(343) Sínodo: Los que aman a Dios son los que cumplen sus mandatos

Fra Angelico - Cristo predicando

–Última semana del Sínodo…

–Oremos, oremos, oremos.

Una de las mayores herejías de nuestro tiempo es la que disocia el amor al Señor y la obediencia a sus mandatos.

En el A.T. los que aman a Dios son los que guardan sus mandatos. No puede el hombre amar verdaderamente al Señor si no obedece sus mandatos: amor y obediencia no se contraponen, sino que se exigen y potencian mutuamente. Cuanto más se ama al Señor, menos cuesta obedecerle. Y cumpliendo con obediencia sus mandatos, se crece en su amor. Por eso los libros más antiguos de la Biblia dicen ya que los fieles de Dios son «aquellos que le aman y guardan sus mandatos» (Deut 7,9). Es ésta una fórmula clásica, que se repite en muchos libros de la sagrada Escritura.

Y así como el amor al Señor ha de ser total, con todas las fuerzas del alma, sobre todas las cosas, sin límites, así ha de ser la obediencia a Él: total y sin límites. La Escritura nos muestra la obediencia de Abraham en el monte Moira, dispuesto a sacrificar a su único hijo si así Yavé se lo manda. La fe y la obediencia al Señor en la Biblia se identifican: creer lo que Él enseña (ob-audire) y prestarle obediencia (ob-edire) es lo mismo (cf. Heb 11). «No escucharon la voz del Señor» significa: no creyeron en Él, no le obedecieron.

El Salmo 118, el más largo del Salterio, proclama en todos y cada uno de sus 176 versículos que las palabras, los mandatos, las enseñanzas, los caminos de Yavé son permanentes, nunca pasarán, y han de ser amados y obedecidos con todo el corazón, porque eso es amar a Dios, eso es necesario para vivir en unión con Él, y así es como se avanza por los caminos de la salvación, llevados de la mano del Señor. La Iglesia ha querido que en la Liturgia de las Horas casi todos los días feriales en la Hora media recemos un fragmento de este grandioso Salmo. Él así nos enseña día a día cómo debemos amar los mandamientos de Dios, sus decretos, sus mandatos, sus caminos, sus preceptos, sus leyes.

En el N.T. los que aman a Dios son los que guardan sus mandatos.  Por eso dice Cristo en la última Cena: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15), y «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (15,10). Cristo, apropiándose de estas palabras que únicamente puede pronunciar Yavé, manifiesta su condición divina. No es posible amar a Cristo desobedeciendo su palabras, su enseñanza, sus mandatos: «vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15,14). Rechaza a Cristo quien no recibe sus mandatos, y prefiere hacer su voluntad a la suya. San Juan apóstol verifica incluso la calidad del amor a los hermanos ­–por ejemplo, el amor a los que viven en el adulterio–, mirando si obedecemos los mandatos de Dios y de su enviado Jesucristo: «conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues ésta es la caridad de Dios, que guardemos sus preceptos. Y sus preceptos no son pesados» (1Jn 5,2-3). Así habla el teólogo máximo de la caridad.

Cristo afirma: «mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Pero el que desobedece sus mandatos declara públicamente lo contrario: que el yugo de Cristo es duro y su carga aplastante, y que por tanto está justificada su desobediencia, ya que ad impossibilia nemo tenetur: nadie está obligado a lo imposible. Dicho de otro modo: no cree que sea verdad lo que dice Jesús: «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida; pero hay algunos de vosotros que no creen» (Jn 6,63). No se lo creen. Ignoran que todas las palabras y mandatos de Jesús son siempre una gracia, y que Él asiste continuamente con su gracia a los que le creen, para que entiendan lo que enseña y vivan lo que manda. Por eso sus mandatos «son espíritu y son vida». No son meras leyes, ni puras letras.

Quien piensa que los mandatos del Señor son duros y aplastantes, cree también que quien los predica a los hombres es un fanático, que judaiza el Evangelio exigiendo para la salvación el cumplimiento de los mandatos del Señor. Y que no conoce la gratuidad de la salvación. Por el contrario, «vive de la fe» (Rm 1,17) quien, uniendo en perfecta continuidad el A.T. y el N.T., confiesa enamorado: Señor, «guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo» (Sal 118,35). El verdadero cristiano sabe al mismo tiempo que no es posible seguir a Jesús sin «tomar la cruz de cada día» (Lc  9,23-24), y sabe también que perdiendo su vida, la gana, y guardándola, la pierde (Lc 9,23-24).

Cristo entiende su Cruz como la manifestación mayor de su amor a los hombres: «Nadie tiene un amor mayor que el que entrega la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Pero aún más entiende que la Cruz es el signo total de su amor al Padre y de su obediencia: su obediencia es sin límites, hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,8), porque su amor no tiene límites. Por eso dice a sus discípulos para que entiendan bien lo que su Cruz significa: «conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, y que, según el mandato que me ha dado el Padre, así hago. Levantaos, vámonos de aquí» (Jn 14,31). Y del Cenáculo van a Getsemaní y de allí a la Cruz.

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Disociar el amor de Dios de la obediencia a sus mandatos es la gran herejía luterana. Puede decirse al menos que Lutero es uno de los máximos representantes de ese tremendo error. Contraponiendo A.T. (ley) y N.T. (gracia), sentía horror por toda forma de ley en el Antiguo Testamento, en el Evangelio, en la Iglesia, en la vida religiosa, considerando que la exigencia de una obediencia a mandatos divinos, eclesiásticos o de la vida religiosa, para llegar a la salvación era una insoportable judaización del Evangelio, una perversa falsificación del cristianismo. «Cristo nos libró de la maldición de la ley» (Gal 3,13). La salvación es por la sola fides y no exige el cumplimiento de ciertas obras, pues el que confía salvarse por sus obras es judío y ha rechazado a Cristo Salvador. «Pecca fortiter sed crede fortius», llegaba a decir Lutero con palabras extremas: peca con fuerza, pero cree [en Cristo Salvador] con más fuerza todavía.

