y el crecimiento en la sabiduría, sometiéndolas a leyes divinas hasta la total renovación después de la muerte. Éste se llama el hombre nuevo, el interior y celestial, que tiene también a su manera, algunas edades espirituales, que no se cuentan por años, sino por los progresos que el espíritu realiza». En esta nueva vida de la gracia, las edades no se corresponden con la anterior del pecado, ni tampoco su final: «pues el fin del hombre viejo es la muerte, el del nuevo es la vida eterna»[37] .

35. ––La debilidad, o el grado del entendimiento en el hombre, que hace que requiera de las imágenes sensibles como punto de partida, y que, por ello, es el inferior entre los seres intelectuales, según Santo Tomás, es la causa de la incertidumbre para muchos hombres, el tercer inconveniente para el conocimiento natural de las verdades filosóficas reveladas. ¿Qué consecuencias tiene esta falta de certeza?

––El inconveniente de la falta de certeza en el conocimiento de los preámbulos de la fe, estaría motivado, en estos hombres, por tres causas, efectivas por la causa fundamental de la debilidad de la facultad humana de entender. La primera es que « las más de las veces la falsedad se mezcla en la investigación racional, y, por lo tanto, para muchos serían dudosas verdades que realmente están demostradas, ya que ignoran la fuerza de la demostración». La segunda, relacionada con la anterior, es «el ver que los mismos sabios enseñan verdades contrarias». Por último, porque: «entre muchas verdades demostradas se introduce de vez en cuando algo falso que no se demuestra, sino que se acepta por una razón probable o sofística, tenida como demostración»[38] .

Por estas tres causas y por las otras seis, concluye Santo Tomás que: «Por esto fue conveniente presentar a los hombres, por vía de fe, una certeza fija y una verdad pura de las cosas divinas. La divina clemencia proveyó, pues, saludablemente al mandar aceptar como de fe verdades que la razón puede descubrir»[39] . Conclusión que en la Suma teológica , diecisiete años más tarde, expresa de modo parecido: «Luego para que con más prontitud y seguridad llegase la salvación a los hombres fue necesario que acerca de lo divino se les instruyese por revelación divina»[40] .

De este modo son adquiridas fácilmente verdades filosóficas para todos. Para unos son naturales o racionales, porque en sí mismas son demostrables por las razón humana, aunque con estos tres inconvenientes. Para otros, gracias a la revelación divina, las aceptan como de fe, o con una racionalidad que sobrepasa la capacidad humana. Como consecuencia todos los hombres pueden conocerlas, unos como creídas y otros como comprendidas por su razón.

Eudaldo Forment



[1]Santo Tomás, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[2] Ibíd., I, c. 4.

[3] Ibíd, I, c. 4.

[4] C.S. Lewis, El diablo propone un brindis, Madrid, Rialp, 1994, p. 41.

[5] Ibíd., p. 42.

[6] Ibíd., pp. 42-43.

[7] Ibíd., p. 43.

[8] Ibíd., p. 46.

[9]SANTO TOMÁS, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[10]J. Torras y Bages,La tradició catalana, en ÍDEM, Obres completes, vol. I-VIII, Barcelona, Editorial Ibérica, 1913-1915, IX y X, Barcelona, Foment de Pietat, 1925 y 1927, vol. IV, p. 67.

[11] Ibíd., p. 69

[12] Ibíd., p. 70.

[13] Ibíd., p. 71.

[14]IDEM,La pagesia cristiana, en ÍDEM, Obres completes, vol. I-VIII, Barcelona, Editorial Ibérica, 1913-1915, IX y X, Barcelona, Foment de Pietat, 1925 y 1927, vol. I, pp.345-369, p. 352.

[15]SANTO TOMÁS, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[16]IDEM, Suma teológica, I-II, q. 41, a. 4, ad 4.

[17] Ibíd., I-II, q. 44, a. 4, ad 3.

[18] Ibíd., II-II, q. 187, a. 3, in c.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd., II-II, q. 35, a. 4, ad 2.

[21] Ibíd., II-II, q. 35, a. 2, in c.

[22] Ibíd., I, q. 63, a. 2, ad 2. Santo Tomás con San Gregorio Magno, consideraba que la acidia era uno de los siete pecados capitales.

[23] IDEM, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[24]Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, c. I, n. 14.

[25] Ibíd., c. VI, n. 66.

[26] Ibíd., c. VI, n. 67.

[27] Ibíd. Precisa seguidamente: « sin menoscabar en nada sus propios principios y su autonomía».

[28] Ibíd., c. VI, n. 67.

[29] SANTO TOMÁS, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[30]Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, c. VI, n. 67.

[31]Pablo VI, Carta «Lumen Ecclesiae», 20 de nov. De 1974, III, n. 22. Escribió también que: «La Iglesia ha querido reconocer en la doctrina de Santo Tomás la expresión particularmente elevada, completa y fiel de su Magisterio y del sensus fidei de todo el pueblo de Dios, como se habían manifestado en un hombre provisto de todas las dotes necesarias y en un momento histórico especialmente favorable» (Ibíd.).

[32]Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, c. VI, n. 76.

[33] Ibíd., c. VII, n. 80.

[34]Santo Tomás, Suma contra los gentiles, I, c. 4.

[35]Marco Tulio Cicerón, Catón el viejo o sobre la vejez, V, 20. Confirmó su tesis con dos ejemplos concretos, al decir más adelante: «Podéis constatar que la vejez, no sólo no es debilitada y vulnerable, sino que por el contrario, la vejez es laboriosa y lleva siempre algo entre manos con igual inquietud que en las etapas anteriores de su vida. ¿Y qué decir de los ancianos que estudian cosas nuevas de interés para ellos? El ilustre Solón, dice él mismo en sus versos que cada día que envejece aprende algo. Yo mismo, ya anciano, he estudiado griego y lo domino. Puse tanto empeño en ello que no hacía otra cosa día y noche que estudiar griego. Os cuento esto de mí para que os sirva de ejemplo. Cuando oí contar que Sócrates aprendió tocar el arpa, ya anciano, quise hacer yo lo mismo y trabajé con ahínco en el aprendizaje de la lengua griega» (Ibíd. IX, 27).

[36]San Agustín, De la verdadera religión, c. 26, nn. 48-49.

[37] Ibíd., c. 26,, n. 49.

[38]Santo Tomás, Suma contra gentiles, I, c. 4.

[39] Ibíd., I, c. 4.

[40] IDEM, Suma teológica, I, q. 1, a. 1, in c.

1 comentario

  
Alonso Gracián
Profundo post. Dios le pague su sabiduría tomista, don Eudaldo, y cuánto está haciendo para esclarecer con ella la mente católica actual.
20/02/17 8:45 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.