InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

16.01.10

La pillería de Jesús

Hay un pasaje evangélico que, cada vez que lo leo, me hace reír. Lo encontramos en Mateo 21, 23-27 (y en los textos paralelos). Jesús enseña en el Templo y se acercan los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo para “entrevistarlo”: “¿Con qué potestad haces estas cosas?”. Jesús, como buen gallego – quiero decir galileo – responde con otra pregunta: “si me la contestáis, entonces yo os diré con qué potestad hago estas cosas”.

No les convenía a sus “entrevistadores” responder nada: “No lo sabemos”. Y Jesús, con pillería, les dijo: “Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas”. El Señor da ejemplo, en primera persona, de lo que Él mismo recomienda a los suyos: “os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10,16).

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En Caná

II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C).

El Evangelio de San Juan nos dice que “en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”. Nos encontramos con el misterio multiforme de la “epifanía”, de la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo: Él aparece, en la escena de la adoración de los Magos, como el Mesías de Israel revelado a los pueblos paganos; en la de su Bautismo, como el Unigénito del Padre y el Ungido por el Espíritu Santo; en Caná, como el Mesías que muestra su gloria.

Jesús es el Esposo que, con su presencia, llena de alegría a su pueblo: “Como un joven se casa con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”, leemos en el texto de Isaías (cf 62,1-5). El amor que une al esposo y a la esposa es imagen del amor de Dios por su pueblo. Este amor de Dios se revela en Jesucristo, el Esposo de la nueva alianza. En Caná, Jesús anticipa su “hora”, la hora de su glorificación en la Cruz. Cristo crucificado, el Cordero inmolado, sella con su sangre esta alianza que salva y santifica a su Esposa, la Iglesia.

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15.01.10

Haití

Nos conmueven, no sin razón, las imágenes de Haití que nos llegan a través de los medios de comunicación social. Un país muy pobre, una población muy pobre, azotada por el flagelo de un terremoto, de una sacudida violenta ocasionada por las fuerzas que actúan en el interior de la Tierra.

Creo que la respuesta que brota del corazón es la de socorrer, pronto y bien, a los damnificados. La solidaridad de las personas particulares, de las naciones y de las instituciones se volcará en la ayuda a ese Estado caribeño.

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13.01.10

El ocaso del Cristianismo y sus presuntos culpables

Si nos atenemos a los datos sociológicos, e incluso a la simple observación de la realidad, el Cristianismo declina en gran parte de Europa. Cada día lo observamos en nuestras parroquias: Sigue viniendo bastante gente a las celebraciones litúrgicas, pero son una inmensa – o no ya tan inmensa – minoría. En gran parte, personas mayores, muy mayores. Y sí, aquí o allá, “el” joven, o “el” matrimonio recién casado, por lo general pertenecientes – el joven y los que componen el matrimonio – a algún nuevo movimiento o similar – y menos mal que existen, a pesar de los pesares, estos “movimientos” - .

En el año 2003, Juan Pablo II publicaba la exhortación apostólica “Ecclesia in Europa”. Un obispo me decía, al respecto: “el panorama trazado es apocalíptico”. En un primer momento, pensé para mí que no era para tanto. Pero sí lo es: “El Apocalipsis nos pone ante una palabra dirigida a las comunidades cristianas para que sepan interpretar y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus penas, a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado”, explicaba Juan Pablo II (Ecclesia in Europa, 5).

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12.01.10

Adoración

¿Qué significa “adorar”? El Catecismo nos proporciona una respuesta sintética: “Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso” (n. 2096). Se explicita de este modo lo que prescribe el primer mandamiento del decálogo: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4,8; Dt 6,13).

Santo Tomás de Aquino ve en la adoración un elemento integrante de la virtud de la religión: “lo propio de la religión es testimoniar nuestra reverencia a Dios. Por tanto, la adoración con que Dios es honrado es acto de religión” (STh II-II 84 1). Adorando se expresa el reconocimiento de la trascendencia de Dios y de su infinita santidad.

Tiene, la adoración, un elemento exterior y un elemento interno, y ambos no pueden disociarse: “Como escribe el Damasceno, puesto que estamos compuestos de doble naturaleza —la intelectual y la sensible—, ofrecemos doble adoración a Dios: una espiritual, que consiste en la devoción interna de nuestra mente, y otra corporal, que consiste en la humillación exterior de nuestro cuerpo. Y porque en todos los actos de latría lo exterior se refiere a lo interior como lo secundario a lo principal, por eso es por lo que la misma adoración exterior se subordina a la interior, para que mediante los signos corporales de humildad se sienta empujado nuestro afecto a someterse a Dios, pues lo connatural en nosotros es llegar por lo sensible a lo inteligible” (STh II-II 84 2).

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