De las premisas luteranas se deduce, pues, que amar a Dios no exige cumplir sus mandamientos. Que para confesar la gratuidad total de la salvación en Cristo es necesario no urgir la conversión del pecador, no procurar su  ingreso o regreso al cumplimiento de los mandatos divinos. Se deduce también que el perdón de Dios, por tanto, no exige condición alguna al pecador, es un perdón incondicional, totalmente gratuito, que no necesita la conversión del pecador, ni que tenga propósito de enmendarse, ni que efectivamente cambie su vida.

Esta herejía ignora cómo actúa la gracia de Cristo en el hombre. Gracia de Cristo es conocer sus enseñanzas; gracia de Cristo es recibirlas, creer en su verdad; gracia de Cristo es obedecer sus mandatos, realizar en vida su palabra. «Señor, danos luz para conocer la verdad y la fuerza necesaria para cumplirla». Por tanto, de ningún modo pierde gratuidad la salvación de Cristo cuando Él mismo condiciona la salvación al entendimiento y al cumplimiento de sus mandatos, recibiendo su gracia, la que nos hace posible entenderlos, creer en ellos y cumplirlos. Lutero pensaba que las obras eran del hombre, y la gracia era de Dios. Cuando también las obras buenas son por pura gracia: «es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13). Las buenas obras son regalo de Dios al hombre que, por gracia Suya, le ama y por eso mismo ama también sus mandatos.

¿Salvación sin condiciones?, se pregunta Daniel Iglesias, y se contesta recordando la fe de la Iglesia, expresada en una veintena de palabras de Cristo y de los Apóstoles. Algo semejante hice yo en mi blog en el artículo (8) ¿Salvación o condenación

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La misericordia de Cristo no sólo perdona al hombre sus pecados, sino que con su gracia los guarda de ellos o los saca cuando por su culpa caen. No sería una misericordia divina verdadera aquella que perdonase al pecador, pero dejándole permanecer en su pecado: simul justus et peccator. Esa misericordia, esa salvación es de Lutero, pero no es la de Cristo.

La misericordia de Cristo con los pecadores se revela frecuentemente en los Evangelios, hasta el punto que sus adversarios le acusaban por ello: «éste acoge a los pecadores» (Lc 15,2). Recordemos el encuentro de Jesús con la samaritana adúltera: «cinco maridos tuviste, y el que ahora tienes no es tu marido» (Jn 4,18). O su gran bondad misericordiosa al defender a la mujer adúltera, cuando todos, ateniéndose con gusto a la ley de Moisés, se disponen a apedrearla: «vete y no peques más» (Jn 8,1-11).

Pero la misericordia de Cristo es perfecta: perdona el pecado, pero no deja al pecador cautivo de él, sino que lo libera por su gracia. No solo perdona al pecador, que está en la muerte, sino que le da nueva vida, le hace renacer, lo resucita, haciéndole pasar por su gracia de la muerte a la vida (Ef 2,1-10). Nuestro Salvador no se limita a acoger con bondad a los pecadores, sino que les llama a conversión, y por la fuerza de su gracia les da arrepentimiento, perdón y propósito de abandonar su pecado: «vete y no peques más» (8,11). La misericordia de Dios es una gracia que actúa en el hombre y que éste recibe por la conversión. Si no hay conversión, hay rechazo de la misericordia de Dios.

Un falso amor a Dios es aquel que permite amarle y desobedecer su mandato. Y un falso entendimiento de la misericordia del  Salvador lleva a tolerar el pecado… concretamente el divorcio, el adulterio, la anticoncepción, etc. Y con esto ya veniamo ad dunque. Entremos en el Sínodo de la Familia, el que estamos viviendo en octubre de 2015.

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En junio de 2014 la Conferencia Episcopal Alemana aprobó el documento «Caminos teológicamente responsables y pastoralmente adecuados para el acompañamiento pastoral de los divorciados que se han vuelto a casar. Reflexiones de la CEA como preparación para el Sínodo de Obispos sobre “Desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. Aprobadas por el Consejo Permanente el 24 de junio 2014». Es decir, meses antes de la primera fase del Sínodo (octubre 2014; 19 páginas). En el último párrafo declaran los Obispos germanos: 

«Seguramente sería erróneo permitir el libre acceso a los sacramentos a todos los fieles cuyo matrimonio se ha roto, se han divorciado y vuelto a casar. Más bien se requieren soluciones diversificadas que respondan a cada caso de manera justa y se apliquen cuando el matrimonio no pueda anularse. Por ello y a la luz de nuestras experiencias pastorales, quisiéramos hacer especial hincapié en lo planteado por el Cardenal Kasper en el Consistorio que tuvo lugar entre el 20 y el 21 de febrero de 2014: “A un divorciado vuelto a casar: [1] Si se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio, [2] si ha aclarado las obligaciones del primer matrimonio y [3] si ha excluido de manera definitiva volver atrás, [4] si no puede abandonar sin otras culpas los compromisos asumidos con el nuevo matrimonio civil, [5] si se esfuerza en vivir al máximo de sus posibilidades el segundo matrimonio a partir de la fe y educar a sus hijos en la fe, [6] si desea los sacramentos como fuente de fuerza en su situación, ¿debemos o podemos negarle, después de un tiempo de nueva orientación, el sacramento de la penitencia y después el de la comunión?”».

En esos mismos términos se expresó la posición de los Obispos de Alemania en el Sínodo de octubre de 2014, como informamos en InfoCatólica: «Fue el punto que más votos en contra tuvo en el Sínodo. La conferencia episcopal alemana aboga por permitir la comunión a los divorciados en algunos casos». Y en el Sínodo de octubre de 2015 han vuelto a propugnar la misma nueva pastoral: « Sínodo: Cardenal Marx promueve dar la Comunión en algunos casos a divorciados en nueva unión».

