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13.01.18

II Domingo del TO (B): “Habla, Señor, que tu siervo escucha”

El relato de la vocación de Samuel (1 Sam 3,3-19) pone de manifiesto la importancia de aprender a escuchar la palabra de Dios. El Señor llama a Samuel, pero este, sin la ayuda de Elí, no consigue discernir quién le dirigía la llamada. Finalmente, Samuel pudo dar la respuesta adecuada: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

En la oración debemos iniciarnos en esta escucha dócil y fiel de lo que Dios quiere comunicarnos. Ante todo, meditando la Sagrada Escritura, porque en los sagrados libros “el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos” (Dei Verbum, 21).

Pero también tratando de interpretar los acontecimientos del mundo y la propia vida desde la perspectiva de Dios, que sale a nuestro encuentro. Muchas veces, como Samuel, necesitaremos la ayuda de alguien semejante a Elí; de quien por su ministerio pastoral o por su experiencia espiritual puede orientarnos en el camino del seguimiento del Señor.

En realidad, es el Señor quien nos abre el oído: “Me abriste el oído”, dice el Salmo 39. “Es Dios quien se hace escuchar” (R. Spaemann). Dios se hace para nosotros Palabra que, por el oído, nos anuncia la verdad y nos capacita para la obediencia, para vivir orientados hacia Él.

Andrés y Pedro oyeron a Juan y siguieron a Jesús (Jn 1,35-42). Juan cumple su función de ser la voz que guía hacia la Palabra. Dios puede servirse de mediaciones para acercarnos a Él. Y puede convertirnos a cada uno de nosotros en mediación para acercar a otros al Señor, como lo hizo con Andrés, hermano de Simón Pedro, que “lo llevó a Jesús”.

Estar con Jesús y, como enviados suyos, salir al encuentro de la gente son dos dimensiones que van unidas: “Solo quienes están ‘con él’ aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. Y quienes están con él no pueden retener para sí lo que han encontrado, sino que deben comunicarlo” (Benedicto XVI).

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