InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Octubre 2016

25.10.16

¿Qué hacer con las cenizas de los difuntos?

Ha sido noticia - y yo mismo he recibido un par de llamadas al respecto, por parte de periodistas que me pedían un comentario sobre el asunto – la Instrucción “Para resucitar con Cristo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Estamos muy cerca de la solemnidad de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos. Y, todo lo que tiene que ver con la muerte y con el trato dispensado a los muertos, no solo está relacionado con la fe cristiana, sino que tiene, obviamente, un hondo sentido antropológico.

La Iglesia Católica siempre se ha inclinado, y esto no es novedad, por la sepultura de los cuerpos. Y lo ha hecho por razones doctrinales y pastorales. Ambos tipos de razones – lo que es normativo en la fe, lo doctrinal,  y lo que es más conveniente para orientar a los cristianos, lo pastoral – van siempre unidas y no es posible establecer una separación tajante entre las mismas.

La fe de la Iglesia profesa, ante todo, la Resurrección de Cristo y, también, la resurrección de los muertos. ¿Qué significa hablar de resurrección? Significa, esencialmente, que el alma y el cuerpo, que se separan en la muerte, volverán a unirse en una existencia nueva que supera la muerte. Es decir, el hombre entero, cuerpo y alma, está destinado a vivir para siempre.

La pastoral de la Iglesia, en coherencia con su doctrina, ha recomendado que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios o en otros lugares sagrados. Se trata de recordar el itinerario de Cristo: muerto, sepultado y resucitado de entre los muertos.

La sepultura en los cementerios o en otros lugares sagrados asegura, en los posible, además, el debido respeto que merecen los cuerpos de los fieles difuntos, de aquellos, los fieles, que han sido convertidos, por el Bautismo, en templos del Espíritu Santo. El Cristianismo es la religión de la Encarnación. Dios y el hombre, el espíritu y la carne, lo trascendental y lo histórico no se pelean entre sí, sino que se aúnan en la condescendencia del Hijo de Dios hecho hombre.

Estas razones se unen a una razón que es, simultáneamente, doctrinal y pastoral. Y muy humana en el fondo: que haya un “lugar” para la memoria, donde se pueda llorar, recordar y orar por los difuntos.

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15.10.16

Redimensionarse: ¿Qué pasaría si...?

No dejo de pensar en que Cristo fundó la Iglesia contando con los Doce, con todo el sentido y el simbolismo de esos “Doce”.

La Iglesia no es una obra humana, sino que entra en el plan salvífico de Dios. Y Dios ha querido contar no solo con las misiones de Cristo y del Espíritu Santo, sino también con la misión de la Iglesia que, gracias a Cristo y al Espíritu, sigue haciendo posible hoy el encuentro de los hombres con Dios.

¿Qué es lo esencial en la vida de la Iglesia? Que, gracias a la predicación del Evangelio – de la revelación en su totalidad – , los hombres pueden encontrarse con Dios y recibir de Él, por medio de los sacramentos, la vida “nueva”, plena, que se inicia aquí, en la tierra, y que tiene su culminación en el cielo.

Esta misión no depende de los números, o no solo de ellos. La Iglesia de Cristo es la misma en el siglo I, con solo Doce columnas, u hoy en  día, que sigue teniendo esas mismas columnas. La responsabilidad, en el siglo I y en el XXI, es idéntica: servir de mediación para que el encuentro revelador y salvador de Dios con los hombres tenga lugar.

Lo importante es que la Iglesia siga siendo fiel a su misión y a su razón de ser: mediación, escogida por Dios, para llevar a cabo la revelación y la salvación. Sin eso, la Iglesia estaría de sobra. La Iglesia está en el mundo para hacer posible que los hombres, de modo seguro, entren en comunión con Dios.

Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, se pregunta en algún pasaje de su obra sobre Jesús de Nazaret: ¿Qué ha traído Jesús al mundo? La respuesta es muy sencilla: a Dios. “Ha traído a Dios”.

Jesús ha traído a Dios. Y no es poco lo que ha traído al mundo, sino que es lo decisivo, ya que  “el hombre sólo se puede comprender a partir de Dios, y sólo viviendo en relación con Dios su vida será verdadera”.

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10.10.16

Otra mala experiencia: la agresión a un sacerdote

Hoy cualquiera puede ser agredido. No hace falta ejercer una profesión de especial riesgo. Basta con ir por la calle. Pero las agresiones, todas muy graves en sí mismas, se vuelven aún más odiosas si se perpetran contra niños o personas ya mayores.

Y los sacerdotes, muchos de ellos ya bastante mayores, son un objetivo fácil. Lo son porque, cualquier sacerdote, en principio, se siente inclinado a pensar bien de la persona que se dirige a él para pedirle alguna ayuda y, porque, además, se siente – el sacerdote – impulsado a ayudar; al menos, a hacer lo posible por ayudar.