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No es posible conciliar la propuesta de la Conferencia Episcopal Alemana con la doctrina y disciplina de la Iglesia Católica. [1] –No hay arrepentimiento real si no hay propósito de la enmienda. –Puede hablarse de fracaso si se da «separación» de los cónyuges, situación lícita regulada en la Iglesia (Código 104, 1152 etc.); pero si se trata de «divorcio», en el sentido de una presunta ruptura del vínculo matrimonial, habría que decir no fracaso, sino pecado: uno no se arrepiente de sus fracasos, sino de sus pecados. –No hay «primer matrimonio», expresión que cuando viene seguida, como veremos, de un «segundo matrimonio», es inadmisible. [3] –Esa «exclusión definitiva» nunca puede un cónyuge decidirla lícitamente por su propia voluntad. Siempre su voluntad ha de permanecer abierta a una gracia de Dios que quiera hacer posible lo que para los hombres ha sido imposible: la convivencia conyugal pacífica y fiel. Quizá nunca llegue a producirse, pero siempre habrá que procurarla por la oración y las obras. [4] Normalmente, en principio, habrá de salir de la convivencia adúltera, asistiendo desde fuera en todo lo posible los compromisos que pueda haber creado el segundo casamiento, como sucede entre los cónyuges separados o divorciados, pero no vueltos a casar. Y cuando esto no fuera conveniente o factible –caso excepcional, que sólo la falta de fe hace que sea el más frecuente–, habría que señalar la obligación moral de no convivir more uxorio, sino como hermano y hermana. [5] –Llamar «segundo matrimonio» (die zweite Ehe) a la unión del adulterio es un abuso inadmisible del lenguaje. Viene a ser tan inaceptable como hablar del «matrimonio homosexual». No existe un «segundo matrimonio», al menos mientras vivan los cónyuges del «primero», es decir, del único. [5-6] Si desea vivir al máximo de sus posibilidades la vida cristiana y ansía recibir la gracia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía podrá conseguirlo, con la gracia de Dios, haciendo lo señalado en la respuesta [4].

«Segundo matrimonio». Esta pésima expresión, que dignifica el adulterio, hace bastantes años la había leído en algunos pésimos teólogos. La primera vez que la leí con horror escrita por un Sucesor de los Apóstoles fue en el libro Coloquios nocturnos en Jerusalén (San Pablo, Madrid 2008) del Cardenal Carlo Martini. En él habla de «la comunión para los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio» (pg. 68). El libro rezuma en muchas de sus páginas un amargo rechazo de las enseñanzas de la Iglesia sobre la moral de la sexualidad en todos sus campos, y echa pestes especialmente contra la Humanæ vitæ (cp.V, Aprender a amar, pgs. 139-156). Palabras del ex-arzobispo de Milán y ex-rector de la Universidad Gregoriana. También ex-miembro ilustre del grupo Saint Gall.

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Ya en InfoCatólica hemos publicado numerosas y fuertes críticas a estas tesis promovidas por la Conferencia Episcopal Alemana, críticas de numerosos Cardenales, teólogos, grupos académicos, etc. Pueden consultarse en el baner Sínodo de la Familia, que hace semanas tenemos en portada. Especialmente recomendables considero los artículos, más de treinta, que en su blog Espada de doble filo ha escrito Bruno en la serie Polémicas matrimoniales. En varios de ellos, concretamente, se rechazan con fuerte apologética las propuestas kasperianas. Se encuentran fácilmente en el buscador interno de InfoCatólica, arriba a la derecha en la portada: polémicas matrimoniales.

Me limitaré, pues, ahora transcribir unos fragmentos de la intervención que el Card. Jorge Urosa, arzobispo de Caracas, dirigió a los Padres sinodales:

«Me refiero a los n. 121,122 y 123 del Instrumentum Laboris en los que se considera la propuesta de la aceptación a la mesa de la Eucaristía –previas algunas condiciones, entre ellas un camino penitencial–, de los divorciados y vueltos a casar, pero manteniendo la convivencia conyugal […]

«Yo me pregunto: ¿Podemos olvidar las palabras del Señor en el Evangelio, Mt 19, así como la enseñanza de San Pablo (Rm 7,2-3; 1Co 7,10; Ef 5,31) y de la Iglesia a lo largo de los siglos? Podemos descartar las enseñanzas de San Juan Pablo II en su Exhortación Familiaris Consortio de 1981? Este documento, publicado un año después del Sínodo sobre la familia de 1980, seriamente pensado y consultado por el Papa a lo largo de muchos meses de estudios y reflexión, en comunicación con expertos de varias disciplinas teológicas, claramente descarta esa posibilidad (FC 84).

«Tenemos también las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 con la doctrina tradicional sobre las condiciones para acceder a la santa comunión y las enseñanzas de la Iglesia sobre la moral sexual (n. 1650). Y la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 14 de septiembre de 1994, escrita específicamente sobre este tema? ¿Podemos olvidar el documento de la Quinta Conferencia de los Obispos Latinoamericanos y del Caribe en Aparecida, que nos pide: “Acompañar con cuidado, prudencia y amor compasivo, siguiendo las orientaciones del magisterio, a las parejas que viven en situación irregular, teniendo presente que a los divorciados y vueltos a casar, no les es permitido comulgar”( N. 437 j).

«¿Podemos contradecir esas enseñanzas? ¿Podemos olvidar la afirmación muy reciente del Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis del año 2007 sobre la Eucaristía, que reitera la praxis de la Iglesia, fundada en la sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12) de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía (n. 29).

«Unida a Cristo, que ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33), la Iglesia está llamada a mantener el esplendor de la verdad aún en situaciones difíciles. La misericordia invita al pecador y se hace perdón cuando aquél se arrepiente y cambia de vida. El hijo prodigo fue recibido con un abrazo de su padre sólo cuando regresó a su hogar».

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Juan el Bautista sufre  la muerte por predicar la verdad del matrimonio. Con la fuerza del Espíritu Santo, reprueba en público el adulterio del rey Herodes: «no te es lícito tener la mujer de tu hermano» (Mc 4,18). Y también Cristo es odiado a muerte por predicar contra el divorcio y el adulterio, contra los repudios de la esposa, que fariseos, letrados y rabinos concedían «por cualquier causa» (Mt 19,3). Son ellos principalmente, no el pueblo sencillo, los que lo llevan a la Cruz. Pero vengamos a nuestro tiempo.

