Vivir en el Espíritu

Hemos comenzado ya el Año Jubilar dedicado a San Pablo. El objetivo de este Año es, como explicaba Benedicto XVI, “aprender de san Pablo; aprender la fe; aprender a Cristo; aprender, por último, el camino de una vida recta” (“Audiencia”, 2 de julio de 2008).

Aprender el camino de una vida recta es aprender a vivir la vida cristiana. Se trata de un conocimiento que no procede tanto del esfuerzo de nuestra razón, como de la acogida humilde de la revelación de Dios. Jesús da gracias al Padre por haberse revelado no a los sabios y entendidos, sino a la gente sencilla (cf Mt 11,25-30).

La humildad, el reconocimiento de que Dios es Dios y de que nosotros somos criaturas, es esencial para aprender el camino de la vida. Esta actitud es, a la vez, la más razonable de todas. ¿Cómo pensar que nuestra inteligencia sea capaz, por sí sola, de descifrar todos los misterios? ¿Cómo pretender una autosuficiencia que llevaría, absurdamente, a negar nuestra dependencia de Dios, de nuestro Creador y Señor?

San Pablo escribió desde Corinto, en el invierno del año 57-58, la Carta a los Romanos, para preparar su llegada a Roma, donde ya había un buen número de cristianos, que procedían del judaísmo y del paganismo. A todos ellos les explica los efectos de la salvación en Cristo. Y contrapone el Apóstol dos modos de vida: vivir según la carne o vivir según el espíritu.

¿Qué significa “vivir según la carne”? Consiste en dejarse vencer y guiar por las pasiones desordenadas. “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” y el fruto de este modo de vida es la esclavitud del pecado y la muerte. Incluso el entendimiento se hace carnal (Col 2, 18), incapaz de percibir las cosas de Dios, a las que considera necedades. ¿No encontramos un reflejo de esta inteligencia carnal en nuestra cultura, que lleva al hombre a medir su vida y sus acciones en relación a sí mismo, a la vida social y a la adecuación con el mundo, para la satisfacción de sus necesidades y deseos, prescindiendo de la esfera de lo trascendente? (cf CEE, “Teología y secularización en España”, 53).

“Vivir según el espíritu” equivale a buscar a Dios por encima de todas las cosas y a luchar, con su gracia, contra la propia inclinación al mal y al pecado. Esta tarea podría parecer imposible, si contásemos sólo con nuestras fuerzas, pero Cristo ha venido en la carne para condenar el pecado y para darnos su Espíritu. De este modo, con la fuerza del Espíritu Santo que habita en nosotros, podemos vencer el pecado y la muerte, la carne y la esclavitud de la Ley. El destino de este nuevo modo de existencia es la resurrección y la vida eterna; es decir, la participación plena en la victoria de Cristo. Podemos, por consiguiente, realizar la vocación auténtica del hombre; que es la vocación a la caridad, al amor que nos une a Dios y que construye la solidaridad entre nosotros.

La vida en el Espíritu es un yugo llevadero y una carga ligera, porque brota del Corazón manso y humilde de nuestro Redentor; de Aquél que nos dice, también a los que vivimos excesivamente inmersos en las preocupaciones de este mundo, con la tentación de pensar que este mundo es lo único que existe: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.

Que la escucha y la meditación de las palabras de San Pablo nos conduzcan, por la acción del Espíritu Santo, a Cristo, al descanso que es Cristo. Amén.

Guillermo Juan Morado.

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