9.02.10

Lo “mío” y lo “suyo”

La Cuaresma es una especie de combate entablado entre lo “mío” y lo “suyo”. Entre lo que me pertenece a mí y lo que no puede pertenecerme sin que Otro me lo dé.

El hombre no puede tener lo suyo como suyo sin recibirlo como don: No se puede decir “que en lo nuestro seamos totalmente nuestros”, decía Blondel en su Carta sobre Apologética.

Esta dialéctica entre lo que más necesito y lo que, sin embargo, no puedo darme a mí mismo, aparece perfectamente reflejada en el “Mensaje” de Benedicto XVI para la Cuaresma. Un mensaje que se puede resumir en una frase: El hombre necesita a Dios, necesita, como algo muy propio, la gracia de Dios.

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8.02.10

“No me toques”

“λέγει αὐτῇ Ἰησοῦς, Μή μου ἅπτου, οὔπω γὰρ ἀναβέβηκα πρὸς τὸν πατέρα: πορεύου δὲ πρὸς τοὺς ἀδελφούς μου καὶ εἰπὲ αὐτοῖς, Ἀναβαίνω πρὸς τὸν πατέρα μου καὶ πατέρα ὑμῶν καὶ θεόν μου καὶ θεὸν ὑμῶν".

Un jovencísimo lector me ha hecho llegar una duda acerca de la interpretación de un pasaje del IV Evangelio, en el que Jesús dice a María Magdalena: “No me toques, que todavía no he subido al Padre” (Jn 20,17). Yo no soy un especialista en la exégesis neotestamentaria, esa ciencia tan complicada que puede, bien entendida, acercarnos a la Escritura o, por el contrario, alejarnos de ella, como una sobredosis de crítica literaria puede apartarnos del gozo de la literatura, que supone una cierta inmediatez con el texto, sin infinitos filtros que nos hagan sospechar que lo que leemos no es en realidad lo que leemos.

No es extraño que un jovencísimo lector se sorprenda de ese versículo. Nos sorprendemos todos. Y el mismo Catecismo habla, al respecto, del carácter velado de la gloria de Cristo Resucitado que se transparenta en sus “palabras misteriosas” a María Magdalena (n. 660). La revelación es revelatio, manifestación, y re-velatio, volver a velar; es decir, ocultamiento.

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6.02.10

Sentir e inteligir

Al hablar del conocimiento por amor, Santo Tomás de Aquino explora una vía, que podríamos llamar existencial, de aproximación al misterio de Dios; un itinerario fecundo, tanto para la teología como para la filosofía . Una vía que se muestra atenta a todas las dimensiones del ser personal que conoce en su concreción real y viviente; situacional .

No sólo la fe sobrenatural, sino el mismo conocimiento natural de Dios está, de algún modo, sostenido por la gracia y no se reduce a un conocimiento meramente “neutral”, puramente “nocional”, sino que se trata de un conocimiento vinculado a la entrega, al homenaje del entendimiento y de la voluntad , en una dirección que guarda semejanza con el acto de fe; con un asentimiento no predominantemente teórico, sino hondamente personal.

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5.02.10

La llamada, la desproporción y el anuncio

V Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Una palabra esencial en el vocabulario cristiano es la palabra “llamada”, “vocación”. Toda la Sagrada Escritura está llena de escenas de vocación. Dios, en su grandeza y en su misterio, llama al hombre, apela a su generosidad, a su capacidad de superar el miedo y de decidir libremente responder a esa llamada. Dios llama para enviar, para confiar una misión: “En el origen de la vocación hay por tanto una elección divina; en su término, una voluntad divina que realizar” (J. Guillet).

El relato de la vocación de Isaías (Is 6) resalta el contraste entre la santidad de Dios y la pequeñez del profeta. El Señor aparece sentado “sobre un trono alto y excelso”, la orla de su manto llena el templo y los serafines le sirven. Y, frente a esta gloria, la humildad de un hombre de labios impuros, que habita en medio de un pueblo de labios impuros. Pero Dios puede purificar lo impuro y destinar a un hombre para ser su enviado.

También Jesús, llamando a los primeros discípulos (cf Lc 5, 1-11), deja transparentar algo del misterio de su gloria: Manda a Simón remar mar adentro y echar las redes para pescar. Contra todo pronóstico humano – habían estado toda la noche bregando sin coger nada - , la pesca resulta prodigiosa.

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3.02.10

Pasiones y deseos

Somos víctimas o agentes de los afectos. Según el Diccionario, el afecto es “cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc., y especialmente el amor o el cariño”. Estado de ánimo y motivación se unen bajo el rótulo de esta curiosa palabra: “afectos”.

Las cosas nos afectan. Somos afectados, pasivamente, por ellas. Las cosas, las circunstancias, las personas, producen en nosotros “sentimientos”; es decir, actos de percepción que, al decir de Kant, permanecen siempre subjetivos y no pueden constituir una representación objetiva de los objetos.

¿Cuándo nos afectan las cosas? Cuando nos llegan muy adentro, cuando son capaces de traspasar la piel para internarse en nuestro corazón. A muchas personas no les “afecta” el resultado de un partido de fútbol. A otras sí. El vínculo entre afecto y subjetividad es, pues, manifiesto. La afección atañe a la integridad de nuestro ser. Nos da lo mismo, digamos, que dos y dos sean cuatro, pero no nos resulta indiferente que se muera, o que nos traicione, o que no corresponda, un amigo.

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