¿Por qué en nuestro tiempo se multiplican como en “una plaga” los divorcios y adulterios? Porque la verdad del matrimonio y sus falsificaciones son muy escasamente predicadas. ¿Y por qué no son predicadas? Por miedo a la Cruz. Ya hemos visto cómo les fue al Bautista y a Cristo. Y San Pablo lo tenía muy claro: «si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo [fiel] de Cristo» (Gál 1,10; cf. 1Cor 10,33; 2Cor 12,15; 1Tes 2,4). San Juan Pablo II, sin temor a la Cruz, porque amó a los hombres con verdadera misericordia, se atrevió a decirles la verdad. En la exhortación apostólica post-sinodal Familiaris consortio (1981) afirmó que el divorcio, seguido de una nueva unión, es hoy «una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos» (84). Y reafirmó la norma unánime y secular de la Iglesia de «no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez» (84).

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«Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando», dice Jesucristo. La Iglesia es plenamente consciente de que Cristo es nuestro Salvador y Señor, y que de hecho manda, y que sus mandatos no son simples consejos, sino que exigen ser obedecidos. Para obedecerle Él mismo nos asiste siempre con su gracia, de tal modo que solamente podemos incumplirlos resistiéndonos a la moción de su auxilio sobrehumano. En otras palabras: si no cumplimos sus mandatos, no somos sus amigos. Y no estamos en condición de dar y recibir en  la comunión eucarística el inmenso abrazo amistoso que Cristo mismo nos da con tanto amor:

Por tanto «quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del cuerpo y de la sangre de Cristo. Examínese, pues, el hombre a sí mismo y entonces coma del pan y bebe del cáliz, pues el que sin discernir como y bebe el cuerpo del Señor, se como y bebe su  propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles, y muchos dormidos» (1Cor 11,27-30).

Cristo el Señor da mandatos a sus discípulos, concretamente sobre el matrimonio (Mt 19,3-10; Mc 10,2-12). Él reafirma el mandamiento que siete siglos antes, al menos, dió Yavé en el Decálogo: «no cometerás adulterio», un mandamiento que tanto se había relajado, y corrige a Moisés, que lo había tolerado por la «dureza de corazón» de su pueblo. Cristo supera en su nuevo pueblo esa dureza con la donación del Espíritu Santo a sus discípulos: «el amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por la comunicación del Espíritu Santo» (Rm 5,5). Seguro Jesucristo de la fuerza de su Espíritu para hacer hombres nuevos, realmente nuevos, renacidos, Cristo nuestro Señor manda con toda firmeza: «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». El vínculo conyugal del matrimonio es indisoluble. Prohibe, pues, el divorcio, pero también el adulterio: «quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

No estamos ante una exigencia absurda, excesivamente dura, que al ser prácticamente irrealizable viene a hacerse una maldición. Así lo entienden los que exigen formas de tolerancia para el divorcio y el adulterio. Por el contrario, los mandatos de Cristo sobre el matrimonio son «mandatos de vida» (Bar 3,9), son «camino de vida» eterna y de «alegría perpetua» (Sal 15,11); son preceptos «enteramente justos», «descanso del alma», que «instruyen al ignorante», que «alegran el corazón» (Sal 18). Perfectos son «los pensamientos y caminos del Señor», y distan tanto de los nuestros como el cielo de la tierra (Is 55,8-9). Son para los hombres un regalo de Dios, un don inmenso, una epifanía constante de la misericordia de Dios para nosotros.

«Todo buen don y toda dádiva perfecta desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración» (Sant 1,17).

Termino.

* * *

San Justino mártir (+163), en su I Apología (155), explicando el cristianismo para defenderlo, hace una preciosa descripción de la santa Misa, y dice: «a nadie es lícito participar de la Eucaristía, sino al que cree que son verdaderas nuestras enseñanzas [fe], y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración [bautismo], y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó [cumple sus mandatos]» (n.66).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

32 comentarios

  
Anacoreta
Gracias P. Iraburu, como siempre dando en el clavo. Hoy el pueblo de Dios está necesitado de repasar la doctrina, recitar los Mandamientos; en ello nos va la felicidad y la salvación. Gracias, necesitamos su sabiduría como agua de mayo en esta primavera que nos prometieron y que se ha convertido en gélido invierno, dejando helada el alma de los fieles. Dios le bendiga y bendíganos usted a nosotros también.
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JMI.-Bendición +
19/10/15 1:56 PM
  
Verónica
Siento no ser muy original, que ya lo ha dicho alguien, pero todo esto se solucionaría con "conversión del papado" y"descentralización". Conversión del papado, que frente a la apostasía de Europa, no elija el camino ancho del aplauso del mundo, sino que ponga a las pilas a obispos sucesores de Judas y a curas burócratas que cuya única misión es repartir sacramentos como funcionarios. Y descentralización, que se descentren del propio ombligo y de tenerse a sí mismos como parámetro de la Verdad. Que se descentren de tanto empeño en querer proyectar imagen de humildad. Que se descentren que eslóganes chachiguay, que dejan a la gente vacía, pero hacen decir: qué tío más majo. Que se conviertan y se descentren y miren a Cristo.
19/10/15 1:57 PM
  
Gloria Irene (Flavia)
Muchísimas gracias por estos artículos tan claros.

Lo que no dejo de preguntarme es qué teología han estudiado ciertos padres sinodales que proponen soluciones alejadas de lo que vemos en el catecismo. Claro que, ya decía Benedicto XVI que hay un gran problema de fe. Quizá sea eso. De otro modo no se entiende.
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JMI.-Sí, ciertamente. El problema está hoy sobre todo en tener fe o no tenerla.
19/10/15 2:00 PM
  
Bruno
Muy oportuno el artículo. Los temas que algunos se empeñan en discutir van mucho más allá del propio matrimonio y tocan los principios fundamentales de la fe: la conversión, la gracia, el amor a Dios y el pecado. De ahí que sea necesario, como se hace aquí, recordar de forma clara esos principios, que ciertos padres sinodales parecen haber olvidado (o de los cuales no quieren acordarse).
19/10/15 2:29 PM
  
María
El que ama a Dios ama sus mandatos, y el que ama su prójimo ama los mandatos de Dios. Si usted repasa mandamiento por mandamiento, los tres mandamientos primeros son amor incondicional a Dios, el cuarto al prójimo (padres familia), quinto al prójimo (vida del prójimo), sexto al prójimo (utilización del cuerpo y sentimientos del prójimo), séptimo al prójimo (bienes del prójimo), octavo al prójimo (mentir falsos testimonios) noveno al prójimo (pensamientos impuros entra el prójimo en la fantasía), y décimo al prójimo (deseos de sus bienes). Conclusión El que ama a Dios, ama al prójimo luego ama sus mandamientos. Si queremos convivir en paz se debieran de cumplir estos mandatos, porque habría menos riñas, envidias, falsos testimonios, entre las familias, entre las comunidades de vecinos, entre las naciones. Lo veo hasta yo que soy bastante corta y no tengo teología.
19/10/15 2:59 PM
  
