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25.11.16

¿Es normal aspirar a lo perfecto? Sí, pero…

A todos nos gusta, creo, lo perfecto. Pero lo “perfecto” es escaso. Es muy difícil que alguien, o algo, tenga el mayor grado posible de bondad o excelencia. Habitualmente no es así. La experiencia nos dice que no conocemos, apenas, nada perfecto. Nuestra vida no es “perfecta”. Ni nuestros amigos lo son, porque, entre otras cosas, a nuestro juicio, “pasan”, más de la cuenta, de nosotros.

Ni nada, en realidad, lo es. Salvo Dios. Dios sí es perfecto y, en la medida en que pueden serlo, lo son, perfectos, aquellos que se han dejado modelar por Dios. En primer lugar, y en único lugar, en muchos sentidos, la Virgen, la Madre de Jesús.

Que deseemos lo perfecto testimonia la huella que Dios ha dejado en nuestro ser. Nos han creado, eso podemos constatarlo cada uno de nosotros, con unas enormes aspiraciones. Nos han creado con el deseo de lo perfecto. Pero la realidad es que solo Dios puede colmar ese deseo. Solo Dios. Nadie más.

Pero constatar que lo que no es Dios no es perfecto es, también, al menos hasta cierto punto, liberador. Yo aprendo mucho cuando constato que las personas más cercanas, a mi juicio, a la perfección no lo están tanto. Yo he pensado, pongamos por caso, que algunas personas respondían a un ideal mío de amistad o así. Y no se corresponden, de hecho, con ese ideal.

No debo enfadarme. Debo ser, a la vez, más humilde y más indulgente. Más humilde, porque es evidente que yo no merezco ser amado o apreciado incondicionalmente, salvo por el amor y el aprecio incondicional de Dios.

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