En agosto supe de la agresión – sin mayores consecuencias, más allá del mal trago – a un párroco de Vigo. Ayer supe de otra – más violenta y con secuelas graves -  a otro párroco: El sacerdote está en el hospital, con un coma inducido, tras haber sido intervenido por un derrame cerebral provocado, todo parece indicarlo, por los golpes recibidos por quienes atentaron contra él.

Esta segunda víctima regenta una parroquia lindante con la mía. En Galicia, los asaltos a las parroquias rurales son continuos. Destrozan para robar. Roban muy poco – porque poco hay – pero destrozan mucho. En ocasiones, además de los destrozos, ha habido daños personales muy serios, hasta muertes; pero ha sido en pocos casos.

En las ciudades, no estábamos muy acostumbrados a agresiones personales. A robos, de mayor o menor cuantía, sí. Es muy difícil que, si uno es párroco en una ciudad, pase un año sin tener que llamar, sea por lo que sea, a la policía.

Pero que lleguen a pegarle al párroco hasta el punto de ocasionarle un derrame cerebral, eso ya va más allá de lo soportable. Ya sé que estas cosas le pasan a mucha gente. También a los párrocos.

Obviamente, debemos esperar, todos, protección de las autoridades civiles y de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado. Pero, quizá, también hemos de pensar, desde la Iglesia, desde la comunidad de fieles, cómo evitar estas cosas. En la medida en que puedan ser evitadas.

Yo no sé si, en general, guardamos el equilibrio entre fe y razón; o entre razón y voluntad. Yo no sé si, en general, estamos preparados para aceptar lo que hay, lo que se da en la realidad.

La Iglesia, los que la dirigen, creo, debe pararse a pensar un poco más. Un sacerdote de más de, pongamos, 75 años, no ha de enfrentarse a la responsabilidad, y al riesgo, de regentar una parroquia.

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7.10.16

Lecturas: BENEDICTO XVI, "Últimas conversaciones con Peter Seewald"

No es el primer libro de entrevistas realizadas por el periodista Peter Seewald al papa Benedicto XVI. Ya antes habían salido “La sal de la tierra”, “Dios y el mundo” y “Luz del mundo”.  El título habla de “últimas conversaciones”. Lo de “últimas” no deja de llamarme la atención. En cierto modo, son las “últimas” conversaciones, porque son las más recientes, pero no necesariamente son las finales y definitivas. Nada impide al papa conceder alguna otra entrevista. Todavía no está muerto, sino vivo y muy lúcido.

El libro, editado por Mensajero, tiene 309 páginas. Y todas ellas merecen la pena ser leídas. La obra está estructurada en tres partes: “Las campanas de Roma”, “Historia de un servicio” y “El Papa que escribió sobre Jesús”.

La primera parte aborda lo que, sin duda, pasará a la historia de la Iglesia: La renuncia de un papa en la época reciente. Creo que es una sección del libro que clarifica muchas cosas pero que, a la vez, plantea ciertos interrogantes. Clarifica que lo que ha sido se corresponde con lo que, en su día, Benedicto XVI dijo que era. Una renuncia voluntaria, sin presiones de ningún tipo, sino una decisión tomada con la plena conciencia de que un papa no solo ha de “ser” o “estar”, sino que también ha de “actuar”. Y para actuar se necesita tener energía física y moral.

Pero este acontecimiento – la renuncia - , muy poco frecuente, genera preguntas: ¿Qué relación se establece entre identidad – lo que uno es – y función – lo que uno hace –? No está muy lejos lo que somos de lo que hacemos. Nuestras acciones nos definen. Es verdad que el papado es un oficio que se desempeña, pero el oficio marca el ser; en cierto modo, para siempre.

El “pontificado” no es un sacramento. El papa es el obispo de Roma. Pero resulta evidente que ser obispo de Roma es algo singular, que no es comparable del todo con ser el obispo de otra sede. La razón es bastante clara: El obispo de Roma es el sucesor de Pedro y el pastor de la Iglesia universal. Eso no se puede decir de ningún otro obispo.

Creo que se abre un campo interesantísimo de investigación para los eclesiólogos y los canonistas: ¿Qué significa ser obispo “emérito” y, sobre todo, qué significa ser “papa emérito”? ¿Hasta qué punto la función desempeñada no marca para siempre la identidad de quien la ha desempeñado?

La segunda parte, “Historia de un siervo”, es un recorrido por la vida de J. Ratzinger-Benedicto XVI. Y este itinerario pone de relieve la continuidad y la coherencia de la biografía de Benedicto XVI. Se ha mantenido fiel a sí mismo: A su modo de ser, a su pasión por la teología, a su conciencia y a su sentido de la responsabilidad. Él dice que, en su obra teológica, no ha habido “saltos”, sí desarrollos. Lo mismo se puede decir de su vida.

La tercera parte, “El papa que escribió sobre Jesús”, explica por qué un papa en ejercicio consideró importante escribir tres volúmenes sobre Jesús: “si no conocemos a Jesús, la Iglesia está acabada”. Y añade: “el método histórico no nos prohíbe la fe” (p. 253).

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