María
Gracias, P. Iraburu, por una explicación tan clara.
Lo que no entiendo es cómo pueden seguir siendo obispos, ciertos Obispos, que defienden una fé completamente opuesta a la Fé Católica. Sinceramente creo que es una responsabilidad muy grande dejar que ejerzan como Pastores en sus Diócesis. Esto hace mucho daño.
19/10/15 3:58 PM
  
doiraje
Entiendo perfectamente el sentido de su artículo. Y espero no entender del todo mal las citas bíblicas que contienen, pero con sincera humildad me atrevo a afirmar que no todos los que pecamos (y pecamos todos sin excepción) sea porque no amamos a Dios. Yo le amo y peco. Yo le amo, y al pecar, me alejo de Él. Pero quisiera estar más cerca de su presencia, aunque pecando, sé que me alejo. El yugo de Cristo apenas existe cuando le sientes cerca, y es insoportablemente pesado cuando no le sientes por ningún lado.

La dinámica del pecado no es tan simple, Padre.

Y con ello no pretendo justificar en absoluto las posiciones de ciertos padres sinodales, abiertamente heréticas y cismáticas, que son inadmisibles.
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JMI.-¿Alguien podría dudar del amor de Simón Pedro a Jesús?... Dejó todo, esposa, familia, barca y redes, su tierra... para seguirle y servirle. Pero llegada la hora de las tinieblas, la Cruz, le entró el pánico y negó a Cristo: "yo no tengo nada que ver con ese hombre".

Y los Apóstoles, todos, "abandonándole, huyeron", mirando cada uno el modo de salvar el pellejo. Todos lo amaban, y mucho; pero todos fallaron en un amor que todavía no era perfecto. No habían recibido el ESanto.

Es evidente que se puede amar a Jesús y, sin embargo, pecar. Todos tenemos experiencia de eso, y tenemos que confesarnos con frecuencia. "El espíritu está pronto, pero la carne es débil".

Lo malo malo, lo peor de lo peor, no es cuando falla la voluntad por miedo a la Cruz; lo peor de lo peor es ceder la mente al Padre de la mentira, el diablo, y afirmar que lo bueno es malo y lo malo es lo bueno. Y eso es lo que estamos viendo en algunas resonancias del Sínodo.

Al otro extremo, si el amor a Jesús llega a ser TOTAL, entonces no caemos, y permanecemos fieles como San Juan, con María y las buenas mujeres, al pie de la Cruz.
19/10/15 5:17 PM
  
Rexjhs
Muchísimas gracias Padre Iraburu, por su claridad, tan católica, en estos tiempos de crepúsculo.

Me da la sensación de que muchos obispos y cardenales en el Sínodo defienden el gran error del imperio de la conciencia por encima de la verdad objetiva del pecado: así, consideran que si un individuo cree que su conciencia le permite divorciarse de su mujer y adulterar con otra... o si un homosexual cree en conciencia que no hay nada malo en tener relaciones con otro hombre, pues que no puede un sacerdote corregirles. Es el subjetivismo hecho canon de la moral, cuando todos sabemos que hay actos intrínsecamente malos, como el adulterio o la sodomía, que no son redimibles por la conciencia. Consideran esos malos pastores que no pueden entrar a juzgar la conciencia de cada uno, que es "sagrada". De este error, me temo, nacen las turbias aguas alemanas de la teología del Rhin, del Cardenal Martini y de la teología del pueblo. Nosotros sabemos que conciencia sólo puede ser norma moral cuando coincide con la Palabra revelada, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, y cuando está rectamente formada, para rechazar el pecado y cumplir los mandamientos de Cristo.

En segundo lugar, y muy íntimamente unido a ese gran error está la gran herejía de separar la doctrina de la pastoral: niegan esos malos pastores el poder transformador y salvífico de la gracia y, por tanto, ven la norma moral de Cristo como un ideal irrealizable para la mayoría del pueblo, sólo alcanzable para algunos santos héroes, y creen, por tanto, que los mandatos de Cristo eran inmisericordes, pues impiden al pueblo ser feliz cargándole con cruces insoportables (según ellos es insoportable para un homosexual o a un divorciado mantenerse casto). Y así, creen que la Iglesia debe rebajar las exigencias morales de Cristo y esperan a otro judaizante Moisés, que "mire con misericordia" al pueeblo y "acompañe" a la oveja perdida por sus veredas extraviadas, sin traerlas a la casa de Dios. Sería algo así como que el Padre del Hijo pródigo saliese al encuentro de su hijo y se sumase a sus francachelas y orgías.

Todo nace, como Ud. bien dice, de negar la Cruz y de negar la gracia. Conclusión: la misericordia que predican es la de dejar a los pecadores en su miseria. De paso, esos pastores son elogiados por el mundo y se evitan su persecución. Pero la amistad con el mundo es enemistad con Dios.
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JMI.-Ésa es la verdad.
Oremos, oremos, oremos.
19/10/15 5:36 PM
  
Ignacio
Gracias sean dadas a Dios por pastores tan buenos como usted y como algunos otros -aunque sean pocos, desgraciadamente- que están interviniendo a lo largo de estos meses para defender el Santo Nombre de Dios (¿quién tendrá la soberbia de sostener que las condiciones que puso Dios para que le amáramos ya no valen? ¡Eso sería equivalente a rebajar la dignidad de Dios! ¿Pretenden presentar a Dios como un "intolerante" y "falto de misericordia" o como anclado en el pasado? ¡Perdónalos, Señor, si son capaces de llegar hasta ese extremo!) porque aquí al único que no se tiene en cuenta es a Dios.

