InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2018

29.12.18

La importancia de destacar la estructura sacramental de la fe

I. El alcance de lo que significa la “estructura sacramental de la fe”, a la que se refiere el papa Francisco en Lumen fidei 40, puede ser ilustrado, en un primer momento, con ayuda de la categoría de sacramentalidad, esencial para la comprensión no solo de los sacramentos, sino de todo lo cristiano.

Desde esta perspectiva, la revelación, la fe como respuesta humana a la revelación, y la credibilidad de ambas, son vistas de un modo mucho más concreto y personal. La sacramentalidad remite a lo invisible desde lo visible, a lo divino desde lo material.

Dios llega hasta nosotros, entra en el espacio y en el tiempo, en la particularidad de la historia, para facilitarnos el acceso al exceso de su bondad. Así sucede ejemplarmente en el Bautismo y en la Eucaristía.

Para creer nadie está llamado a huir de la singularidad propia o a negarla, sino a abrirse a la novedad de Dios que irrumpe en lo humano manteniendo la unidad y la diferencia, en una cercanía en la que la proximidad no lleva consigo, como recuerda Calcedonia, ni confusión ni separación.

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28.12.18

La necesidad de “contra-imágenes”

Como hemos señalado, el olvido de la naturaleza sacramental de la fe entraña el riesgo de incurrir en la desacralización y en el funcionalismo. A la imaginación en la que se despliega la fe le corresponde velar por la utopía de lo posible.

Ya Pascal reconocía esta función heurística, indagadora, de la imaginación consistente en explorar lo posible. Una tarea hacia la que se muestra sensible, como también hemos indicado, una parte del pensamiento posmoderno.

Aportar una “contra-imaginación”, “contra-imágenes”, de alcance ético que desactive lo que de inhumano está vehiculado por el imaginario mediático, es una obligación inseparable de la fe. Una obligación necesaria para evitar la separación entre verdad y libertad, así como entre antropología y teología.

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27.12.18

La virginidad de María, un misterio que resuena en el silencio de Dios

Cada año nuevo comienza bajo la protección maternal de la Santísima Virgen: “concédenos – le pedimos a Dios en la Santa Misa – experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida”.

Dios da a todo bien principio y cumplimiento, en la historia de la salvación y en nuestra propia historia personal. Y un reflejo de ese principio y de ese cumplimiento lo tenemos en Santa María, la Inmaculada, la Madre de Dios, la Asunta en cuerpo y alma a los cielos.

San Pablo sintetiza en una frase la relación que vincula a María con Jesús: “nacido de una mujer” (Ga 4,4). El Hijo de Dios ha venido a la tierra en una humanidad como la nuestra; una humanidad que recibió de Dios a través de la Virgen. De Ella asumió el cuerpo sagrado dotado de un alma racional que, en la Encarnación, se unió perfectamente a la Persona divina de Cristo. Jesucristo es, a la vez, verdadero Dios y verdadero hombre.

La concepción virginal de Jesús es indicio de su identidad, de su condición divina y humana. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Sólo en la fe podemos adentrarnos en la comprensión de este misterio, que va más allá de las posibilidades humanas, pero no de las posibilidades de Dios.

San Ignacio de Antioquía acusaba al “príncipe de este mundo”, el Demonio, de querer ignorar tres misterios esenciales de la vida de Cristo: la virginidad de María, el nacimiento de Cristo como verdadero hombre y la realidad de su muerte en la Cruz, “tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios”.

La Iglesia no se cansa de alabar a Dios en la solemnidad de Santa María, siempre virgen, “porque ella concibió a tu único Hijo por obra del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro”.

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Cristo, Imagen y síntesis

Cristo es “imagen de Dios invisible” (Col1,15). No solo es “el Verbo” (Jn 1,1), sino también “la Imagen”. Él, centro de la revelación, reconcilia  por su Cruz todos los opuestos (cf Ef  2,13-18): “Es él, perfecta Imagen de Dios invisible, quien conduce a la fe a la humanidad creada a imagen y semejanza de Dios” (N. Steeves).

Para von Balthasar, Cristo es “imagen de todas las imágenes”, que afecta y ordena en torno a él por su presencia todas las imágenes del mundo. A través de las imágenes se ofrece a la visión de todo el mundo, y no solo de unos pocos: siendo Dios, el Cristo-imagen crea el mundo y lo salva; siendo Hombre, es formado a su vez por el mundo en su carne y en ella deviene visible como imagen.

Cristo, imagen de todas las imágenes, invita al fiel a intentar, por medio de la imaginación, encontrarlo en toda criatura visible del cosmos que significa la presencia real de Dios. Encontramos así una razón cristológica profunda para la comprensión sacramental del mundo; para ver en todo lo creado un signo que remite a Dios.

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26.12.18

Fe e imaginación: “Sin confusión ni separación”

Siguiendo la lógica, la articulación formal ya mencionada, del concilio de Calcedonia, “fe e imaginación pueden y deben enlazarse sin confusión ni separación”.

Sin confusión, porque la fe – la respuesta del hombre a la revelación divina - no es la imaginación. Pero sin separación, porque la fe se despliega como visión y puesta en imágenes del mundo. La imaginación hace a la fe más real, en el sentido newmaniano de más vinculada con la experiencia concreta y personal, y la fe hace a la imaginación más realista, más fiel a la realidad de las cosas.

La imaginación puede paliar tres debilidades estructurales de la fe, fortaleciendo así su credibilidad, su aptitud para ser creída por el hombre de un modo libre y socialmente responsable.

La imaginación puede paliar una falta de persuasión de la fe en lo que concierne a su objeto, reforzando su credibilidad interna, al imaginar de modo persuasivo su contenido.

La imaginación puede también reforzar la credibilidad del testigo de la fe, percibiéndolo como más convincente.

Igualmente, la imaginación puede ayudar a la fe a descubrir lo real, a profundizar en la realidad para alcanzar su verdad, para vincular la fe con cosas y no meramente con nociones.

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