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16.10.16

El proselitismo de la Iglesia primitiva

San Pablo predicando en Atenas

Es correcto rechazar un “proselitismo malo”, es decir el intento de atraer a otra persona al grupo religioso propio por motivos mundanos, por ejemplo, para aumentar el poder y el prestigio del grupo o de uno mismo. Pero no es correcto rechazar el proselitismo sin más, si por proselitismo se entiende (como se entendió tradicionalmente en la Iglesia Católica) el esfuerzo para atraer a otros a la fe cristiana, a fin de hacerlos partícipes de sus frutos de conversión y salvación. La Iglesia edificada por Nuestro Señor Jesucristo ha practicado siempre ese proselitismo bueno y santo, querido por Dios.

Siendo el hombre un ser racional, no es extraño que la misión universal de salvación confiada por Jesucristo a su Iglesia contenga una dimensión de enseñanza doctrinal, que implica la necesidad de explicar, demostrar, discutir y refutar. Esto se aprecia claramente en el último y solemne mandato misionero de Jesús.

Mateo 28,16-20: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».”

La Iglesia primitiva cumplió desde el principio ese mandato de Jesús, como se ve en el discurso de San Pedro en Pentecostés (para abreviar, omito las argumentaciones bíblicas):

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