El problema de fondo es la falta de fe (si creyeran de verdad, ninguno se atrevería a decir alguna de las barbaridades que venimos oyendo) y de amor a Dios (si lo amas de verdad, sigues sus mandamientos porque Él mismo te ha dicho que así lo amas en verdad, y los guardas en tu vida diaria con una gran alegría porque sabes que estás amando a Dios como Él merece; y, es más, si lo amas con todo tu corazón y si Él es tu mayor alegría, los mandamientos te parecerán poco porque Él se lo merece todo y no querrás sólo cumplir sin más, sino ofrecerle hasta el más mínimo detalle de delicadeza y amor hacia Él, incluidas las cruces de cada día). Sí, el problema es que no creen ya en Dios ni lo aman, tan sólo miran al mundo y argumentan que "es que en la sociedad actual...", "es que si no, muchos se abandonarán la Iglesia" y otras excusas semejantes, como si la moral la estableciera el mundo o Dios debiera someterse al mundo (¿el Creador a las criaturas? ¡Por favor!). Hay una cosa que se llama libertad, con la que el hombre puede libremente alejarse de Dios y no amarlo por seguir las cosas del mundo, pese a que pierda la felicidad plena en esta vida y en la vida eterna: lo que no puede pretender es que Dios cambie para adaptarse a él y además sin querer convertirse (¿el Señor se adaptó al pecado? ¡Nunca jamás! Tuvo misericordia del pecador que buscó su misericordia con un corazón arrepentido, pero el pecado siempre lo condenó sin paliativos ni medias tintas porque el pecado es no amar a Dios).

Sigo rezando mucho por el desenlace de este Sínodo (que el Espíritu Santo sepa sacar bien de este desconcierto en el que nos han metido y que salga a relucir la verdad del amor de Dios y del amor a Dios, y del matrimonio vivido en Dios y con Dios). Y doy gracias a Dios por esos pastores valientes que, sin dejarse doblegar por el mundo y sus intereses, nos enseñan a amar a Dios como Él merece, dándolo todo: mil veces prefiero una Iglesia que sea fiel al amor de Dios y digna de Él (una Esposa que busque ser santa para su Esposo), aunque resulte herida por los ataques del mundo y vea muy disminuido su número (serán sus pruebas de amor a Dios: ama a Dios tanto que considera el sufrimiento, las persecuciones y la reducción en número o extensión como un precio menos a pagar comparado con la riqueza insuperable de mantenerse fiel a Dios, su mayor amor) que una Iglesia acomodada al mundo y amordazada para evitar problemas y que no la dejen de lado. La Iglesia es de Dios y sólo a Dios debe su corazón (no al mundo ni a las ideologías ni al consenso) y su misión es llevar a todos el amor de Dios y al amor de Dios para que se salven, que es el deseo de Dios: todo lo que se salga de aquí es desfigurar a la Iglesia y ofender a Dios.

Gracias como siempre, Padre Iraburu, es un consuelo espiritual enorme leer sus entradas en el blog: transmite con sus palabras toda la belleza y la verdad de la Iglesia y hace que nos sintamos muy muy orgullosos (en el buen sentido) de ser católicos: ¡qué afortunados somos por poder amar a Dios como Él merece (con la ayuda de su gracia y a pesar de nuestras limitaciones humanas)!. Le doy las gracias encarecidamente por honrar el nombre de Dios y de su Iglesia y por defenderlo de tantos ataques como recibe, dentro y fuera de la Iglesia: ¡alabado sea Dios por sacerdotes como usted! ¡Dios le devuelva el ciento por uno por tanto amor hacia Él y hacia su Iglesia!
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JMI.-Bendición +
19/10/15 5:37 PM
  
Luis Fernando
San Atanasio, ora pro nobis.
19/10/15 5:56 PM
  
Joaquín
Una cosa es lo que dicen las Escrituras, el Magisterio y la Tradición, que no es tema de discusión, y otra lo que algunos sacerdotes y obispos hacen, que es precisamente desobedecer esas normas.

Mis preguntas:

¿Cuál es la situación en que se hallan los fieles que incumplen las normas por indicación o por consentimiento, bien explícito, bien tácito, de sus pastores?

¿En qué situación quedan esos pastores desobedientes: excomunión automática, suspensión a divinis, otra?

¿Qué obligaciones nos incumben a los fieles obedientes que conocemos de estas situaciones y qué pasos y medios hemos de utilizar para denunciarlas y para practicar la corrección fraterna con esos pecadores?

Los responsables eclesiásticos de esos malos pastores que no actúan para corregirlos sabiendo de sus incumplimientos ¿En qué situación quedan?

Pueden parecer preguntas ingenuas en este foro, pero conozco varios casos de divorciados vueltos a unirse con otra pareja, bien por unión civil, bien por simple vida en común y a algún sacerdote que, al menos, se hace el tonto ante estas situaciones. Yo no soy juez de nadie, pero habiendo tratado de explicar a esas parejas lo que manda la Iglesia en varias ocasiones, ellos siguen sin modificar su situación, y me creo en la obligación de hacer lo que sea mi deber cristiano.
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JMI.-Describe lo que no pocas veces sucede en parroquias y diócesis con realismo y verdad.
Sus preguntas son muchas y no podría contestarlas ahora.
19/10/15 7:29 PM
  
Juan Andrés
Es tan claro todo, y siempre lo fue, que no es posible que haya que reiterar algo tan obvio. ¿Cómo se explica algo así a nivel cardenalicio por ejemplo? Hay personas entonces que sólo ostentan, o detentan en realidad, un simple título y el uniforme ad hoc pero que claramente no son pastores de la Iglesia. Son infiltrados burócratas que, o sólo responden a su interés particular -sea el que fuere- o alguno ajeno del que son mercenarios y buscan la destrucción de la Iglesia. No encuentro otra respuesta. Son algo así como un solado que comienza a disparar a sus compañeros en medio de la batalla... Dios se apiade de sus almas cuando despierte, porque parece que duerme, eh.
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JMI.-No, el Señor no duerme, nos está mirando, queriendo, guardando, iluminando, confortando continuamente.
Él vive y REINA con bondad y omnipotencia providente porque le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. No hay en el mundo y en la Iglesia un gramo más de mal que el que Cristo Rey permite. Y todos los bienes que hay están impulsados por su gracia.

No sabemos por qué permite tantos males, estando en su poder evitarlos. Pero si la Providencia divina sacó los mayores bienes para la humanidad del mayor mal que ha sucedido en la historia, la Pasión de Cristo en la Cruz, ya estamos curados de espanto, y podemos resistir fuertes en la fe y la esperanza todo lo que suceda. Incluso con paz y alegría.

Supongamos: si Dios quiere una enorme poda en el árbol actual de la Iglesia, permitiendo que grandes ramas se desgajen de ella, ¿quiénes somos nosotros para pedirle cuenta de sus modos de conducir la historia del mundo y de la Iglesia?
19/10/15 9:01 PM
  
Juan Andrés
Totalmente de acuerdo con Ud. y no me falta esperanza. Me refería al episodio bíblico de la barca en riesgo, solamente.
19/10/15 9:42 PM
  
Curro Estévez
No sabe Vd. cuánto es de agradecer que nos dé estas explicaciones, que fortalecen la fe y nos da ánimos.
¡Benditas luces puestas al servicio del pueblo de Dios tan falto de sana doctrina!
19/10/15 9:49 PM
  
Pepito
Claramente lo dijo Cristo: "El que cumple mis mandamientos, ese me ama."
Decir que ama a Cristo quien comulga en pecado de adulterio, de sodomía o cualquier otro pecado grave es de suspenso en Catecismo y está en grave riesgo de perder la Vida Eterna.
19/10/15 10:25 PM
  
AGQ
Gracias, Padre, muchas gracias. Muchos estamos sufriendo como Cardenales y Obispos, aunque suene fuerte decirlo, ,están negando a Cristo en este Sínodo con sus declaraciones. Creo que no hace falta ya decir quiénes son. Sólo pido oraciones para salir triunfantes Fe este inmenso temporal por el que está atravesando la Iglesia
A mí entender, uno de los peores de la Historia.
19/10/15 10:36 PM
  
Horacio Castro
Padre Iraburu. Me conmueve especialmente la sinceridad del comentario de "doiraje" y la luminosidad de su respuesta. Gracias.
20/10/15 1:08 AM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
Muchísimas gracias, Padre Iraburu. Me siento viviendo una pesadilla, y leerlo me ayuda a verlo todo con los ojos de "su" fe. Admiro su fe. Y le pedí al Señor que aumentara la mía y me diera también mucha paz, para pasar esta tormenta con toda la confianza puesta en Él.

Rezo por Ud, por el Papa, obispos, sacerdotes, por toda la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y por Infocatólica, para que peregrinemos con la vista puesta en nuestro Señor Jesucristo, que no deja de caminar junto a nosotros.

Que el Espíritu Santo lo siga iluminando, la Santísima Virgen lo cubra con su manto y San José lo proteja siempre.
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JMI.-Amén.
Bendición +
20/10/15 4:00 AM
  
Maramoare
Gracias. Muchas gracias. Dios le bendiga.
20/10/15 6:55 AM
  
JUAN NADIE
Gracias una vez mas por su enseñanza y su claridad expositiva. El que no quiere enterarse es por que no le da la gana, porque lo explica usted muy claro. No sabe cuanto le debemos muchos.
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JMI.-Siervo inútil.
Lo que tenía que hacer lo he hecho.
Sin más.
20/10/15 9:51 AM
  
Tomas
Como siempre muy buena su enseñanza. Gracias por el trabajo de clarificación doctrinal que realiza ante tanta confusión. Le pido encarecidamente le de un vistazo a este artículo y pueda después dar su opinión LA COMUNIONE AI DIVORZIATI RISPOSATI: LECTIO MAGISTRALIS de GIOVANNI CAVALCOLI O.P. A CORRADO GNERRE
se encuentra en isoladipatmos.com. Allí se afirma que la comunión a los divorciados vueltos a casar no corresponde a la doctrina sino a la disciplina (sic.). Gracias.
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JMI.-Artículos de orientación kasperiana, como ése, hay un montón.
Gracias de todos modos.
20/10/15 1:47 PM
  
Tomas
Gracias por su opinión Padre J. M. Iraburu. Concuerdo con Ud. en la apreciación del artículo antes referido, pero ya sabe, necesitaba una opinión autorizada. Creo que los argumentos utilizados en ese artículo generan mucha confusión a los lectores desprevenidos al mezclar premisas verdaderas con otras falsas o insuficientemente esclarecidas, en todo caso sus conclusiones son falsas. No tengo la pericia teológica como para refutar cada elemento, por eso le recomendé a Ud. su lectura. Nuevamente muchas gracias,
20/10/15 2:30 PM
  
Tomás Bertrán
"Disociar el amor de Dios de la obediencia a sus mandatos es la gran herejía luterana"
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No hace falta ser teólogo para estar de acuerdo en ello. Creer sin obedecer es no creer, y para un catalán es fácil. Me explico:
En catalán la palabra "creer" significa tanto asentir en lo que se dice como obedecer a ello.
Ejemplo: La madre le dice a su hijo que prepare la mesa para comer, y el hijo se hace el remolón. Entonces el padre le dice al hijo: "Fes el favor de creure a la teva mare". Haz el favor de creer a tu madre. Haz el favor de obedecer a tu madre. O sea, creer significa escuchar, atender, aceptar y obedecer. Pura semántica. Y si encima lo dice Cristo, es Palabra de Dios.
Y otra cosa que he observado ya desde hace mucho tiempo. Nos callamos como zorros cuando sabemos que muchos matrimonios, que se llaman católicos, usan anticonceptivos y comulgan estando en pecado mortal. Y es que atacar a los anticonceptivos duele porque es la raiz de todos los males en el matrimonio. Y lo malo es que nos gusta un catolicismo sin Cruz, la gran tentación.
20/10/15 7:09 PM
  
Leo
De acuerdo con el código de derecho canónico, todos esos obispos y cardenales que pretenten cambiar la doctrina de la Iglesia son unos herejes y están automáticamente excomulgados. ¿Porqué nadie lo dice? ¿Porqué sentarse a discutir lo indiscutible? Las cosas hay que llamarlas por su nombre, cuando se llama bueno a lo malo y malo a lo bueno, se sirve al demonio, no a Cristo. La mayor obra de misericordia con esos enemigos de la verdad es precisamente esa, decirles la verdad sin eufemismos: Son causa de escándalo al enaltecer el pecado en nombre de una diabólica y falsa misericordia.
20/10/15 7:45 PM
  
Pregunta???
Padre, pensando en el poder que Dios le dio a Pedro, Lo que ates en la tierra será atado en el cielo y lo que desates será desatado. Podría el Papa Francisco, en el año de la misericordia, desatar todos esos matrimonios rotos, siempre y cuando se arrepientan y regular todas esas almas alteradas por la misma sociedad enferma en la que estamos viviendo??...Algo así como lo que paso con los sacerdotes que abandonaron la vocación después del CVII.

Al pensar esto estoy pensando bien o es algo diabólico? De ante mano gracias por su luz. Que el señor lo siga bendiciendo.
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JMI.-El caso de los sacerdotes a los que la Iglesia, a petición de ellos o por imposición penal, reduce a la secularización, prohibiéndoles ya el ministerio (aunque permanecen siendo sacerdotes "in aeternum", porque el carácter sacerdotal es indeleble) es totalmente diverso de los cónyuges que por el divorcio rompen aparentemente el vínculo conyugal /"lo que Dios ha unido no lo separe el hombre", ni el Obispo, ni el Papa ni nadie puede quebrar ese vínculo), y si se divorcia y se casa de nuevo "comete adulterio". Ni el Papa ni nadie puede "regular", como dice usted, una relación adúltera, porque el Señor la prohíbe como grave pecado.

Son dos cosas completamente distintas, y comparar una con la otra no da ninguna luz, sino obscuridad.
21/10/15 5:49 AM
  
antonio
Excelente Padre, totalmente cierto!!!!y REAL!!!,

Que Dios lo bendiga,y bendiga a la Iglesia!!!!
21/10/15 2:23 PM
  
Dios le pague...
Que grande y que responsabilidad tan inmensa es el Santo Matrimonio, fundamento de la familia, que poco logramos profundizar en este sacramento sagrado y misterioso.
Sigamos orando, orando, orando...pues la ignorancia en esta época con respecto a esta grandeza es obscura.
Gracias padre por alumbrarme con su luz tan resplandeciente y verdadera. Que susto.
Su bendición.
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JMI.-Bendición +
22/10/15 4:12 AM
  
Natalia Barraza de R.
Muchas gracias por información tan completa y confiable, no obstante ¿Qué se puede esperar en el año de la misericordia? puesto que he observado al menos en mi Parroquia que el párroco avala las propuestas del obispo Kasper, y generalmente critica al -según el- Dios castigador cruel y vengativo del Antiguo Testamento. Al respecto le he llevado información sobre la homosexualidad y´de la perversa ideología de género, pero parece*no interesarle. Considero que en realidad la confusión creada por el sínodo va a traer muchos males a nuestra Iglesia, le pido a Dios que ayude a los obispos, para que al final puedan evitar tanto desorden y mala fe.
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JMI.-El Sínodo, más que crear la confusión, la ha puesto en evidencia escandalosamente.
23/10/15 4:09 AM
  
Tomás Bertrán
JMI.-El Sínodo, más que crear la confusión, la ha puesto en evidencia escandalosamente.
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Es lo más sensato y certero que he visto escrito y oído en todo este "berenjenal".
Y no le hago la pelota. Gracias Padre. Gracias por ser sacerdote.
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JMI.-Bendigamos al Señor.
23/10/15 1:25 PM
  
Marcela de Argentina
Hace mas de 9 años que estoy separada de mi esposo, a quien amo profundamente. Cargar la cruz de la soledad y del cuidado de dos hijos pequeños no fue fácil, pero seguir y confiar en Jesus y en su palabra me hizo crecer en el amor y en la fe, buscando siempre el perdon en mi corazon. Jesus a dicho la verdad, su carga es suave y ligera. El me ha bendecido continuamente a mis hijos y a mi, El ha sido esposo y padre en mi familia. Quizas si no me hubiera separado no hubiera conocido verdaderamente a JEsus, que cumple sus promesas. Rezo para que la Santa Iglesia Catolica no apruebe, ni avale, el adulterio que tanto daño hace a las familias y a las personas. PAdre, muchas gracias por sus palabras.

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JMI.-El Señor la ha bendecido, le bendice y le bendecirá siempre.
En su nombre, mi bendición +
23/10/15 2:17 PM
  
Guillermo P.F.
Ésa es justamente la paradoja, Marcela, con todos mis respetos, la paradoja y la rarísima excepción: que habitualmente las parejas que llegamos a separarnos lo hacemos porque nos aborrecemos profundamente. Que sí, que yo también amaba profundamente a la que me dio dos hijos (no digo mi esposa porque más tarde ha sido declarado que no existió matrimonio, cosa que tramité yo solo y por la cual doy infinitas gracias al Señor). Y porque nos amábamos profundamente, por eso fue que dimos el paso de ir a casarnos (o a creernos que nos casábamos), en realidad a oficializar nuestra relación de pareja, que había surgido y madurado como lo hacen todas (en mi caso obviando cierto lastre insalvable que a mis espaldas llevaba; pero que no fue después ése el motivo de culpa, no, no, yo ya había quedado anulado y bien reprimido, ¡hasta engendraba con normalidad!)

Reconozco su entereza, Marcela, y la admiro, aunque sea sólo como perseverancia. Pero yo, sintiéndolo mucho, a 7 años que hace, ni en sueños me acuerdo con cariño de aquella mujer, y mira que nos quisimos. Por eso reconozco el valor de vd., aunque no me sirve de ejemplo pero me produce una enorme curiosidad comprobarlo imposible en mi caso. Pido por vd.
24/10/15 2:16 AM
  
David
Padre, muchísimas gracias por el artículo. Me gustaría preguntarle por unas palabras del Santo Padre: "los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu". Me ha dejado especialmente preocupado. Sólo hay q recordar lo que pasó con el llamado espíritu del Concilio. Gracias de antemano
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JMI.-No hay contradicción entre palabras, palabras escritas, y espíritu. Las palabras de Cristo "son espíritu y vida".
Todas las palabras de Cristo, también cuando son preceptivas: mandatos, son "espíritu y vida".
25/10/15 12:27 PM

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